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Fragmentos de libros. CARTAS DESDE MI MOLINO de Alphonse Daudet  Fragmentos II:  

Acceso/Volver a los FRAGMENTOS I de este libro: RetrospectivaArlanza177
Continúa...     (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas)

    El señor Seguin nunca había tenido suerte con sus cabras.

   Las perdía todas de la misma forma. Una mañana rompían su cuerda, y se iban a la montaña, y allí arriba se las comía el lobo. Ni las caricias de su amo, ni el miedo al lobo, nada las retenía. Al parecer eran cabras independientes, que deseaban por encima de todo el aire puro y la libertad.

     LettresChevreEl bueno del señor Seguin, que no llegaba a entender el carácter de sus animales, estaba consternado, y decía:

     - Nada, si está visto que las cabras se aburren en mi casa. No podré quedarme con ninguna.

    Sin embargo, no se desanimó, y después de haber perdido seis cabras de la misma manera, compró la séptima, sólo que esta vez tuvo cuidado de buscarla muy joven, para que se acostumbrara mejor a vivir con él.

    ¡Ah, Gringoire, qué bonita era la cabrita del señor Seguin! Qué bonita era con sus dulces ojos, su barbita de suboficial, sus pezuñas negras y relucientes, sus cuernos jaspeados y ss largos pelos blancos que parecían una hopalanda. Era casi tan encantadora como el cabrito de Esmeralda… Y además era dócil, dejándose acariciar y ordeñar, sin poner la pata en la escudilla. Un encanto de cabrita...

     ChevreComeEl señor Seguin tenía detrás de su casa un prado rodeado de espinos. Allí fue donde instaló a la nueva pensionista. La ató a una estaca en el mejor sitio del prado, cuidando de dejarle mucha cuerda, y de cuando en cuando iba a ver si estaba a gusto. La cabra era muy feliz y pastaba con tantas ganas que el señor Seguin estaba encantado.

     - Por fin -pensaba el pobre hombre-, ¡ya tengo una que no se aburrirá conmigo! 

    El señor Seguin se equivocaba: su cabra se aburrió. 

    Un día, se dijo ella al mirar la montaña: 

    «¡Qué bien se debe estar allí arriba! ¡Qué placer corretear por los brezos sin este maldito ronzar que te despelleja el cuello!… ¡Esto de pastar en un prado le va al asno o al buey, pastar en un cercado!… Nosotras las cabras necesitamos espacio.»

      Desde aquel momento, la hierba del prado le pareció sosa. Se aburrió. Adelgazó, dio menos leche. Daba lástima verla tirar de la cuerda todo el día con la cabeza vuelta hacia la montaña, dilatadas las narices, haciendo meee tristemente.

     ChevreInstaladaEl señor Seguin se dio cuenta de que a su cabra le pasaba algo, pero no sabía lo que era… Una mañana, cuando acababa de ordeñarla, la cabra se volvió hacia él y le dijo en su jerga: 

     - Mire, señor Seguin, me consumo en su casa, déjeme ir a la montaña.

   - ¡Ay, Dios mío!… ¡También ella! -gritó el señor Seguin estupefacto, y, con el susto dejó caer su escudilla; después, sentándose en la hierba, junto a su cabra, añadió-: - Cómo, Blanquette, ¿Quieres dejarme?

    Y Blanquette respondió
    - Sí, señor Seguin.
    - Tal vez estás atada demasiado corta; ¿quieres que alargue la cuerda?
    - No vale la pena, señor Seguin.
    - Entonces, ¿qué necesitas?, ¿qué quieres?
    - Quiero irme a la montaña, señor Seguin.
  - Pero infeliz, ¿no sabes que en la montaña está el lobo? ¿Qué harás cuando aparezca?

    - Le embestiré con mis cuernos, señor Seguin.
    - Al lobo le importan un comino tus cuernos… Me comió cabras con más cuernos que tú. Acuérdate de la pobre vieja Renaude que estaba aquí el año pasado. Una señora cabra fuerte y mala como un macho cabrío. Luchó con el lobo toda la noche… Luego, por la mañana, el lobo se la comió.

    - ¡Pecaïre! ¡Pobre Renaude!… No importa, señor Seguin, déjeme ir a la montaña.

   - ¡Santo Dios!… -dijo el señor Seguin-; pero qué es lo que les pasa a mis cabras? Una más que me va a comer el lobo… pues, no, vaya, te salvaré quieras o no, bribona. Y para evitar que rompas la cuerda voy a encerrarte en el establo y allí estarás siempre.

    ChevreEncierraY, acto seguido, el señor Seguin se llevó la cabra a un establo muy oscuro, cuya puerta cerró con dos vueltas de llave. Desgraciadamente, se olvidó de la ventana, y apenas había vuelto la espalda, cuando la cabrita se marchó…

    ¿Te ríes, Gringoire? ¡Ya lo creo que sí! Tú estarás con las cabras, contra ese bueno del señor Seguin… Veremos si sigues riendo dentro de un rato.

     Cuando la blanca cabra llegó a la montaña, hubo un deslumbramiento general. Los viejos abetos no habían visto nunca nada tan bonito. Se la recibió como a una pequeña reina. Los castaños se inclinaban a tierra para acariciarla con la punta de sus ramas. La retama de oro se abría a su paso, despidiendo su mejor olor. Toda la montaña la festejó.

   

    Puede imaginarte, Gringoire, lo feliz se sería nuestra cabra! No más cuerda, no más estaca… nada que le impidiera pastar, brincar a su antojo… ¡Allí sí que había hierba! ¡Hasta por encima de los cuernos! ¡Y qué hierba! Sabrosa, fina, festoneada, formada por mil plantas… Bien distinto al césped del cercado. ¡Y flores! Grandes campánulas azules, digitales purpúreas de largos cálices, todo un bosque de flores silvestres, rebosantes de esencias embriagadoras… 

    La cabra blanca, medio borracha, se revolcaba allí dentro, con las patas en alto, y rodaba a lo largo de las pendientes, revuelta con las hojas caídas y las castañas… Después, de un salto, se levantaba de repente sobre sus patas ¡Hop! y allá va, hacia adelante, a través de los matorrales y zarzas, tan pronto en una loma como en el fondo de un barranco, arriba, abajo, por todas partes… Parecía que había en la montaña diez cabras del señor Seguin.

      Y es que la Blanquette no tenía miedo a nada.

    ChevreAtardeceFranqueaba de un salto los grandes torrentes, que al pasar la salpicaban de polvo húmedo y de espuma. Después, chorreando toda, iba a echarse sobre cualquier roca plana y se secaba al sol… Una vez, al avanzar al borde de una meseta con una flor de codeso entre los dientes, distinguió abajo, muy abajo, en la llanura, la casa del señor Seguin con el cercado detrás. Esto la hizo desternillarse de risa.

    - ¡Qué pequeño es! -dijo-. ¿Cómo habré podido caber ahí? 

    ¡Pobrecilla! Al verse encaramada tan alto, se creía por lo menos tan grande como el mundo…

    Total, fue una buena jornada para la cabra del señor Seguin. Hacia mediodía, corriendo a derecha y a izquierda, cayó entre un grupo de rebecos que estaban devorando una viña silvestre.

    ChavreVideo5Nuestra pequeña aventurera vestida de blanco causó sensación. Se le dejó el mejor puesto en la viña, y todos esos señores se mostraron muy galantes… Incluso parece ser –esto que quede entre nosotros, Gringoire- que un bonito rebeco de negro pelaje tuvo la buena suerte de gustar a Blanquette. Los dos enamorados se perdieron por el bosque por espacio de una o dos horas, y si quieres saber lo que se dijeron, ve a pregúntaselo a los manantiales charlatanes que corren invisibles entre el musgo.

     De repente, el viento refrescó. La montaña se puso color violeta; era de noche.

     -¡Ya! -dijo la cabrita-; y se detuvo muy asombrada.

Abajo, los campos estaban cubiertos de niebla. El prado del señor Seguin desaparecía entre la niebla, y de la casita no se veía más que el tejado con un poco de humo. Oyó las esquilas de un rebaño que regresaba y sintió muy triste el alma… Un gerifalte que regresaba a su nido la rozó con las alas al pasar. Se sobresaltó.… Después hubo un aullido en el monte: 

    - ¡Uuuh, uuuh!

   Pensó en el lobo; la muy loca no había pensado en él en todo el día. Al mismo tiempo se oyó una trompa muy lejos, en el valle. Era el bueno del señor Seguin que intentaba un último esfuerzo.

    - ¡Uuuh, uuuh! -hacía el lobo.

    - ¡Vuelve, vuelve!… -clamaba la trompa.

    Blanquette tuvo ganas de volver; pero acordándose de la estaca, la cuerda, el seto del cercado, pensó que ya no podría acostumbrarse más a aquella vida y que era mejor quedarse.

      La trompa dejó de sonar.

     ChevreYElLoboLa cabra oyó tras ella un ruido de hojas. Se volvió y vio en la sombra dos orejas cortas, muy derechas, con dos ojos relucientes… Era el lobo.

    Enorme, inmóvil, sentado sobre sus cuartos traseros, allí estaba mirando a la cabrita blanca y saboreándola por adelantado. Como estaba seguro de que se la comería, el lobo no se apresuraba; únicamente, cuando ella se volvió, se echó a reír con maldad. 

      -"¡Ja, ja! La cabrita del señor Seguin" -se pasó la gran lengua enorme sobre sus labios resecos.

    Blanquette se sintió perdida. Por un instante, recordando la historia de la vieja Renaude, que luchó toda la noche para ser devorada por la mañana, se dijo que tal vez sería mejor dejarse comer en seguida; después, sintiéndose arrebatada, se puso en guardia, la cabeza baja y los cuernos hacia adelante, como una valiente cabra del señor Seguin que era… No es que tuviera esperanza de matar al lobo, sino solamente para ver si ella podía resistir tanto tiempo como la Renaude

     Entonces avanzó el monstruo y los pequeños cuernos entraron en la danza.

    SeDefendiaCuernecitos¡Ah, la valiente cabrita, con que valor se defendía! Más de diez veces –no exagero, Gringoire-, obligó al lobo a retroceder para tomar aliento. Durante estas treguas de un minuto, la muy golosa cogía todavía a toda prisa una brizna de su querida hierba; luego volvía al combate con la boca llena…

   

    Esto duró toda la noche. De cuando en cuando, la cabra del señor Seguin que miraba las estrellas bailando en el claro cielo y se decía: 

     -"¡Oh, ojalá aguante hasta el alba!…"

     Una tras otra las estrellas se fueron apagando. Blanquette redobló sus embestidas, el lobo sus dentelladas… Un resplandor pálido apareció en el horizonte… Desde una granja subió el canto de un ronco gallo.

     - ¡Por fin! -dijo el pobre animal, que sólo esperaba al día para morir; y se tendió en tierra, envuelta en su bella piel blanca toda manchada de sangre…

      Entonces el lobo se arrojó sobre la cabrita y se la comió.

    

     ¡Adiós Gringoire!

    La historia que acabas de oír no es un cuento de mi invención. Si algún día vienes a Provenza, nuestros granjeros, te hablarán a menudo de la cabro de moussu Seguin que se battégue touto la neui emé lou loup. E piei loy matin lou loup la mangé* 

      ¿Me has entendido, Gringoire?

      E piei lou matin loy loup la mangé.

 (*) La cabra del señor Seguin, que peleó toda la noche con el lobo, y luego, por la mañana, el lobo se la comió (N. del A.)

 
NOTA FRALIB: Como hemos apuntado, de "Cartas desde mi molino" hemos elegido para su transcripción tres cuentos/relatos. Además de este, "La cabra del señor Seguin", incorporamos otros dos de los más célebres: "Las tres misas rezadas" y "El elixir del reverendo padre Gaucher". Por comodidad y espacio, estos últimos los hemos incluido en módulos independientes, en nuestra sección de "Cuentos casi perfectos", pero a los que también se puede acceder desde aquí con enlaces directos como una continuación de "Cartas desde mi molino".
 
También de "Cartas desde mi molino",
acceso a: (Enlaces en las imágenes)
RapeGula177
Las tres misas rezadas
CopaElixir177
El elixir del reverendo padre Gaucher 

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