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Saber y ganar. El día D... - fragmentos de libros

 Entrada vigésima (La pomada disentida):   

Han transcurrido más de dos meses desde la publicación de la última entrada. Es una demora que podía preverse y que, incluso, en una entrada anterior ya habíamos advertido de su riesgo. El mantillo de los días que el tiempo va sedimentando sobre nuestras vidas, descompone nuestro pasado en recuerdos planos que carecen de la exaltación que esa vivencia pudo haber tenido. El presente exige su tributo y, además, en lo que a estas crónicas se refiere, casi siempre se han sentido huérfanas, carentes del calor que por su naturaleza necesitan. Es verdad que un autor que se precie no puede exigirle nada al lector y debería contentarse con decir lo que tiene que decir y tomarse como un premio el conocer que, al menos, existe algún receptor gentil que se interesa en lo que escribe. Pero, dadas las características de estas crónicas, -que sin pasión no valen nada- es muy entendible que puedan languidecer también –un factor más- porque les falte ese nutriente que les permite conservar la emoción, la vehemencia, la sinceridad riesgosa, la necesidad de manifestación con las que se comenzaron. Y esto no es ni una queja ni una petición, en absoluto, pero hay que constatarlo. Yo no querría estas pérdidas, simplemente ocurren y yo, mal que me pese, no puedo cambiar nada de lo pasado. Pero, tras este intervalo de recomposición, sí puedo y deseo enderezar el rumbo y acelerar la marcha como voy a hacer desde este momento. Se lo prometo.

Es más, me dejó un poco mohíno leer el breve texto que un atento lector de estas crónicas –el Sr. Gorriato- ha dejado comentado en la entrada anterior, porque con él me evidenciaba su clara consideración de que todo lo que hasta ahora llevamos escrito en esta crónica es menos importante que lo que queda por contar, un mero accesorio.  Bueeeeno, ya nos empezamos a acercar a la pomada., nos ha dejado escrito. Así que, antes de continuar, me he obligado a una reflexión y a bastante relectura para, finalmente, necesitar apuntalarme un poco y generar los anticuerpos necesarios contra el virus de la duda, de este tipo de duda que raya en la decepción y que es el más peligroso porque pone en peligro la salud del fruto de un impulso, de un trabajo ilusionante y consciente; y ya saben que el esfuerzo sin recompensa conduce a la melancolía –Ortega y Gasset, dixit-.

ViajeItacaHa sido muy oportuno ese comentario porque nunca viene mal recapacitar un poco. O un mucho. Y, finalmente, no ha perdido para mí ni un ápice de profundidad el canto del poeta: "Cuando emprendas tu viaje a Itaca, pide que el camino sea largo..." Lo que importa no es Itaca, sino el viaje. Yo viví esta experiencia como la viví, la miré como la miré y la sentí como la sentí. Eso no puede cambiarse aunque hoy pueda juzgar aquello desde otra perspectiva más “madura” por la distancia –ja-. Y no puedo evitar “saber” que yo no fui diferente a ningún ser humano de los que puedo conocer, porque todos vivimos el minuto con una realidad interna que no es la visible. Repleta de mil interioridades que la tiñe con matices únicos, con sus emociones íntimas, con sus valoraciones personales y sus recuerdos, con sus fobias, prejuicios, limitaciones y grandezas…. Y en estas crónicas debo convertirme en un ejemplo, aunque me ponga en evidencia. Así que… Sr. Gorriato, aunque el respeto y el agradecimiento que le debo por estar ahí –y, sobre todo, por hacérmelo saber- es sincero, debo reafirmarme en que no es como usted supone, y que, sin duda ninguna, todo lo contado hasta ahora –mal o bien, prolija o confusamente- posee tanto valor como aquello que falta, y que, en lo que queda por contar, y del mismo modo que lo ya está escrito, no se podrá expresar con suficiencia y sinceridad solo por la acción pura, solo por movimientos, gestos y palabras superpuestos sobre una línea de tiempo. Cuando llegue el momento de que no recuerde o no sepa decir que la compañera de Dante en el Paraíso fue su amada Beatrice, sabiéndolo a ciencia cierta, tendrá ese hecho un significado más importante que el que pueda tener un error baladí o un lapsus que solo tenga el efecto de restar puntos en el concurso; porque arrastrará también una historia antigua y que, al decirla, me expondrá demasiado, por lo que, llegado su momento, decidiré si merece la pena ser contada. En aquella edición de Saber y Ganar en la que yo participé, además de preguntas y repuestas y la posibilidad de ganar dinero, hay emoción y un buen ramillete de sentimientos internos que intervienen en el proceso; y que, por tanto, no pueden soslayarse porque pertenecen al mismo hecho en sí, formando un todo, no pudiéndose aislar una cosa de la otra sin perder autenticidad, esencia, realidad incluso.

Bueno, ahora, avanzo. Subido estoy ya en el estrado tras mi trote torpón y aunque intento mirar todo con ojos de lemur, lo que proceso de lo que veo me LemurEyesparecen las escenas de un sueño, como si lo que se representa no me incumbiera o el interventor fuera una proyección de mí mismo. Creo que ya se dijo. Bien, ahora voy a intentar concretarle lo que veo desde mi estrado. La parte del plató utilizada por los actores –nosotros, Jordi- es más pequeña de lo parece en televisión. En el pupitre de mi izquierda, está Pedro, más allá, lejísimos, Jorge; a Jordi Hurtado lo miro pero lo veo como si se tratase de un holograma, un ente extraño y brillante ubicado en otra dimensión diferente a la mía. El equipo de grabación, los cámaras, la regidora andan por allí o laboran en sus escondrijos, pero son seres como sobrepuestos sobre lo esencial y, por tanto, casi transparentes para mí. ¿Pilar? No sé, en las sombras, supongo, o tomando un café… solo fui consciente de ella cuando sacó de la manga sus cuellos de camisa y cuando me consoló con profesionalidad tras mi fracasado reto. Juanjo Cardenal…, fue solo Voz, bueno, Voz y Juicio. Un Juanjo Omnisciente.

Allí, sobre el estrado, la suerte está echada –me digo en latín-, y me trago la última saliva que me queda. Necesitaría un botijo de agua fresca como los toreros, que dicen que lo más difícil de realizar delante de un toro es escupir.  Instintivamente, como si constituyera una tabla de salvación o el único punto de contacto con el mundo real, me aferro con fuerza a los rebordes laterales de mi pupitre. El tercer pupitre. El de los nuevos. El único por el que han pasado todos y cada uno de los concursantes de Saber y Ganar y el único que llegamos a tocar los defenestrados en el primer programa. Afortunadamente, hoy, un año después, ya no existe. Alguien debe haber caído en la cuenta de lo que ese tercer pupitre aislaba y desvalía y, por fin, un nuevo decorado del programa, con un único estrado para los tres concursantes, ha paliado aquella separación psíquico/espacial que agravaba los efectos del miedo escénico de los concursantes primerizos con la desnudez del desamparo. Pero…

Pero pasa algo en ese pupitre. Me sucede que al posar mis manos en sus bordes, noto como un flujo sutil que penetra por mis manos y mis brazos, hasta llegar a mi cerebro creando ondas de pensamiento absurdas para la tesitura tan especial en la que me encuentro, y que ocupan y cambian sorprendentemente mi conciencia y mi atención. ¡Caramba! –me digo- ¡Qué fuerte!. Y es que me asalta una insistente y vívida impresión producida por la aprehensión instantánea de los miedos, la tensión, la orfandad, la responsabilidad, el vaciado mental de todos los anteriores concursantes nuevos que han apoyado como yo sus manos sudorosas en ese pupitre/picota, impregnándole de una energía que me impele a evocarlos sin alternativa al asaltarme la imagen/idea inevitable, nítida, significativa y cierta, de que han sido ya miles de personas las que, con similares terrores, han transitado por ese mismo trance que ahora me tocaba a mí traspasar. (Desde aquí mi afecto y comprensión para todos ellos. Se pasa mal en ese momento, ¿eh?)

Y digo pensamientos absurdos porque no hay ninguna razón plausible para que, en ese momento tan culminante en el que me encontraba y en el mismo ObjetoMagicoinstante en el que me agarré a ese pupitre, me invadiera ineludiblemente esa evocación repentina y empática de los concursantes pretéritos. Pero si uno se detiene un poco para intentar explicárselo, no es difícil llegar a la conclusión de que no es ni tan absurdo ni tan extraño, ya que es un efecto detectable en muchos otros lugares y objetos. Debe ser la impronta con la que cargamos la materia o los ámbitos cuando los tocamos o los habitamos si a los actos o las vivencias los acompañamos con una fuerte carga mental, emocional o sicológica. Puede que usted lo pueda considerar como una apreciación subjetiva y no demostrable, y es posible que dependa de la sensibilidad del sujeto, sí, pero el efecto existe y, ya digo, son bastantes los lugares en los que se aprecia con nitidez. Si lo piensa bien, hasta es posible que usted haya conocido a personas (o sea usted mismo una de ellas) que son reacias a que alguno de los objetos que consideran muy significativos sean tocados por terceros y la razón no tiene porqué ser necesariamente esotérica. Yo mismo poseo alguno y no tiene ninguna connotación extraña, pero está “cargado” con lo que está cargado y no quiero que otras energías lo adulteren (el verbo está tomado en su acepción natural, de alteración de la calidad o la pureza, sin connotaciones negativas). Y desde luego que existen espacios naturales, ermitas, cuevas, dólmenes, arboledas, viejas cárceles (muy desagradable), ruinas de castillos, picotas… en donde la GaritaSanCarlosenergía de las personas que los habitaron, los padecieron o mantuvieron un poderoso contacto con ellos, se capta con nitidez a poca sensibilidad que tenga uno y quiera y sepa orientar las antenas. Creo que algo ya está dicho en esta crónica a este respecto en la referencia a las viejas fábricas y, por poner algún ejemplo más que lo evidencie, le puedo asegurar que también es absolutamente patente en las antiguas garitas militares, en donde el flujo te entra por los pies y en donde la presencia de miles de soldaditos que aguantaron como tú cientos de miles de horas de pie derecho para poco, no solo quedó impresa en los dibujos y nombres grabados en las paredes, sino que el ámbito mismo te lo transmite. Y, claro, el ejemplo paradigmático es el Camino de Santiago, numerosos tramos del camino de Santiago. Por mencionar alguno de ellos, pues… El descenso a Triacastela. Es un camino de pedruscos sueltos con bastante pendiente en donde se han quebrado cientos de rodillas y tobillos. Nos advirtieron de ese riesgo en O Cebreiro. Cuando bajas con tus adecuadas botas, cuidándote de la tensión que cada paso produce en huesos y tendones y de las trampas de sus piedras movedizas, “ves/sientes” sandalias, alpargatas, albarcas, pies descalzos muertos hace más de cien, trescientos, quinientos años que bajaron, como tú, ese camino de cabras, y te asalta con fuerza una sensación de conjunción, de hermandad incluso, cuando piensas en aquellos hombres que hicieron exactamente lo mismo que tú estás haciendo y quizás ViejoCastillocuidando, como tú, rodillas y tobillos; es decir, la importancia no se encuentra solo en la coincidencia del acto y el modo de caminar en sí, sino a la reproducción casi exacta de lo sentido o de los pensamientos esenciales… Y es un descubrimiento interno muy potente y revelador. Y por hacer mención de alguno más de esos tramos de los muchos que hay en el Camino, uno de los más sugestivos para mí, es el de ese pasaje umbrío e inquietante que atravesé en un atardecer. Es un bosque gallego que se traga la luz. Está abundado por unos árboles centenarios de tronco grueso y negro. Entre los que flanquean el camino, a tres o cuatro metros de altura, aparecen clavadas, ya herrumbrosas, unas cruces de hierro como de tumba vieja; sobrecoge bastante cruzar ese sendero umbroso con la noche en la puerta, y no puedes evitar ir escrutando receloso las sombras que lo envuelven ni la evocación de los hombres ya muertos que clavaron aquellas cruces. Ni tampoco a todos los peregrinos, la mayoría muertos también, que las vieron y se sobrecogieron como tú en aquel paraje y que avanzaban entre ellos atraídos por el mismo polo que tú, cargados con parecidos afanes a los que tú llevas contigo…  Bueno, para qué seguir si usted no me cree; y si lo hace, para qué seguir. Lo que sí le puedo asegurar es que el tercer pupitre de Saber y Ganar es uno de esos objetos, yo lo sentí, poderosamente.

Y, de pronto, la voz clara de Jordi, lo interrumpe todo:

«Bienvenidos amigos espectadores a su programa, Saber y Ganar en TVE. Saludos cordiales a los que están con nosotros cada día a través del canal Internacional…» 

Jordi realiza una introducción estándar del programa y, como siempre, la acaba con la presentación de los concursantes con un énfasis que parece como si presentara, es un ejemplo, a Marco Polo, a Amundsenal Gran Houdini: «… Y hoy tenemos con nosotros a ¡Giorgi, Pedro y Jorge!...» 

Fotomontaje

Supongo que los tres ponemos una media sonrisa nerviosa –una mueca, en mi caso-, y nos removemos un poco, inquietos antes de ponernos en guardia. Deduzco que los aplausos de bienvenida los ponen luego en el montaje, porque yo no los oí, aunque no me vaya usted a preguntar si el equipo aplaudió o no, porque yo no podría asegurárselo.

Pero, de pronto, Jordi, corta la grabación y exclama: «¡Pues vaya concursantes más sosos que tenemos!»

Yo, me quedo de una pieza. Algo no hemos hecho bien -me digo-. Mal comienzo. ¡Sosos. nos ha llamado sosos…! Jordi continúa con su venial reprobación: «A lo mejor es porque es lunes, pero es que… ¡Vamos! ¡Ni un aplauso! ¡Un poco de entusiasmo, señores, que esto es un juego! ¡Aplaudan! ¡Apláudanse, que se lo merecen por estar aquí! Venga, probemos otra vez»

Pero yo, que estoy buscando reconcentrarme de todas las maneras posibles, hago un intento por ser resultón, simpático incluso, y me oigo decir con voz alta aunque algo quebrada:

- Lo siento, Jordi, pero es que yo no puedo aplaudir porque tengo las manos pegadas al pupitre…

Le prometo que eso dije. No esta mal el intento para ser un neófito. Pero con este alarde solo conseguí levantar unas risas de alguno del equipo que nos controlaba en la sombra; pero de Jordi, nada, ni se dio por aludido, ni se inmutó. Es más, ahora que lo pienso puede ser que fuera contraproducente ya que la nueva introducción de Jordi no fue ni parecida a la que acababa de realizar. ¡Ojalá hubiésemos aplaudido aunque solo fuera tímidamente en la primera toma! Porque, en la que vio la luz y llegó hasta el más remoto confín del globo, me metió de lleno en el jaleo con preguntas directas –de las que tuve hasta pavor por no saber ni contestar en dónde vivía- y presentarme, además, como un experto en Internet, a mí, y únicamente por el comentario que le había apuntado (sí, buscón, pero que, ni por asomo esperaba que fuera a tener tanta trascendencia) sobre que mantenía una página web de libros. –Claro, no le mencioné que la página había nacido hacía tan solo dos meses, tras un cursito a matacaballo de cuarenta días…- ¡Qué mal trago pasé, de verdad se lo digo! Lean, lean, su nueva presentación y el interrogatorio:

- «Bienvenidos amigos espectadores a su programa Saber y Ganar en TVE. Saludos cordiales a los que están con nosotros cada día a través del canal Internacional- Muchísimas gracias, y a todos los amigos que nos siguen desde In-ter-net, y hoy recibimos a un concursante que, precisamente, de Internet sabe mucho. Así que vamos a saludar ya a los tres participantes, a Giorgi, a Pedro y a Jorge… ¡Bienvenidos y muchísima suerte a los tres! ¡Suerte, suerte! (Aquí ya sí que nos aplaudimos formalmente y nos aplauden más cálidamente en el montaje) ¡Ay!, también los tres le envían, y todo el equipo, un saludo muy cordial a Luisfer Estéfano que ha estado nueve programas con nosotros, de Munguía, de Vizcaya, que lo ha hecho muy, pero que muy bien, un gran concursante». 

- Bueno, pues ahora no tenemos a Luisfer sino que tenemos a Giorgi… (Sonrisa amplia) Bienvenido. (Jordi, realiza movimientos con las manos, como si estuviera jugando al yo-yo)

- Muchas gracias, Jordi –me oigo contestar-

- ¡Qué tal! Giorgi. Giorgi Apellido1 Apellido2. De Madrid.

- Madrid. (Conseguido)

- ¿Del mismo Madrid?

(¿Y esa pregunta? Ya está dicho en estas crónicas. De Madrid eres aunque vivas en Chinchón o en San Martín de Valdeiglesias. Es como aquel chiste en el que uno le dice a otro que su hijo está estudiando en el extranjero y cuando el amigo le pregunta que en qué país, el padre le responde con convicción: ¡No, no!, ¡en el mismo extranjero!).

- Sí, del mismo Madrid, al lado de la Asamblea de Madrid, en una zona que se llama Madrid Sur, de nueva construcción, pues allí… (Aquí me quedo clavado. ¿Qué iba a decir? ¿Qué allí… vivía? o ¿Qué allí estamos… para lo que usted guste o allí tiene su casa? Pero Jordi, que es un hacha, ante mi atoramiento, interviene)

 - Muy bien Giorgi… Giorgi precisamente sabe de informática, de Internet, de esa gran posibilidad que se abrió desde que In.. la televisión entró en Internet. y nos pueden ver así en todo el mundo ¿verdad, Giorgi? –Claro, así es –contesto con una cara de poema dramático, a punto de echarme a llorar (me va a preguntar, me va a preguntar…), -Es una posibilidad extraordinaria. Giorgi que ha trabajado como Jefe de Desarrollo en una Empresa de temas de Informática.

- Informática de gestión –intercalo con un cabeceo lateral - Una empresa financiera. –Insisto con un segundo cabeceo lateral. (Por aquí, sí Jordi, y no demasiado. Por gestión sí, por Internet, no, por favor),

- Y ahora, ahora lo importante es… (Jordi continúa) Eeessse bloc, esa página, esa página Web de Giorgi: fragmentosdelibros.com (Jordi enfatiza el nombre con los dedos formando una O de OK)… ¿Para hablar de Literatura, para hablar de libros?

(Aquí lo tienes, Giorgi, en bandeja. ¡Hala! ¡Hala! ¡A hacer publicidad de tu página llena de errores, con un puñadito de libros por todo bagaje y ¡Hala! ¡A improvisar en televisión! ¡Toda tuya! Luego, K. me recriminaría no haber llevado algo preparado sobre qué decir de la página… a toro pasado, el muy canalla. Yo desde luego, no me lo esperaba así, tan en crudo. De modo que no se podía esperar de mí otra cosa que una presentación de la página, deslavazada, confusa, sin salida natural como no fuera la del corte por lo sano, aunque, al menos, no balbuceé. Y, además, hay que tener en cuenta el estado mental infame en el que me encontraba y del que aquí ya se ha dicho demasiado. Y no justifico nada, fue como fue. En fin, esto es lo que respondí, lo que ha quedado para los anales:)

- Efectivamente… para… eh… poner fragmentos, finales de libros para… que los libros lleguen a través de lo que dicen los libros y no a través de lo que digamos nosotros o digan otras personas, sino que sean los propios libros los que hablen, entonces intentamos elegir los mejores libros… p. (cuando llegué al “entonces”, Jordi, comenzó a hacerme la tijereta con los dedos, en un claro signo para que cortara el rollo, de todas las formas después delos mejores libros… p” me quedé en blanco y moviendo la cabeza en el vacío total… De nuevo Jordi, me sacó del atolladero:)

- Giorgi, con una iniciativa ex-tra-or-di-naria… muchísima suerte, Giorgi.

- Muchísimas gracias…

He escapado algo desgreñado de este primer encuentro, aunque, eso sí, bien publicitado. Sigo aferrado a mi pupitre y disfruto de un momento de tregua con la liberación que me produce el cambio del foco de atención. Me toco la nariz. Este gesto, un antiguo amigo mío lo tenía bien observado, y decía que era muy corriente verlo en los conductores tras realizar un adelantamiento. Eso decía. Pudiera ser, sí, un gesto de fin de peligro, bueno, yo al menos sí me veo tocarme la nariz en el video del programa. Jordi, a continuación, presenta al polifacético y tranquilo Pedro, que participa en su cuarto programa; y a Jorge, del que enfatiza la circunstancia –es para ello, meritorio-, de que ha saltado, en un solo programa, del pupitre tres al primero. Mil doscientos veinte euros en un día. Jorge, continúa muy relajado e informal. Es admirable. Viste el mismo polo-esquijama gris mosca que en el programa anterior, aunque en este caso, luce sobre él una camiseta también tono mosca, pero en negro, con una calavera estampada de color blanco que abriga los huesos del cráneo con un pañuelo pirata. En el lugar de las tibias, adornan la camiseta dos sables cruzados muy parecidos a los que lucían los sombreros de los oficiales yanquis del siglo XIX, aquellos que cumplieron con suficiencia su deber de masacrar a las tribus de los díscolos, insumisos y crueles pieles rojas. Debajo de ella, en letras grandes, un texto alusivo: “Pirates”. ¡Envidiable! Si yo me atreviera….

 

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Entrada decimonovena (Penumbra y el efecto Doppler):   

Pues sí, en otro momento indeterminado apareció por la sala común Juanjo Cardenal. Estoy absolutamente seguro de que la sala permaneció inalterada y prácticamente de que no se produjo ningún cambio de luz en ella; pero le puedo prometer que en mi memoria aparece empequeñecida y que toda la escena la revivo representada en la penumbra o, mejor dicho, como iluminada por luces débiles y oscilantes y que me parece como si Pedro, Jorge y yo nos estuviéramos preparando para algún tipo de iniciación en la sala secreta de un templo esotérico, y que Juanjo leía sus papeles ayudado por la luz de una vela inexistente.

Es increíble lo que nos engaña el cerebro con respecto a los recuerdos. Yo ya había leído o visionado en algún programa de televisión algo sobre este GrabacionRecuerdosfuncionamiento de la mente, cómo recoloca las imágenes y reorganiza los archivos del pasado, a saber con qué criterio misterioso, de manera que ni de nuestra vida transcurrida podemos asegurar que sucediera como la recordamos. Tampoco ésto es extraño, bastantes veces discrepamos con una persona por algunos detalles o actos o sucesión cronológica de un hecho que, sin embargo, vivimos juntos y desde el mismo punto de vista, y que por mucho que porfiemos y porfiemos, no nos es posible solventar el desacuerdo porque lo rememorado por esa otra persona, aún difiriendo en mucho con nuestro recuerdo, es tan real para ella como lo es para nosotros lo que evocamos de ese mismo hecho.

Para mí, aquellos diez minutos con Juanjo Cardenal en la sala común es una prueba flagrante de esto sucede así. Al fin y al cabo, para el proceso de evocación de nuestros recuerdos, el cerebro realiza un proceso de reconstrucción, y las imágenes son proyecciones creadas por impulsos eléctricos, no hay diapositivas ni fotografías ni videos que recuperemos de un cajón, no existe una cinta grabada que reproduzca lo que se pudo decir entonces. Ya sé que de la realidad presente se podría decir algo similar porque también es captada por nuestros sentidos y procesada, filtrada, catalogada en la oscuridad del cerebro, pero no es lo mismo; podemos dudar de la realidad, sí, pero de una forma que requiere cierta abstracción metafísica o una alteración de la conciencia. Pero ¿del pasado? Para el proceso de recomposición mental de un recuerdo, nuestra mente debe realizar dos procesos diferentes. Cuando vivimos un hecho, el cerebro lo archiva recorriendo un circuito neuronal determinado y, sin embargo, para su recomposición utiliza otro completamente distinto; además, cada uno de ellos está definido por su propio método de relacionar, asociar, por sus propias alteraciones. El cerebro tiene a bien iRecuerdoBorradoncorporar estas subjetividades en los procesos con un fin sintético y protector, y así, por ejemplo, suele enfatizar lo importante y desechar la paja, extiende capas, borra vivencias para ocultar o matizar lo dañino, considera mejor lo práctico, pone lógica en lo caótico, encuentra sentido a lo injustificable... Desde luego, lo que es casi imposible es que apagasen la luz de aquella sala como para que sucediera como yo la rememoro, pero ésa fue mi experiencia recordada, como un conciliábulo en el que Juanjo, con el guión de nuestro programa sobre sus rodillas, se aseguraba de que nosotros tres interpretábamos correctamente las normas y conocíamos el funcionamiento, el mecanismo interno del programa.

Pero, además de estas aclaraciones "técnicas", Juanjo concertó algo más con nosotros... Sé que no es elegante lo que estoy haciendo y que, -me dirá razonablemente usted- para que finalmente le deje con la miel en los labios, sería mejor que me lo callara. Es verdad y lo siento, pero no puedo hurtárselo a esta crónica. Circulan muchos rumores sobre lo que a los concursantes se les anticipa antes del programa, que si les dan algunas de las repuestas, que si algo puede estar amañado. No es cierto ni una cosa ni la otra, por lo menos en lo que se refiere a mi participación; pero con Juanjo sí adelantamos algo referente a una de las pruebas específicas del programa que íbamos a grabar y, por tanto, sí es cierto que algo íbamos a llevar sabido de antemano aunque, créame, no es determinante para el desarrollo del programa. Y, lo siento, hasta aquí puedo decir, ya sabe, el pacto firmado. Son dos humildes razones las que me han impulsado a contárselo sin especificar de qué se trata. Una, ya lo sabe, es por lo que debo a esta crónica, y que no es otra cosa que la de intentar ofrecer el mayor número de detalles posibles dentro de lo que se me esté permitido para convertirla en ejemplar; la segunda consiste en mi deseo de que la curiosidad que pudiera haberse abierto en usted, suponga aportar un pequeño grano más al platillo de los pros que ayude a inclinar el fiel de la balanza a favor de su decisión de animarse a participar en Saber y Ganar; hágalo, es una experiencia única y si a mí, después de mi bochornoso papel no me ha comido nadie y además me lanzo a contárselo, con menos razón a usted, que peor que yo es imposible que lo haga.

CamisaDetalle

 En otro momento indeterminado pero, eso sí, anterior a la aparición de Juanjo por la sala común, la azafata nos avisó para que nos preparásemos porque nuestro programa iba a comenzar (supongo que con la reunión que se ha contado en los párrafos anteriores, mi participación en Saber y Ganar ya era un proceso iniciado). Pero la azafata, con su lunes encima, al darnos el aviso se me quedó mirando de hito en hito (¿tendré abierta la bragueta? ¿Me faltará un botón, un siete en el pantalón, quizás?). Después de mirarme unos segundos, se me acerca y me suelta:

- No puedes concursar con esa camisa. Ya te advertimos en la documentación que te enviamos a casa que no se podían utilizar camisas de rayas. ¿O no lo leíste?

Yo, claro que lo había leído, pero también es verdad que había visto programas en donde algún concursante llevaba una camisa rayada. – Además - argumenté-, estas líneas son muy finas…

- Pues por eso mismo –me rebatió ella-. Con determinadas rayas, si son anchas y de otros colores diferentes a los de la tuya (líneas finísimas a dos tonos, malva y ciruela, una camisa preciosa llevaba, oiga) no pasa nada, pero ésas que tiene tu camisa “salen mal” en la cámara ¿No has traído otra ropa?

- Pero… pero, es que es mi favorita.

- Pues no puede ser, tienes que cambiarte.

Como luego me concretó mucho mejor K., ese “salir mal” al que se refería la azafata es el efecto Doppler, y que tiene que ver con los cambios de percepción de las longitudes de onda, en este caso de la luz (los colores de mi camisa), que un observador (la cámara, usted) percibe de un objeto (yo) en movimiento. Al manifestarse el efecto Doppler por una relación movimiento-ondas, me tengo que retener al escribir este párrafo para no meterme en camisa de once varas porque, por una asociación de ideas que no me parece absurda del todo, me está asaltando la tentanción de encontrar una aplicación de este efecto sobre la relación ondas cerebrales/recuerdos con nuestro movimiento en el tiempo. Y no. Voy a abortar esta digresión ya que tendría que basarse en aceptar que el tiempo es una magnitud sobre la que te puedes mover y, aunque eso fuera cierto, luego tendría que argumentar que nuestro alejamiento del pasado, al envejecer, es un movimiento en el tiempo, así que mejor... lo dejo ir. Bueno, lo que importa es que, después de tanta indecisión y tanta cábala sobre mi indumentaria, tuve que echar mano a la carrerita de un polo de buen abrigo ¡de color gris! que había metido por precaución en el petate –sí, lo confieso, me temía lo de la camisa y aunque me quise hacer el tonto, no coló, que a la azafata la pagan también por este celo-. Así que, allí me tiene usted, para un concurso donde es imprescindible la claridad y rapidez mental, en un lunes y vestido de gris, desde luego una invocación al ensueño y no a la precisión, y yo sé lo que me digo… solo esperaba que con lo de entretiempo que era ese polo que estrenaba, no picara mucho y que no me fuera a cocer con los focos y los sofocones (Lo que, lamentablemente, terminó pasando, ambas cosas).

EfectoDopler

Y en ésas y en otras parecidas estábamos, cuando, de pronto, nos sobresaltó una orden animosa: ¡Venga! ¡Vamos para abajo!

No sé como contarlo sin pecar de reiterativo. Lo que ocurre es que el estado de obnubilación, de pérdida de conciencia sin traumatismo físico al que llegué en ese descenso, alcanzó un límite, una intensidad, que muy pocas veces me ha invadido en la vida, no sé, por traer aquí a modo de ejemplo algún estado similar alcanzado, pues mencionaré que se parece a aquél en el que me sumí en los primeros instantes en los que me quebró la noticia de que mi novia de entonces, tras una relación de siete años, estaba también conociéndose bíblicamente con un compañero de trabajo -sí, es la misma novia, el mundo es muy pequeño y la vida muy corta-. La diferencia de las causas es acusada ¿verdad? Pues sí, lo sé… pero así ocurrió. Sé que bajamos en grupo hasta un pasillo ancho en el que nos detuvimos ante una doble puerta cerrada. Y poco alcanzo a detallar más. Puedo decir que bajamos en grupo –un grupo tan indeterminado, como los momentos-, que la penumbra oscurece todas y cada una de las imágenes de ese recuerdo, que en el centro de la comitiva caminábamos Pedro, Jorge y yo en fila de a uno y que yo iba el último y que me rezagaba algún metro como el niño al que llevan por primera vez al colegio. Y que, después de descender un número indeterminado de escaleras, la comitiva se paró ante unas puertas cerradas, ya lo he dicho, en un pasillo ancho. Pero lo que me terminó por confundir fue algo que tendrá su razón de ser, no digo yo que no, pero que a mí, en aquel momento, me parecía absurdo, y es que, ante esas puertas cerradas, nos estaba aguardando otro grupo de personas –supongo que el equipo del programa-, y que ya mezclados, apelotonados, nos quedamos detenidos ante esas puertas esperando no se qué durante unos largos segundos ¿un minuto? No sé cuántas personas, cuántos segundos, no sé con qué intención aguardábamos, no sé si Jordi y Juanjo habían bajado con nosotros o estaban allí. No sé nada. La penumbra. Un fardo arrastrado. Un polo gris. ¿The Pretenders? Hasta que de pronto, las puertas se abrieron al plató al mismo tiempo que ¿oí?, ¿creí oír? diversas voces altas y decididas proferidas por algunos de los integrantes del grupo:

-¡Venga! ¡Adelante! ¡Vamos allá! Parecía como si quisieran alentarnos a traspasar la brecha recién abierta en el muro de una ciudad sitiada. Se lo prometo. Y ¿qué podiamos hacer sino agachar la cabeza y avanzar acuciados por esas voces altas...? Pero, ya le digo ahora que estoy a salvo, mi sensación al franquear aquellas puertas no fue la de acceder a la conquista de una ciudad, sino muy otra, como si los tres concursantes tuviéramos que ser escoltados para no escapar y que solo nos faltaran las esposas. Quizás decir que ese caminar arrastrando los pies entre jaleos me sugería una conducción hacia un cadalso sea muy exagerado, pero, no sé, que como si nos condujeran ante un tribunal en donde se nos iba a enjuiciar por algún delito grave, esa imagen sí sería muy adecuada para definir lo que me sugería aquella escolta.

timeandspace      Ya dentro del plató, algo de perspectiva sí que recobró mi cerebro. La penumbra continúa en mi recuerdo, pero el espacio recuperó su dimensión cúbica, sus aristas, su ámbito. El tiempo no se normalizó del todo –el tiempo nunca está normalizado, siempre es fluctuante, al menos en lo que se refiere a nuestra percepción de él, y que quizá sea eso lo que más importa, no que exista o que no exista-, pero al menos sí volvió a ser una dimensión mesurable para mí. Los operarios, los encargados del programa se fueron colocando en sus puestos –nosotros en el centro del plató y como centro de todas las miradas y atenciones-. Sé que me pusieron mi nombre encima de un pecho, que me colocaron un micrófono en un ojal del polo gris, que nos dieron algunas directrices, en fin, todo lo que hubieran querido hacer conmigo, oiga. Luego nos fueron presentando a algunas personas que iban a conducir el programa, a la regidora, a no sé quien otra, a no sé quien más… todo deprisa, deprisa. Finalmente, Jordi Hurtado, encaramado en su alto pupitre, me llamó… «Por favor, el nuevo, que venga para acá. ¿Es usted?» Y entonces me acerque al inefable, al incombustible Jordi…

- A ver, su nombre es –leyó en el folio donde tenía escritos mis datos-… Giorgi de tal.

– Sí, musité desde muy abajo. (Los dos estábamos abajo ¿recuerda? por mi abajo era mucho más abajo que el abajo de Jordi).

- Yo tengo aquí apuntado –continuó Jordi- que estudió usted Biología y Geografía e Historia y que es informático, responsable de la Unidad de Desarrollo, y esto y lo otro. Es eso correcto ¿no?

- Bueno, Jordi, las carreras no las acabé… y en cuanto al trabajo… lo era. –Aquí me armé de valor aunque mi tono no sé si resultó muy convincente. -Después de 38 años trabajando –continué-, me han despedido. Ya sabe, un ERE…, y a la calle. Pero bueno, entre un currículum desechado y otro, ahora me dedico a escribir un poco y llevo una página de libros. Se llama fragmentos de libros punto com. (Yo, sí lo reconozco, me había ilusionado con la posibilidad de que Jordi publicitara mi página en Saber y Ganar -y lo hizo, ¡vaya sí lo hizo!, por dos veces, con los resultados que usted ya conoce-) Bueno, además ese despido –concluí- me ha posibilitado venir a este programa, que era uno de mis sueños…

Sorprendentemente, Jordi, ante mi comentario, lanzó un rotundo y redondo: «¡Joder!» Luego, a micrófono cerrado, algunas alusiones sí que haría a esta moda maravillosa para las empresas y a las leyes que la permiten y hasta la alientan, pero voy a guardarme sus palabras exactas para no comprometerle. Pero le honran. Así que dejémoslo solo en ese ¡Joder! con el que me evidenció que éramos últimamente bastantes los que pasábamos por Saber y Ganar en circunstancias parecidas, y que unos buscábamos principalmente cumplir un deseo, pero sí que acudían otros por la necesidad del dinero.

- De acuerdo –terminó Jordi- creo que con esto tengo bastante para presentarle.

- Gracias Jordi. Y volví con mis compañeros.

- Bien ahora os ponéis todos en el centro –ordenó alguien- y cuando yo lo diga, os vais cada uno a vuestro sitio. Pedro y Georgi suben por la parte izquierda y Jorge, rodea el primer pupitre por la derecha.  ¿De acuerdo? Sí, de acuerdo, o vale, contestamos los tres. Luego se nos unieron Juanjo, Pilar y Jordi y formamos un semicírculo, ése que vemos a media luz al empezar el programa. Nos removimos un poquito hasta que oímos la tan perentoria señal… ¡Comenzamos!

Automáticamente, me volví y troté hacia mi puesto. Por unas décimas de segundo equivoqué la dirección y en vez de dirigirme hacia la derecha, en donde estaba mi pupitre, subí el primer peldaño yéndome hacia la izquierda. Rectifiqué al dar el saltito para salvar un segundo escalón. ¡Vale Georgi, bien empiezas, “patoseando”! –pensé- Espero que no se me haya notado… Pero no, no se me notó. Ahora, cuando reviso aquel programa, me doy cuenta de que, salvo para aquél que me conoce muy bien, no han quedado manifestadas en sus imágenes casi ninguna de las fortísimas sensaciones internas de ridículo, de fracaso, de impericia, de deseo de abandonar, que me fueron colonizando durante toda la grabación. Salvo un saltito que di hacia atrás abriendo los brazos cuando no recordé el nombre de Beatrice, poco o nada quedan en ellas del terremoto interno que viví. Y esto quizás sea una nueva evidencia de algo que ya se ha hablado aquí, que es siempre nuestro yo interno el que construye nuestra realidad cierta. Me parece imposible que, salvo el nerviosismo y en algunos momentos una especie de parálisis, nada haya quedado de manifiesto de lo que yo sentí y sufrí en aquel programa. Un buen amigo mío, aunque tampoco puede resaltar los detalles que ponen de manifiesto esos estados, lo concreta muy bien porque dice que no me reconoce, que la persona (per-sona, “por donde suena” –puntualiza-) que estaba concursando no era yo, que llevo una máscara puesta, de hecho –concreta-, en la imagen que aparece en la parte superior de estas entradas es más que evidente: no eres tú.  Bueno, ahora que lo pienso… discúlpeme pero para ejemplarizar este asunto de que creemos que se nos nota algo que no deseamos y resulta que no, que en absoluto, hay una historia antigua que voy a intercalar y que viene al pelo. No se desanime, es muy sabrosa y explicativa.

ComandanciaGeneralCeuta

 Hace muchos años, en Ceuta, yo estaba haciendo aquel servicio militar al que estábamos obligados los jóvenes españoles de entonces. No, no voy a contar mi mili, no se me apure. Mi destino era de administrativo en una sección del Estado Mayor. Entre los militares que trabajaban allí había un hombre recto –un simple sargento primero-, inteligente, de mirada tan inquisitiva y penetrante que te atravesaba, que parecía que podía leerte el pensamiento, el mío y el de cualquiera, que era algo que yo lo constataba diariamente cómo, hasta al soldadito más bragao, le dejaba clavado en el suelo hasta la media bota. Pero además, tenía la peculiaridad de hablar de forma muy suave y queda, sin gritos ni admoniciones desabridas, muy al contraste con la caterva de militares chusqueros que abundaba en aquella colonia en aquel tiempo. Bien. En Ceuta, la droga fumada, principalmente el hachís, era muy barata y abundaba entre la tropa –y el mando-. Por lo que yo puedo decir, al menos en mi Compañía, nadie se licenció sin haber catado aquel costo tan fuerte y puro que con tres escuetas caladas te ponía la cabeza, mínimo, al otro lado del continente, en Ciudad del Cabo, por ejemplo. Una tarde, después de la comida, volví a aquella oficina para el turno de la tarde... Pero, en el postre había incluido unas caladitas a un canuto de tres papeles que un gaditano –de Algodonales- componía muy diestramente y que compartimos en grupo en una camareta. Era chocolate del bueno, ¡vaya sí! Los ojos se me pusieron como cebollas rojas y los pensamientos e imágenes que creaba se paseaban en góndola a la luz de la luna por mi cerebro. Así no podía acudir al trabajo, desde luego. Así que, en vez de ensoñarme veinte minutos en mi camastro con la música de las esferas o de Eno, decidí lavarme la cara y, para despejarme, andar respirando fuerte el kilómetro que separaba mi Compañía de la Comandancia General de Ceuta, que era donde estaba destinado. Así lo hice. Se trataba de gastar un poco de energía y llegar pronto a la oficina para ver, si preparando antes el trabajo de la tarde, se me pasaba el cuelgue. Algo conseguí. Pero, hete aquí, que cuando, cinco minutos antes de la hora de entrada, estaba intentando meterme en harina sube que te baja legajos de los estantes, resoplando el polvo de las carpetillas que íbamos a necesitar esa tarde, apareció de pronto por allí el sargento primero del que he hablado. Glup. Bueno, no pasa nada. Como era perceptivo, le hice un rápido saludo de rigor poniendo cuatro dedos de la mano derecha en mi sien y le di las buenas tardes. Uno de los muchos derechos que sobré ti tenían (¿tienen?) los militares de rango superior es que, ese saludo, se debía de mantener hasta que él no te permitiera bajar la mano. Estábamos solos. Ante mi sorpresa, ese sargento primero se me quedó mirando fijamente y me preguntó:

- ¿Quién te ha dicho a ti que bajaras la mano?

Era algo absolutamente INSólito porque, al fin y al cabo, éramos compañeros de trabajo, nos veíamos todos los días mañana y tarde y nuestros saludos militares siempre los realizábamos con un mero gesto rápido. Pero yo, no podía pensar… Así que, como si me atravesara una descarga eléctrica, me cuadré ante él y volví a poner la punta de los dedos de la mano derecha apoyados en la sien y, con la voz más marcial que me fue posible, le medio grité:

- ¡A sus órdenes, mi sargento primero!

 Y así me quedé, sin mover un músculo. Él se me acercó muy lentamente, con la vista clavada en mis ojos chiribitosos y se me quedó parado a dos cuartas de mi cara. Aún dejó pasar unos cuantos segundos hasta que me hizo una nueva pregunta:

- ¿Y a ti que te pasa?

Yo, entonces, me quedé petrificado con la mano extendida en la sien, absolutamente corrido y haciendo verdaderos esfuerzos por dominarme, mientras él, recreándose, continuaba escrutándome hasta el más leve poro de mi cara a medio metro de mí. –Me lo ha notado –pensé-, se me ha caído el pelo. Evidentemente, al Prr3Papelesmenos en aquel tiempo, el consumo de droga, aunque fuese habitual y común en Ceuta, aunque fuese de la blanda, estaba muy penado por el código militar. Jodida situación. El hachís es una droga que expande el pensamiento porque borra o minimiza los topes artificiales de la cotidianidad –sociales, culturales, de comportamiento, grabados en el aprendizaje-, sin hacerte perder, sin embargo, el sentido de realidad; pero, por lo mismo, te hace más vulnerable, te deja inerme ante los demás, porque en cierto modo, derriba tus defensas mentales. Así que, mal asunto. Por mi cabeza galopaban, como cosacos en la estepa, unos cuantos miles de pensamientos; y mientras buscaba uno que me ofreciese la frase salvadora, se comenzaron a imponer, sin embargo, aquellos que me aconsejaban acabar con aquella tensión y franquearme, contar la verdad y luego apelar a la comprensión y a la magnanimidad que yo le suponía a ese sargento primero, porque le consideraba un hombre cabal, tanto en el sentido de la rectitud como en el de –esperaba- en el de la comprensión. Pero no, no sé cómo lo hice, no sé qué fuerza interna se negó a claudicar y aguanté el tipo como un campeón… sin rajarme, y allí de pié, mas tieso que un ciprés, en aquella posición un poco denigrante, me atreví a contestarle con voz rajada.

- A mí, nada, mi sargento primero. ¿Por qué lo dice?

Aún, aquel hombre me mantuvo allí durante quince segundos más hasta que hizo un movimiento hacia mí con la barbilla acompañándolo con dos nuevas preguntas:

- ¿Qué forma de vestir es ésa? ¿Te crees que estás en una fiesta? Yo, me miro y veo que, efectivamente, tengo el botón superior y el cuello de la guerrera desabrochados. ¡Ahí vaaa! ¡Lo siento mi sargento primero! ¡A sus órdenes! Y rápidamente me abotoné y enganché el corchete del cuello con una sensación de liberación que no puede usted ni imaginársela. Como ve, nunca podré olvidar aquel trago.

Durante un tiempo pensé que aquel sargento me lo había notado y que me ofreció una salida. Pero quizá no, quizás ocurrió lo mismo que pasó en la grabación de mi programa de Saber y Ganar, que mi tumultuoso flujo de pensamientos, mis sentimientos retorcidos y prensados, mi realidad interna, caminan por un lado y lo que de mí alcanzaron a ver los demás, fue por otro. Y que si yo llego a lograr “saber” esto cuando estaba participando, que no estaba haciendo el ridículo, que para los seguidores del programa que luego me verían concursar yo no era más que un concursante más, un poco más inepto que los que estaban acostumbrados a ver pasar por el programa, es muy posible, que mucha de la presión que me creé yo solito, se hubiese disipado.

 

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Entrada decimoséptima (Reclamo de un futuro que ya es):   

Una borrasca prematuramente desplazada hacia el norte desde el frente ecuatorial, nos ha sustraído la luz de septiembre, que es la luz más bonita del año. Una perturbación que no está permitiendo al verano morir como merece y nos gusta, transformado suavemente en otoño, con la languidez sentida. En las tierras más extremosas de España ha sido una noche complicada de lluvias arremolinadas y vientos desbaratadores que nosotros solo hemos sentido por el descenso de la temperatura, la pérdida de la luz-miel de las tardes de septiembre y una rara transparencia del aire.

Ahora, viajo en un tren rojo de Cercanías casi vacío hacia un destino cotidiano. Es mediodía en Madrid. No más allá de la una. El cielo está azul turquesa, casi verde, y la luz que tamiza pinta bonitos a los arrabales de la capital, casi siempre cenicientos, ralos, con una estética ramplona de escombros, chavolas y perros muertos. Dejo a mi mirada irse hacia fuera de la ventanilla del tren y pienso en esta entrada diecisiete, algo atascada. Se están alejando muy rápidas aquellas vivencias. Pero no importa. Miro hacia el cielo. Entre grandes claros de aguamarina observo unas cuantas nubes enormes que flotan casi inmóviles como icebergs suspendidos. Son de acusado desarrollo vertical. Los penachos, rizos, algodones, olas de espuma blanca de la parte superior, buscan la altura como la materia de un crisol activo. Son alardes preciosos, deíficos. Pero lo que más llama mi atención es la parte inferior de esas nubes. Son de color gris, muy oscuro porque no reflejan el sol, sino a nuestra tierra yerma enfriada de pronto. Y son absolutamente planos, como si las nubes estuvieran posadas sobre una bóveda de cristal que envolviera la tierra. Animales míticos que reposan su odisea dormidos en una capa celeste cercana. Observo a algunos de mis compañeros de viaje. Como yo, se distraen de la realidad del tren, de ese estar viajando, de la conciencia del presente. Alguno lee, canturrea una canción, parlotea o juega por el móvil, dormita. En el fondo, nada es real, nada sucede. Llegaré a mi estación y ese tren no habrá existido, mejor dicho, yo no habré estado en ese tren necesariamente. Lo que quedará en mí serán las nubes yunque, los arrabales iluminados, los distraídos viajeros, la causa por la que yo subí a ese tren, pero no el tren mismo. Aunque también quedan estas líneas en donde puedo reflexionar para concluir que lo que va ocurriendo tiene una importancia subsidiaria, que lo que hemos vivido en ese tren lo habríamos vivido de igual modo, en un parque o asomados a un balcón o, quizás, tumbados en nuestra cama; leer idéntico pasaje, canturrear la misma canción, parlotear o jugar, dormitar, ensoñar esas nubes. Por eso no importa demasiado que el tiempo haya pasado y pueda olvidar algún detalle de lo que queda por contar en esta crónica; porque lo que verdaderamente ocurrió está en mí; y reconozco que soy yo el que quito y pongo, realzo, olvido y deformo la sucesión de hechos cotidianos y los transformo en recuerdos engañosos, y así me hago la ilusión de que estoy viviendo; y ese tren, esas nubes, esos compañeros de viaje me transmiten que me estoy inventando mi vida y que la realidad, la realidad cierta, la vivo… dormido. 

Septiembre img

Peligro detectado: Encuentro una diferencia apreciable entre esta introducción a la entrada diecisiete que usted acaba de leer, con cualquiera de los comienzos de las entradas anteriores. Ha pasado demasiado tiempo desde la publicación de la anterior y una eternidad desde la de la primera, y percibo que están interviniendo fuerzas extrañas a esta crónica. Es evidente que las frases se han acortado y que el presente se revuelve reclamando su protagonismo. Y lo hace con un canto irresistible de sirena pérfida y juega a deslumbrar mis noches con visiones de lejanas hogueras, de las que prometen refugio a un caminante cansado. Y creo saber con qué me provoca. Con poderosas llamadas interiores, con realidades y vivencias nuevas que me exigen atención. Con sensaciones y pensamientos que necesitan expresarse y que me empujan o tiran de mí, y que buscan, por despecho, desasirme sentimentalmente de esta crónica que nos tiene atentos, para verla morir por desamor, por olvido. El mecanismo de consunción también es conocido. Le basta para iniciarse los pequeños rasguños que causan los desapegos o la inercia. Y luego, la herida se abre sola por la desatención y el hastío la mantendrá viva y sangrante. Indefectiblemente, si no hay reacción, triunfará el abandono final que resecará el espíritu de esta crónica hasta convertirla en una flor abrasada sin que su postrer llanto nos pueda ya conmover. Y aunque para mi mente no hay cuidado, porque está inmunizada a este tipo de venenos, sí debo protegerme de sus efectos para que no me alcancen demasiado profundamente, porque existe un riesgo cierto y fatal. Sé que la ponzoña que puede invadirme es indolora, oscura, y afecta en forma de una amnesia silenciosa y paulatina que la hace ser de las más peligrosas por su irreversibilidad, porque afecta directamente en el corazón extrayéndole el entusiasmo y la capacidad de amar… Así que debo darme prisa y continuar esta crónica frotándome la piel hasta enrojecerla para mantenerme alerta.

Cuidémosla, entonces… Allí seguía yo zozobrando por la sala común sin sacar los ojos de aquella pantalla donde el programa avanzaba con una rapidez desesperante. Las pausas eran escasas y menudas; de tres o cuatro minutos; los necesarios para subsanar algún mínimo contratiempo o realizar algún ajuste en la grabación. Por ejemplo, se detenía para recolocar las posiciones de los concursantes, o para comprobar en los libros u ordenadores que la respuesta dada por uno de los protagonistas era ciertamente inválida y para que Juanjo, a continuación, incorporara al cuerpo del programa la explicación del porqué lo era (ya recordará usted haber visto/oído estos incisos); o para limpiar el sudor o retocar el maquillaje corrido de alguno de los tres concursantes –por dos veces a mí, me tuvieron que recomponer el afeite de tanto que me descompuse-. (Espero que la magnanimidad del equipo de Saber y Ganar me alcance y que estos pequeños detalles, imprescindibles para dar consistencia, verisimilitud y color a lo que contamos, no sean considerados como una trasgresión al pacto de no revelación suscrito y que ya hemos mencionado aquí en varias ocasiones porque continuamente tengo presente la duda sobre lo que puedo, o no debo, revelarle a usted). Ah, sí, el desarrollo… 

MonteElbrusChalieWilsonRobertLangdonForrestgmWoodyCaptainJohnHJimLovell

 Recuerde, tras su traspiés en el monte Elbrus, Luisfer acudió a la “Ultima llamada” a la cola de la cordada. Como demasiadas veces ocurre para mi gusto (al considerar como excesiva la valoración con la que se pondera ese tema en comparación con otros más principales y omitidos), de nuevo aquella “Ultima llamada” fue cinematográfica. Esta vez, se trataba de identificar a personajes interpretados por Tom Hanks. Eran éstos: Charlie Wilson, Robert Langdom, Forrest Gump, Woody, Capitán John H. Miller y Jim Lovell. Sin mayor dificultad –eran buenos-, Jorge, Pedro y Luisfer atinaron a relacionar los seis personajes con las afirmaciones que de cada uno de ellos realizó Juanjo, por lo que esta prueba no sirvió para alterar el orden de clasificación ni las cuantías acumuladas… Así que Luisfer se convirtió en el centro de mi atención porque iba a ser de él del que iba a depender mi entrada inmediata al concurso o no. No estaba mal. En aquel momento valoré que, teóricamente, era lo mejor que podía haber ocurrido porque, aunque Luisfer iba a afrontar su primer reto en nueve programas, era evidente que más experiencia que sus dos compañeros sí que tenía, y, lo más esperanzador -un tesoro en estas circunstancias- es que podría utilizar el sonriente comodín Comodín que, para su infortunio, no había utilizado cuando se propiciaba. Esto significaba que podría cambiarlo por una de las palabras del reto y así bastarle con encontrar seis, y no siete, para superarlo, así que…

Pero…, con lo que no contábamos ninguno de los dos, es que Luisfer se encontraba, como yo, en un día calamitoso. No solo lo declaraba su error infantil en “El Duelo”, sino que, ahora, revisando aquel programa, se le nota tenso, desconcentrado, incluso, en algunos momentos, crispado y pasando las de Caín. Quizás no sea así, porque yo no estaba en su pellejo. Pero estaba en el mío y, desde luego, cuando él entró en la sala común después de la eliminación, apareció demacrado, ausente, casi sin voz. Recuerdo que yo le comenté -¡Vaya mala suerte que has tenido con el reto! ¡Qué difícil te lo han puesto!-, él apenas susurró un ¿sí? y yo creo que ni me vio, una sombra molesta, si acaso. Luego se mantuvo unos instantes como perdido, sin saber qué hacer, hasta que se sentó y cerró el ordenador portátil que yo había visto sobre la mesa y que resultó ser el suyo.

Y ahora, aunque quizás a usted le parezca innecesario, no puedo dar por sentado que todas las personas que hayan llegado hasta este punto conozcan necesariamente la mecánica de la prueba de “El Reto”. Y hasta cabe la posibilidad de que puedan haber transcurrido, no sé, ¿cincuenta años?, desde aquel día de mi concurso hasta que esta entrada esté siendo leída; y puestos a elucubrar, hasta pudiera ser posible también que lo esté haciendo algún usted aún no nacido hoy, cuando esto se escribe. Nunca se sabe. Aunque no nos asombraríamos que, visto lo visto, y por dar carrete a lo que corre por la red sobre Jordi Hurtado, el programa de Saber y Ganar continuara en antena dentro de ese medio siglo y, por supuesto, con incombustible Jordi como presentador, ¿o no?. Pero, por si acaso, voy a explicar esquemáticamente en qué consiste en Saber y Ganar la prueba de “El Reto”. Es muy sencilla de entender. “El Reto” es una prueba definitiva porque se enfrenta a ella aquel de los tres concursantes que ha quedado el último en puntuación al final del programa. Tanto si lo supera como si no, el dinero que haya ganado es suyo, nunca lo pierde. El castigo de la no superación supone la eliminación del programa y ser sustituido por un nuevo concursante –en este caso, yo ocuparía la vacante dejada por Luisfer-. Superar el reto se premia con la continuidad en el concurso, y se logra al encontrar las siete palabras que responden a las siete definiciones enunciadas por Juanjo Cardenal y que están extraídas del DRAE. Para ayudar a conseguirlo, se ofrece como pista una relación con las tres primeras letras de cada palabra buscada. Esta lista de iniciales no guarda necesariamente el orden con el que se van planteando las definiciones. La prueba hay que superarla en un margen de 50 segundos.

 “El Reto” que plantearon a Luisfer, me resulta sencillo de resolver. Eso me parece hoy y creo que no me equivoco. Usted lo podrá juzgar luego. Los plantean mucho más complicados, con algunas palabras nunca oídas, rebuscadas o definidas con sus segundas o terceras acepciones en el diccionario. El comentario que le hice a Luisfer cuando entró en la sala eliminado, sobre que me había parecido un reto difícil de resolver, no demuestra otra cosa que el hecho de que yo tampoco lo hubiera salvado en aquel momento. Pero, ni ése, ni los dos que me plantearon un poco más tarde –sí, dos, ya se lo cuento cuando llegue el momento- ni ninguno de cualquier otro programa que podamos elegir a boleo. Y demuestra también que no estoy cargando las tintas sobre mi estado-piltrafa, y que mi impotencia mental de aquel día, era real. Le comenté que su reto me había resultado complicado porque, para mí, los retos con mayor dificultad son aquellos en los que las iniciales de las palabras son muy genéricas, es decir que son prefijos compartidos por un buen ramillete de ellas. Por ejemplo, PRE, CON o EXP, abren mucho el abanico de palabras que “caben” como respuesta y, además, algunas de ellas nos parecen hasta sinónimas al oído o al habla común; y aunque, casi siempre -sí, digo casi siempre, quédese con las palabras recostar y reclinar-, solo una de ellas responde específicamente a la acepción que ha leído Juanjo, se hace muy dificultoso en ese instante de tensión diferenciar el matiz que las singulariza. Decenas y decenas de buenos concursantes se han caído por ese terraplén. Por ejemplo, en una definición que busque la palabra EXPoner y te obcecas, contra el reloj, en la palabra EXPlicar, pues ya se hace complicado que salgas del hoyo. Y en la lista de Luisfer, aparecieron tres palabras que comenzaban por PRE, FOR y SUP, y a mí estos dos últimos prefijos, también me parecen que podrían enmarcarse en el grupo de los ambiguos, aunque, finalmente, no lo fueran. La PRE resultó bien definida e inequívoca. Y las otras dos, aunque menos, tampoco abocaban en demasía a la confusión. Bueno, es posible que Luisfer no esté de acuerdo con esto y tendrá razón, porque yo desconozco cómo lo vivió él internamente. Será cuando llegue mi turno de fracasar en “El reto” cuando pueda profundizar algo más y, además, enriquecerlo con lo que sepa añadir de lo que se me pasaba por la cabeza o sentía en ese momento. Que quede claro que me voy a detener a detallar la prueba de Luisfer únicamente porque me afectó a mí decididamente, y porque la viví, si no arrodillado salmodiando mis plegarias para que la superara (no fuera a ser que alguien –la azafata, por ejemplo- entrara en la sala en ese momento y me sorprendiera de esa guisa); sí con el aliento contenido y el alma en un puño, como suele decirse; y suplicando, y mucho, para mis adentros, para que Luisfer saliera con bien del atolladero.

Y ahora, a por él. Les radio el reto que nos causo el dañó.

La lista de iniciales era esta:

PanelCompleto

Juanjo comienza con las definiciones, 50 segundos para resolver:

  1. Que tiene ansia o deseo vehemente de algo.

    AMBICIOSO.  Correcto. Comenzamos bien.

  1. Cosa o accidente que se añade a otra cosa para hacerla íntegra o perfecta.  

    Luisfer, sorprendentemente pronto, es decir, sin agobios de tiempo ni bloqueo ante una palabra torcida, solicita gastar el comodín.

     SUPLEMENTO, contesta por nosotros, Juanjo.

  1. Poner derecho lo que está torcido.

    ENDEREZAR. Correcto.  Bien, ya no tenemos comodín, pero solo restan 4 para completar el reto y… aún contamos con 37 segundos. El panel se encuentra así:

Panel A4palabras

  1. Concisión y exactitud rigurosa en el lenguaje y estilo.

La respuesta parece evidente. ¡Venga, Luisfer! -Paso, contesta sin detenerse demasiado.

  1. Dar la primera forma con el martillo a cualquier pieza de metal.

Aquí perdemos mucho tiempo. Luisfer no encuentra la respuesta exacta, aunque sí localiza las tres iniciales con las que se corresponde. Intenta hasta tres palabras que comienzan por FOR, pero no da con ella. ‘Formonear’, una de ellas, se la ha ofrecido un cerebro exigido y confuso. Finalmente, pasa y restan 21 segundos. Estamos en el límite. No puede haber más errores.

  1. Que no se puede quemar.

   Luisfer, vuelve a encontrar el prefijo correcto, INC, pero el control ya parece perdido porque la respuesta que da, incandescente, es casi un antónimo de la correcta.

  1. Corredor descubierto o con vidrieras.

GALERIA. Correcto.

 Pero solo faltan 9 segundos para el fin de la prueba… y tres palabras aún son incógnitas… Casi estamos apañados.

        Acabada la ronda de las siete definiciones, Juanjo, reinicia la rueda:

  1. Concisión y exactitud rigurosa en el lenguaje y estilo.

Un “palabro” intentado, y sanseacabó.

Ojo, todo lo escrito sobre este reto se ha hecho con el mayor de los respetos del mundo. Le adelanto, para que no haya tergiversaciones, que en mi reto, con la desesperación final ante una palabra sencilla que no afloraba a la conciencia, yo balbuceé, ante las iniciales en el panel LUC, la palabra LUCIERNAGA para la definición ‘Astro de los que parecen más grandes y brillantes’ así que, aquí, cualquier cosa menos regodeo por mi parte…

Es claro que ahora, para usted, le resultará cómodo decirnos que las definiciones que se quedaron sin respuesta en ese reto con las iniciales FOR, PRE e INC, no son muy complicadas. Y tendrá razón porque no lo parecen, pero allí, créame, se vuelven de imposible solución. Evidentemente, las respuestas correctas eran FORJAR, PRECISO e INCOMBUSTIBLE. Una pena.

La consumación de la infeliz eliminación de Luisfer supuso un cambio radical en mis procesos físicos-psíquicos. Que iba a entrar a concurso ya era inevitable desde que yo tomé la decisión y el programa me admitió como concursante, pero fueron su inminencia y la desaparición de cualquier posibilidad de escape racional, las que me dispararon la adrenalina hasta el límite en el que desaparecieron de mi foco de conciencia todos los átomos del Universo que no formaran parte de aquello y yo mismo, mis pasos, lo que veía, lo que intercambié con mis compañeros, la breve visita que me hizo K. para darme ánimos, para apoyarme con su familiaridad; lo vivía –ya está escrito en otra entrada, pero era en ese instante cuando comenzó lo mejor del baile- como si me movieran con hilos, sin autocontrol ninguno. Y desde luego que Queen, estaba tan lejos de aparecer en mi conciencia como el vigésimo planeta de la estrella 1.898.759 de la galaxia Abell 1835 IR1916(*), si es que existiera. 

 Abell 1835 IR1916     (*) Busqué una galaxia lejana y finalmente he elegido esta, Abell 1835 IR1916, porque era la galaxia conocida más lejana a la Tierra hasta el año 2007. Está a una distancia de cerca de 13.000.000.000 de años luz, es decir. que se la puede observar como era hace esos 13.000 millones de años. Por lo que, su observación, nos permitiría el estudio de cómo ¿evolucionaba? el Universo tan "solo" unos 1000 millones de años despues del Big Bang.

  

 

 

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Entrada decimoctava (Del quebranto a la muerte dulce):   

Dicen bien aquellos que pueden, que una de las reglas que no puede infringir un autor al escribir ficción, sin ser considerado un farsante o un fullero, es que en su obra no deben quedar sin satisfacer ninguna de las expectativas que haya podido crear en el lector y de las que se ha servido para conducirlo, como la zanahoria delante del traqueteado burro, hasta el final del relato. En uno de los manuales más serios y reconocidos que sobre el arte de crear ficción se han escrito, el autor –Gardner- incorpora un ejemplo cabal para explicar esto de forma muy didáctica. Dice que si en un determinado relato aparece un sheriff del que se especifica que es doctor en Filosofía, se crea la expectativa en el lector de que esos conocimientos filosóficos le serán necesarios para la descifrar una clave, cuando no para desentrañar el misterio de la trama; y que si la filosofía no se menciona ninguna otra vez en el relato, ni explícita ni implícitamente, «el escritor ha hecho un trabajo descuidado, zafio, cuando no malicioso o cínico, y el lector queda insatisfecho y molesto, burlado en su inteligencia».

BurroYZanahoria      No quisiera yo que ocurriera cosa parecida en este relato que nos aúna; aunque soy consciente de que, cuando al día siguiente del desengaño, unas tres o cuatro entradas más adelante, esta crónica se funda en negro con un paseo de recomposición por aquel polígono de San Cugat encajado entre montañas verde y neblina, armonizándome sin esfuerzo con mi realidad liberada y envidiable, con los leones de Queen rampando juguetones en mi memoria, reconfortado de los sinsabores por el sol tibio de una mañana nueva; en ese momento final, serán muchas las preguntas abiertas en estas páginas que no habré sabido responderle, muchas las expectativas que habrán quedado en la inclusa de lo olvidado, per sécula seculorum.

Pero eso sí, siempre podré justificarme señalando que esta crónica no es ficción en absoluto, sino un relato riguroso constituido por hechos ciertos, aunque estén intrincados con las evocaciones de mi realidad interna, la que construye mi vida real, la sentida. Y no siendo ficción y sí pasado reconstruido, no podemos censurar de esta crónica, ni usted, ni yo, el que se haya deslizado a trompicones y que quede abotonada imperfectamente; porque no lo habrá hecho muy diferentemente de cómo nos transcurre la vida a nosotros, los comunes: sin libreto, a mata caballo, a veces absurdamente, y repleta de expectativas y respuestas no satisfechas ni resueltas; y con parecidos riesgos e incertidumbres que los que afrontaban aquellos viejos cascarones que atravesaban los mares hacia un destino impreciso y que, singladura tras singladura, exponían su buen fin a lo que los dioses elementales quisieran disponer para la jornada.

De todos los cabos sueltos que permanecen enredados entre lo que llevamos relatado, se encuentra el de un personaje que parecía fundamental en estas entradas y que finalmente no sé muy bien cómo anudarlo, cómo podría hacerle aparecer por aquí para algo que tuviera relevancia en lo que nos resta por contar. WGate GPEvidentemente, me refiero a K. Surgido en el relato como una expectativa que nos prometía un papel cimero de «garganta profunda», (apelativo sugerido en un comentario, en la ya lejana entrada nueve, por lonok de Vortexio, un curioso lector de estas entradas hasta ese momento), quedará, sin duda y como suele decirse, diluido como el caldo de un asilo; únicamente, como protagonista de una escena algo chusca, una velada incidental, una especulada influencia por desatención en el estado de animo desangelado que me poseyó en la víspera y unas frases animosas, rubricadas amistosamente con las pertinentes palmaditas en la espalda, y con las que intentaría alentarme después. Pero yo, poco más puedo hacer. Ya he calificado su teórica intervención de confidente (en bastantes y destacadas ocasiones para que quede bien patente), como la de un papel de topo frustrado; un papel que nunca confié en que fuera posible representarse por motivos que ya se expusieron y que, además, él, ni quiso ni era capaz desempeñar, como también se dijo. E insisto, ¿qué puedo hacerle yo? Si ha seguido con cierta atención lo que llevamos escrito, debería coincidir con este cronista en que mi amigo K., no podía, de ninguna manera, ser eludido de este relato. Además es cierto –casi todo lo contado lo es-, que jugueteé mentalmente con ese papel de K, ponderé esa posibilidad en un esbozo primario que nunca traspasó los límites de una idea. Siendo esto así, y que, ciertamente, él me recibió y me acompañó esos días y aunque no nos dé para mucho más, ha sido inevitable y relevante su mención particular. Sé que es una decepción que K. no sea protagonista de una acción peliculera y lamentaría que se hubiera convertido en una zanahoria (ojo, es una metáfora, aquí no hay burros). Lo siento. Esto es realidad y no ficción, y la vida, ya sabe usted, después de la niñez, deja muy poco margen para la fantasía.

De todas las formas, K. había visto en directo la grabación de mi programa e inmediatamente después de mi eliminación acudió raudo desde su puesto de trabajo hasta la zona común a la que yo acababa de regresar; y estuvo muy al quite para comenzar a descomprimirme; al menos, ese papel de enfermero-psicólogo, sí que lo improvisó bien. Me notó tan zombi, que me sacó de la sala y me condujo hasta la pasarela del fumeque. Sacó tabaco, dos cigarrillos. Me puso uno en los labios y lo prendió. Luego encendió el suyo y dimos un par de caladas mirándonos a los ojos. Luego, me puso la mano en el hombro y comenzó a animarme:

 - ¡Que no pasa nada! ¡Ya te lo decía yo! ¡Que es que esto es muy difícil! Y por si te sirve de algo… a mí me habrían eliminado también. Yo solo me sabía la de Tombuctú y… esa otra…, la de la prevaricación. De las demás, ni idea-. Podía haberme servido. No era de poco valor lo que K. me aportaba. Él se juzga, con una actitud que algo tiene de Peter Pan, de indocto o de desmemoriado o de cosas peores, según el caso. Pero no es la verdad.

Pese a la buena intención de K para que me tranquilizase, en aquel momento, yo no podía quedarme parado y me dediqué a recorrer la pasarela con unos cuantos pasitos de voy y vengo, con la mirada baja, tirada en el suelo. Iba tres metros, volvía dos. Iba dos, volvía cuatro. Daba largas, automáticas chupadas al cigarrillo mientras gesticulaba, hacía aspavientos, cabeceaba y gruñía para mi coleto frases despechadas:

- Lucero del alma mía, lucero de mi querer –canturreaba, tocadísimo- ¿Y la HERramienta? ¡Y la pu-ñe-te-ra HERramienta. ¡Qué huevos me dices de la HERramienta! ¡Un genérico ¡Era un genérico!

- ¡Es verdad, tío, yo tampoco di con ella! –Me echó un cable K.-Pero es que la definición confundía ¿no? Yo, buff, también buscaba un instrumento preciso y no ese genérico... Y, luego… no me digas, lo de las ciudades inglesas a ti… ¡No me jodas! A mí, hubo dos que me parecían evidentes y resulta… ¡Y no son las que te preguntan! Desde luego, es que has tenido mala suerte…

GeorgiZeroEurYa salió. Era lo mismito que yo le había apuntado a Luisfer cuando le eliminaron. Fuera o no fuera verdad lo de la mala suerte, tanto K. como yo expresamos lo que sinceramente pensábamos; y eso significaba asumir que la suerte existía, incluso en un programa como Saber y Ganar. Continuamos un rato así. Yo rumiaba el descalabro; K lo relativizaba. Yo me justificaba, y K., también. Y me reconcocomía, me metía bien la barrena a fondo y mi amigo tiraba de ella hacía fuera como podía, me planteaba planes para el futuro inmediato, perseguía desviar mi atención hacia asuntos ajenos. Poco a poco, la “cosa” fue suavizándose. Una llamada de teléfono para informar de mi estupendo resultado: Eliminado a la primera con cero euros de premio. Es una broma de las tuyas, ¡qué cachondo eres!… –oía al otro lado del teléfono. -¡Ya quisiera yo! –contesté. No me creían, ¿esperaban algo más? Bueno, como yo. Otra llamada. –No me vaciles, Giorgi, dime la verdad- ¡Que no, que no! Que no te vacilo, ha sido un desastre. Y así. Finalmente, esta primera fase –la de despresurización- del largo proceso come-come post-eliminación, concluyó. Me detengo un poco en ella por si sirviera. Además, si usted ha estado hasta aquí interesado por conocer cómo sucedió y cómo fue vivida esta experiencia de participación en Saber y Ganar al nivel de profundidad en el que se está contando, debo superar la pereza y analizar un poco esta primera fase, los estados sicológicos-cordiales por lo uno pasa en los minutos posteriores a la eliminación.

Es evidente, el proceso, comienza en el instante en el que oyes a Jordi Hurtado decirte: "¡Tieeempo! ¡Ooooh! ¡Qué pena! ¡Dos palabras tan solo! Giorgi, ¿qué ha pasado? ¡Los nervios!, ¡los nervios!..., porque seguro que las conoce. ¿Y son, Juanjo…, por LUC…?" Con un nudo en la garganta y los ojos vidriosos, vas acompañando con un sí cabeceado cada aclaración de Juanjo y musitas las palabras según las quitan la máscara y te dices: ¡LUCero!, y por dentro te ciscas en la madre que parió a Paneque… pero ¿qué me ha pasado? Cuando llegue su momento analizaremos esas palabras que se negaron a ser succionadas por la conciencia desde el bombo donde danzaban saltarinas junto a todas las probables, como las bolas con los números en el bombo de un bingo. Bueno, en ese instante, lo que deseas por encima de todo –lo que yo deseé- es… huir.

GottfriedHelnwein F E C

Obra de Gottfried Helnwein, fotógrafo y artista plástico de origen austriaco.. 

  Imagen tomada de la exposición Fe, Esperanza y Caridad en el museo Nacional de San Carlos en Ciudad de México, México 

 

Debo confesar ahora, que no han sido pocas las veces en las que he estado convencido de que alguna parte de mi inconsciente me había traicionado. Es decir, que no era ninguna barbaridad pensar que aquel Reto sencillote lo hubiera fallado adrede. No sé, para liberarme de la presión, por ejemplo, o como contestación a la responsabilidad impuesta (muy rara, auto-impuesta, pero con su origen puesto en otros, inocentes al menos en este caso) o… para disfrutar de las consecuencias del fracaso. Vaya desatino esto último ¿verdad? Bueno. Por qué no podría ser posible. No sería algo nuevo. Supongo que hay personas que se solazan con la lástima que dan, por las palabras alentadoras que oyen, los ánimos, las condolencias que reciben, quizás hasta caricias consigan…, no sé. Seguro que usted ha conocido a alguien. Algo de esto podría ser una característica menos evidente de los llamados “perdedores”, a sumar a las conocidas –el consabido miedo a ganar, por ejemplo-. Además, todos somos todo. O, mejor dicho, todos tenemos algo de cualquier virtud y de cualquier defecto –moral, me refiero- en mayor o menor medida. Yo, a veces, me he puesto a analizar cuántos de los Pecados Capitales quebrantaría si fueran pecado y no características tan ajenas a la voluntad y tan permanentes en el espíritu como para que no se pueda hablar de culpa. Está claro que los siete, aunque solo en un par de ellos más inevitablemente. O cuántas Virtudes Teologales o Cardinales me adornan. Las siete también. Aunque, y por no romper el equilibro, solo dos aparezcan más acusadas. ¿Entonces? Y más posibilidades temerarias para esa posibilidad bárbara. ¿Coexiste en mí algún yo –ya sabe- que deseaba el fracaso del todo? Lo creo improbable o, al menos, estaría muy aislado, con el cepo puesto en aquel momento… pero ¡ay!, sediciosos embozados, siempre pueden rular por ahí con su felonía presta.  No sé, no termino de creerlo en mi caso, pero todo puede conjeturarse sin necesidad de demasiados sofismas. Digo que no es descartable. Nada más. Y luego, con una menor complejidad, está lo de no querer soportar más presión considerando la liberación un premio mayor que el que se conseguiría continuando... o lo de la responsabilidad ajena –no triunfo porque eres TÚ el que me exiges ese triunfo, aunque sea un prejuicio en perjuicio mío-.

Consumada la eliminación, escuchadas las aclaraciones de Juanjo sobre las palabras huidizas, Jordi te despide cordialmente hasta más ver. No sé porqué –quizás sí, ya lo ampliaré cuando esté dentro-, durante todo el programa estuvo muy deferente conmigo. Ya le conté que en la última ciudad inglesa que tuve que identificar en la prueba de la “Última llamada”, Jordi, llegó a señalarme la respuesta, Coventry, en el panel interno. Y ahora vuelvo a ello porque, cuando comenté esta circunstancia en una entrada anterior, califiqué esa ayuda de Jordi como de ordinaria cuando la respuesta a esa última opción –sea fallada o acertada- es inocua. Pero no es así. Fue una gentileza del presentador para conmigo ya que he constatado en programas posteriores, en una coyuntura idéntica a la mía, que Jordi no ofreció esa ayuda –o sí la ofreció, pero el concursante no hizo caso a la indicación-, porque la respuesta dada fue errónea. Pero lo que, desde luego, no esperaba ni por asomo, era que Jordi me despidiera realizando una mención explícita a la web de mis desvelos en donde se están publicando estas entradas, y que entonces estaba en puras mantillas –dos meses tenía, con apenas veinte libros, salpicada de errores de navegación, secciones inacabadas, links conducentes a páginas inexistentes, imágenes desubicadas…-, con un publicitario «Le deseamos mucha suerte en esa fantástica iniciativa: fragmentosdelibros.com» (el nombre lo vocalizó muy lenta y muy nítidamente, para que se grabara bien en los teleespectadores)  Un encanto, Jordi Hurtado. Lo que él no podía predecir –ni yo-, es que esa promoción me iba a representar un deslome de catorce horas diarias –un día por otro, sin exagerar- para intentar conseguir dejar una versión escueta pero apañadita de la página que soportara la barruntada entrada masiva de ojos que la escrutarían el día de la emisión del programa. Así sucedió. Miles de ustedes ponderaron lo sonrosado de la criatura. Fue algo así como cuando nombran rey a un niño de cuatro años que, aunque no puede evitar manchar el armiño con el babeo del chupa-chups, se mantiene impávido en su trono-trona. Yo quedé superado –era un neófito completo- por mensajes amabilísimos como: “Hola, vivo en Caracas, Venezuela y supe de Uds porque no me pierdo "SABER Y GANAR" , estaba presentándose el Sr. Giorgi y Jordi hizo mención a su página, la cual estoy leyendo y me parece muy buena. Mis mejores deseos y sigan adelante!o “Me parece una muy buena iniciativa. Ya teneis una nueva seguidora. os deseo mucha suerte“, e incluso publicidad me llegó de editoriales y algún consejillo “Me parece una labor muy encomiable, lo felicito sinceramente ya que es una página muy interesante.Lo que si le recomendaría incluir los libros clásicos, por ejemplo Tolstoi, Victor Hugo, Balzac etc, etc“. Así que, por tres o cuatro días, anduve contestando correos de agradecimiento y, mal que bien, la página, dentro de su endeblez y su falta de carnes, aguantó el chaparrón.

CorrilloFinal

En el cierre del programa, Pilar, Jordi, Juanjo y los concursantes formamos medio corrillo en la penumbra. Aparecen los títulos de crédito y parece que tenemos azogue porque nos movemos bastante. Es un comportamiento mimético para el que no se dan directrices previas, simplemente tú lo has visto hacer en la televisión y lo repites. En ese agrupamiento intercambiamos comentarios de una forma muy amistosa como si fuéramos una familia bien avenida. Recuerdo que Jorge me palmeó el hombro y que fue Pilar, a mi derecha, la que me dio palique. Me quejé un poco de los agujeros de mi memoria y Pilar, muy cariñosamente –sí, esa es la palabra, profesionales todos, ya lo he dicho-, me comentó: «No te preocupes, tómatelo como lo que es, un simple juego. A muchas personas con un nivel alto les ha pasado, y a muchas otras les va a ocurrir» –tome nota-. Y ésa es la continuación inmediata al proceso post mórtem metafórico que estamos analizando. Esa reunión de la despedida está muy bien pensada. Posiblemente programada con la sana intención de ofrecer una imagen de equipo unido, sin distinguir individualmente a nadie, distribuyendo equitativamente el mérito que el programa grabado pudiera tener entre todos los protagonistas visibles. Pero también tiene un efecto paliativo para el eliminado. ¡Ay, de ese concurso en el que, cuando te eliminan, se abre el suelo y te traga un agujero! Unos desaprensivos algo sádicos son esos guionistas y un poco indolente e inconsciente el público al que le gusta eso. En Saber y Ganar te integran como uno más aunque, eso sí, seas el que ha representado el papel de malo torpón. Lo cierto es que, y eso es lo que define este proceso al que me refiero, no es hasta bastante más tarde cuando se pierde la sensación de compañía, de arropamiento, de protagonismo en el programa. Cuando sales del plató, notas el sudor frió en la cara, la irreversibilidad, y subes a la zona común turulato y reviviendo de muchas formas en tu cerebro lo que acaba de sucederte. Ya le he contado lo que pasó después con mi K. Así que, sí, el proceso psíquico-cordial de los primeros minutos al que nos estamos refiriendo lo identifica precisamente la sensación, más bien la seguridad interna instintiva, de que continuas perteneciendo y permaneciendo en el programa, aunque estés eliminado. Eso es. Y se extiende desde que tu eliminación es un hecho hasta que asumes finalmente que ya no pintas nada allí, en TVE, que ya no eres del programa. No te invitan a irte, no te molestan –de hecho me invitaron a comer junto con el resto de concursantes, “vivos” y futuros-; pero llega de forma natural el instante en el que ya te sientes un extraño, ajeno al mecanismo, y que si te tomas un café o te comes una media luna en la sala común, nadie te lo reprochará, pero te asalta la duda de si deberías haber depositado alguna moneda en un platillo dispuesto para ello o pagárselo a la azafata, porque perdiste el derecho.

Bueno, otra vez escaso de espacio como para llevar por fin esta crónica hasta las puertas del plató de Saber y Ganar, que es lo que pretendía. Por muy poco, casi lo consigo. Pero me quedo satisfecho, lo importante es que no quería yo guardar un orden cronológico riguroso de lo acontecido para no salir de ella con lo que se ha contado en esta entrada sobre la post-eliminación y así no dejar una última impronta desvaída de mi participación; la de ver como este cronista transita naturalmente desde el quebranto y la pataleta hasta una muerte dulce sin rastro de épica. No. Ya está contado como fue y ahora nos resta narrar la contienda, con Giorgi, como el Caballero de la Triste Figura, en pelea excéntrica contra sus molinos; y, finalmente, la huella, la impresión que dejará esta crónica, salvo el necesario epílogo, será la de una derrota total pero con la honra de haber querido aceptar la batalla contra fuerzas desiguales, como Héctor, mi héroe por antonomasia, un héroe derrotado.

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Sweet Death 70cm x 50cm – Art Work: Gonzalo Villar – Photo: Andrey Stanko

 Jordi Hurtado y Juanjo Cardenal existen. No puedo asegurar que sean palpables, pero visibles sí que lo son.

– Mira, ahí vienen – me apuntó K. Estábamos en un pasillo, cerca de la salida a la pasarela del fumeque.

Dirigí la mirada hacia donde K me había señalado con un movimiento de la barbilla y los vi venir desde el fondo del pasillo caminando hacia nosotros.

Son una pareja de tamaño acusadamente disimétrico. Venían hablándose. Pasaron junto a nosotros sin saludar –éramos desconocidos- y con paso rápido se perdieron tras una doble puerta metálica. Así se me presentaron por primera vez.

Anteriormente, ya me había saludado afectuosamente con Jorge y Pedro, mis compañeros en la lidia. Desde el primer momento, me sorprendieron y me sorprendí por el fuerte sentimiento recíproco de pertenencia al mismo bando. Yo sabía que ese era el espíritu que caracterizaba a los concursantes de Saber y Ganar y que, salvo alguna tensión que ha trascendido puntualmente, parecían prevalecer entre ellos los buenos deseos, la empatía mutua, la solidaridad, la conmiseración para con el desacertado. Ahora puedo asegurárselo a usted: la rivalidad entre los concursantes no existe. Jorge y Pedro me relegaron hasta el Reto y en ningún momento sentí animadversión contra ellos, sino todo lo contrario. Desde el primer momento reconoces que tus enemigos son muy distintos, las pruebas, los nervios, las respuestas que se te resisten, tus bloqueos, nunca ellos.

En un momento indeterminado, la azafata me condujo hasta la sala de maquillaje. Era la primera vez que yo estaba en un sitio de esos y me decepcionó un poco. Lo recuerdo como una simple peluquería, sin un detalle especial. Salvo tres mujeres que parecían zanganear un poco sentadas en unas butacas negras, no había más clientes. Una de ellas, en cinco minutos, me apañó la cara con un poco de polvo neutro, un algodón y unos pinceles. Yo iba bien afeitado y me miraba en el espejo sin notarme ningún cambio. No es que me esperara salir de allí pintarrajeado, pero no sé, por fijaciones de la imaginación juvenil, sí, a lo mejor, con alguna línea discreta de ojos, unos labios más brillantes, que me quitarán algún pelillo rebelde, que me descubrieran un peinado favorecedor… ¿quién sabía? Creo que solté algún chascarrillo ligero que no produjo ni el más mínimo efecto. Su trabajo y su trato fue tan aséptico como el de mi azafata. La maquilladora me respondió algo así como «es que las cámaras lo captan todo». Supongo que se refería a que denotan la más mínima imperfección del rostro. Yo me quedé serio y me resonó otro de mis muchos ¡glups! de aquellas horas. Lo comentó con el tedio propio de un quehacer cotidiano. Pero era inocente, no podía saber que yo lo entendí como si me hubiera espetado: «Cierra la boquita, majete, o te miento la culebra; que es lunes y no tenemos el cuerpo para bromitas insípidas», así que...

En otro momento indeterminado, apareció por la sala común Juanjo Cardenal...

 

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Entrada decimosexta (Perspectivas desde la capilla):   

         De entre las diversas diatribas que el indócil y excelente escritor colombiano Fernando Vallejo ha ido esparciendo por el mundo literario en artículos y entrevistas sobre su compatriota Gabriel García Márquez y su obra más afamada, Cien anos de soledad, a mí, la que me viene más al pelo para esta entrada, es aquella en la que afirmaba, más o menos, que Cien años de soledad no era más que una novela que se componía con una mera ristra de anécdotas. Algo así le oí opinar en una de sus entrevistas radiofónicas. Dentro de que, parece ser, también ha tildado a la prosa con la que está construida como “bastante pobre” y que incluso haya llegado a acusar al premio Nobel de plagiar con su novela (particularmente con su personaje más carismático, el coronel Aureliano Buendía)  al mismísimo Balzac, no se me podrá acusar de haber entresacado la opinión más lesiva de entre todas las que Fernando Vallejo ha vertido sobre esta magnífica obra. Lo que sí logra todo esto es hacer cabal, de algún modo, a ese refrán que nos dice, “Denigra, que algo queda”, porque, siendo Cien Años de Soledad una novela que me ha fascinado siempre, es posible que me ocurra, si alguna vez más vuelvo a ella, que algún claroscuro turbe su magia, y que, posiblemente, sí se me haga patente esa mencionada sucesión de anécdotas; aunque yo, seguramente, no juzgue que eso sea necesariamente malo o censurable.

FernandoVallejo

    Y, ahora, Giorgi, otra vez al barro. Me he atrevido a abrir esta entrada con la mención del acre juicio del Sr. Vallejo, con la temeraria intención de parangonar ese supuesto encadenamiento de sucesos mágicos e hiperbólicos sobre los que se eleva la historia de la estirpe condenada a cien años de soledad, con ese otro tipo de sarta con la que también se ha ido construyendo, a trancas y barrancas, esta crónica que usted lleva leída. Y, todo esto, salvando las estratosféricas distancias que median entre el resultado final de los engarces respectivos, y si, por no rebuscar mucho, podríamos remedar el de la gran novela con una filigrana de oro y diamante, de éste nuestro, posiblemente, haya muchos de ustedes que no vean más que unas peladas cuentecillas de vidrio engarzadas por un hilo de bramante; aunque bien quisiera yo que algo mejor se pudiera decir del fruto, por lo mucho que uno pone de sí mismo en todo esto y por la sensibilidad –y, quiero creer, poesía- que, inevitablemente, se ha ido posando como un beso en algunos de sus pasajes.

      Si usted ha leído con cierto detenimiento estas crónicas y ahora le fuera posible elevarse lo suficiente sobre el todo que pretenden ser como para conseguir abarcarlo con una mirada cenital, podrá darse cuenta de que el conjunto de los hechos que hasta ahora se han contado, lo forman una sucesión de imágenes fotográficas tomadas a velocidad cambiante. Son largas y detallistas instantáneas que cuentan con un pie de foto y una página contigua en las que aparece un texto, que, más que ceñirse a explicar la imagen con la que se relacionan –algunos lo hacen-, intentan por medio de juegos de espejos múltiples, por evocación y ensueño, deconstruir la burda realidad y transformarla en algo más reconocible por todos nosotros, que conjugue bien con lo que de más íntimo y sentido se pone en movimiento dentro de nosotros ante cualquier hecho vivencial, ante nuestras relaciones, ante vicisitudes o ámbitos que encontramos a nuestro paso o que nos implican.

Esa realidad vivida, sentida y contada como una sucesión de intensas imágenes independientes, aunque hiladas por la cadencia temporal, alcanzó su punto y final en el mismo instante en el que traspasé las puertas de TVE y una azafata apagada, de la que no recuerdo su nombre, recogió a ese yo-muñeco que ya se había venido abajo del todo, comido por las dudas y los nervios y la responsabilidad –estúpida por ajena, ahora lo sé- en el tránsito desde el hotel. A partir de ese momento, todo lo vivido fue como el plano único de una película protagonizada por personas entre las que, aún viéndome, yo no me encontraba, y me sentía como MirandoseASiMismosi estuviera visionándola sentado en el patio de butacas y me reconocía a mí mismo actuando, pero sin ninguna capacidad de modificar nada del guión y como si las palabras, gestos, movimientos que yo me veía decir o hacer, estuvieran ya filmados hacia mucho tiempo y que me inutilizaba absolutamente para actuar de manera diferente. Además, estaba el asunto de la velocidad que agravó la situación y que, ya sí, convirtió cualquier posibilidad de desviación o ajuste en un imposible. Y es que todo el proceso transcurrió con una celeridad inmanejable. Es algo que yo tengo muy bien comprobado. Cuando uno está bien, centrado y tranquilo, las cosas suceden con la suficiente lentitud como para permitir una reacción. Si, por un golpe, un frasco cae desde lo alto de un armario de la cocina, entre ese cae y el perfecto se cayó o se ha caído, se abre un amplio margen en el que el gerundio cayendo aparece luminoso y es muy fácil intervenir y cazar el tarro en el aire, e incluso, si estás muy bien, a la altura de la trayectoria de caída que consideres. En ese estado, encontrar una respuesta adecuada ante una persona que te pone en una situación difícil, es mucho más sencillo y posible. Y conviertes el “me dijo” final en un “me estaba diciendo, cuando…” Pasa con todo. Yo creo que lo que se consigue en esos estados favorables es una elongación del tiempo. Se hace bastante evidente para las preguntas que te hacen en ese programa de televisión y, supongo, que en todos los demás. Para aquel concursante que está muy despierto, el lapso que te permiten entre el final de la pregunta y la respuesta se estira como un goma elástica y, sin embargo, en el comatoso estado que yo me encontraba, esos cinco segundos estaban contraídos en un par de latidos de corazón, y no permitían que el “me están preguntando” se asomara en mi conciencia. Sé que el gerundio, en literatura, no tiene mucha reputación, pero para abrir un espacio en el que los procesos “se están produciendo” y, entre tanto, pueda ocurrir cualquier cosa, sí, para eso si vale, y mucho. No sé si esto que digo podría incluirse como un consejo más en los decálogos de recomendaciones que se pueden oír o leer como óptimos para concursar en Saber y Ganar; desde luego, en el celebérrimo para este mundillo del “emérito” Víctor Castro, no aparece y tampoco mi chófer me lo mencionó. Quizá es que, como es más una manifestación del estado de ánimo y no tanto una situación que pueda controlar uno, esto que digo, puede considerarse más como una constatación, como algo que sirve para testarte, y no tanto como una sugerencia de amigo. Pero tome nota.

La azafata que me recibió en las puertas del edificio, me preguntó si yo era Giorgi, me dijo su nombre y me esbozó lo que yo podía esperar de su función en el engranaje de la producción del programa. Era una chica de unos treinta años algo mohína, de trato despegado sin llegar al desagrado, muy diferente del que me habían dispensado hasta ese momento las personas anejas al programa con las que yo había tenido contacto, Marc Royo y mi conductor. Podía ser que su carácter fuera muy otro y que simplemente el trabajo que realizaba no la ilusionaba. También pensé que era posible que el toxico que las mañanas de los lunes laborables incorporan al riego sanguíneo recorría galopante el suyo aún sin diluir. Pudiera ser también que hubiera pasado una noche tan nefasta como la mía o que su cabeza estuviera preocupada con asuntos más importantes que aquello que estaba realizando. Cualquier cosa, ya sabe, las apariencias engañan y nuestros juicios sobre las personas casi siempre son parciales y equívocos; así que, desestimo realizarlos ahora. Yo también me puse seriote ante ese trato y nuestra relación y lo que nos transmitimos fue desapegado, distante; muy profesionales, ambos.

Tras traspasar el umbral de TVE, se entra en una sala grande desde la que se accede a diversos negociados del ente. Allí, como en cualquier sede empresarial PegatinaRTVEu organismo oficial, te tienes que identificar en un mostrador y te dan un pase, creo que es una pegatina. Y luego la azafata me dijo: -Acompáñeme. Yo la seguí como un sonámbulo y lamento ahora no poder ser preciso en los detalles de ese recorrido, porque el globo que llevaba me impedía concretarlos; los recuerdo deformados, superpuestos, extraños, como en un estrafalario sueño. Creo que el camino no fue largo y sé que pasamos a otro edificio cúbico a través de una pasarela sobre un jardín interior desde la que se podía ver el cielo. Está cubierta por una bóveda de cañón, probablemente de cristal. De ésto me acuerdo mejor porque en algún momento la azafata me preguntó -¿Usted fuma?- Y cuando le dije que sí, me señaló la salida a la pasarela como lugar donde podía –debía- darle a mi vicio. Finalmente, llegamos a un pasillo en donde se abrían tres puertas por las que se accedían a los recintos habilitados para el solaz, las esperas y la preparación de los concursantes de Saber y Ganar. La de la izquierda estaba abierta de par en par y es el acceso a la sala común. Las dos puertas de la derecha, dan paso a dos vestuarios que deben ser similares. El primero para nosotros, los varones y el siguiente para las mujeres. El nuestro es pequeño, sin ventanas, con el ambiente muy denso. Supongo que allí, nosotros, respiramos muy deprisa y sudamos un poco mientras nos preparamos. Tiene unos bancos corridos y un armario ropero. Al fondo de él (del habitáculo, no del armario), se abren dos huecos con el espacio justo para albergar un lavabo y un retrete, el uno y una ducha ¡Sí, una ducha!, el otro. Quizás, el ambiente denso que había detectado provenía del vaho de una ducha reciente, aunque me extraña. La azafata me lo iba mostrando todo como un agente inmobiliario: Aquí, el dormitorio principal, este es el baño de los niños, a la terraza se accede desde la cocina y desde el salón, que es muy luminoso; y aquí, hay un hueco muy útil para la fregona y las escobas... Y yo, ¡Ah, vale! De acuerdo ¡Qué bien pensado! Creo que sí, que me lo voy a quedar… Luego de explicarme los detalles, la azafata –en este caso, omito el posesivo “mi” que sí utilizo para nombrar aquí a mi chófer- me dejó solo:

- Bueno, cualquier cosa que necesite o si tiene alguna duda, me lo comenta, yo estaré por aquí cerca. ¿De acuerdo?

- Sí, de acuerdo, muchas gracias.

Cuando se fue, me quedé solo y, sin embargo, extrañamente, no sucumbí a ningún estado de abandono o de desamparo sino que sentí algo muy diferente y curioso. Pese a mi estado de tensión, a la prensa de mis sienes, lo que me invadió fue la sensación íntima de que aquellos ámbitos me pertenecían y eso es algo que cuesta explicar. Supongo que mi subconsciente se cobraba, por su cuenta y riesgo, el mal trago que estaba pasando, con la toma de posesión de aquellos espacios. Como si se lo mereciera. Desde luego, ayudaba el hecho de que en el vestuario quedaran mis pertrechos, “mi baño” y “mi ducha” y que la sala común estaba pensada y preparaba exclusivamente para nosotros, los concursantes. Y es que, en esa sala, estaba todo lo que necesitábamos y nos interesaba. Como he dicho, no había nadie en ella, pero se notaba que había tenido una actividad reciente y su aspecto era muy, no sé cómo decirlo, hogareño quizás. La amueblaban cómodos sillones y en la pared de la derecha, sobre unas mesitas, habían puesto todo tipo de bebidas para desayuno y bandejas con bollería diversa. Invitaba, si tenías el derecho a ello, -el que yo me había arrogado sin titubeos-, no solo a ponerte gratis un café y mojar en él una caracola, sino que, sin ningún problema, podías descalzarte y tomártelo repantigado en uno de los sillones. Había botellas de agua, refrescos, zumos… y las consiguientes servilletas de papel, vasitos y cucharillas, azúcar, esas cosas, y todo ello muy, digamos, espontáneo, sencillo, cálido, familiar. En el centro había una mesa baja que recuerdo desordenada, y sobre ella, uno de los compañeros que estaban concursando en ese momento, había dejado abierto su ordenador portátil.  Bien, pues me preparé el cuarto café de la mañana y, por supuesto, con los zapatos puestos y sin repantigarme, me senté cómodamente en uno de los sillones. ¿A qué? A tomarme mi café con un pastelito y a mirar la televisión. Una televisión que, en circuito cerrado, emitía íntegra la grabación que se estaba realizando en ese momento del programa de Saber y Ganar. Sabroso y estupendo. Los entresijos de una grabación de mi programa favorito, ante mis ojos…

EquipoSaberyGanar

Y lo primero que me entró en el cerebro desde aquel monitor, fue la imagen de Jordi Hurtado haciendo gorgoritos cadenciosos: Aaaeeeiiiiioooouuuu, oohhhhhh. Vocalizaba, realizaba escalas, modulaba sonidos, abría mucho la boca estirando los maseteros, se aclaraba la garganta, emitía sonidos desde el estómago... ¡Vaya, vaya, con el Jordi! ¡Un profesional, cómo se nota que también es actor de doblaje! –me dije. Mi fugaz paso por el programa, me impide enterarle a usted si es así como comienza todos los días las grabaciones, realizando esos ejercicios guturales para aquilatar voces y tonos y aclarar su garganta o únicamente los lunes o solo aquellos lunes que suceden a un fin de semana cargadito. De todas formas, pocos detalles interesantes más, que usted no pueda compendiar del montante de programas diarios que haya visto, le voy a poder aportar aquí –alguno más sí hay, muy curioso, ya verá-, porque casi no ha lugar, porque profesional, lo que se dice profesional, no solo es Jordi, sino todo el equipo. Quizás es que ya es muy avezado y los rieles por los que discurre el programa están muy engrasados, pero una de las cosas que más me llamaron la atención –lo cual sentí enormemente-, fue que no hay demasiada diferencia entre el tiempo total de la grabación de un programa completo al de la emisión definitiva. Si no surge ningún imprevisto –que no surgió en ninguno de los tres que viví de cerca-, en hora y cuarto u hora y media, lo finiquitan. Es decir, que a poder realizar un directo no llegan, pero no andan lejos, y si se lo propusieran y los concursantes colaborásemos, no sé, no sé. 

 Comenzaron las preguntas. No reconocí a ninguno de los tres concursantes. Caras inéditas para los teleespectadores aún. Es el momento de presentarlos porque dos de ellos iban a ser mis compañeros de fatigas, los que me colgarían al cuello la medalla de bronce, y el tercero era el que dejaría su lugar para que este cronista subiera a la palestra. Pero yo desconocía esta circunstancia. Sentado cómodamente, ahora con una botella de agua que me bebía a tragos largos para paliar los sedimentos salobres del abuso matinal del rico jamoncito, me dejaba invadir por la razonable esperanza de que mi exposición en la picota no fuera a ser inmediata, y llegué a ilusionarme con la posibilidad de que no ocurriera hasta la tarde, o,  en el colmo de la buena suerte, hasta el día siguiente. En algún momento de las explicaciones de la azafata, había creído entender la palabra “abajo” para situar el lugar de grabación. Pero yo no sabía cómo era ese “abajo”, ni si era un poco abajo o muy abajo. Es verdad, ahora que lo cuento, recuerdo que la grabación que yo miraba en aquella pantalla, me producía la sensación de que yo la seguía sin intermediación de la tecnología, en directo-directo, como asomado a una ventana abierta al plató; supongo que ese “abajo” y la grabación continua del programa, me distorsionaban inconscientemente el punto de vista y lo situaban en la realidad efectiva y me integraba en el programa, como si en cualquier momento pudiera intervenir: ¡Eh, Jordi!, tienes doblada la solapa de la chaqueta… Pero ese “abajo” también me llevaba a una conjetura. ¿Era otro espacio donde esperaba –sentado en una grada por ejemplo, o en una “pecera”-, el siguiente concursante, el que me precedía, y que yo estaba, digamos, en la reserva? Podía ser. Querría que hubiese sido. Rezaba por ello. ¡Un poco más de tiempo, por favor! Con esa sensación que tiene el alumno el día del examen y que siente que le ha faltado un día más de estudio, y sobre todo, que con ese aplazamiento suplicado consiguiera una transformación anímica, un aplacamiento de los nervios, un desbloqueo, que Queen acudiera dócil a mi llamada... Pero no. Una de las veces que se asomó la azafata para ver cómo iba todo, me afirmó que yo era el siguiente. Ella, al ver que yo dudaba de lo que me decía, porque me había aferrado, como un náufrago a un tablón, a la idea de que había algún otro concursante que me precedería, me espetó: - No, tú eres el siguiente. ¿Me lo vas a decir a mí?

Jorge Pedro Luisfer

Así que, a partir de ese momento, difuminada cualquier otra posibilidad, me tocaba cambiar de santos a quién elevar mis plegarias y me centré en jalear a mis compañeros-concursantes que estaban grabando. Para que lo hicieran bien, para que duraran. Y ya no pude estar sentado, ni de pie. Dos de ellos, eran casi neófitos en el programa y, sin embargo, resultarían finalmente mis compañeros de concurso al eliminar –casi auto-eliminado por un error de confianza o de concentración en una pregunta del "Duelo" sobre la ubicación del monte Elbrus y que podía haber respondido utilizando el comodín conseguido- al más veterano, Luisfer, de Sestao, que era el más programas y dinero llevaba acumulado. Uno era Pedro Cortés, un chaval –yo ya, a cualquiera menor de 45 años, le etiqueto como chaval- tan sosegado que alguna que otra vez le pidieron los del programa que hablara un poco más fuerte. Era su tercer programa y me pareció un buen tipo, afable, considerado y con inquietudes vitales interesantes. Por ejemplo, es clarinetista de la banda municipal de Brunete (un pueblo de Madrid), por lo que no es extraño CartelMurodeAlcoyque él sí supiera bien a quien llamaban el rey de swing en la pregunta en la que yo, recuerde, no pude responder que era el “Tío Soplao” porque no había llegado finalmente andando al hotel la víspera. Pero también se dedicaba a otros menesteres bastante heterogéneos, alguno pintoresco. Algo tenía que ver con las artes gráficas, pero, además, era pintor y fotógrafo, actividades que compaginaba con la de profesor de moto en una autoescuela e, incluso, con la de “tatuador”. En fin, como ya he dicho, sí me pareció un buen tipo y por lo visto después, caía bien en el programa. Finalmente se quedó cerca de llegar a magnífico, eliminado en su programa 18, con más de 5200€ ganados, por una sola palabra sencilla en el reto: EXP – Esperanza de realizar o conseguir algo… El otro, era Jorge Santamaría, de Muro de Alcoy y residente en Valencia. Presentado como “documentalista de empresas de Consulting”  que vaya usted a saber qué actividad se esconde tras esta definición, pues nos puede estar hablando desde un archivero, hasta de alguien que se dedica a huronear en los trapos sucios de las empresas “consultadas”. Jordi Hurtado, en ese programa que yo veía en mi capilla envuelto en una mortaja de sudor frío con el corazón dando brincos por los cafés y la inminencia, reconoció que se conocían de antiguo, de algún otro programa, en los estudios Buñuel, en Madrid, aunque no especificó cuál. Esto me llevó a pensar que Jorge podía ser un asiduo de los concursos. Desde luego, la tranquilidad absoluta que demostró en ese primer programa me pareció envidiable y lo conseguido más aún: resolvió el reto del comodín, barrió del mapa a Pedro y al veterano Luisfer en las preguntas y resolvió la parte por el todo, embolsándose, en ese primer programa 1.120€. Como yo, vamos. Pero lo que más me hace pensar que Jorge pudiera ser un “profesional” es por el atuendo con el que se presentó al concurso. Envidiable también. Yo, que me había devanado los sesos por dar con la clave y salir en la televisión arregladito sin estridencias, me quedé atónito y, de nuevo, pensé de mí cosas que no me ayudaron. No me llegué a decir, ¡es que eres un gilipollas, Giorgi, por qué cosas te preocupas!, pero casi. ¡Mira a Jorge! ¡Lo que importa es responder y no como vayas vestido!. Pero, ni aún desentendido de la indumentaria, creo que me hubiese atrevido a ponerme lo que él. Jorge, llevaba puesta una camiseta de manga larga gris mosca que podía tratarse perfectamente del cómodo esquijama con el que había dormido; y, sobre él, se había puesto una camisa de manga corta difícil de describir. El tono básico de teja llovida de la camisa se adornaba con dibujitos pardos colocados en cenefas, y toda ella, parecía colonizada por organismos de simas oceánicas o aliens, que DestalleCamisaJorgese componían de un núcleo con forma de pelotas de golf a las que le habían crecido unos tentáculos o unos flagelos para poder moverse libremente por la camisa. Que quede claro que lo cuento con admiración, alguien que es capaz, el primer día del programa, de vestirse así, nos demuestra una entereza y una fuerza de carácter formidable, alguien que va a lo que va y que, además, lo va a conseguir. De hecho, Jorge, no fue solo en ese programa en el que no dio opción a los otros dos, sino en varios más, sobre todo en los primeros entre los que, evidentemente, se incluye el mío, en el que también me borró del mapa contestando cuestiones que a mí me parecían inventadas. A magnífico, no llegó –no es nada, nada fácil, aunque viendo a algunos concursantes, lo parezca-, pero sí terminó llevándose para Valencia más de 4.000 € en los diez programas que sobrevivió. De todas las formas me da la impresión, visionados los programas subsiguientes ya en la tranquilidad de mi sofá, de que no caía muy simpático, muy al contrario que Pedro Cortés. No sé, es una sensación. Voy a contar una anécdota que le sucedió en su séptimo programa. Cuando Jordi le presentó en la ronda inicial, Jorge dijo que quería saludar, que llevaba ya una semana, siete días en el concurso y que aún no había saludado a su hijo H, y lo hizo, y enfatizó el saludo dándose un golpe en el pecho con la parte interna del puño cerrado. Entonces Jordi, con su sonrisa, apostilló:

- Claro, claro lleva una semana y no le ha saludado!, y su hijo ha dicho: ¡Hombre, papá! ¡Saluda ya, saluda ya! Pues ya está, saludado H.

Pero cuando parecía que ahí quedaba la cosa y Jordi iba a proceder a abrir la prueba del reto del comodín, intervino Juanjo Cardenal, que va y suelta con su voz limpia y cadenciosa, con las pausas precisas:

- Sí…, también quisiera saludar…, si usted me lo permite, Sr. Hurtado. –Jordi con media sonrisa, no dice nada, pero asiente con la cabeza. Y Juanjo, continua: «Quiero saludar a todos, todos mis hijos… Que ya hace 17 años que llevo aquí y no les había saludado.

Enfocan un primer plano de Jorge Santamaría al que algo se le ha helado la sonrisa, aunque, no se crea, no del todo, porque algo sibilino sí brilla en sus ojos. Luego, encuadran a Jordi que se ríe un poco y apunta con sorna, - ¡Ya tocaba, ¿eh?, ya tocaba! -«Ya no me hablaban…» -concluye Juanjo. El rictus de media sonrisa de Jordi, sus asentimientos con la cabeza, hacen muy elocuente lo que está pensando: ¡Pero qué c. es este Juanjo cuando quiere!

 

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