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Fragmentos de libros. ALEGATO DE UN LOCO de August Strindberg  Fragmentos II:

Acceso/Volver a los FRAGMENTOS I de este libro: Volver Alegato de un loco
Continúa...     (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas)

    ... Supersticioso como un ateo, no por ello dejaba de impresionarme esa frase que, desde hacía una semana, volvía a aparecer ante mis ojos cada vez que entreabría un volumen. Incluso en sus infortunios conservaba un anhelo, ese buen hombre; y eso fue una alegría para él… Yo había perdido toda esperanza…

28
     LozaDelft… Estamos en primavera, aunque el esqueleto de los setos y de los árboles se perciba aún bajo la joven frondosidad. Y más allá de la rampa con balaustrada, coronada de vasijas de loza de Delft que realzan en azul la cifra de Carlos XII, despuntan los mástiles de los barcos de vapor amarrados en el muelle, con las banderas izadas en honor a la fiesta de mayo. Más allá, la línea verde botella de la caleta, entre las dos orillas, en las que se escalonan los troncos de los árboles: a un lado hojas, al otro agujas. Todos los navíos anclados en la rada han desplegado sus colores nacionales, que representan más o menos todas las nacionalidades: Inglaterra con el rojo del buey sangrante, España roja y gualda, de rayas como las celosías de sus balcones moriscos; Estados Unidos, paño estriado: el jovial tricolor, vecino de la apagada bandera de Alemania, enlutada siempre con el as de trébol junto al mástil; la camisola femenina de Dinamarca, la tricolor disfrazada de Rusia. Están todas, las unas junto a las otras, desplegadas sobre el manto azul marino de un cielo septentrional. Y el estrépito de los coches, los silbatos, las campanas y las grúas se suman a la escena, así como el olor del aceite de las máquinas, el cuero, el arenque salado y los alimentos de las colonias, mezclado con el aroma de lilas en un aire refrescado por un viento del Este que proviene de alta mar, donde ha rozado al pasar los hielos flotantes del Báltico

  _  

    […] Tras estas diversas distracciones, hubo una pausa inevitable, pues uno se cansa rápidamente cuando hace prolongados esfuerzos para hacerse valer, estando como está decidido a ganarse a la gente. En ese intervalo, la obsesión de antaño se adueñó nuevamente de mí. Me quedé mudo.

  _  

 35
    … Se acercaba el día de la partida de la dama. El día anterior al adiós, recibí de la bella una carta triunfante en la que me anunciaba una buena noticia. Había hecho lectura de mi tragedia ante personas de la alta sociedad, muy cercanas a la BalticoCruceroadministración de los teatros. La pieza había impresionado mucho a los mencionados personajes, hasta el punto de que tenían deseos de trabar conocimiento con su autor. Me daría detalles en persona durante la cita de la tarde.

     A la hora fijada, la Srta. X. me paseó por las cajas de las tiendas para sus últimas compras, en tanto que me narraba el efecto que había tenido mi drama; y como la instruí sobre la profunda aversión que alimento respecto a cualquier clase de protector, ella recurrió a grandes medios para convencerme. Y yo despotricaba sin cesar.

   - Pero es que me repugna, querida niña, llamar al timbre, quedarme ahí delante de unos desconocidos, charlar sobre cualquier cosa sin abordar el tema principal, llegar como una especie de mendigo a una casa extraña para pedir tal o cual limosna…

  _  

    Yo me estaba debatiendo lo mejor que podía cuando ella se detuvo ante una joven bien arreglada, elegante incluso, torneada y distinguida.

   Me presentó a la Sra. Baronesa de Y., la cual me soltó algunas frases amables, apenas audibles entre el guirigay de la multitud, en la calle. Yo balbuceé algunas palabras inconexas, incómodo al sentir que había caído en la trampa de la sutil bribona. Pues aquello era, de seguro, un complot.

    SiriVonEssenBaronesaAl cabo de un minuto la baronesa desapareció, no sin haberme formulado de nuevo la invitación que ya me había sido transmitida por la Srta. X.

     Lo que me impresionó de la apariencia de la baronesa fue su aspecto de chiquilla, su carita de niña con los veinticinco años que parecía tener. Tenía aspecto de colegiala, una monada de rostro completamente rodeado por un cabello pícaro, rubio como las espigas de cebada, los hombros de princesa, el talle flexible como una soga, una manera de inclinar la frente con franqueza, deferencia y superioridad. ¡Y decir que esa exquisita virgen-madre estaba sana y salva tras la lectura de mi tragedia! ¡Menos mal!...

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     … la estatua de la Madona se había derrumbado: ¡la mujer se había descubierto tras la bella imagen, pérfida, infiel, con las garras por delante! Al invitarme a ser su confidente, había dado el primer paso hacia el adulterio, y en ese instante se alzó en mí el odio hacia su sexo. Me había ultrajado como hombre y como macho, y yo me compinchaba con su marido contra el bando femenino. No me vanagloriaba de ser virtuoso por ello. En materia de amor, un hombre no es jamás un ladrón, pues no toma nunca más que lo que se le ofrece. ¡La mujer es la única que roba y que se vende! Y el único caso en que se entrega, realmente desinteresada, es en el adulterio. ¡La joven se vende y la esposa se vende; la mujer adúltera es la única que se regala a su amante, robando a su marido! 

    De hecho, yo nunca la había deseado como amante…

  _  

65
     MonedaStrind… A la noche, me decido a ir a ver a mis amigos al Club. En cuanto entro al laboratorio, me saluda un ruido infernal de aclamaciones que me devuelve un poco el ánimo. En medio de la sala se ha situado una mesa en guisa de altar, con una cabeza de muerto puesta delante de un enorme bocal de cianuro de potasio. Junto a ese cráneo hay una Biblia abierta, mancillada de manchas de ponche. Unas velas quirúrgicas marcan la página.

     Alrededor se despliega una fila de vasos de ponche que se van llenando con un alambique: los camaradas están emborrachándose. Me ofrecen un matraz de medio litro de capacidad, que vacío de un trago, y todos los miembros a una gritan la consigna del Club: «¡Maldición!», a lo que contesto entonando la canción de las «Malas Personas»:

¡Emborracharse
y encamarse!
¡Ése es el verdadero sentido de la vida!

    A ese preludio, un chillido general, un monstruoso griterío se alza entre aclamaciones, y comienzo a espetar las tan conocidas blasfemias. En sonoros versos, en términos de anatomía, se glorifica a la mujer como personificación de la incapacidad de los hombres de divertirse solos.

      misogyny1PatheosMe emborracho de palabras obscenas, de palabras de profanación que dirijo contra la Madona, enfermizo resultado de mis deseos insatisfechos. Mi odio contra el pérfido ídolo se desata con semejante violencia que encuentro en ello un amargo consuelo. Los asistentes, pobres diablos que no han conocido nunca el amor sino en la casa pública, están encantados de oír denigrar a las mujeres de sociedad, a las que no pueden siquiera acercarse.

    La ebriedad va en aumento. Estoy contento de escuchar voces masculinas después de esos meses transcurridos entre maullidos sentimentales, efusiones de falsa sinceridad, inocencia hipócrita. Es como si me hubiera quitado la máscara, arrojado los velos con los que Tartufo cubría su lubricidad. En mi mente veo a la Adorada entregándose a todas las fantasías del amor conyugal para alejar el aburrimiento que le proporciona su aburrida existencia. Es a ella, la Ausente, a quien dirijo mis infamias, mis injurias, los escupitajos que vomito en mi vana rabia, furioso por no poder poseerla, pues una fuerza interior me detiene al borde del crimen…

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 116
     … Cuando el barón penetra en su despacho, su lugarteniente viene a presentarle sus respetos, de pie, y de cualquier modo me siento superior a esa jerarquía de lugartenientes, rivales declarados de las gentes de letras ante las damas, temidos enemigos de los hijos del pueblo. 

    Un hombre de guardia trae una botella de ponche, y encendemos unos puros. Para entretenerme, el barón me muestra el libro de oro del regimiento, una colección muy artística de bocetos, acuarelas y dibujos representando a todos los oficiales distinguidos que han servido en los últimos veinte años en la guardia real, retratos de esos mismos oficiales a los que los estudiantes de mi época envidiaban y admiraban, y a los que se daban el gusto de imitar jugando a la «guardia montada». Mi instinto de hombre de baja extracción se deleita contemplando a todos esos privilegiados a los que se ridiculizaba, y, contando con la aprobación del democratizado barón, me permito alguna pequeña salida de tono contra esos adversarios desarmados. Pero la línea de demarcación de las tendencias democráticas del barón no es la misma que la mía, y mis ocurrencias tienen mala acogida. El espíritu corporativista prevalece; y, pasando ahora las hojas con un ademán más presto, se detiene ante una gran composición que representa el motín de 1868.

      -¡Ahá! -suelta, con una risa malvada-, ¡aquí se ve cómo ensartamos a la plebe!- 

    - ¿Estaba usted allí?

   Unif EjSueco- ¡Que si estaba! Yo estaba de guardia y encargado de la defensa de la tribuna que se alzaba frente al monumento asaltado por la muchedumbre. Me dieron con una piedra en el kepis. Estaba mandando repartir cartuchos, cuando una estafeta del rey vino a prohibir, desgraciadamente, el fuego de mi pelotón, con lo cual me convertí en blanco para las piedras del populacho, como una diana. ¡Oh, sí, me pagan por amarla, a la plebe!

     Y tras un silencio, prosiguió riendo, con su mirada en la mía.

     -¿Recuerda usted bien esa historia? 

     -Perfectamente, me acuerdo muy bien. Formaba parte del cortejo de estudiantes.

    Lo que callaba, era que me había unido precisamente a esa plebe a la que él pretendía fusilar. Estaba furioso por que se hubiera alzado esa tribuna reservada para los pases de favor, de que se hubiera excluido al pueblo de una fiesta popular. Así que me había situado del lado de los asaltantes, e incluso conservaba un recuerdo muy nítido de las piedras que había arrojado a los soldados de la guardia.

    En aquel momento en que le escuchaba pronunciar de ese modo aristocrático esa palabra, la «plebe», me expliqué los temores inconscientes que me habían asaltado al penetrar en aquella fortaleza del enemigo. Y los rasgos de mi amigo, que se alteraban con mis bromas, no hacían sino desanimarme a continuar. El odio entre razas, entre castas, se alzaba entre nosotros como un muro infranqueable, y cuando lo miraba, con su sable en las rodillas, un sable honorífico ornado en la empuñadura con la cifra coronada del donante, el Rey, sentía vivamente lo ficticio de nuestra amistad, obra de una mujer, el único punto de unión entre nosotros dos…

  _  

 127       13

     StrindbergDibu¡Qué candidez sin parangón, creer en la castidad del amor! ¡Ese secreto que guardamos entre los dos constituye en sí mismo un peligro! Es un hijo concebido a hurtadillas: se está formando, tras la unión de nuestras almas, ¡y quiere nacer!
Nos impacienta más que nunca volver a encontrarnos para confrontar nuestros antiguos sentimientos, para revivir ese año pasado dándonos gato por liebre. Inventamos ardides; la presento en casa de mi hermana, casada con un profesor de instituto que resulta ser un poco de su mundo, ya que lleva un apellido de nobleza antigua.

      Concretamos citas inocentes al principio, pero el ardor va creciendo y los deseos despiertan.

     En los días que siguen a nuestra declaración, ella me entrega un fajo de cartas escritas en parte antes del trece de marzo, y en parte después de la confesión. Esas cartas, confidentes de sus sufrimientos y de su amor, ¡yo no debía haberlas tenido jamás!...

  _  

 132   17

      MuseoNacEstocolmoEstábamos citados al día siguiente en el Museo Nacional.

    Yo la miraba con adoración mientras ella subía las escaleras de mármol bajo los techos dorados, me fijaba en sus pies menudos, brincando sobre las baldosas de estuco veteado, la veía acercarse a mí, con su talle de princesa bien ceñido en un corpiño entallado de terciopelo negro con pasamanería bordada a lo húsar. Me adelanté para saludarla, doblando la rodilla a la manera de los pajes. Su belleza, exaltada por mis besos, aparecía espléndida. La piel de sus mejillas era transparente, dejando ver bajo la epidermis la sangre floreciente de sus venas: esa estatua casi de mujer casi gélida había cobrado vida, calentada entorno al fuego vital por mis caricias. Pigmalión había soplado sobre el mármol y poseía una diosa.

     Nos sentamos delante de una Psique, conquistada en la época de la Guerra de los Treinta Años. Le beso las mejillas, los ojos, los labios, y ella recibe mis besos con sonrisas, ebria de felicidad. Represento el papel del seductor-improvisador, poniendo por delante todos los sofismas del orador, todos los artificios del poeta:

   - Deserte de esa casa del adulterio -le digo-, huya de esa habitación mancillada, rompa con este ménage à trois, o se expondrá a mi desprecio (no quiero tutearla, pues eso sería degradarla). Vuelva a casa de su madre, entréguese al Arte sagrado; en un año podría usted debutar. Entonces será libre, y podrá vivir su propia vida.

    Ella atiza el fuego, me besa y yo me enardezco. Profiero una cantidad increíble de palabras, que culminan con una promesa que le arranco, la de confesárselo todo al arido, aunque tengamos que sufrir las consecuencias.

    EnDaresForsvarsdalLib- ¿Y si sale mal? -objeta.

   - ¡Entonces que todo se desvanezca! Pero sin respetarme a mí mismo y a usted, no sabría amarla. ¿Es que es usted una cobarde? ¡Quiere obtener la recompensa y sustraerse del sacrificio! Consiga la sublimación de su belleza, arriésguese al salto mortal, aunque fallezca. ¡Que se pierda todo, menos el honor! En pocos días, si esto sigue creciendo, la habré seducido, puede estar segura, pues mi amor es como un flechazo que la alcanzará, pues la amo como el sol ama al rocío… para beberlo. ¡De modo que rápido, al cadalso! Entregue la cabeza, y conserve las manos puras. No se imagine que me humillaré a compartir. ¡Jamás! ¡Es todo o nada!

     Ella hace un simulacro de resistencia, en realidad arrojando un grano de pólvora al medio del fuego…

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146       De 23
    … ¡Oh, aquel mes de abril! ¡Menuda primavera de amor! Una amante enferma, unas insoportables sesiones en las que dos familias sacan sus trapos sucios que desde luego yo no he pedido ver; lágrimas, groserías, un motín en el que todas las miserias ocultas bajo el barniz de la educación se exhiben al sol. ¡Eso sí que es meterse en un avispero!…

      Naturalmente, el amor se resiente. Encontrarse siempre con una amante extenuada de las querellas, con las mejillas rojas por la bronca de antes, que no tiene en la boca más que palabras de procurador, no es que sea un afrodisíaco reconocido.

     Le transmito una y otra vez mis ideas reconfortantes y mis esperanzas, facticias en ocasiones, pues me hallo al borde de mis fuerzas nerviosas; y ella recibe todo eso, me chupa el cerebro, me deseca el corazón. Ella en cambio me ha convertido en su cubo de basura: derrama dentro de mí todas sus porquerías, todas sus penas, sus desengaños, sus preocupaciones.

     En medio de ese infierno yo sigo con mi vida, arrastro mi miseria, me ocupo de mi horrible existencia. Cuando ella viene a mi casa, por la noche, se enfurruña si me pongo con cualquier trabajo, y entonces preciso gastar dos horas de besos y lágrimas para convencerla de mi amor. 

    Para ella, el amor es una adoración perpetua, una atención servil, un ofrecimiento de sacrificios…

  _  

24    Primero de mayo. Todos los documentos necesarios están firmados. Su marcha está fijada pasado mañana. Viene a verme y, colgándoseme del cuello, me dice:

     - Ahora soy completamente tuya, ¡tómame! 

    SiriOrange2Como no hemos hablado nunca de matrimonio, no sé a qué se refiere exactamente. No obstante, la situación me parece más correcta hoy que va a abandonar su antiguo domicilio. Y nos quedamos así, pensativos y tristes, en mi cuartucho. Ahora todo nos está permitido y la tentación es menor. Me acusa de frialdad y le demuestro ostensiblemente lo contrario. Pero entonces se lamenta de mi sensualidad. Lo que necesita es la adoración, el incienso ardiendo, las oraciones. 

     Se declara una violenta crisis y, en un nuevo ataque de histeria, sostiene que ya no la amo -¡pronto empezamos!… 

    Transcurre una hora entre susurros y adulaciones. Vuelve a entrar en razón, pero no se repone totalmente hasta haberme desesperado hasta las lágrimas. Es entonces cuando vuelve a amarme. Cuanto más rebajado, arrodillado, pequeño y raquítico me ve, más me adora. No quiere sentirme viril y fuerte, para alcanzar su amor debo hacerme miserable y desgraciado de modo que ella pueda mostrarse superior a mí, jugar a las mamás y consolarme.

  _  

    Cenamos en mi casa; ella pone el mantel y prepara la comida. Al caer la noche, reclamo mis derechos de amante. El sofá se transforma en cama y la desnudo. 

    ¡Y es la renovación del amor, pues ella es una virgen, una muchachita que vibra entre mis brazos! ¡Cuán sutiles e imperceptibles son las brutalidades con la amada! Realmente el animal no toma parte en esa fusión de almas. ¿Se podría decir dónde acaba esto, dónde empieza aquello?...

  _  

 156        De 26  … Pero ella no quiere ser sincera.

     ¡No puede! 

     EnDaresForsvarsdalTeatroPorque eso no está en la naturaleza de una mujer. Se siente cómplice, y la azotan los remordimientos. No tiene más que un pensamiento: descargar su conciencia cargándome a mí toda la responsabilidad de la deuda contraída. 

    La dejo hacer, encerrándome en un silencio exasperante. Cae la noche; bajo el cristal y me aposto en la portezuela para contemplar el desfile de abetos negros, tras los cuales asciende el pálido disco de la luna. Luego, aparece un lago cercado de abedules, un arroyo bordeado de alisos; campos de trigo, praderas y más abetos, durante mucho tiempo. Me embarga un deseo loco de precipitarme por la portezuela, de salir de ese calabozo en que me custodia una enemiga, en que me mordaza una hechicera. Pero la preocupación por su futuro me obsesiona como una pesadilla, y me reconozco responsable de la existencia de esa mujer que me es extraña, de la existencia de sus hijos sin futuro, de la subsistencia de su madre, de su tía, de toda su raza, en fin, por los siglos de los siglos. 

      Así que me ocuparé de hacer que triunfe en el teatro, sufriré todos sus sufrimientos, sus decepciones, sus desengaños, para que un día ella pueda arrojarme al arroyo como un limón exprimido, a mí, mi vida entera, mi cerebro, mi médula espinal y mi sangre, y todo ello para compensarme por el amor que le doy, que ella recibe y que, en su mente, cree ofrecerme en sacrificio. ¡Alucinación amorosa! ¡Hipnotismo genesiaco!

  _  

      Hasta las diez me refunfuña sin pausa. ¡Una hora más y habrá llegado el momento de la despedida! Pero me pide perdón, y pone sus dos pies en el cojín de mi asiento, pretextando un súbito cansancio. Ante sus miradas lánguidas y frente a sus lágrimas, a pesar de su lógica de araña, yo había conservado la sangre fría, la fuerza viril. Pero todo va a desmoronarse. ¡He entrevisto sus adorables botines, y nada menos que sus medias!  ¡De rodillas, Sansón! ¡Pon tu cabellera en sus rodillas, aprieta tus mejillas contra sus muslos, implora su perdón por las duras palabras con las que la has flagelado -y que no ha comprendido-, reniega de tu razón, abjura de tu fe, ámala! ¡Esclavo eres! ¡Cobarde, te doblegas por unas medias entrevistas, tú que crees tener facultades para asombrar al mundo! ¡Y ella no te ama sino así, envilecido; te compra por un minuto de espasmos que te ofrece, a bajo precio, pues no tiene nada que perder por sacarte una onza de lo mejor de tu sangre!

     Pinterest Strind2La máquina silba, es la estación del adiós. Ella me besa como una madraza, me hace la señal de la cruz en la frente -aunque sea protestante-, me encomienda al buen Dios, me suplica que me cuide y que no me apene.
Y el tren se adentra en la noche, asfixiándome con su humo alquitranado. 

    Respiro -¡por fin!- el aire fresco de la noche, y gozo de la libertad durante, ¡ay!, un instante nada más. Apenas llego al albergue del pueblo me desmorono, quebrado por el arrepentimiento... 

   

***

  Se ha cumplido la primera etapa de la decadencia de un hombre; las demás seguirán consecuentemente, hasta el aturdimiento, hasta los confines de la enajenación mental.

   

De la Segunda parte.

 187
       Serietecknare laser en DaresDe 5 …   Me pasé la noche en el café, por las calles, vagabundeando y meditando sobre el problema de la decadencia. ¿Por qué experimentamos un dolor lancinante al ver desmoronarse una criatura? Es porque hay ahí algo antinatural, pues la naturaleza exige el progreso individual, el desarrollo, y cualquier marcha atrás desvela una descomposición de las fuerzas. Ocurre así en la vida social, donde cada individuo aspira a rebasar ciertas alturas materiales o morales. De ahí que, ante la caída, nos oprima un sentimiento trágico, trágico como el otoño, la enfermedad o la muerte. Esa mujer que no tenía treinta años, a quien yo había visto joven, hermosa, franca, leal, afable, fuerte, bien educada, ¡ay!, la veía al cabo de dos años rebajada tan pronto, caída tan bajo.

     Por un instante estuve tentado de echarme la culpa a mí mismo, para atenuar la suya, lo cual hubiera sido un alivio para mí. Pero no era capaz de tomarla conmigo mismo, pues había sido yo quien le inspiró el culto a la belleza, el amor por las cosas superiores y las acciones generosas y, a medida que ella iba adoptando las desagradables maneras de los cómicos, yo me ennoblecía asimilando las bellas maneras de la alta sociedad, imitando sus gestos, su lenguaje cortés, imponiéndome esa reserva que refrena las emociones y que es un signo distintivo de la gente de altura. En el amor, conservaba la castidad exterior y permanecía siempre en guardia contra las ofensas a la belleza o a las conveniencias, cuidando el pudor que hace olvidar la parte animal de una acción que, a mi modo de ver, está más cercana al alma que al cuerpo. 

    StrindbergAtormentadoSoy violento, llegado el caso, pero nunca vulgar. Mato, pero no hiero. Suelto la palabra precisa para el caso, pero no voy recopilando palabras dichas aparte solapadamente; invento yo mismo mis agudezas, alumbradas al azar, provocadas por la situación, pero no me apropio de las bonitas palabras de las operetas o de los periódicos ligeros. 

      Adoro la limpieza, la claridad y la belleza en la vida, y soy capaz de faltar a una comida si no tengo una camisa almidonada. No me dejo ver jamás en ropa de cámara o pantuflas delante de mi amante; tal vez le ofrezca una exigua tartaleta con un vaso de cerveza, pero en un mantel blanco.

     De modo que no ha sido mi ejemplo lo que la ha rebajado por debajo de su nivel. Ella ya no me ama. Es por eso que ha dejado de querer gustarme. Pertenece al público, se maquilla y se viste para el público, ¡y por eso se ha convertido en una mujer pública, que acaba presentado la cuenta por tantas y tantas noches!… 

     Durante los días siguientes vivo encerrado en la biblioteca. Estoy de luto por mi amor, mi amor soberbio, loco, celeste. Todo ha sido enterrado, y el campo de batalla donde se libraban los combates del amor permanece en silencio. Dos muertos y muchos heridos, para satisfacer las necesidades de una mujer que no vale ni un par de zapatos viejos...

    

De la Tercera parte.

 196
       De 1  … ¡Ah, qué buena pareja hacemos! El sueño del matrimonio libre realizado. Ni lecho conyugal, ni habitación común, ni aseo en común, de modo que todas las infamias de la santa y legítima unión quedan abolidas. Una institución fabulosa, el matrimonio así comprendido, revisado y corregido por nosotros. Gracias a las camas separadas, podemos conservar infinitamente los hermosos momentos de desearse buenas noches, así como la alegría por siempre perpetuada del saludo matinal, informándose sobre la noche y la salud. Y así se conservan también las discretas y delicadas visitas al dormitorio, siempre precedidas de preámbulos corteses, sustituyendo a las violaciones más o menos consentidas del lecho conyugal…

   

   … Al cabo de seis semanas, descubro que en la intimidad de mi esposa se han deslizado dos intrusos.

    KingCharles5El primero es un perro de raza King Charles, un monstruo de ojos llorosos que me recibe con horribles ladridos cuando llego a mi apartamento, como si no fuera de la casa. Odio a los perros, esos protectores de los cobardes que no tienen el valor de morder ellos mismos al asaltante; y además ese animal me es particularmente antipático pues para mí representa una sucesión de la familia precedente, una perpetua evocación del marido cesado.

     La primera vez que le impongo silencio, mi mujer me dirige tímidos reproches, disculpando al animal: le ha quedado como un legado de su hija muerta, nunca habría pensado que yo fuera tan cruel, y todo lo demás… 

    Un día, me doy cuenta de que el monstruo ha hecho sus necesidades sobre la gran alfombra del salón. Le aplico un severo correctivo, el cual me vale la calificación de verdugo por golpear a animales que no tienen uso de razón.

    —Pero qué quieres que haga, niña, si las bestias no entienden nuestro lenguaje.

    Llora y me confiesa que le asusta semejante clase de hombre…

    No por ello deja el monstruo de ensuciar el precioso tapiz.

    Desde entonces me encargo de su educación, persuadiendo a mi mujer de que los perros se vuelven muy dóciles, y de que con un poco de perseverancia se obtienen milagros del adiestramiento. 

     Ella monta en cólera, y por primera vez me hace observar que el tapiz le pertenece.

     —Pues quítalo; no me he comprometido a vivir en una letrina. 

     El tapiz se queda, pero se vigila más animal desde entonces. Algo han hecho mis correctivos.

     Sin embargo, otros accidentes acontecen.

    Para reducir gastos y evitar el incordio de tener que encender fuego especialmente en la cocina, a la noche me contento con platos fríos. Mas un día al pasar casualmente por la cocina, ¿qué veo? La criada asando costillas de ternera en el horno, con el fuego a todo fuelle.

    —¿Para quién son esas costillas?
    —Para el perro, señor.
    Llega mi mujer.
     —Querida…
     —¡Ah, lo siento, pero la que lo paga soy yo!

      —Oh, muy bien… ya entiendo. Pero yo estoy comiendo frío, estoy peor alimentado que tu perro… Y también pago, yo.

      TheConfessionFool¡Menuda buena pieza! ¡Que paga!

     Desde ese momento el king Charles es considerado como un ídolo, como un mártir, y María se encierra con una amiga —una amiga nueva— para adorar a su animal, al que han adornado con un lazo azul alrededor del cuello. Y como buenas camaradas se ponen a gimotear juntas sobre la maldad humana encarnada en mi odioso personaje.

     Entonces un odio mortal ruge en mi interior contra esa cizaña que se pasa el tiempo deambulando entre mis piernas. Mi mujer le ha hecho con cojines de plumas y un montón de chales un camastro que entorpece infaliblemente el paso cuando quiero ir a decirle buenos días o buenas noches. Y los sábados, cuando, después de una semana de faena, cuento con pasar la noche a solas con mi mujer, departiendo sobre el pasado o el futuro, mi compañera se queda tres horas en la cocina con su amiga, atribulando a la criada, haciendo fuego, trastornando a los habitantes de la casa, ¿y por qué? Porque es el día de lavar al monstruo.

   —¿Es que no tiene corazón, para tratarme así?
  —¡Sin corazón, ella!, ¡el alma caritativa que sacrifica incluso su felicidad conyugal por el cuidado de una pobre bestia abandonada! —exclama la amiga.

    Llegó un día en que la infamia pasó el límite de toda medida.

    Ya hacía tiempo que la comida traída del restaurante me parecía extremadamente mala, pero la amada, con su irresistible bonachonería, me convencía con facilidad de que era yo quien me había vuelto difícil. Y yo la creía, ya que me repetía hasta la saciedad que ella era de naturaleza sincera y franca.

     En fin, esa comida fatal iba a servirse. En el plato que me trajeron no había más que huesos y tendones.

    —Pero veamos, niña mía, ¿qué es lo que me sirve usted aquí?

   —Sí, señor, ya lo veo. No era tan malo cuando lo trajeron. Pero fue la señora quien me ordenó que quitase los mejores trozos para el perro…

      ¡Cuidado con una mujer cazada en flagrante delito! ¡Su cólera cuadruplicada te caerá sobre la cabeza!
      Ella se quedó como fulminada, puesta en evidencia como una mentirosa y una estafadora, pues siempre había pretendido que alimentaba a su animal con su dinero.

     Muda, lívida, no me inspiraba más que piedad. Sentía vergüenza ajena por ella; mas, no queriendo jamás verla envilecida, verla por debajo de mí, me atreví, como vencedor generoso, a consolarla por esa desventura. Dándole un amistoso cachete en la mejilla, le dije que no se enfadase por tan poca cosa.

    La generosidad no es su debilidad. Estalló. ¡Oh, bien se veía que no era más que un plebeyo sin educación, yo que la ponía en evidencia delante de una sirvienta, una imbécil que había comprendido mal sus órdenes! En fin, si había un culpable, ése era yo… Le da un ataque de nervios: hace gestos violentos, se levanta bruscamente de la mesa y se arroja al canapé lanzando gritos de enajenada, sollozando y vociferando que se va a morir.

    Incrédulo, permanezco impasible ante esa comedia.

    —¡Todo este jaleo por un perro!

  _  

    Tras varias carreras en coche a ver a todos los comisarios de policía e incluso al verdugo, la cizaña reaparece. En casa hay gran fiesta para mi mujer y su amiga, que desde ahora me contemplan cuando menos como un posible envenenador de perros. En fin, a partir de ese día al monstruo es encerrado en el dormitorio de mi mujer, y el nido de amor que yo había decorado con gusto artístico se convierte en perrera.

    Con ello el apartamento, que ya es pequeño de por sí, se hace inhabitable, y el conjunto se estropea. Cuando le hago esa observación, mi mujer me contesta que su habitación es suya.

      Entonces emprendo una cruzada sin piedad.

      Pongo a raya a la señora hasta hacerla hervir la sangre, y dejo que sea ella la primera en ceder.

    —Ya no me dices nunca buenos días por las mañanas.
    —¡Toma!, como ya no puedo entrar en tu cuarto…

    DiscusiónTeatroSe enfurruña. Yo me enfurruño. Durante toda una quincena sufro las amarguras de una auténtica continencia y la obligo a venir a mi dormitorio a mendigar los favores que desea, cosa que me acarrea su odio hasta nueva orden.

    Finalmente se rinde, y se decide a mandar sacrificar a su perro. Pero en lugar de hacerlo directamente, manda a por su amiga y representa la comedia del adiós supremo, de los últimos días del reo condenado en espera de la ejecución, y llega incluso a rogarme de rodillas que abrace al sucio animal en señal de reconciliación, pues quién sabe si los king Charles tienen alma y si volveremos a verlos en el otro mundo. 

    El resultado: que devuelvo al condenado la vida junto con la libertad, lo que me granjea inverosímiles testimonios de reconocimiento. 

     Hay momentos en que me creo encerrado en un asilo de locos. Pero ¡ay!, cuando se ama no se es puntilloso.

    ¡Y decir que esa escena de los últimos momentos de un condenado habrá de repetirse cada seis meses, reiterada durante seis años! 

     StrindbergAbatido¡Muchacho, tú que has leído la historia verídica de un hombre, una mujer y un king Charles, tú que has sufrido leyendo estas confesiones, concédeme tu piedad más profunda, pues esto duró seis veces trescientos sesenta y cinco días de veinticuatro horas cada uno; admírame, pues sigo vivo! ¡Y por último, admitiendo que esté loco —cosa que quiere hacer creer mi mujer— di de quién es la culpa, si no es mía por no haber tenido el valor de envenenar de una vez por todas a ese sucio chucho!

  _  

     De 4 …   ... Y la tarde transcurre entre lágrimas, María maldice el matrimonio, el santo y feliz matrimonio, la única felicidad, llorando en el hombro de su amiga y cubriendo de besos locos a su sucio chucho.

     Cruel, pérfida, mentirosa… ¡oh, sí, muy bonito el corazón sensible! 

    Y la cosa continúa con infinitas variantes durante todo el verano; me paso los domingos con dos imbéciles y un perro; me convencen de que las desgracias del matrimonio provienen de mis nervios descompuestos, y de que sería saludable que visitara al médico.

  _  

212
     De 5  …  
 - ¿Y qué? -contesta ella a mis observaciones-, ¿es que no soy libre?

   - No -le replico- estás casada. Y, puesto que llevas mi nombre, entre nosotros ha de existir una solidaridad. Si tu buen nombre se ve mancillado, igualmente lo será el mío, ¡y aún más que el tuyo!
    -  Entonces, ¿no soy libre?…

    - No, no hay nadie que sea libre en una sociedad en la que cada uno porta, ligada a la suya, la suerte de su vecino. En fin… Si tú me hubieras visto a mí cenando con unas damas, ¿qué dirías?…

    ¡Se declara libre de acción en cualquier caso, libre de destruir si le place mi reputación, libre en todo y para todo! ¡Ah, la muy salvaje, que entiende por libertad la soberanía del déspota, que pisotea el honor y la felicidad de todo el mundo! 

    EnDares OperaDespués de esa escena, que mudó en riña y acabó en llantos y en crisis de histeria, siguió otra aún más turbadora por cuanto que no soy en absoluto un iniciado en los misterios de la vida genésica, cuyas anomalías me parecen siniestras, como todas las que no se pueden entender de primeras.

    Así pues, una noche, cuando la sirvienta se estaba ocupando de hacer la cama de María en la habitación vecina a la mía, empiezo a oír grititos sofocados y risas nerviosas contenidas, como provocadas por caricias. Eso me produce un extraño dolor y, cediendo a una inexplicable angustia que raya el furor, abro bruscamente la puerta de enfrente y sorprendo a María con las manos sumergidas en el corpiño de la criada despechugada, con los ávidos labios junto a sus pechos resplandecientes de nacarada blancura…

  _  

       De 9  … Finalmente, tras interminables preparativos, se fija el día de la partida. ¡Pero entonces surge otra dificultad que yo había previsto, y que acarrea una serie de escenas lacrimógenas! El king Charles aún vive. ¡Qué de problemas me ha procurado a estas alturas! Sobre todo porque los cuidados que se le dan se le roban a los niños. 

     Sin embargo, ha llegado el momento en que, para mi indecible alegría, el ídolo de María y mi pesadilla termina sus días, viejo, ulceroso, maloliente y sucio. En el fondo, estoy convencido de que María deseaba la muerte de ese animal pero, pensando en el inocente placer que su desaparición me causaría, y en vista del fastidio que siente con la sola idea de proporcionarme una diversión, va aplazando el asunto del king Charles e inventa ingeniosas torturas para hacerme pagar caros, en cualquier casos, los días esperados de beatitud.

    De manera que organiza un festín de despedida, monta escenas lamentables, y finalmente se va a la ciudad con el monstruo, después de haber mandado matar una gallina cuyos huesos me sirven para cenar, ya que soy de constitución enfermiza. Tras ausentarse dos días, me anuncia su regreso en términos fríos… es lo conveniente para dirigirse al «asesino». Ebrio de alegría, liberado de seis años de amarguras, voy a su encuentro al barco, seguro esta vez de volver a verla sola. Me acoge como a un envenenador, con grandes lágrimas, y me rechaza cuando quiero besarla. Cosa insólita, se adueña de un gran paquete y se encamina hacia la casa cual si fuera siguiendo un convoy, con un paso que parece seguir el ritmo de una invisible marcha fúnebre. ¡El paquete secreto es el cadáver! ¡Cielos! Aún me está reservado el entierro, ¡el último golpe del destino! Es preciso un hombre para hacer el ataúd y dos hombres para cavar la fosa, y, manteniéndome a cierta distancia, me veo obligado a asistir a las exequias del asesinado. ¡Cuán edificante resulta todo esto!...

  _  

De la Cuarta parte.

 246
     EmileDeGirardinDe 1  … Se pasea con el cobarde libro de un asexuado, el cual, desaprobado y rechazado por todos los partidos, se comporta frente a los hombres como un traidor, concluyendo una alianza con todas las pseudointelectuales del mundo civilizado. Tras la lectura de El hombre y la mujer, de Émile de Girardin, yo, por mi parte, ya comprendí todas las consecuencias favorables a las mujeres de ese movimiento.

     Pretender destituir al hombre, reemplazarlo por la mujer retornando al matriarcado, destronar al verdadero amo de la creación, al que ha creado la civilización, generalizado los beneficios de la cultura, el generador de las grandes ideas, de las artes, de los oficios, de todo, para ensalzar a esas malas pécoras de mujeres que no han tomado parte en la obra civilizadora nunca, o casi nunca, siendo en tal caso excepciones fútiles, aquello resultaba, desde mi punto de vista, una provocación para mi sexo. Y ante la sola idea de ver que «lo consiguen», esas inteligencias de la edad del bronce, esas antropomorfas, medio simias, esa horda de animales perniciosos, el macho se subleva en mi interior. Y, hecho curioso de señalar, me curo de mi enfermedad, impulsado por una voluntad rencorosa de resistencia contra una enemiga inferior en intelecto pero muy superior por su ausencia completa de sentido moral.

  _  

    Ya que en una guerra a muerte entre dos comunidades, parece que la menos honesta, la más perversa ha de salir triunfante, ya que las posibilidades de ganar la batalla son harto dudosas para el hombre, dado el respeto innato que profesa por la mujer -por no hablar de las ventajas que le ofrece como abastecedor que le deja todo el tiempo libre para prepararse mejor para el combate-, me tomo el asunto en serio. Me equipo para esa nueva batalla e inmediatamente preparo un nuevo volumen que, en mi mente, es un guante arrojado al rostro de las mujeres emancipadas, de esas locas que desean la libertad al precio del sometimiento del hombre. 

    La primavera se acerca y cambiamos de pensión. En breve me encuentro en una especie de purgatorio, donde veinticinco mujeres que me vigilan me suministran los elementos necesarios para la diatriba que estoy componiendo sobre esas usurpadoras de los derechos del marido. 

     Karin Smirnoff HijaAl cabo de tres meses, el volumen está listo. Es una recopilación de relatos sobre el matrimonio, precedida por un prefacio en el que enuncio gran cantidad de verdades desagradables para quien corresponda, del estilo de la que sigue:

    La mujer no es una esclava, puesto que ella y sus hijos se alimentan del trabajo del hombre. La mujer no está jamás subyugada, ya que ella elije su papel, ya que la naturaleza le ha repartido su lote que es el de permanecer bajo la protección del hombre durante el cumplimiento de sus funciones maternas. La mujer no es igual al hombre en intelecto, y el hombre no es igual a la mujer en materia de procreación. Así, la mujer es superflua en la gran obra de la civilización, ya que el hombre comprende su cometido mejor que ella; y, según las teorías evolucionistas, cuanto mayores son las diferencias de sexo, más fuerte es la progenie. Así pues el «masculinismo» o la igualación de los sexos es un paso atrás, una retrogradación, un absurdo, el último sueño de los socialistas románticos e idealistas.

  _  

    La mujer, necesariamente aprendiz del macho, creación espiritual del hombre, no tiene derecho a los derechos del marido, ya que no constituye la «otra mitad» de la humanidad más que en el sentido numérico, sin constituir proporcionalmente más que una sexta parte. Que las mujeres dejen pues al hombre su mercado de trabajo inviolado, mientras que él seguirá con la obligación de mantener a la mujer y a los hijos; y que se piense bien que por cada empleo arrancado a un hombre, la inevitable consecuencia será una solterona o una prostituta más...

...

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