Tombuctú

Mezquita de Djingareyber 

Entrada vigésimo cuarta (Desde Tombuctú al ecuador):   

Hace ya dos inviernos que aquel lánguido yo de entonces construía la entrada segunda de esta crónica fugándome de la realidad de la noche a través de una lluvia inconsistente. Como siempre dibujan y dibujarán en los cristales todas nuestras lluvias tristes, también aquel llover esculpía en el de mi ventana filigranas de lágrima y perla, la metáfora secular y recurrida en los estados de ánimo tan mustios que buscando consuelo terminamos por mistificar dos realidades: la inmediata que nos ahoga en su sordidez sentida y de la que querríamos escaparnos, y ese retazo del pasado que, evocado a través de la lluvia, intentamos transformar su pura realidad en algo distinto y sublimado, quizás porque nos hubiera gustado que sucediera de manera diferente o, al menos, haberlo podido disfrutar como no supimos o, al menos, es una necesidad de dulcificar, enaltecer, cuando no justificar nuestro recuerdo para construir un punto de fuga mitificado al que poder asirnos. Esto explicaría de algún modo ese adagio muy oído pero engañoso que nos dice que cualquier tiempo pasado fue mejor, cuando es incierto.

LluviaEnlosCritalesEntraba yo entonces a la recreación de mi llegada a la estación de Sans, al día Freddie Mercury, a través de una lluvia de esa naturaleza tan trivial, y que uno veía desprenderse suavemente desde la noche sobre los cristales de mi ventana, sobre el tiempo mismo, sobre los rojos brillantes de los pilotos traseros de los automóviles detenidos y sobre los rojos de los semáforos que los detenían ante una plaza, y sobre la plaza misma, una plaza que parece arraigada a la tierra por las fuertes raíces de cuatro o cinco cedros que medran en su interior y que la sombrean; una plaza que, día tras día, es circundada por miles de esos automóviles para un retorno taciturno bajo la lluvia hacia las populosas ciudades dormitorio del sur de Madrid: Getafe, Leganés, Parla, Fuenlabrada… Y fue por esa plaza llovida por donde, finalmente, escapé hacia el pasado concreto, quizás por ese punto de fuga que por estructura poseen todos los círculos en su centro aunque no estén pintados; o quizás porque por el centro de esa plaza yo me he fugado muchas veces y, sobre todo, he regresado.

A esta plaza de mi barrio la llaman la plaza Elíptica. La plaza Elíptica es una plaza redonda que aparece en los callejeros de Madrid con el nombre de un señor llamado Fernández Ladreda, aunque muy poca gente sepa decir quién era. Pobre señor. Ni a la estación de metro de la plaza la han puesto su nombre. Aunque no del todo pobre, porque también este anonimato (siendo quien fue, un general golpista, acérrimo enemigo de la II República Española y ministro de Obras Públicas de los primeros años de la Dictadura), le permite observar desde el cielo de los franquistas cómo su nombre continúa campando en los letreros de bastantes calles y plazas de España, incluida la mía, la de mi barrio. El rey del callejero le llaman a este general por ahí.

- Segunda pregunta, visitando ciudades.

Tombuctú

- «La mezquita de Djingareyber fue construida en el siglo XIV por el arquitecto granadino Abu Haq Es Saheli…. es una de las tres madrazas que componen la universidad de Sankore, y es patrimonio de la humanidad desde 1990… ¿EN QUÉ CIUDAD AFRICANA SE ENCUENTRA?»

- ¿En qué ciudad? –Encuadra Jordi la pregunta ante tan largo enunciado- ¿A quien la envía?

Y Pedro, con un cabeceo lateral que lo rubrica, me la remite.

- A Giorgi.

Y yo claudico con un«PASO» que parece demasiado abatido para andar aún por la segunda “pregunta caliente” y cuando, además, había sido cierta la posibilidad de contestar correctamente a la primera si me hubieses correspondido. Injustificadamente hierático y serio: una actitud mental bloqueadora, ahora lo sé. ¡Ah, si pudiéramos cambiar nuestro pasado! ¡Qué podríamos reparar o qué otro error distinto cometeríamos!

- ¡Rebote!

- ¿TOMBUCTÚ? – Contesta Jorge dubitativo aunque me da la impresión que solo en apariencia.

- ¡Correcto!

- Muy bien… Jorge. ¡Tombuctú!

Claro Tombuctú, Giorgi, la célebre Tombuctú. ¿Tombuctú, la célebre? Pero... ¿de verdad que existe con ese nombre alguna ciudad habitada? ¿No son unas ruinas de nombre bíblico o una ciudad mítica, un nombre en suma que simboliza epopeyas, leyendas o mundos solo existentes en otras dimensiones como Troya, la Batalla de Clavijo, el Reino de Saba, El País de Irás y no Volverás o El Dorado? Pues no. Enseguida, allí, bien aferrado a mi estradillo, hilé ese nombre con imágenes de paredes de adobe rodeadas de desierto y decantadas en la parte vieja de mi memoria quizás por algún atlas, tal vez por algún documental, ¿por alguna canción?, quizás por una novela... Sí, tombouctou P Austereso es, un libro, una novela que se titula así: Tombuctú... y que, si bien recuerdo, el protagonista es un perro que comprende el hablar de los humanos ¿no? Y… ¿qué era Tombuctú? ¿No era un destino adonde nos lleva de la mano la muerte? Creo que sí, que no era una ciudad ni un lugar con coordenadas terrestres. Pues sí, hoy, desde casa, puedo decir que existe esa novela corta, Tombuctú, está firmada por Paul Auster y el perro protagonista se llama Mister Jones, y que la recuerdo de lectura muy grata y de desconcertante comienzo, porque no es hasta la segunda página en donde se desvela quién es Mister Jones, el protagonista del libro. Y que para el señor Auster, como para uno, Tombuctú es un nombre que le evoca más a un mundo inalcanzable en este estado de las cosas, que a una ciudad africana contemporánea.  Pero, sí, Tombuctú es, además, una ciudad que existe realmente y que se ubica en Mali y que no supe decirla cuando me la preguntaron. Y las teorías que se pueden leer sobre la etimología de su nombre son bastante curiosas –le sugiero que las indague-, siendo esas conjeturas las que me han retrotraído a la plaza de mi barrio por concomitancia en el origen de sus nombres, porque una de esas teorías del porqué Tombuctú, es muy similar a la del origen del nombre de Elíptica. Entonces recordé que mi plaza ya estaba mentada en esta crónica, aunque de forma anónima y tangencial, pero que esa similitud teórica me obligaba a nombrarla. Ya esta dicho que la plaza Elíptica es redonda y que no es su nombre de callejero. Entonces ¿por qué la llaman Elíptica? Busque, pregunte, averigüe si tiene curiosidad, pero ya le adelanto que va a encontrar poca cosa. En mis pesquisas, yo no he podido escuchar a nadie que con alguna seguridad se aventurara a decirnos la razón del porqué se la llama así. Bueno nadie, salvo dos, es decir Giorgi y el taxista que me lo contó, y aún no puedo asegurar que la versión que conozco sea enteramente fehaciente aunque sí sugestiva. Y ahora…, lo siento pero debo guardármela, no la puedo escribir aquí. Primero porque lucubrar ahora sobre los orígenes de ambos nombres nos llevaría demasiado lejos del día de Freddie Mercury. Segundo porque la Plaza Elíptica, para mí y en sí misma, guarda muchas historias y realidades que habrá que contar como una totalidad, si se KM4puede. Será escrita en otro foro y momento indeterminado y llevará seguramente el título de El kilómetro cuatro. No quería yo llegar tan lejos pero tampoco quiero ser tildado de canalla por levantar la liebre para luego silenciarla y necesito entonces volver a encontrar algo de complicidad en usted. Así que añado algo más. Se llamará El kilómetro cuatro porque –aún permanece un viejo mojón que lo indica- la Plaza Elíptica se sitúa exactamente en el kilómetro cuatro de la vieja carretera de Madrid a Toledo, y por ahí han transitado gentes de muchos siglos y naturalezas. Por ejemplo, Cervantes. A kilómetro y medio de allí más o menos, hacia el centro de Madrid, se tiende sobre el río Manzanares el Puente (La puente) de Toledo, aquel que Cervantes atravesaba unos días antes de morir y que escribiendo acerca de lo que le acaeció cuando lo recorría (Prólogo al Persiles) dejó escrito eso de: ¡Adiós gracias; adiós donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!” De Esquivias volvía, así que diez, quince minutos antes, Cervantes, había transitado por lo que fuera entonces la plaza Elíptica, y, por tanto, por enfrente de mi casa, de mi ventana, de mi lluvia, de lo que fuera entonces mi casa, mi ventana y mi lluvia, así que…

 Retomo. Para mi K., la respuesta “Tombuctú” resulto sencilla, pero yo, siendo honesto, no creo que ni en un estado mental más fluido y despierto hubiese sabido decir que la ciudad preguntada era “Tombuctú” por el prejuicio erróneo de derivar su nombre hacia la epopeya o la leyenda, aunque siempre nos quede una mínima duda de haber sabido decirla por intuición pura, y, desde luego, que sí hubiese resultado algo menos imposible de contestar correctamente que a la tercera “pregunta caliente” que va a llegarme, que ni por conocimiento, ni por intuición, ni por ciencia infusa, ni por casualidad, ni por todo el oro del mundo, hubiese sabido decir la respuesta... Y eso que fue una pregunta de carácter literario –mea culpa-, que es un tema más frecuentado por mí que la música popular en el valle del Orestes, la moda del calzado en la Europa del siglo XVII, los toponímicos de la península de Kamchatka o las películas de Marilin Monroe, materia que, con mi perplejidad chorreada sobre el café, ayer fue la materia reina de la prueba de Ultima Llamada, como si Marilin fuera algo más que un producto suculento de mercadotecnia y tuviera que resultar para nosotros una figura luminiscente con la intensidad del brillo de Séneca o de Miguel Servet.

- Tercera pregunta:

- ¿Qué género teatral, que pretende suscitar la risa basándose en el disparate tiene su máxima expresión en La venganza de don Mendo, de don Pedro Muñoz Seca?

- Qué género teatral. ¿A quien la envía?Es un acierto que después de cada pregunta formulada por Juanjo, especialmente si está construida por un enunciado largo, Jordi Hurtado concrete la pura cuestión aislándola del enunciado.

Y Jorge se la envía esta vez a Pedro que al menos la intenta responder:

- ¿ABSURDO?

- No es correcto, rebote.

Y me llega una oportunidad que preferiría no tener, porque, ¿qué contesto a la vez que niego con la cabeza? Pues mi frase favorita en esta prueba: «Paaaso».

- ¡Rebote!

LaVenganzaDeDonMendoNo me la sé. Pero mire usted que debería haberme atrevido a errar sin vergüenza e, incluso, a disparatar sin rubor y responder lo que fuese, algo así como «esperpento», «bufonada», «comedia burlesca» o la muy plausible «farsa», todas ellas palabras reconocidas por mí como relacionadas con el teatro y con ese género disparatado. Pues no. Mover la cabeza en negativa y claudicar con ese tristón: «Paaaso». Y entonces, la pregunta la recibe Jorge y contesta:

- ASTRACANADA.

- AS-TRA-CA-NA-DA. Correcto.

La verdad es que Jorge me ha sorprendido. Primero Tombuctú y ahora este término especializado. ¿Lo hubiese respondido usted? No me ha parecido sencillo y ya empiezo a vislumbrar que este Jorge va a pasarnos –a pasarme- por el torniquete con facilidad.

- ¡Muy bien ese rebote! Sigue Jorge.

- Cuarta pregunta: -Todo acaece como se visiona en la emisión, sin un respiro, Juanjo, el programa, la retahíla de preguntas, nada de ello se detiene-

- ¿Qué clarinetista, director de orquesta estadounidense, era conocido como el “Rey del Swing”.

- ¡Reey del Sssswinggg! ¿A quien la envía?

- A Giorgi.

¿Un clarinetista? Yo, ya sabe, a lo mío, muevo la cabecita y, por participar y no guardar un silencio que me podrían tachar de poco colaborador, susurro mi pertinente «Paso», aunque esta vez sin alargar la a; es un «Paso» aséptico y profesional, de los que solo podemos realizar perfectamente los buenos desconocedores, los necesarios y concienciados comparsas. Desde luego que no me vino una voz celestial a decirme el nombre de este clarinetista –quede la astracanada de dudar de que la voz celestial no apareció porque no conseguí en la víspera llegar caminando hasta el hotel- y, desde luego, que no tenía yo ánimos ni desenvoltura ni agallas para tener el cuajo de responder “el tío Soplao”, el “claretista” de mi pueblo; pero sí se me pasó por la cabeza en ese momento contestar algún nombre –yo, de Jazz, algo, pero elemental- aunque supiera que iba a resultar disparatado, porque sí que acudieron a mi mente, en las angustias de los cinco segundos, los nombres del trompetista Dizzy Gillespie y del saxofonista John Coltrane. Y, ahora que lo rememoro, sé que me equivoqué y que tenía que haber soltado algún nombre para desentumecerme, para demostrar que mi ignorancia en este tema no era absoluta y que si la pregunta hubiese sido otra parecida, a lo mejor, alguna posibilidad hubiera tenido de dar la respuesta, aunque hubiera sido tomado por insensato al contestar que el clarinetista de marras era Nina Simone.

BenyGoodmanClaro, a Pedro la pregunta le vino de perlas. Él toca el clarinete. Así que más contento que un perrillo con dos colas cuando le rebotó la pregunta, tardó medio instante en contestarla:

- BENNY GOODMAN

- Beeeny Goodmann. ¡Correcto!

 Ya me observo lanzando un sobreactuado resoplido animal al oír de Juanjo la confirmación de que la respuesta de Pedro es correcta. En ese momento, no me era tan evidente que Pedro pudiera conocerla necesariamente. Ahora sí, es lógico, pero allí no, no me parecía tan obvio saber quien era ese Benny Goodman.

- ¡Síiii! Clarinetistaaaaa. ¡En la banda municipal de Brunete! Sigue Pedro. Jordi ha soltado ese ¡Clarinetistaaaaa! aludiendo a Pedro Cortés y no al señor Goodman, y le ha puesto un tono picarón, como diciéndole a Pedro, ¡anda, granuja, vaya pregunta que te ha caído! Este fue uno de los contados momentos en los que Pedro Cortés sonrió abiertamente. Y digo lo de contados monmentos sin intención, porque comparados con los momentos en los que yo pude/quise/supe sonreír, resultaron una barbaridad, porque lo que es sonreír, ni con los ojos ni con los labios, yo no sonreí ni una sola vez en todo el programa. Y sin una sonrisa, ya sabe, no se puede llegar muy lejos.

- Quinta pregunta:

- ¿Qué tipo de libro debe su nombre a un gigante de la mitología griega que sostenía sobre sus hombros la bóveda celeste…?

- ¿A quién envía la pregunta?

- A Jorge.

- ATLAS

- ¿Atlas? Atlas, sí. Correcto.

- ¡Atlas! ¡Sí! –corrobora Jordi-

“Otra te pego y era la misma”, era una de las frases recurridas por una manchega muy querida para mí para expresar un repetido daño leve a una persona, o Atlasincidir en un error u opinión equivocada, aunque inflingido o cometido por distinta vía. Como la de la prevaricación, esta pregunta resultaba pintiparada para el estado de mi cerebro y, finalmente, fue la segunda y última de la serie que yo habría sabido contestar sin titubeos y con acierto. Atlas. En uno de los viajes a Marruecos, al atravesar la cordillera montañosa con ese nombre, monda y de rocas lustrosas como huesos lavados por el tiempo, no podía quitarme yo la fijación de estar andando sobre la osamenta del Titán, que finalmente sucumbió al peso de la bóveda celeste que cargaba sobre sus hombros para quedar tendido y muerto en el norte de África formando con sus huesos la cordillera. Era una historia que yo conocía contada así casi desde niño y la tuve bien presente durante aquel viaje. Así que, Atlas, sí, sí la hubiera sabido responder… si Pedro me hubiera elegido como destinatario de la pregunta en vez de a Jorge. Estaba visto que no era mi día.

No sé si ya he contado aquí que muchos de mis allegados mencionaron después la mala suerte para justificar mi desafortunada actuación. Puede ser que estos reenvíos de preguntas calientes a contrapelo para mí, sea una de las razones por lo que mentaron la suerte esquiva como causa, puede ser que lo adujeran como atenuante por cariño o solidaridad. Solo uno de ellos -una mujer, con suspicacia bienintencionada-, receló con la posibilidad de que Pedro y Jorge se confabularan tácitamente contra mí y que evitaran enviarme las preguntas más sencillas en la teoría: -“Se vio clarísimo, iban contra ti” –me dijo. Yo, ya entonces, se lo negué y ahora, pasado el tiempo, lo sigo negando y me parecería más razonable inclinarse a creer más en lo de la mala suerte aunque nunca tan determinante como la empanada mental que lucía.

Ahora nos hallamos en el ecuador de la prueba de las Preguntas Calientes. Desde luego, el balance es como para echarse a llorar; ninguna pregunta contestada, (ni tan solo un mísero intento de respuesta) y mi marcador con 30 puntos menos que cuando comencé la prueba. Pero según sintonizaba el dial en cada una de las primeras cinco preguntas calientes de mi programa para plasmarlas aquí, y de ponderarlas en su conjunto, si que me han nublado por momentos las negras nubes de la duda y he sentido la tentación de justificarme con la mala suerte. Sí, la idea de la suerte torcida planea ahora a estas alturas y sería muy humano aprovecharla y, por esta vez, quizás usted podría coincidir conmigo sin necesitar de apelar a su benevolencia. No he estado muy lejos de ir cumpliendo la media computada por mis reválidas de los programas de noviembre, pero decir que me había mirado un tuerto porque las dos a las que podía haber dado la respuesta correcta no me llegaron y que las otras tres eran muy específicas, sería una burda salida por la tangente. Además, yo no puedo evitar que me influya en este balance en el ecuador de la prueba, mi paupérrima actuación en su segunda parte. Así que no, no me he dejo embaucar por este sofisma tan ratonero.

Pero hay algo más y más importante. Si insistiera y me enzarzara en la defensa de mi incompetencia con los argumentos de la mala suerte –la suerte no existe-, podría llegar a cuartear los mismos cimientos de esta crónica a poco que perdiéramos la perspectiva. Podría asaltarnos esta pregunta: ¿Es posible que haya magnificado como fracaso, como una deshonra que necesitaba rehabilitar por medio de estas crónicas un hecho que no era tal? Y de contestar más o menos afirmativamente, correríamos el riesgo de dejar inconsistente el leitmotiv de estas entradas tan arduamente pergeñadas. Y lo que es peor, degradarlo al relegar su naturaleza más verdadera. No puedo negar que mi despecho sea uno de sus catalizadores, pero lo es para un yo menor; no podría estar aún aquí, en la entrada veinticuatro, con una gasolina de octanaje tan pobre. Siempre supe, desde que empecé a escribirlas, que mi participación en Saber y Ganar no era para tanto, que no tenía importancia intrínseca (¿qué haces, Giorgi, escribiendo sobre un concurso de tv.? –me critican buenos amigos), y mucho menos para retratarme como me retrato en muchos de sus malasuertepasajes. Quizás, los ustedes puristas (que no “los puristas ustedes”, ojo) consideren que me reitero demasiado en este punto, pero, como ven, en cuanto pasa cualquier mosca de cierta entidad por aquí, nos entretenemos y el hilo conductor, el acelerador de estas crónicas se nos vuelve a perder entre lo más anecdótico, y es que, quizás, no lo sé expresar bien. No importa en absoluto que Jorge y Pedro me eludieran en las preguntas aparentemente más sencillas, en realidad nada cambiaría en esencia si las pruebas se hubiesen desarrollado de manera diferente, es más, aún peor hubiese sido que yo hubiese estado certero y vamos a cerrar esta entrada con un ejercicio de imaginación que lo querrá certificar. Somos muy frágiles, hojas secas arrastradas por las rachas de nuestras pequeñas realidades. Todos –casi todos- presentamos un gran defecto de fábrica y es que la mayoría de las veces nuestra efímera felicidad depende de fruslerías –un premio de bingo, una adulación, el resultado de fútbol de nuestro equipo, una comida gratis, un polvo robado…- y nos falta peso especifico, densidad; y nunca sabemos, no estamos preparados como seres inteligentes, para saber a conciencia –ojo, Giorgi, tampoco- que nuestra experiencia, nuestra vivencias, lo que nos hace realmente felices o desgraciados, esperanzados o pesimistas, el armazón que construye nuestros mundos internos y externos a lo largo de una vida, no tiene tanto que ver con cómo son las cosas, de si llueve o no, de si nos relegan o nos dan protagonismo, de si hoy es jueves y mañana por fin viernes, sino en cómo lo sentimos, lo interiorizamos, lo vivimos y en cómo imaginamos, con qué mimbres espirituales y de confianza construimos nuestro mañana a partir de lo que nos va pasando. Así que no puedo prestar oídos a algo tan engañoso como la mala suerte y más cuando hoy doy gracias porque esa no-suerte se sentara en mi estrado junto a Freddie Mercury. Eso es. Y qué mejor que tener la oportunidad de poder intentarlo expresar sobre la base, claramente paradigmática, de mi experiencia en Saber y Ganar

Ahora, para ejemplarizar lo dicho, le propongo hacer un ejercicio de imaginación. Imagínese que el desarrollo de estas primeras cinco preguntas hubiese sido ligeramente distinto. Supongamos que cuatro de estas primeras cinco preguntas hubiesen sido idénticas. Añadamos –no es rizar el rizo- que el destinatario de las preguntas del delito del juez y del libro del gigante de la mitología griega hubiese resultado ser, con algo de fortuna, este cronista. Y Ahora sustituyamos una de las preguntas, por ejemplo, la del clarinetista Beny Goodman y cambiémosla por la siguiente, también para especialistas del género:

- ¿Qué gran ajedrecista alemán, campeón del mundo oficioso, fue el creador y dejó para los anales del ajedrez la partida llamada “La siempreviva” en 1852?

O mucho me equivoco –estando Jorge por el medio, nada puede asegurarse- o la pregunta, en directo o por rebote, me hubiese llegado a mí porque no parece, como la del señor Goodman, muy al cabo de la calle. Entonces hubiese respondido, infatuado en mis adentros:

- ANDERSEN.

Y luego muy complacido y con la sonrisa en los ojos, hubiese oído a Juanjo agregar:

LaSiempreViva

- ¡Sí señor! El gran Adolf Andersen, partida jugada en Breslau en 1852, con una de las más bellas combinaciones de ajedrez que se recuerdan.  Correcto.

Y entonces, en vez de los marcadores que ahora tenemos: Giorgi 70 puntos, Pedro 270 y Jorge 330, lucirían así Giorgi 380, Pedro 160 y Jorge 320. Muy diferentes guarismos con un pequeño cambio ¿no? Es decir, que el aleteo de nuestra mariposa no solo hubiese cambiado el desarrollo del programa, sino que habría conseguido que yo estuviera hinchado como un palomo en vez de apelmazado y con el alma en los pies; y más feliz que “mister Anzar” en las Azores. Pero…, sustancialmente, en profundidad, nada habría cambiado para bien ni posiblemente servido para nadie (como no ha servido casi para nada mi participación en los TrioAzoresprogramas de fin de semana –y no me haga decir por esta mención que ese cura es mi padre, ¿eh?-). De haberse producido como lo hemos fabulado a nuestro gusto, sí, habría ganado posiblemente unos eurillos más que ya estarían gastados, con suerte habría permanecido unos programas más en la televisión…, también habría regresado a la plaza Elíptica por su centro, embadurnado de vanidad, con mi ínfulas al viento, soplándome las uñas y hubiese tornado la guasa adivinada de mis compañeros de ajedrez por algún alarde presuntuoso (“¡Preguntarme a mí sobre Andersen, chicos, no sabían con quién se jugaban los cuartos!”). Pero la consecuencia más importante hubiese sido calamitosa porque no habría tenido la necesidad de justificarme y entonces este Saber y Ganar, el día de Freddie Mercury no existiría y eso, al menos para mí, sería una desgracia. Así que agradezcamos que las preguntas se sucedieran como sucedieron y se están contando y no como las hemos fabulado, porque así he tenido la oportunidad de estar aquí con usted y, principalmente, conmigo. Es evidente que hay que tener cuidado con lo que se pide a los dioses porque se corre el riesgo de que te lo concedan. Y qué podemos decir de Giorgi, su cronista, que es muy probable que no hubiese visto ni la luz. Giorgi, el nonato. Y eso sí que resultaría muy triste. Pero Giorgi sí está entre nosotros. No le obliguemos ahora a que filosofe sobre lo de reconocer que lo que estamos viviendo con dureza podemos considerarlo en el futuro como necesario. Dejémosle que se le pase la tiritona que le ha causado la posibilidad teorizada de su no existencia, que descanse, que afile la pluma y que se prepare porque ya le está esperando en la sexta pregunta, entre bastidores, Beatrice, la amada de Dante. Beatrice, la del volátil nombre.

 

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Ent.  8   El charnego
Ent.10      Reelaborándose 
Ent.12      Reelaborándose
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Ent.  21   Los retos de comodín
Ent   25   Beatriz, la del vólatil nombre (Prox)