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Fragmentos de libros. TOMBUCTÚ de Paul Auster  Comienzo  I:

Nuestra portada:
MastinTuerto800
TEXTO DE PORTADA:  ¡Ay, Míster Bones cómo entiendo tus sofocos, tus terrores y huidas! Aquí no tenemos perreros ni policia de los que escapar, pero también los peligros son muchos. Hay que cuidarse de la culebra, de los venenos, de los pozos, los alambres y las pezuñas de la vacas, esas torponas que tengo que cuidar. Pero, sobre todo, lo que da más pavor es la vara de los amos, siempre lista para romperte el espinazo o lo que te pille. Mira mi ojo. Casi me lo arrancó el dueño de una pastora guapísima a la que andaba yo husmeando varias días. Me escabullía del penduz para rondarla y una noche casi la tenía enamorada cuando apareció su amo y... lo cuento porque esquivé su garrotazo mortal a la cabeza, pero el ojo no lo pude sacar del todo... Y aquí me tienes ya viejo y casi tuerto, leyendo de tus tribulaciones que tan bien entiendo.
Viejo mastín asturiano.    ©LCJ 2017

Comienzos de libros

1

Míster Bones sabía que Willy no iba a durar mucho. Tenía aquella tos desde hacía más de seis meses y ya no había ni puñetera posibilidad de que se le quitara. Lenta e inexorablemente, sin que se produjese la más mínima mejoría, los accesos habían ido cobrando intensidad, pasando del leve rebullir de flemas en los pulmones el tres de febrero a los aparatosos espasmos con esputos y convulsiones de mediados de verano. Y, por si fuera poco, en las dos últimas semanas se había introducido una nueva tonalidad en la música bronquial -un soniquete tenso, vigoroso, entrecortado-, y los ataques se sucedían ahora con Icon Tmucha frecuencia, casi de continuo. Cada vez que sobrevenía alguno, Míster Bones temía que Willy reventase por la presión de los cohetes que estallaban en su caja torácica. Imaginaba que no tardaría en echar sangre, y cuando aquel momento fatal llegó finalmente el sábado por la tarde, fue como si todos los ángeles del cielo se hubiesen puesto a cantar. Míster Bones lo vio con sus propios ojos, parado al borde de la carretera entre Washington y Baltimore, cuando Willy escupió en el pañuelo unos espantosos coágulos de sustancia escarlata, y en ese mismo instante supo que había desaparecido hasta el último resquicio de esperanza.

 Un olor a muerte envolvía a Willy G. Christmas, y tan cierto como que el sol era una lámpara que diariamente se apagaba y encendía entre las nubes, el fin estaba cada vez más cerca...

...

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