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Fragmentos de libros. EL MIEDO DEL PORTERO AL PENALTY de Peter Handke  Final II:

Acceso/Volver a los al FINAL I de este libro: TiroACasillas177
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    ... El comedor estaba ocupado por el viaje turístico. El fondista llevó a Bloch a la habitación de al lado, donde la madre del fondista estaba sentada delante de la televisión, y las cortinas estaban corridas. El fondista descorrió las cortinas y se quedó al lado de Bloch ; que tan pronto le veía de pie a su izquierda como, cuando alzaba la vista de nuevo, le tenía a su derecha. Bloch dijo que le trajeran el desayuno y preguntó por el periódico. El fondista contestó que en ese momento lo estaban leyendo los miembros del viaje turístico. Bloch se palpó la cara con los dedos; le daba la impresión de que tenía las mejillas entumecidas. Tenía frío. Las moscas se arrastraban por el suelo con tanta lentitud que al principio se creyó que eran escarabajos. Una abeja emprendió el vuelo desde el alféizar de la ventana y enseguida volvió. La gente daba saltos en la calle para esquivar los charcos; llevaban bolsas de la compra muy abultadas. Bloch se palpó la cara por todos lados. 

     Cover dadtbeEl fondista entró con la bandeja y dijo que el periódico no estaba libre todavía.

    Hablaba en un tono de voz tan bajo que Bloch , al contestarle, le habló en el mismo tono. «No corre prisa», susurró. La pantalla de la televisión se veía llena de polvo a la luz del día, y en ella se reflejaba la ventana, por la que se asomaban los niños al pasar para la escuela. Bloch comía al mismo tiempo que miraba la película. La madre del fondista gemía de vez en cuando. 

      Afuera divisó un carrito de periódicos con la bolsa cargada. Fue a la calle, entonces introdujo primeramente una moneda por la ranura y a continuación sacó el periódico. Tenía tanta práctica en hojearlo que, cuando entró, ya estaba leyendo la descripción de sí mismo. Una mujer se había fijado en él en un autobús porque se le habían caído unas monedas del bolsillo; entonces ella se agachó a recogerlas y vio que eran monedas americanas. Más tarde se enteró de que también se habían encontrado unas monedas parecidas junto a la taquillera. En un principio no se habían tomado en serio sus declaraciones, pero después resultó que su descripción coincidía con la descripción de un amigo de la taquillera que, la noche anterior al suceso, había visto a un hombre merodeando cerca del cine, cuando fue a recoger en coche a la taquillera.

    StummBloch se sentó de nuevo en la habitación y contempló el dibujo que habían hecho, basándose en las declaraciones de la mujer. ¿Significaba eso que todavía no conocían su nombre? ¿Cuándo se había impreso el periódico? Vio que correspondía al primer reparto, que por regla general aparecía ya por la tarde del día anterior. Le parecía como si los titulares y el dibujo hubieran sido pegados encima de la página; como en los periódicos de las películas, pensó: allí los titulares auténticos también se sustituían por los titulares que convenían a la película; o como los titulares referentes a uno mismo que se podían imprimir en las ferias de barrio. 

   

     Habían descifrado la palabra «Stumm» en los garabatos de los bordes, y, por cierto, con la letra inicial mayúscula; por lo tanto, se trataba con toda seguridad de un nombre propio. ¿Estaba complicado en el asunto alguien que se llamara Stumm? Bloch se acordó de que le había hablado a la taquillera de su amigo, el futbolista Stumm.

     Cuando la chica recogió la mesa, Bloch no dobló el periódico. Oyó decir que habían puesto al gitano en libertad, que la muerte del colegial mudo había sido un accidente. En el periódico había salido solamente una foto del niño junto con sus compañeros de colegio, porque nunca le habían fotografiado a él solo. El almohadón que la madre del fondista tenía a la espalda se cayó del sillón al suelo. Bloch lo recogió y se marchó llevándose el periódico. Vio el ejemplar de la fonda en la mesa de jugar a las cartas; entretanto, el viaje turístico ya había emprendido la marcha. El periódico —se trataba de una edición de fin de semana— era tan grueso que no cabía en la pinza.

     Traktorspuren eicieCuando un coche pasó por su lado, se extrañó, sin ninguna razón —en realidad el día era bastante claro—, de que llevara los faros apagados. No ocurrió nada especial. Vio cómo en los huertos vaciaban las cestas de manzanas en los talegos. Una bicicleta que le adelantó iba de aquí para allá resbalándose en el fango. Vio cómo dos campesinos se daban la mano en la puerta de una tienda; tenían las manos tan ásperas que oía cómo raspaban al contacto. En la carretera asfaltada había huellas embarradas de tractores, que venían de los caminos vecinales. Vio que una mujer anciana estaba inclinada delante de un escaparate con el dedo en los labios. Los aparcamientos delante de las tiendas se iban quedando vacíos; los últimos clientes entraban ya por la puerta trasera. «La espuma» «se resbalaba hacia abajo» «por los escalones de la puerta cochera». «Detrás» «de la luna de los escaparates» «había» «colchones de plumas». Metían de nuevo las pizarras negras de los precios en el interior de las tiendas. «Los pollos» «picoteaban» «las uvas caídas por el suelo». Los pavos se acurrucaban Goaliepesadamente en las jaulas de alambre de los huertos de frutas. Las estudiantes de magisterio salían por la puerta con las manos apoyadas en las caderas. En la oscura tienda, el comerciante estaba en silencio detrás del peso. «Encima del mostrador» «había» «trocitos de levadura». Bloch estaba apoyado en la pared de una casa. Se oyó un ruido extraño, como si, justamente a su lado, hubieran abierto de par en par una ventana que solamente estaba entreabierta. Inmediatamente siguió andando. 

     Se quedó de pie delante de un edificio nuevo que todavía no estaba habitado, pero que sin embargo ya tenía puestos los cristales de las ventanas. Las habitaciones estaban tan vacías que, a través de las ventanas, se veía el paisaje de detrás. A Bloch le pareció como si él mismo hubiese edificado la casa. Él mismo había puesto los enchufes y también los cristales de las ventanas. También eran suyos el cincel, el papel de envolver y la fiambrera que había en el alféizar de la ventana. 

     Miró el edificio por segunda vez: no, los interruptores de la luz seguían siendo interruptores de la luz, y las sillas en el jardín detrás de la casa seguían siendo sillas de jardín. Siguió andando, porque—

    DieAngst¿Tenía que justificarse porque siguiera andando? ¿Y cómo—?

   ¿Cuál era su objetivo? ¿Cuándo—? ¿Tenía que justificar el «cuándo», mientras él —? ¿Continuaba esto así, hasta—? ¿Ya había llegado tan lejos, que—? 

     ¿Por qué motivo tenía que deducirse algo, simplemente porque estuviera caminando por aquí? ¿Tenía que justificar por qué se quedaba ahí parado? ¿Por qué tenía que justificar algo cuando pasaba por una piscina pública? 

      Esos «de manera que», «porque» y «por medio de» parecían instrucciones; decidió evitarlos, para no—

    Era como si a su lado abrieran silenciosamente un escaparate entreabierto. Todo lo imaginable, todo lo visible estaba ocupado. No era un chillido lo que le asustaba, sino una frase sin pies ni cabeza, después de un montón de frases normales y corrientes. Parecía como si todas las cosas tuvieran otro nombre.

   

    Las tiendas ya estaban cerradas. Las repisas para las mercancías, de las que ya no iba y venía nadie, estaban abarrotadas. No había ningún hueco en el que por lo menos no hubiera una pila de latas de conservas. Todavía colgaba de ellas una etiqueta medio arrancada. Las tiendas estaban tan ordenadas que… 

    «Las tiendas estaban tan ordenadas que no se podía mostrar nada, porque...» «Las tiendas estaban tan ordenadas que no se podía mostrar nada, porque unas cosas tapaban a otras.» Mientras tanto, en el aparcamiento solamente quedaban ya las bicicletas de las estudiantes de magisterio. 

     TheGoaliAanxietyBloch se fue al estadio después de comer. A bastante distancia de allí escuchó los gritos de los espectadores. Cuando llegó, todavía estaban en el calentamiento los hombres de la reserva. Se sentó en un banco en el sentido longitudinal del campo, y comenzó a leer el periódico, hasta que llegó al suplemento del fin de semana. Oyó un ruido, como cuando cae un pedazo de carne en un suelo de piedra; levantó la vista y vio que el balón, que pesaba mucho porque estaba mojado, había rebotado en la cabeza de un jugador.

    Se levantó y se marchó. Cuando volvió, el juego ya había empezado. Todos los bancos estaban ocupados, así que caminó a lo largo del campo hasta llegar a la portería. No quería quedarse parado tan cerca de la portería, y subió la pendiente hasta la carretera. Caminó por la carretera hasta llegar a la esquina donde estaba la bandera. Le pareció como si se le arrancara un botón del abrigo y se pusiera a dar saltos en la carretera. Cogió el botón y se lo metió en el bolsillo. 

    Comenzó a hablar con alguien que estaba de pie a su lado. Se informó de los equipos que estaban jugando y preguntó por el sitio donde se exponían los resultados. Con este viento contrario no iban a meter muchos goles, dijo.

    Se dio cuenta de que el hombre que estaba junto a él llevaba hebillas en los zapatos. «Yo tampoco conozco este sitio», contestó el hombre. «Soy representante, y solamente me voy a quedar unos cuantos días por aquí.» 

     —Los jugadores gritan demasiado —dijo Bloch—. Un buen juego se desarrolla con mucha tranquilidad.

   —No tienen ningún entrenador que les diga desde el borde del campo lo que tienen que hacer —contestó el representante. A Bloch le pareció como si estuvieran representando esta conversación para una tercera persona. 

     EnUnCampoTanPequeño—Cuando se juega en un campo tan pequeño, tienen que tomarse decisiones muy rápidas —dijo.

    Oyó un aplauso, como si la pelota hubiera rebotado en los bordes de la portería. Bloch contó que una vez había jugado contra un equipo en el que todos los jugadores iban descalzos; cada vez que daban una patada a la pelota, los aplausos le atravesaban de punta a punta.

     —Una vez vi en un estadio cómo un jugador se rompía una pierna —dijo el representante—. Se oyó el crujido hasta los sitios de arriba, donde está uno de pie.

    Bloch vio junto a él a otros espectadores que charlaban entre sí. No observaba al que estaba hablando en ese momento sino, por el contrario, a aquel que estaba escuchando. Preguntó al representante si alguna vez, cuando un equipo atacaba, había intentado dejar de mirar a los delanteros para mirar al portero de la portería, hacia la que corrían los delanteros. 

     —Es muy difícil apartar la vista de los delanteros y del balón para mirar al portero —dijo Bloch—. Se tiene uno que desprender del balón, es una cosa completamente forzada. En lugar del balón se ve cómo el portero, con las manos apoyadas en los muslos, corre hacia delante, hacia atrás, se inclina a derecha e izquierda y grita a los defensas. Normalmente la gente se fija en él solamente cuando ya han lanzado la pelota hacia la portería.

    Torwart XCaminaron juntos por la línea lateral. Bloch escuchó una respiración jadeante, como si el juez de línea pasara corriendo a su lado. «Es un espectáculo muy cómico ver correr al portero de aquí para allá esperando la pelota, pero todavía sin ella», dijo.

     Él no podía estar mucho tiempo mirando hacia allá, contestó el representante, involuntariamente volvía la mirada hacia los delanteros. Cuando se miraba al portero, parecía como si tuviese uno que ponerse bizco. Era como si se viese a alguien caminar hacia una puerta y, en lugar de mirar a la persona, se mirara al picaporte. Empieza a dolerle a uno la cabeza y se tienen dificultades para respirar.

     —Uno se acostumbra a ello —dijo Bloch —, pero es ridículo.

     Se anunció un penalty. Todos los espectadores corrieron a ponerse detrás de la portería.

    —El portero está pensando hacia qué esquina va a lanzar el otro el balón —dijo Bloch—. Si conoce al jugador, sabrá cuál es la esquina que elige normalmente. Pero, generalmente, el jugador que lanza el penalty cuenta también con que el portero está haciendo estas o aquellas conjeturas. Así que el portero sigue reflexionando, y llega a la conclusión de que esta vez el tiro irá dirigido a la otra esquina. Pero ¿qué ocurre si el jugador continúa reflexionando también, y decide elegir el tiro a la esquina acostumbrada? Etcétera, etcétera.

      Penalty Kick 2Bloch vio cómo poco a poco todos los jugadores iban saliendo del área de castigo. El que iba a lanzar el penalty colocó el balón en el sitio adecuado. Entonces él mismo retrocedió y salió del área de castigo.

  — Cuando el jugador toma la carrerilla, el portero indica con el cuerpo inconscientemente la dirección en que se va a lanzar, antes de que hayan dado la patada al balón, y el jugador puede entonces lanzar el balón tranquilamente en la otra dirección —dijo Bloch—. Es como si el portero intentara abrir una puerta con una brizna de paja.

      De repente el jugador echó a correr. El portero, que llevaba una camiseta de un amarillo chillón, se quedó parado sin hacer un solo movimiento, y el jugador le lanzó el balón a las manos.

 

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Los fragmentos: AutorretratoYCamarera177

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