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Fragmentos de libros. MOUNTOLIVE de Lawrence Durrell   Fragmentos Ii

Acceso/Volver a los FRAGMENTOS I de este libro: Arriba FraLib
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... Mountolive hizo lo que le ordenaban y se quedó allí flotando sobre el nervioso charco de luz del farol cuyo piso era de pronto un cristal sin par, no barro, y estaba animado por tortugas acuáticas, ranas y peces que se deslizaban, toda una población perturbada por el mundo superior que se había entrometido en el suyo...

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... Cuando él partió, Leila lo acompañó a caballo hasta el ferry, pero la presencia de Naruz y Nessim impidió toda conversación privada, cosa que casi la alegró. En realidad no les quedaba nada que decir y ella deseaba inconscientemente evitar la penosa repetición que acompaña a todo amor y que al final lo destruye.

Alejandria PuertoPuerto de Alejandría en 1937. Leo Wehrli - This image is from the collection of the ETH-Bibliothek and has been published on Wikimedia.

Ella quería que le quedara la imagen de Mountolive, nítida y sin mancha; pues reconocía que esta separación no era más que el modelo, por decirlo así, de otra separación mucho más definitiva, separación que, si iban a seguir comunicándose solamente por las palabras y el papel, podría significarle la pérdida total de Mountolive. No se puede escribir más que una docena de cartas de amor sin encontrarse falto de tema. La más rica de las experiencias es también la más limitada en su campo de expresión. Las palabras matan el amor como matan todo lo demás. Leila ya había Cub DEBOLSILLOplaneado trasladar su comunicación a otro plano más rico; pero Mountolive era todavía demasiado joven para saber aprovechar lo que ella podría ofrecerle: los tesoros de la imaginación. Tendría que darle tiempo a crecer. Se daba cuenta muy bien de que lo quería mucho, y sin embargo podía resignarse a no verlo nunca más. Su amor ya había envuelto y dominado la desaparición del objeto: su propia muerte. Este pensamiento, definido con tanta claridad en su mente, le daba una ventaja enorme sobre él… Porque él seguía chapaleando en el mar picado de sus propias emociones, ilógicas y enredadas: el deseo, la consideración de sí mismo y todas las otras dificultades infantiles, propias de un amor que está echando los dientes, mientras que ella ya estaba sacando fuerza y seguridad de la propia irremediabilidad del caso. Su orgullo de espíritu e inteligencia le prestaban una fuerza insospechada. Y aunque sentía, con una parte de su mente, ver que se iba tan pronto, aunque se alegraba de verlo sufrir y se preparaba a no verle regresar más, ya se sabía por entero dueña de él, y, paradójicamente, decirle adiós le resultaba fácil...

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De II Correspondencia entre Leila y Mountolive.

... ¿Fue una suerte, pues, que el destino le impidiera tan difícil decisión, porque la carta llegó a su escritorio en el mismo correo que un largo telegrama de Nessim anunciándole que ella había caído enferma? Y mientras vacilaba todavía entre varias respuestas que elegir, llegó una postal escrita por ella con nueva letra, penosamente estirada, que le libró finalmente con estas palabras: «No me escribas de nuevo hasta que pueda leerte. Estoy vendada de la cabeza a los pies. Ha ocurrido algo muy malo, muy definitivo».

Curezone VirNegDurante todo ese caluroso verano, la viruela negra -inventada quizá como el remedio más cruel para la vanidad humana- se fue arrastrando, y fundiendo lo que quedaba de su belleza, otrora celebrada. Inútil pretender, ni siquiera para sí misma, que ello no iba a alterar toda su vida. Pero ¿cómo? Mountolive esperaba, en una agonía de indecisión, hasta poder renovar la correspondencia con ella, escribiendo ora a Nessim, ora a Naruz. Un vacío se había abierto a sus pies.

Y luego: «Es una extraña experiencia verse las propias facciones llenas de pozos y deslizamientos de tierra, como un paisaje familiar que hubiera volado bajo una bomba. Temo que tendré que habituarme a esta nueva sensación de ser una bruja. Pero con mis propias fuerzas. Naturalmente eso puede reforzar otros aspectos de mi carácter -como pueden los ácidos- he perdido la metáfora… ¡Ah, qué sofistería es ésta, porque no hay solución! ¡Y con qué amargura me arrepiento de las propuestas contenidas en mi última larga carta! Ésta no es cara para exhibir por Europa, y una no se atrevería a avergonzarte haciendo que la vean cerca de ti, como amiga tuya. Hoy mandé comprar una docena de velos negros, como los que usan todavía las mujeres pobres de nuestra religión. Pero me pareció tan triste que, al mismo tiempo, hice venir al joyero a que me tomara las medidas para hacerme unas pulseras y anillos nuevos. ¡He enflaquecido tanto últimamente! Era un premio a la valentía, también, como cuando a los chicos se les da un caramelo para que tomen un remedio muy feo. ¡Pobrecito Hakim! Lloraba al mostrarme las alhajas. Sus lágrimas me caían en los dedos. Pero no sé cómo pude reír. Hasta la voz se me ha cambiado. Estaba tan harta de yacer acostada en una pieza a oscuras… Los velos me van a liberar. Sí, y, naturalmente, VeeloNegroestuve pensando en el suicidio. ¿Quién no lo hace en tal ocasión? No, pero si sigo viviendo no va a ser para compadecerme a mí misma. ¿O tal vez la vanidad de la mujer no es como creemos una cuestión mortal, un asunto que mata? Debo ser confiada y fuerte. Por favor, no te pongas solemne ni me mires con lástima. Cuando me escribas, que sean tus cartas alegres como siempre».

Pero después vino un largo silencio antes de que su correspondencia se reanudara normalmente, y las cartas de ella tomaron otro carácter: el de la amarga resignación. Se había retirado -le escribió- nuevamente al campo, donde vivía sola con Naruz. «Su suave primitivismo hace de él un compañero ideal. Además hay veces que tengo perturbado el espíritu, que no estoy del todo compos mentis , y entonces me retiro varios días a la casita veraniega, ¿te acuerdas?, al extremo del jardín. Allí leo y escribo sin más compañía que mi serpiente: porque el genio de la casa, en estos días, es una gran cobra polvorienta, mansa como un gato. Es compañía suficiente. Además tengo otros cuidados, ahora, otros planes. ¡Desierto fuera y desierto dentro! 

El velo es un lugar hermoso y privado, pero creo que allí nadie se abraza.

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71 de Mountolive a Leila sobre una velada con Pursewarden y su hermana Liza..

... ... A Mountolive en realidad le habían chocado un poco opiniones tan precisas como cortantes, porque en aquel tiempo compartía las tendencias igualitarias que prevalecían entonces… aunque al modo anodino, liberalizado, que era corriente en el ministerio. Los olímpicos desprecios de Pursewarden hacían de él una persona más bien temible. «Confieso», escribía Mountolive, «que no tuve la impresión de haberlo clasificado exactamente en ninguna categoría. Pero expresaba opiniones más bien que actitudes y debo decir que tuvo varias salidas notables, que te voy a referir, como: -“La obra del artista es la única relación satisfactoria que puede tener con la gente, puesto que busca sus verdaderos amigos entre los muertos y los que no han nacido. Por eso no se puede meter en política; no es su oficio. Él tiene que dedicarse a los valores, no a las maneras de obrar. Hoy todo EscudoByNesto me parece a mí un necio juego de sombras, porque mandar es un arte, no una ciencia, así como la sociedad es un organismo, no un sistema. Su unidad más pequeña es la familia, y de veras la monarquía es la estructura que le conviene. Porque una Familia Real es un espejo de la familia humana, una idolatría legítima. Quiero decir, para nosotros los británicos, con nuestro temperamento quijotesco y nuestra pereza mental; no sé de los demás. En cuanto al capitalismo, sus errores e injusticias son todos remediables mediante justos impuestos. No deberíamos andar a la caza de una igualdad imaginaria entre los hombres, sino tan sólo de una decente equidad. Pero para eso los reyes tendrían que estar fabricando una especie de filosofía como hacían en China; para nosotros no hay esperanzas ya de una monarquía absoluta, porque la filosofía de la realeza se encuentra en bajamar. Lo mismo ocurre con la dictadura. En cuanto al comunismo, me doy cuenta que también es sin esperanza. El análisis del hombre en términos de comportamiento económico le quita a la vida toda su gracia, y además, despojarlo de una psique personal es una locura”. -Y así sucesivamente. Ha visitado Rusia durante un mes, con una delegación cultural, y no le gustó lo que CCCPsentía allí. Otras boutades “Tristes judíos en cuya cara se podía leer toda la melancolía de una secreta aritmética; le pregunté a un viejo en Kiev si Rusia era un lugar feliz. Inspiró profundamente y después de mirar a su alrededor me contó que allí decían que una vez Lucifer tuvo buenas intenciones; deseaba cambiar. Decidió realizar una buena obra, una sola. Así nació el infierno en la tierra, que por nombre le pusieron Rusia Soviética”.

»En todo esto su hermana no intervino. Permanecía sentada, en silencio elocuente, tocando blandamente la mesa con los dedos rizados como sarmientos de vida, sonriendo ante aquellos aforismos como si fueran una malicia privada. Solamente una vez, cuando él se había ido por un momento, se volvió hacia mí y me dijo: “Él no debería preocuparse por estas cosas. Su única tarea es aprender a someterse a la desesperación”. Me sorprendió esta frase de oráculo, que le salió de los labios con tanta naturalidad, y no supe qué contestarle. Él regresó y volvió a sentarse y reanudó en seguida la conversación como si hubiera estado pensando en ella todo el tiempo. Dijo: “No, son una necesidad biológica los reyes. ¿Será que reflejan la constitución misma de la psique? Hemos hecho una transacción tan admirable con el asunto de su origen divino que me repugnaría verlos reemplazados por un dictador o por un consejo de obreros y un piquete de fusilamiento“. Yo tuve que protestar por esta opinión tan extemporánea, pero él hablaba con toda seriedad. “Yo le aseguro que a eso tiende el ala izquierda; su objeto es la guerra civil, aunque no se dé cuenta… gracias a la BernardShawastucia con que los puritanos sin savia, como Shaw y compañía, han expuesto sus argumentos. El marxismo es la venganza de los irlandeses y de los judíos“. Tuve que reírme de esto y, para hacerle justicia, diré que lo mismo hizo él. “Pero por lo menos eso le explicará por qué yo soy mal vu -dijo-, y por qué siempre me alegro tanto de salir de Inglaterra para ir a países donde no siento responsabilidad moral ni deseo de elaborar tan deprimentes formulaciones. Al fin y al cabo, ¡qué diablos!, soy un escritor“.

»Por entonces ya se había tomado varias copas y estaba muy cómodo. “Dejemos este campo estéril -dijo-. ¡Oh, cuánto deseo irme a ciudades que han sido creadas por sus mujeres: París o Roma, levantadas para responder a caprichos femeninos! Nunca puedo ver la vieja forma de Nelson, cubierta de hollín en la plaza Trafalgar, sin pensar: ¡Pobre Emma! Tuvo que irse hasta Nápoles para afirmar el derecho de ser bonita, ingeniosa como una pluma y d’une splendeur en el lecho. ¿Qué estoy, Pursewarden, haciendo aquí, entre gente que vive en una locura de conducta adecuada? Yo tengo que ir adonde la gente haya llegado a entenderse con su propia obscenidad humana, a salvo bajo el manto de invisibilidad del poeta. No quiero aprender a respetar nada, aunque tampoco a despreciar nada… Sinuoso es el camino de los iniciados”.

TheAlexQuartet»“Querido, estás achispado”, exclamó Liza encantada.

»“Achispado y triste. Triste y achispado. Pero alegre, alegre”.

»Debo decir que esta vena nueva y divertida en su carácter parecía acercarme mucho más al hombre mismo. ”¿Por qué las emociones estilizadas? ¿Por qué temer y temblar? Esos tétricos cuartos de baño, con mujeres policías vestidas de impermeable, vigilando a ver si uno hace pis derecho o no. ¡Piense en todo el apasionado acicalamiento del reino! No pisar el césped: no es de extrañar que yo, distraído, tome siempre por la puerta que dice ‘Para extranjeros solamente’ cada vez que vuelvo”.

»“Estás achispado”, exclamó Liza de nuevo.

»“No; soy feliz” -dijo seriamente- y la felicidad no se gana a la fuerza. Hay que esperar a tenderle una emboscada como, a una codorniz o a una muchacha con las alas cansadas. Entre el arte y la maquinación o artificio existe un abismo”.

»Y siguió lanzado de cabeza en esta nueva corriente. Confieso que me impresionó mucho el juego sin esfuerzo de una cabeza que ya no era consciente de sí misma. Naturalmente aquí y allí tropezaba yo con una grosería de expresión que resultaba fastidiosa, y miraba ansiosamente a su hermana, pero ella se limitaba a sonreír con su sonrisa ciega, indulgente y sin crítica...

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De IV Visita de Mountolive a su casa natal.

… Aldeas de la edad de hielo, con sus galpones y cottages de techo de paja, perfeccionados por la blancura harinosa de la nieve, brillando cómo si estuvieran en el escaparate de un experto confitero; prados blancos, curvos, donde los pájaros o las nutrias habían estampado la escritura cuneiforme de sus pequeñas huellas, o con manchones de ganado. CottageNevadoLos vidrios del automóvil bien cerrados, pegados por la escarcha. No llevaban cadenas ni calefacción. A tres millas de la aldea, tropezaron con un camión descompuesto, un par de aldeanos y unos hombres de la Fuerza Antiaérea que estaban allí ociosos, soplándose los dedos muertos. Los postes de telégrafo estaban caídos por allí. Un ave muerta yacía sobre el hielo gris chispeante del estanque de Newton: un halcón. Nunca llegarían a pasar el puente del Párroco, y Mountolive tuvo lástima de su chófer y lo hizo volver al camino real, por el puente de peatones…

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De V Carta de Pursewarden a Mountolive.

… Todos estos factores me caían, tropezando unos con otros, en el cerebro, cuando iba en auto a Alejandría, habiéndome asegurado un largo fin de semana de trabajo, que hasta el buen Errol encontró imposible de objetar. Ni soñaba entonces que, en menos de un año, tú te ibas a encontrar enredado por estos misterios. Solamente sabía que yo quería, si posible fuera, demoler la tesis de Mount Anglo3Maskelyne y parar la mano de la cancillería en el asunto de Nessim. Pero, aparte de esto, me sentía un poco desconcertado. No soy un espía, al fin y al cabo; ¿me iba a andar arrastrando por Alejandría con una budinera de peluca, con auriculares ocultos, tratando de limpiar el nombre de nuestro amigo? Ni podía muy bien presentarme a Nessim, y carraspeando un poco, decirle con negligencia: «Bueno, sobre esta red de espionaje que tienes aquí…» Sin embargo, manejaba firme y pensativamente el auto. Egipto, chato y sin senos, fluía detrás y a lo lejos a cada lado. El verde se transformó en azul; el azul, en ojo de pavo real; en pardo gacela, en negro pantera. El desierto era como un beso seco, un aleteo de pestañas contra la mente. ¡Ejem! La noche se enastó de estrellas como las ramas de un almendro florecido. Entré farfullando en la ciudad, después de tomar una copa o dos, bajo una luna nueva que parecía sacar la mitad de su brillo del mar abierto. Todo tornaba a tener buen color. La banda de hierro que El Cairo le pone a uno alrededor de la cabeza (¿la conciencia de estar completamente rodeado por el desierto ardiente?) se disolvió, se aflojó, cedió lugar a la espera de un mar abierto, de un abierto camino que llevara el espíritu de uno nuevamente a Europa. Lo siento: me salí del tema.

Telefoneé a la casa, pero los dos estaban fuera, en una recepción.

CaféAlAktharSintiéndome un poco aliviado, me fui al Café Al Akthar, en la esperanza de hallar compañía simpática, y la encontré: solamente nuestro amigo Darley. Me gusta. Me gusta sobre todo la manera en que se sienta sobre las manos, excitado, cuando habla de arte, lo que insiste en hacer con Tu Sincero, ¿por qué? Respondo lo mejor que puedo y bebo mi arak . Pero esta clase de conversación general me saca de mi humor. Para el artista, pienso, o para el público, no existe esa cosa que se llama arte. Solamente existe para los críticos y para los que viven en el precerebro. Artista y público no hacen más que registrar, como un sismógrafo, una carga electromagnética que no puede racionalizarse. Uno solo sabe que se produce una transmisión de algo, verdadera o falsa, con buen o mal éxito, según el azar. Pero querer analizar, descomponer los elementos y pasarles por encima la nariz… no se llega a ninguna parte. (Sospecho que este punto de vista sobre el arte es común a todos los que no pueden rendirse a él). Paradoja. De todos modos.

Darley está en buena voz esta noche y le oigo con placer refunfuñante. Es realmente un buen tipo, y sensible…

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139. … Me senté y observé esta forma de danza intensa, casi maniática; las lentas evoluciones en torno a un centro y los raros pasos, como aplastando cucarachas, hundiendo el pie en la tierra y haciéndolo girar. Me despertó el redoble de los tambores y vi a un derviche que pasaba sosteniendo uno de esos grandes tambores de camello, un resplandeciente hemisferio de cobre. Era negro -un SantaDamianaRifiya- y como nunca los había visto caminar sobre el fuego y devorar escorpiones creí que podría seguirle y verlo esta noche. (Conmovía escuchar a los musulmanes entonar cantos religiosos de Damiana, santa cristiana; yo oía voces que ululaban las palabras «Ya Sitt Ya Bint El Wali» una y otra vez. ¿No es curioso? ¡Oh señora, señora del Virrey!). A través de la oscuridad seguí el rastro de un grupo de derviches hasta un rincón iluminado, entre dos grandes troneras. Era el fin de una danza y estaban convirtiendo a uno de los suyos en candelero humano, cubierto de velas encendidas, cayéndole todo encima la cera caliente. Mostraba una mirada vaga, como en trance. Al fin viene un viejo y le traspasa las dos mejillas con un gran puñal. En cada punta del puñal iza un candelero con una rama de velas encendidas. Traspasado así, el muchacho se alza lentamente sobre la punta de los pies y se revuelve en una danza, como un árbol en llamas. Después de la danza le quitaron sencillamente la hoja de la cara y el viejo le tocó las heridas con un dedo mojado en saliva. Un segundo después estaba en pie, sonriendo de nuevo, sin haber recibido nada por su sufrimiento. Pero ahora parecía despierto.

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Fuera de todo esto… el desierto blanco estaba transformándose, bajo la luna, en un gran campo de cráneos y piedras de moler. Sonaban trompetas y tambores y llegó el ruido impetuoso de unos jinetes con sombrero cónico, blandiendo espadas de madera y chillando en alta voz, como mujeres. Iban a empezar las carreras de camellos y caballos. Bueno, pensé, voy a echar una ojeada a eso. Pero caminando distraído tropecé con una escena grotesca que de buen grado habría evitado si hubiera podido. Estaban carneando los camellos de Naruz para la fiesta. Pobres bestias, se arrodillaban allí pacíficamente, con las manos plegadas debajo de sí, como gatos, mientras una horda de hombres los atacaban con hachas a la luz de la luna. La sangre se me heló en las venas, pero no podía arrancarme barenakedislamCOMde este extraordinario espectáculo. Los animales no hacían ningún movimiento para evitar los golpes, no emitían grito alguno al ser desmembrados. Las hachas mordían en ellos como si sus grandes cuerpos estuviesen hechos de corcho, hundiéndose profundamente a cada herida. Miembros enteros salían, cortados sin dolor, al parecer, como cuando se poda un árbol. Los chicos bailaban por ahí a la luz de la luna, recogiendo los fragmentos y corriendo con ellos hacia la ciudad iluminada, grandes bocados de carne sangrienta. Los camellos miraban fijamente a la luna y no decían nada. Salieron las patas, salieron las entrañas, por último las cabezas se derrumbaban bajo el hacha como si fueran de estatuas y se quedaban en la arena con los ojos abiertos. Los que hachaban gritaban y bromeaban. Una gran alfombra blanda, de sangre negra, se extendía hacia las dunas, alrededor del grupo, y los chicos descalzos llevaban su huella a la ciudad. Me sentía espantosamente enfermo de repente…

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De VIII (188) ( De Pursewarden).

… Y las ideas semiformuladas empezaban a flotarle de nuevo en la mente (inocente, depurada por la oscuridad y el alcohol); ideas que más tarde podría vestir, disfrazar de versos… Visitantes de otras vidas.

Ceilan5Rupias1957Sí, haría otro año… otro año entero, simplemente, por afecto a Mountolive. Lo haría bien, inclusive. Luego un traslado… pero apartaba la mente, porque podría resultar en un desastre. ¿Ceilán? ¿Santos? Algo en este Egipto, con sus ardientes espacios sin aire y sus irrealizadas vastedades… los grotescos monumentos de granito a los faraones muertos, las tumbas que se convertían en ciudades: algo en todo esto lo sofocaba. No era sitio para el recuerdo, y la estridente y sumaria realidad del mundo cotidiano era algo más de lo que puede soportar un ser humano. Llagas abiertas, sexo, perfumes y dinero…

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Estaban voceando los diarios vespertinos en una sopa de idiomas hondamente emocionante: griego, árabe, francés, eran los ingredientes básicos. Los muchachos corrían aullando por las avenidas, como los alados mensajeros del mundo subterráneo, proclamando… ¿la caída de Bizancio? Sus túnicas blancas estaban recogidas hasta las rodillas. Gritaban quejosamente, como muertos de hambre. Se inclinó desde su pórtico de madera y compró un diario de la tarde para acompañar su comida solitaria. Leer mientras comía era otro regalo que no podía negarse a sí mismo.

Después caminó despacio entre las arcadas y a lo largo de la calle de los cafés, pasando una mezquita malva (flotante en el cielo), una biblioteca, un templo (en una reja: «Aquí yació un tiempo el cuerpo del gran Alejandro»); y así descendiendo las largas pendientes curvas de la calle que llevaban a la costa del mar. Las corrientes frescas asomaban todavía por allí, tentando las mejillas…

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De XIV (305) Sobre Memlik Bajá. (Encuentro entre Memlik y Nessim).

Mount TheAQ... Pero a esta altura el poder del hombre se ha ido por estas extrañas chimeneas al mundo en general… todo ese poder condensado y desplegado desde la mesita tendida de café, sobre la cual escribía (si alguna vez escribió) desde el raído diván amarillo, donde su letargo lo mantenía encadenado día tras días. (Para entrevistas de particular importancia, llevaba su tarbush y sus guantes suecos amarillos; en la mano sostenía una espantamoscas de mercado común que su joyero había embellecido con un dibujo en perlas artificiales). Nunca sonreía. Un fotógrafo griego que una vez le pidió una sonrisa en nombre del arte, fue despedido sin ceremonias al jardín, tras un batir de palmas, y se le dieron doce azotes para que expiara el insulto…

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… Tal vez la rara mezcla de factores hereditarios pudiera tener alguna relación con esto, pues había nacido de un padre albanés y una madre nubia, cuyas espantosas riñas habían atormentado su sueño en la infancia. Era hijo único. Quizá por eso la simple ferocidad conseguía equilibrarse con una aparente apatía y una voz cuchicheante, que a veces subía hasta un tono de mujer, pero que se empleaba sin recurrir a gestos. Físicamente, también el largo cabello sedoso algo ensortijado, la nariz y la boca labradas chatamente, en la oscura piedra arenisca de Nubia, y puesta en bajorrelieve sobre una cabeza alpina, completamente redonda… todo revelaba su origen. Si hubiera sonreído, en verdad, habría mostrado una semicircunferencia blanca, propia de un negro, bajo las achatadas aletas de la nariz, dilatadas como goma. Tenía la piel manchada de lunares negros, y de un color muy admirado en Egipto: el de hoja de tabaco. Depilatorios tales como el halawa le mantenían el cuerpo libre de pelos, y hasta las manos y antebrazos. Pero los ojos eran pequeños y hundidos en pliegues, como clavos de olor gemelos. Comunicaban su intranquilidad por una expresión de perpetuo adormecimiento dando entonces, los blancos descoloridos, la impresión de una glauca ausencia de cerebro, como si el alma que habitaba ese gran cuerpo estuviera completamente fuera, en vacaciones privadas. Sus labios también eran muy rojos, sobre todo el inferior; y su aspecto de contusa madurez sugería tal vez la epilepsia.

Independence23Julio¿Cómo había subido tan rápidamente? Etapa por etapa, a través de lentas y difíciles labores de empleado en la Comisión (que le había enseñado a despreciar a sus amos), y finalmente por nepotismo. Empleaba métodos escogidos y estudiados. Cuando Egipto pasó a ser libre, sorprendió a sus mismos padrinos conquistando de un solo salto el Ministerio del Interior. Sólo entonces rompió ese disfraz de mediocridad que había estado llevando todos esos años. Sabía muy bien cómo despertar ecos en torno a su nombre mediante el látigo… porque ahora lo blandía él. La tímida alma del egipcio clama siempre por el látigo. «Un deseo fácil de satisfacer para quien se ha acostumbrado a ver a los hombres y mujeres como moscas». Así dice el proverbio. En cosa de un año se había convertido en hombre temido; circulaba el rumor de que hasta el viejo monarca rehuía el contradecirle abiertamente. Y con la nueva libertad de su país, él también era magníficamente libre, al menos con egipcios musulmanes. Los europeos, por tratado, conservaban el derecho de someter sus problemas judiciales, o responder a acusaciones contra ellos, en Les Tribunaux Mixtes, cortes europeas con letrados europeos para acusar y defender. Pero el sistema judicial egipcio (si puede llamárselo tal) lo manejaban directamente hombres del tipo de Memlik, anacrónicos sobrevivientes de un feudalismo tan terrible como falto de sentido. La edad del Cadí estaba lejos de haber concluido para ellos, y Memlik obraba con toda la autoridad de quien tiene en sus manos un firman o dispensa del sultán. No había, en verdad, nadie que lo desmintiera. Castigaba duro y a menudo, sin hacer preguntas, y a veces puramente de oídas, por la más remota sospecha. La gente desaparecía en silencio, sin dejar rastros, y no había corte de apelaciones para atender sus reclamos, en caso de que los hicieran; o bien reaparecían en la vida civil, elegantemente CanarioOjosmutilados o diestramente cegados y, no se sabe por qué, curiosamente reacios a hablar de su desgracia en público. («Veremos si sabe cantar», se comentaba que decía Memlik. Se aludía a la conocida operación de arrancarle los ojos al canario con un alambre calentado al rojo, para que el pájaro cante más dulcemente).

Hombre indolente, pero listo, se apoyaba, para su trabajo de oficina, en griegos y armenios principalmente. Casi nunca visitaba su despacho del Ministerio, y dejaba que lo manejasen sus preferidos, explicando y lamentando que estaba siempre asediado por pedigüeños que le hacían perder el tiempo. (En realidad temía que un día lo asesinaran allí, porque era un lugar vulnerable. Hubiera sido fácil, por ejemplo, poner una bomba en cualquiera de los no barridos armarios, donde los ratones se divertían con los expedientes amarillentos. Hakim Effendi le había metido la idea en la cabeza, a fin de lograr él mismo mano libre en el Ministerio. Memlik lo sabía, pero no le importaba)...

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… ¿Era en realidad tan terrible como dejaba suponer su reputación? Nunca se sabrá. Las leyendas se forman fácilmente alrededor de tales personajes, que pertenecen más a la leyenda que a la vida. («Una vez, cuando se vio amenazado de impotencia, bajó a la cárcel y ordenó que mataran a latigazos a dos chicas, en su presencia, mientras se obligaba a una tercera -¡cuán pintorescas son las imágenes poéticas en lengua del Profeta!- a refrescar su ánimo aletargado». Se decía que presenciaba personalmente toda ejecución oficial y que temblaba y escupía de continuo. Después pedía un sifón de soda para calmar la sed… Pero ¿quién sabrá nunca la verdad de estas leyendas?).

Era morbosamente supersticioso e incurablemente venal: y en realidad estaba acumulando una inmensa fortuna a fuerza de soborno...

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Mount Anglo… Hizo unas cuantas presentaciones someras de los otros visitantes, que formaban una colección bastante rara para haberse juntado a oír recitar el evangelio; y nadie había allí de posición visible en la sociedad de El Cairo: esto lo notó Nessim. En realidad no conocía a ninguno, pero se mostró atentamente cortés con todos. Después se permitió unos cuantos comentarios generales sobre la belleza y acierto de la cámara de recepción y la alta calidad de las pinturas que estaban contra la pared. No le pareció mal esto a Memlik, quien expresó perezosamente:

-Es mi cuarto de trabajo y mi sala de recepción al mismo tiempo. Vivo aquí.

-Con frecuencia lo he oído describir -contestó Nessim, con su aire de cortesano- por quienes han tenido la dicha de visitarle, ya fuera para el trabajo o para el placer.

-Mi trabajo -repuso Memlik con un destello en los ojos- se hace en martes solamente. El resto de la semana me divierto con los amigos.

Nessim no fue sordo a la amenaza que encerraban las palabras: martes para el musulmán es el día menos favorable a las empresas humanas, porque cree que en martes Dios creó todas las cosas desagradables. Es el día elegido para ejecutar a los criminales. Nadie se atreve a casarse en martes, porque el proverbio dice: «Casado el martes, ahorcado el martes». Según las palabras del Profeta: «En martes Dios creó la oscuridad absoluta».

-Felizmente -expresó el sonriente Nessim-, hoy es lunes, cuando Dios creó los árboles.

Y condujo la conversación en torno a las lindas palmeras que allá se balanceaban, fuera de las ventanas: un giro de conversador que rompió el hielo y le ganó la admiración de los otros visitantes…

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De XV (334) (Mountolive).

... Por allí podía apostar ciento contra uno a que nunca lo reconocerían: pues pocos europeos entraban en esa parte de la ciudad. Quedaba el barrio más allá del cinturón de luces rojas, poblado por los pequeños comerciantes, prestamistas, especuladores de café, almacenes Oteloabastecedores de barcos, contrabandistas. Allí, en la calle abierta, se tenía la ilusión de que el tiempo se tendía en el suelo, como la piel de un buey: el mapa del tiempo que uno podría leer de cabo a rabo, llenándolo con los puntos conocidos de referencia. Este mundo del tiempo musulmán se extendía hacia atrás, hasta Otelo y más allá: cafés endulzados por el estremecimiento de pájaros que cantan en jaulas con espejos, para darles la ilusión de la compañía. Los cantos de amor de los pájaros a compañeras que ellos se imaginan… y que no son más que reflejos de sí mismos. ¡Cómo rompían el corazón al cantar, estos ejemplos del amor humano! Aquí también, bajo el espantoso aliento de las lámparas de petróleo, los viejos eunucos sentábanse jugando al trictrac, fumando los largos narguilés que desprenden a cada chupada una burbuja musical de sonido, como el sollozo de una paloma; las paredes de los viejos cafetines manchados del sudor de las tarbushes colgados en los ganchos; sus colecciones de coloridos narguilés se extendían en filas, en un largo estante, como fusiles. Allí también están los adivinos, los quirománticos, o sea los que hábilmente le llenan a uno la palma de tinta y por media piastra describen los secretos de la vida más íntima. Allí, los buhoneros llevan su carga mágica de objetos abigarrados y desemejantes, desde alfombras blandas como cardos del Shiraz y BaluchistánTribalBaluchistán, hasta los naipes del tahur de Marsella, incienso del Hedjaz, cuentas verdes contra el mal de ojo, peines, semillas, espejos para jaulas, especias, amuletos y abanicos de papel… La lista era interminable y cada uno, por supuesto, llevaba en su cartera privada, como un bulero de la Edad Media, el fruto de las grandes pornografías del mundo bajo la forma de pañuelos y tarjetas postales en que estaba pintado, en cada una de sus lastimosas variaciones, el acto único que más soñamos y tememos nosotros, los seres humanos. Misterioso, subterráneo, el río siempre fluente del sexo, goteando fácilmente sobre los endebles diques que tiende nuestra avergonzada legislación y los típicos autorreproches de los que aman el desplacer… el ancho río subterráneo que fluye desde Petronio hasta Frank Harris. (Deriva y superposición de ideas en el revuelto espíritu de Mountolive, levantándose y desapareciendo en bonitas figuras semiformuladas, iridiscentes como pompas de jabón). Se sentía ya perfectamente cómodo; había llegado a términos de conciliación con su desusado estado de mareo, y ya no sentía hallarse borracho; simplemente, se veía animado por una sensación de formidable dignidad y autoimportancia, que le daba una grandiosa deliberación de movimientos. Caminó lentamente, como una mujer embarazada, bebiendo imágenes y sonidos. 

Cub PortuguesaAl final entró en una pequeña tienda que hirió su fantasía por los fogones ardientes de donde salían grandes bocanadas de humo hacia todo el salón; el olor del tomillo, de la paloma asándose y del arroz le dieron una súbita puntada de hambre. Allí no había más que uno o dos comensales, que apenas se veían a través de las nubes de humo. Mountolive se sentó con el aire de quien hace una refunfuñante concesión a la ley de gravedad, y ordenó una comida en su excelente árabe, aunque conservó los anteojos y el tarbush. Era claro ahora que podía pasar fácilmente por un musulmán. El dueño del café era un turcazo calvo de cara de tártaro, que le sirvió en seguida, sin comentarios. También puso un vaso al lado del plato de Mountolive, y, sin emitir una palabra, lo llenó hasta el borde del incoloro arak hecho del árbol de la almáciga, llamado mastika. Mountolive se sofocó y se atoró un poco con él, pero quedó encantado por ser la primera bebida de Levante que había probado, y se había olvidado de su existencia desde hacía años...

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