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Fragmentos de libros. CERCA DEL CORAZÓN SALVAJE de Clarice Lispector   Comienzo II

Acceso/Volver al COMIENZO I de este libro: Arriba FraLib
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... Hubo un momento grande, parado, sin nada dentro. Dilató los ojos, esperó. No pasó nada. Blanco. Pero de repente, con un estremecimiento le dieron cuerda al día y todo empezó de nuevo a funcionar, el tecleteo de la máquina, el puro de papá humeando, el silencio, las hojitas, los pollos pelados, la luz, las cosas reviviendo llenas de prisa como theatermaniauna tetera a punto de hervir. Solo faltaba el tintineo del reloj, que adornaba tanto. Cerró los ojos, fingió escucharlo y al son de aquella música inexistente y ritmada se alzó sobre la punta de los pies. Dio tres pasos de danza muy leves, alados. Entonces súbitamente miró todo con disgusto, como si hubiera comido demasiado de aquella mescolanza. «¡Huy!, ¡huy!, ¡huy!...», gimió bajito cansada y después pensó: ¿qué va a ocurrir ahora ahora ahora? Y siempre, en la gotita de tiempo siguiente nada pasaba si ella continuaba esperando lo que iba a pasar, ¿comprenden? Apartó aquel difícil pensamiento distrayéndose con un movimiento de su pie descalzo en el suelo de madera polvoriento. Restregó el pie mirando de soslayo hacia su padre, esperando su mirada impaciente y nerviosa. Pero nada vino, sin embargo. Nada. Resulta difícil aspirar a las personas como el aspirador de polvo. 

LasgallinasEstanPapá, he inventado una poesía.

—¿Cómo se llama?

—El sol y yo. —Y sin esperar mucho recitó—: «Las gallinas que están en el corral ya se han comido dos lombrices pero yo no lo he visto».

—¿Ah, sí? ¿Qué es lo que tú y el sol tenéis que ver con la poesía?

Lo miró un momento. Él no había comprendido...

—El sol está encima de las lombrices, papá, y yo hice la poesía y no vi las lombrices... —Pausa—. Puedo inventar otra ahora mismo: «Oh, sol, ven a jugar conmigo». Y otra más larga: 

LaLombrizNoLaVioVi una nube pequeña
pero la pobre lombriz
creo que no la vio.

—Son muy bonitas, pequeña, muy bonitas. ¿Cómo consigues hacer unas poesías tan bonitas?

—No es nada difícil, solo hay que ir diciéndolas.

Cuando vestía a la muñeca o la desnudaba se la imaginaba yendo a una fiesta donde lucía entre todas las otras hijas. Un coche azul arrollaba a Arlete, la mataba. Después llegaba el hada y su hija revivía. Su hija, el hada, y el coche azul no eran sino Juana, de lo contrario habría sido un aburrimiento. Siempre se las arreglaba para colocarse exactamente en el papel principal cuando los acontecimientos iluminaban a una u otra figura. Actuaba seria, callada, con los brazos rígidos a lo largo del cuerpo. No necesitaba acercarse a Arlete para jugar con ella. Poseía las cosas incluso desde lejos.

IvoPerelmanDetEmpezó a divertirse con los papelotes. Los miraba un momento y cada papel era un alumno. Juana era la profesora. Uno de ellos era bueno y el otro era malo. Sí, sí, ¿y qué más? ¿Y ahora qué? Nunca ocurría nada si ella... bueno.

Una vez inventó un hombrecillo del tamaño del dedo índice, con pantalones largos y corbata de pajarita. Lo llevaba en la mochila de ir al colegio. El hombrecillo era una perla, una perla de corbata, tenía la voz gruesa y decía desde dentro de la mochila: «Su Majestad doña Juana, ¿podéis escucharme un minuto, podéis interrumpir vuestro continuo trabajo solo por un minuto?». E inmediatamente decía: «Soy vuestro siervo, princesa. Mandad y yo obedeceré».

—¿Papá, qué puedo hacer?

—Vete a estudiar.

—Ya he estudiado.

—Vete a jugar.

—Ya he jugado.

—Entonces cállate y no molestes.

Dio una carrerita y se paró, mirando sin curiosidad las paredes y el techo que rodaban y se desmoronaban. Anduvo de puntillas pisando las tablas oscuras. Cerró los ojos y El Laberinto de Juana Inesempezó a andar con las manos extendidas hasta encontrar un mueble. Entre ella y los objetos había siempre alguna cosa, pero cuando cogía aquella cosa con la mano, como si fuera una mosca, y después la miraba —tomando grandes precauciones para que no se escapase—, encontraba solo su propia mano, rosa y decepcionada. ¡Ya lo sé, es el aire, el aire! Pero no servía de nada aquello, nada explicaba. Ese era uno de sus secretos. Nunca se permitiría contarle a nadie, ni siquiera a papá, que no conseguía nunca agarrar «aquella cosa». Lo que de verdad más le interesaba no lo podía contar. Solo decía tonterías cuando hablaba con las personas. Cuando le contaba, por ejemplo, algunos secretos a Rute, luego la odiaba. Lo mejor era callar. Otra cosa: si tenía algún dolor y mientras le dolía miraba las agujas del reloj, veía entonces que los minutos que contaba el reloj iban pasando pero el dolor seguía doliendo. Y si no, incluso cuando no le dolía nada, si se quedaba frente al reloj mirando, lo que ella dejaba de sentir también era mayor que los minutos contados en el reloj. Pero, cuando tenía una alegría o una rabieta, corría hacia el reloj y observaba pasar los segundos en vano.

Fue hacia la ventana, trazó una cruz en el alféizar y escupió hacia fuera en línea recta. Si escupiera otra vez —ahora solo podría hacerlo de noche—, el desastre no tendría lugar y Dios seguiría siendo amigo de ella, tan amigo que... ¿que qué?

—¿Papá, qué puedo hacer?

—Ya te lo he dicho: ¡vete a jugar y déjame en paz!

GustavoAimar—Pero si ya he jugado. Te lo juro...

El padre se echó a reír:

—Nunca se acaba de jugar...

—Sí se acaba.

—Pues inventa otro juego.

—No quiero jugar ni estudiar.

—¿Qué quieres hacer entonces?

Juana se quedó meditando:

—Nada de lo que sé...

—¿Quieres volar? —le preguntó papá distraído.

—No —contesta Juana. Pausa—. ¿Qué puedo hacer?

Papá le contestó esta vez:

—¡Date de cabezadas contra la pared!

PertoDoCoracao2La niña se aparta y empieza a hacerse una trencita con sus lacios cabellos. Nunca nunca sí sí, canta bajito. Aprendió a trenzarlos hace poco. Se va hacia la mesita donde están los libros, juega con ellos mirándolos de lejos. El ama de casa, el marido y los hijos, el verde es el hombre, el blanco la mujer, el encarnado puede ser tanto chico como chica. «Nunca» ¿es hombre o mujer? ¿Por qué «nunca» no es chico ni chica? ¿Y «sí»? Había muchas cosas completamente imposibles. Se podía quedar pensando en todo aquello tardes enteras. Por ejemplo: ¿quién dijo por primera vez así: nunca?

Papá termina su trabajo se acerca a ella y la encuentra sentada llorando.

—¿Pero qué es eso, pequeña? —La coge en brazos y mira tranquilo aquella carita ardiente y triste—. ¿Qué pasa?

—No tengo nada que hacer.

JamaisNunca nunca sí sí. Todo era como el ruido del tranvía antes de quedarse dormido, hasta que uno siente un poco de miedo y se duerme. La boca de la máquina se había cerrado como una boca de vieja, pero venía aquello oprimiendo su corazón como el ruido del tranvía, solo que ella ahora no se iba a dormir. Era el abrazo del padre. El padre medita un instante. Pero nadie puede hacer nada por los demás. Anda tan suelta la pequeña, tan delgadita y precoz... Respira aceleradamente, mueve la cabeza. Esto es un huevecito, un huevecito vivo. ¿Qué será de Juana?...

...

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