Entrada decimoctava (Del quebranto a la muerte dulce):   

Dicen bien aquellos que pueden, que una de las reglas que no puede infringir un autor al escribir ficción, sin ser considerado un farsante o un fullero, es que en su obra no deben quedar sin satisfacer ninguna de las expectativas que haya podido crear en el lector y de las que se ha servido para conducirlo, como la zanahoria delante del traqueteado burro, hasta el final del relato. En uno de los manuales más serios y reconocidos que sobre el arte de crear ficción se han escrito, el autor –Gardner- incorpora un ejemplo cabal para explicar esto de forma muy didáctica. Dice que si en un determinado relato aparece un sheriff del que se especifica que es doctor en Filosofía, se crea la expectativa en el lector de que esos conocimientos filosóficos le serán necesarios para la descifrar una clave, cuando no para desentrañar el misterio de la trama; y que si la filosofía no se menciona ninguna otra vez en el relato, ni explícita ni implícitamente, «el escritor ha hecho un trabajo descuidado, zafio, cuando no malicioso o cínico, y el lector queda insatisfecho y molesto, burlado en su inteligencia».

BurroYZanahoria      No quisiera yo que ocurriera cosa parecida en este relato que nos aúna; aunque soy consciente de que, cuando al día siguiente del desengaño, unas tres o cuatro entradas más adelante, esta crónica se funda en negro con un paseo de recomposición por aquel polígono de San Cugat encajado entre montañas verde y neblina, armonizándome sin esfuerzo con mi realidad liberada y envidiable, con los leones de Queen rampando juguetones en mi memoria, reconfortado de los sinsabores por el sol tibio de una mañana nueva; en ese momento final, serán muchas las preguntas abiertas en estas páginas que no habré sabido responderle, muchas las expectativas que habrán quedado en la inclusa de lo olvidado, per sécula seculorum.

Pero eso sí, siempre podré justificarme señalando que esta crónica no es ficción en absoluto, sino un relato riguroso constituido por hechos ciertos, aunque estén intrincados con las evocaciones de mi realidad interna, la que construye mi vida real, la sentida. Y no siendo ficción y sí pasado reconstruido, no podemos censurar de esta crónica, ni usted, ni yo, el que se haya deslizado a trompicones y que quede abotonada imperfectamente; porque no lo habrá hecho muy diferentemente de cómo nos transcurre la vida a nosotros, los comunes: sin libreto, a mata caballo, a veces absurdamente, y repleta de expectativas y respuestas no satisfechas ni resueltas; y con parecidos riesgos e incertidumbres que los que afrontaban aquellos viejos cascarones que atravesaban los mares hacia un destino impreciso y que, singladura tras singladura, exponían su buen fin a lo que los dioses elementales quisieran disponer para la jornada.

De todos los cabos sueltos que permanecen enredados entre lo que llevamos relatado, se encuentra el de un personaje que parecía fundamental en estas entradas y que finalmente no sé muy bien cómo anudarlo, cómo podría hacerle aparecer por aquí para algo que tuviera relevancia en lo que nos resta por contar. WGate GPEvidentemente, me refiero a K. Surgido en el relato como una expectativa que nos prometía un papel cimero de «garganta profunda», (apelativo sugerido en un comentario, en la ya lejana entrada nueve, por lonok de Vortexio, un curioso lector de estas entradas hasta ese momento), quedará, sin duda y como suele decirse, diluido como el caldo de un asilo; únicamente, como protagonista de una escena algo chusca, una velada incidental, una especulada influencia por desatención en el estado de animo desangelado que me poseyó en la víspera y unas frases animosas, rubricadas amistosamente con las pertinentes palmaditas en la espalda, y con las que intentaría alentarme después. Pero yo, poco más puedo hacer. Ya he calificado su teórica intervención de confidente (en bastantes y destacadas ocasiones para que quede bien patente), como la de un papel de topo frustrado; un papel que nunca confié en que fuera posible representarse por motivos que ya se expusieron y que, además, él, ni quiso ni era capaz desempeñar, como también se dijo. E insisto, ¿qué puedo hacerle yo? Si ha seguido con cierta atención lo que llevamos escrito, debería coincidir con este cronista en que mi amigo K., no podía, de ninguna manera, ser eludido de este relato. Además es cierto –casi todo lo contado lo es-, que jugueteé mentalmente con ese papel de K, ponderé esa posibilidad en un esbozo primario que nunca traspasó los límites de una idea. Siendo esto así, y que, ciertamente, él me recibió y me acompañó esos días y aunque no nos dé para mucho más, ha sido inevitable y relevante su mención particular. Sé que es una decepción que K. no sea protagonista de una acción peliculera y lamentaría que se hubiera convertido en una zanahoria (ojo, es una metáfora, aquí no hay burros). Lo siento. Esto es realidad y no ficción, y la vida, ya sabe usted, después de la niñez, deja muy poco margen para la fantasía.

De todas las formas, K. había visto en directo la grabación de mi programa e inmediatamente después de mi eliminación acudió raudo desde su puesto de trabajo hasta la zona común a la que yo acababa de regresar; y estuvo muy al quite para comenzar a descomprimirme; al menos, ese papel de enfermero-psicólogo, sí que lo improvisó bien. Me notó tan zombi, que me sacó de la sala y me condujo hasta la pasarela del fumeque. Sacó tabaco, dos cigarrillos. Me puso uno en los labios y lo prendió. Luego encendió el suyo y dimos un par de caladas mirándonos a los ojos. Luego, me puso la mano en el hombro y comenzó a animarme:

 - ¡Que no pasa nada! ¡Ya te lo decía yo! ¡Que es que esto es muy difícil! Y por si te sirve de algo… a mí me habrían eliminado también. Yo solo me sabía la de Tombuctú y… esa otra…, la de la prevaricación. De las demás, ni idea-. Podía haberme servido. No era de poco valor lo que K. me aportaba. Él se juzga, con una actitud que algo tiene de Peter Pan, de indocto o de desmemoriado o de cosas peores, según el caso. Pero no es la verdad.

Pese a la buena intención de K para que me tranquilizase, en aquel momento, yo no podía quedarme parado y me dediqué a recorrer la pasarela con unos cuantos pasitos de voy y vengo, con la mirada baja, tirada en el suelo. Iba tres metros, volvía dos. Iba dos, volvía cuatro. Daba largas, automáticas chupadas al cigarrillo mientras gesticulaba, hacía aspavientos, cabeceaba y gruñía para mi coleto frases despechadas:

- Lucero del alma mía, lucero de mi querer –canturreaba, tocadísimo- ¿Y la HERramienta? ¡Y la pu-ñe-te-ra HERramienta. ¡Qué huevos me dices de la HERramienta! ¡Un genérico ¡Era un genérico!

- ¡Es verdad, tío, yo tampoco di con ella! –Me echó un cable K.-Pero es que la definición confundía ¿no? Yo, buff, también buscaba un instrumento preciso y no ese genérico... Y, luego… no me digas, lo de las ciudades inglesas a ti… ¡No me jodas! A mí, hubo dos que me parecían evidentes y resulta… ¡Y no son las que te preguntan! Desde luego, es que has tenido mala suerte…

GeorgiZeroEurYa salió. Era lo mismito que yo le había apuntado a Luisfer cuando le eliminaron. Fuera o no fuera verdad lo de la mala suerte, tanto K. como yo expresamos lo que sinceramente pensábamos; y eso significaba asumir que la suerte existía, incluso en un programa como Saber y Ganar. Continuamos un rato así. Yo rumiaba el descalabro; K lo relativizaba. Yo me justificaba, y K., también. Y me reconcocomía, me metía bien la barrena a fondo y mi amigo tiraba de ella hacía fuera como podía, me planteaba planes para el futuro inmediato, perseguía desviar mi atención hacia asuntos ajenos. Poco a poco, la “cosa” fue suavizándose. Una llamada de teléfono para informar de mi estupendo resultado: Eliminado a la primera con cero euros de premio. Es una broma de las tuyas, ¡qué cachondo eres!… –oía al otro lado del teléfono. -¡Ya quisiera yo! –contesté. No me creían, ¿esperaban algo más? Bueno, como yo. Otra llamada. –No me vaciles, Giorgi, dime la verdad- ¡Que no, que no! Que no te vacilo, ha sido un desastre. Y así. Finalmente, esta primera fase –la de despresurización- del largo proceso come-come post-eliminación, concluyó. Me detengo un poco en ella por si sirviera. Además, si usted ha estado hasta aquí interesado por conocer cómo sucedió y cómo fue vivida esta experiencia de participación en Saber y Ganar al nivel de profundidad en el que se está contando, debo superar la pereza y analizar un poco esta primera fase, los estados sicológicos-cordiales por lo uno pasa en los minutos posteriores a la eliminación.

Es evidente, el proceso, comienza en el instante en el que oyes a Jordi Hurtado decirte: "¡Tieeempo! ¡Ooooh! ¡Qué pena! ¡Dos palabras tan solo! Giorgi, ¿qué ha pasado? ¡Los nervios!, ¡los nervios!..., porque seguro que las conoce. ¿Y son, Juanjo…, por LUC…?" Con un nudo en la garganta y los ojos vidriosos, vas acompañando con un sí cabeceado cada aclaración de Juanjo y musitas las palabras según las quitan la máscara y te dices: ¡LUCero!, y por dentro te ciscas en la madre que parió a Paneque… pero ¿qué me ha pasado? Cuando llegue su momento analizaremos esas palabras que se negaron a ser succionadas por la conciencia desde el bombo donde danzaban saltarinas junto a todas las probables, como las bolas con los números en el bombo de un bingo. Bueno, en ese instante, lo que deseas por encima de todo –lo que yo deseé- es… huir.

GottfriedHelnwein F E C

Obra de Gottfried Helnwein, fotógrafo y artista plástico de origen austriaco.. 

  Imagen tomada de la exposición Fe, Esperanza y Caridad en el museo Nacional de San Carlos en Ciudad de México, México 

 

Debo confesar ahora, que no han sido pocas las veces en las que he estado convencido de que alguna parte de mi inconsciente me había traicionado. Es decir, que no era ninguna barbaridad pensar que aquel Reto sencillote lo hubiera fallado adrede. No sé, para liberarme de la presión, por ejemplo, o como contestación a la responsabilidad impuesta (muy rara, auto-impuesta, pero con su origen puesto en otros, inocentes al menos en este caso) o… para disfrutar de las consecuencias del fracaso. Vaya desatino esto último ¿verdad? Bueno. Por qué no podría ser posible. No sería algo nuevo. Supongo que hay personas que se solazan con la lástima que dan, por las palabras alentadoras que oyen, los ánimos, las condolencias que reciben, quizás hasta caricias consigan…, no sé. Seguro que usted ha conocido a alguien. Algo de esto podría ser una característica menos evidente de los llamados “perdedores”, a sumar a las conocidas –el consabido miedo a ganar, por ejemplo-. Además, todos somos todo. O, mejor dicho, todos tenemos algo de cualquier virtud y de cualquier defecto –moral, me refiero- en mayor o menor medida. Yo, a veces, me he puesto a analizar cuántos de los Pecados Capitales quebrantaría si fueran pecado y no características tan ajenas a la voluntad y tan permanentes en el espíritu como para que no se pueda hablar de culpa. Está claro que los siete, aunque solo en un par de ellos más inevitablemente. O cuántas Virtudes Teologales o Cardinales me adornan. Las siete también. Aunque, y por no romper el equilibro, solo dos aparezcan más acusadas. ¿Entonces? Y más posibilidades temerarias para esa posibilidad bárbara. ¿Coexiste en mí algún yo –ya sabe- que deseaba el fracaso del todo? Lo creo improbable o, al menos, estaría muy aislado, con el cepo puesto en aquel momento… pero ¡ay!, sediciosos embozados, siempre pueden rular por ahí con su felonía presta.  No sé, no termino de creerlo en mi caso, pero todo puede conjeturarse sin necesidad de demasiados sofismas. Digo que no es descartable. Nada más. Y luego, con una menor complejidad, está lo de no querer soportar más presión considerando la liberación un premio mayor que el que se conseguiría continuando... o lo de la responsabilidad ajena –no triunfo porque eres TÚ el que me exiges ese triunfo, aunque sea un prejuicio en perjuicio mío-.

Consumada la eliminación, escuchadas las aclaraciones de Juanjo sobre las palabras huidizas, Jordi te despide cordialmente hasta más ver. No sé porqué –quizás sí, ya lo ampliaré cuando esté dentro-, durante todo el programa estuvo muy deferente conmigo. Ya le conté que en la última ciudad inglesa que tuve que identificar en la prueba de la “Última llamada”, Jordi, llegó a señalarme la respuesta, Coventry, en el panel interno. Y ahora vuelvo a ello porque, cuando comenté esta circunstancia en una entrada anterior, califiqué esa ayuda de Jordi como de ordinaria cuando la respuesta a esa última opción –sea fallada o acertada- es inocua. Pero no es así. Fue una gentileza del presentador para conmigo ya que he constatado en programas posteriores, en una coyuntura idéntica a la mía, que Jordi no ofreció esa ayuda –o sí la ofreció, pero el concursante no hizo caso a la indicación-, porque la respuesta dada fue errónea. Pero lo que, desde luego, no esperaba ni por asomo, era que Jordi me despidiera realizando una mención explícita a la web de mis desvelos en donde se están publicando estas entradas, y que entonces estaba en puras mantillas –dos meses tenía, con apenas veinte libros, salpicada de errores de navegación, secciones inacabadas, links conducentes a páginas inexistentes, imágenes desubicadas…-, con un publicitario «Le deseamos mucha suerte en esa fantástica iniciativa: fragmentosdelibros.com» (el nombre lo vocalizó muy lenta y muy nítidamente, para que se grabara bien en los teleespectadores)  Un encanto, Jordi Hurtado. Lo que él no podía predecir –ni yo-, es que esa promoción me iba a representar un deslome de catorce horas diarias –un día por otro, sin exagerar- para intentar conseguir dejar una versión escueta pero apañadita de la página que soportara la barruntada entrada masiva de ojos que la escrutarían el día de la emisión del programa. Así sucedió. Miles de ustedes ponderaron lo sonrosado de la criatura. Fue algo así como cuando nombran rey a un niño de cuatro años que, aunque no puede evitar manchar el armiño con el babeo del chupa-chups, se mantiene impávido en su trono-trona. Yo quedé superado –era un neófito completo- por mensajes amabilísimos como: “Hola, vivo en Caracas, Venezuela y supe de Uds porque no me pierdo "SABER Y GANAR" , estaba presentándose el Sr. Giorgi y Jordi hizo mención a su página, la cual estoy leyendo y me parece muy buena. Mis mejores deseos y sigan adelante!o “Me parece una muy buena iniciativa. Ya teneis una nueva seguidora. os deseo mucha suerte“, e incluso publicidad me llegó de editoriales y algún consejillo “Me parece una labor muy encomiable, lo felicito sinceramente ya que es una página muy interesante.Lo que si le recomendaría incluir los libros clásicos, por ejemplo Tolstoi, Victor Hugo, Balzac etc, etc“. Así que, por tres o cuatro días, anduve contestando correos de agradecimiento y, mal que bien, la página, dentro de su endeblez y su falta de carnes, aguantó el chaparrón.

CorrilloFinal

En el cierre del programa, Pilar, Jordi, Juanjo y los concursantes formamos medio corrillo en la penumbra. Aparecen los títulos de crédito y parece que tenemos azogue porque nos movemos bastante. Es un comportamiento mimético para el que no se dan directrices previas, simplemente tú lo has visto hacer en la televisión y lo repites. En ese agrupamiento intercambiamos comentarios de una forma muy amistosa como si fuéramos una familia bien avenida. Recuerdo que Jorge me palmeó el hombro y que fue Pilar, a mi derecha, la que me dio palique. Me quejé un poco de los agujeros de mi memoria y Pilar, muy cariñosamente –sí, esa es la palabra, profesionales todos, ya lo he dicho-, me comentó: «No te preocupes, tómatelo como lo que es, un simple juego. A muchas personas con un nivel alto les ha pasado, y a muchas otras les va a ocurrir» –tome nota-. Y ésa es la continuación inmediata al proceso post mórtem metafórico que estamos analizando. Esa reunión de la despedida está muy bien pensada. Posiblemente programada con la sana intención de ofrecer una imagen de equipo unido, sin distinguir individualmente a nadie, distribuyendo equitativamente el mérito que el programa grabado pudiera tener entre todos los protagonistas visibles. Pero también tiene un efecto paliativo para el eliminado. ¡Ay, de ese concurso en el que, cuando te eliminan, se abre el suelo y te traga un agujero! Unos desaprensivos algo sádicos son esos guionistas y un poco indolente e inconsciente el público al que le gusta eso. En Saber y Ganar te integran como uno más aunque, eso sí, seas el que ha representado el papel de malo torpón. Lo cierto es que, y eso es lo que define este proceso al que me refiero, no es hasta bastante más tarde cuando se pierde la sensación de compañía, de arropamiento, de protagonismo en el programa. Cuando sales del plató, notas el sudor frió en la cara, la irreversibilidad, y subes a la zona común turulato y reviviendo de muchas formas en tu cerebro lo que acaba de sucederte. Ya le he contado lo que pasó después con mi K. Así que, sí, el proceso psíquico-cordial de los primeros minutos al que nos estamos refiriendo lo identifica precisamente la sensación, más bien la seguridad interna instintiva, de que continuas perteneciendo y permaneciendo en el programa, aunque estés eliminado. Eso es. Y se extiende desde que tu eliminación es un hecho hasta que asumes finalmente que ya no pintas nada allí, en TVE, que ya no eres del programa. No te invitan a irte, no te molestan –de hecho me invitaron a comer junto con el resto de concursantes, “vivos” y futuros-; pero llega de forma natural el instante en el que ya te sientes un extraño, ajeno al mecanismo, y que si te tomas un café o te comes una media luna en la sala común, nadie te lo reprochará, pero te asalta la duda de si deberías haber depositado alguna moneda en un platillo dispuesto para ello o pagárselo a la azafata, porque perdiste el derecho.

Bueno, otra vez escaso de espacio como para llevar por fin esta crónica hasta las puertas del plató de Saber y Ganar, que es lo que pretendía. Por muy poco, casi lo consigo. Pero me quedo satisfecho, lo importante es que no quería yo guardar un orden cronológico riguroso de lo acontecido para no salir de ella con lo que se ha contado en esta entrada sobre la post-eliminación y así no dejar una última impronta desvaída de mi participación; la de ver como este cronista transita naturalmente desde el quebranto y la pataleta hasta una muerte dulce sin rastro de épica. No. Ya está contado como fue y ahora nos resta narrar la contienda, con Giorgi, como el Caballero de la Triste Figura, en pelea excéntrica contra sus molinos; y, finalmente, la huella, la impresión que dejará esta crónica, salvo el necesario epílogo, será la de una derrota total pero con la honra de haber querido aceptar la batalla contra fuerzas desiguales, como Héctor, mi héroe por antonomasia, un héroe derrotado.

sweet-death-900

Sweet Death 70cm x 50cm – Art Work: Gonzalo Villar – Photo: Andrey Stanko

 Jordi Hurtado y Juanjo Cardenal existen. No puedo asegurar que sean palpables, pero visibles sí que lo son.

– Mira, ahí vienen – me apuntó K. Estábamos en un pasillo, cerca de la salida a la pasarela del fumeque.

Dirigí la mirada hacia donde K me había señalado con un movimiento de la barbilla y los vi venir desde el fondo del pasillo caminando hacia nosotros.

Son una pareja de tamaño acusadamente disimétrico. Venían hablándose. Pasaron junto a nosotros sin saludar –éramos desconocidos- y con paso rápido se perdieron tras una doble puerta metálica. Así se me presentaron por primera vez.

Anteriormente, ya me había saludado afectuosamente con Jorge y Pedro, mis compañeros en la lidia. Desde el primer momento, me sorprendieron y me sorprendí por el fuerte sentimiento recíproco de pertenencia al mismo bando. Yo sabía que ese era el espíritu que caracterizaba a los concursantes de Saber y Ganar y que, salvo alguna tensión que ha trascendido puntualmente, parecían prevalecer entre ellos los buenos deseos, la empatía mutua, la solidaridad, la conmiseración para con el desacertado. Ahora puedo asegurárselo a usted: la rivalidad entre los concursantes no existe. Jorge y Pedro me relegaron hasta el Reto y en ningún momento sentí animadversión contra ellos, sino todo lo contrario. Desde el primer momento reconoces que tus enemigos son muy distintos, las pruebas, los nervios, las respuestas que se te resisten, tus bloqueos, nunca ellos.

En un momento indeterminado, la azafata me condujo hasta la sala de maquillaje. Era la primera vez que yo estaba en un sitio de esos y me decepcionó un poco. Lo recuerdo como una simple peluquería, sin un detalle especial. Salvo tres mujeres que parecían zanganear un poco sentadas en unas butacas negras, no había más clientes. Una de ellas, en cinco minutos, me apañó la cara con un poco de polvo neutro, un algodón y unos pinceles. Yo iba bien afeitado y me miraba en el espejo sin notarme ningún cambio. No es que me esperara salir de allí pintarrajeado, pero no sé, por fijaciones de la imaginación juvenil, sí, a lo mejor, con alguna línea discreta de ojos, unos labios más brillantes, que me quitarán algún pelillo rebelde, que me descubrieran un peinado favorecedor… ¿quién sabía? Creo que solté algún chascarrillo ligero que no produjo ni el más mínimo efecto. Su trabajo y su trato fue tan aséptico como el de mi azafata. La maquilladora me respondió algo así como «es que las cámaras lo captan todo». Supongo que se refería a que denotan la más mínima imperfección del rostro. Yo me quedé serio y me resonó otro de mis muchos ¡glups! de aquellas horas. Lo comentó con el tedio propio de un quehacer cotidiano. Pero era inocente, no podía saber que yo lo entendí como si me hubiera espetado: «Cierra la boquita, majete, o te miento la culebra; que es lunes y no tenemos el cuerpo para bromitas insípidas», así que...

En otro momento indeterminado, apareció por la sala común Juanjo Cardenal...

 

               Ir a Entradas anteriores publicadas:

            1   -   2  -   3   -   4   -   5  -  6  -  7  -  8  9  -  10 

  11  - 12  13 -  14 - 15  - 16 -  17 -  18

                                 ==> Entrada siguiente

FondoSyGConFM

Saber y Ganar, el día de Freddie Mercury (índice y links directos)

 

Ent.  1   Madrid-Barcelona 
Ent.  3   Un mono, 50 minutos
Ent.  4   Floris moralina
Ent.  5   Un topo en TVE
Ent.  6   El ojo mágico 
Ent.  7   La garita y su radio 
Ent.  8   El charnego
Ent.10      Reelaborándose 
Ent.12      Reelaborándose
Ent.  20   La pomada disentida
Ent.  21   Los retos de comodín
Ent   25   Beatriz, la del vólatil nombre (Prox)