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Saber y Ganar el día de Freddy (Entrada 8) - fragmentos de libros

Entrada octava (El charnego):          

- ¿Y qué tal usted? ¿Se ha preparado bien para el concurso? –me suelta de sopetón mi conductor ya en los últimos kilómetros del trayecto. Me sobreviene un involuntario ¡glup! al mentarme la bicha, la elegante corbatita de cáñamo que pueda estar aguardándome.  Exagero, claro. Ya me gustaría verle…

Me quedo mirándole con fijeza pero él no desvía la vista de la carretera. Me viene la impresión de que reprime una sonrisa que no me parece maliciosa sino inteligente, de esas entre comprensivas y condescendientes del que conoce el percal. Sus ojos ligeramente oblicuos, sí pudieran confundirse como una defensa contra el resol, pero ese leve trazo cóncavo de los labios, no sé…  Creo que este señor sabe mucho, pero mucho, mucho de lo que no sale en el programa, de justificaciones, de cabellos mesados, de vestiduras rasgadas, de procesiones interiores. Secretitos, también.

- Bueno, algo se ha hecho –me conforto-. Mi conductor, al oírme esta aserción tan ambigua, ya sí vuelve la cabeza hacia mí y me mira un segundo como por encima de unas gafas imaginarias antes de volver a prestar atención al tráfico. No sé como interpretarlo, pero sí que me lleva entonces ha realizar un repaso introspectivo. Comienzo haciéndome la doble pregunta clave para chequearme: ¿Cómo se llamaba el grupo de Fredie Mercury?: Queen. Perfecto ¿Quién era el líder de Queen?: Fredie Mercury. Hasta aquí vamos bien. Continúo. Antes de venir, he visto y analizado en la red los veintiún programas diarios de Saber y Ganar del mes de noviembre. La prueba de la calculadora me deparó una sorpresa: Más de la mitad de las veces no se superó, doce. Memoricé un par de divisiones repetitivas e intenté sistematizar un modo de cálculo. Grosso modo. En uno de esos programas realizaron la siguiente pregunta:

  CatalinaLaGrandeIsabel ILéotard

HeliogabaloLadyGodiva

¿Qué gran personaje histórico murió sentado en un retrete? Y yo, con el asa de la taza de mi cafelito cogida con tres dedos y con el meñique extendido como en aquella serie de “Los invasores”, me contesté mentalmente: Catalina la Grande. Hay un rebote y el siguiente concursante responde correctamente. Pero tras dar un sorbo satisfecho, me pregunté… Y yo, ¿por qué lo sé?  Y entonces, se me apelotonaron en la memoria una serie de preguntas oídas y medio contestadas por mí que, como en ese sencillo pasatiempo en el que vas uniendo con líneas los puntos numerados y aparece un dibujo, guardaban una evidente relación entre sí. Eran cuestiones que más que puramente históricas o de cultura general, pertenecían al género de las anécdotas o de las curiosidades. Por ejemplo, además de ésa sobre la onerosa muerte en el retrete, recordé una sobre Jules Leotard, el trapecista inventor del leotardo; otra en la nos enterábamos de que fue Isabel I de Inglaterra el primer ser humano que utilizó un excusado, alguna, si no recordaba mal, sobre la muerte a cuchillo del joven emperador Heliogábalo e incluso ¡vaya casualidad! una en donde se preguntaba que cuál ciudad era la que Lady Godiva recorría montada en un caballo sin más prenda que la de sus largos cabellos negros; pues, ¡sí señor!, ¡Coventry!, la última ciudad inglesa que un servidor tuvo que identificar en la prueba “Última llamada”. (Aquí, pese al protocolo de confidencialidad firmado que usted ya conoce, tengo que desvelar un secreto. Si no lo hago, en primer lugar, se lo sustraería a usted y que siendo esto lo mínimo que merece por haber avanzado, a trancas y barrancas, hasta este punto, pecaría de cicatero; y, por el otro, perdería la oportunidad de lanzar una flor –varias deberían ser para poder ofrecerlas también a la dirección del programa que es la que se lo permite- a su presentador, el incombustible Jordi Hurtado, para que se conozca el trato afable y deferente que en ese programa se mantiene con los concursantes: Cuando ya has llegado en última posición a la prueba mencionada y luces un cero bien hermoso como cantidad de dinero ganado, y como en esa prueba el fallo resta puntos pero el acierto no los incrementa, es decir, que tu respuesta es inocua atines o yerres; cuando Juanjo Cardenal te formula esa última cuestión, Jordi, en un acto de caridad cristiana, corre hacia el panel interno y te chiva la respuesta señalándola. Así lo hizo también para mí, aunque, en mi caso, yo sí conocía la historia de la Godiva, lo que no sustrae mérito al gesto del señor Hurtado ni a mí me suma ni una miaja). Pues eso, que eran preguntas cuya respuesta yo conocía y que estaban cosidas por un hilo común. ¿Dónde?..., ¿dónde lo he leído? me preguntaba caviloso... 

LibroOroCuriosidadesHasta que di con el libro en cuestión en una de las estanterías altas de mi librería y que resultó ser uno de esos divulgativos y baratejos que se venden en los puestos prefabricados de los mercadillos que montan en Navidad o en algunas ferias o playas. Se llama “Libro de Oro de Las Curiosidades”. “Un anecdotario imprescindible para los amantes de las curiosidades. Las historias más insólitas, las creencias más sorprendentes y los personajes más singulares”, de la editorial Añil y escrito por Agustín Celis Sánchez y que es muy ameno e ilustrativo. ¡Puff! Es que no avanzo, me van a cerrar hasta el hotel y mi chofer va a doblar jornada. Bueno, continúo. Además de mi ligera preparación para la calculadora, este libro lo llevaba leído tres veces, con los protagonistas de las anécdotas enfatizados en amarillo fosforescente y lo traía a buen recaudo en mi maleta. Mis resultados en las preguntas calientes de esos veintiún programas escrutados, procurando contestarlas en tiempo y forma con un rigor escrupuloso para ser honesto conmigo mismo, no fueron como para decir que fuera sobrado. De haber participado yo solo en todos los programas de ese mes, es decir, sin incluir compañeros y estando en casa, únicamente hubiera contestado correctamente a cuatro preguntas y media por programa. Así que los cohetes festivos se quedaron en Madrid. Es manifiesto que no debería haberme dejado deslumbrar por mi supuesta maestría conjeturada entre cafés o cabezadas de sofá y que debería haber realizado este análisis antes de presentarme al concurso y no cuando la suerte ya estaba echada, cuando el caramelo de vivir esta experiencia me atraía como a un moscón goloso al que no detiene ya ni la amenaza del ridículo, aunque, claro, la jocosa sombra de éste se hace amiguita de la tuya y te acompaña durante todo el periplo. Resultado: como en la vieja fábula, se me quedaron las patas pegadas.

- Pues ha hecho usted bien –me rescata de muy lejos mi conductor-. A mí, desde luego, me parece muy difícil porque te pueden hacer preguntas de cualquier tema y, además, según me dicen las personas que llevo, cambia mucho el contestarlas en tu casa que delante de las cámaras.

Por aquí, mi conductor, no me aporta nada nuevo, porque lo preveo. Y usted también. Y cualquiera. Lo que desconozco es el cuánto de diferente se hace y si la escenografía completa y con las cámaras retratándote puede llegar a resultar paralizante como, tristemente, terminaría ocurriendo.

- Bueno, al fin y al cabo es un juego –le comento- y lo que más  importa es poder vivir la experiencia. – Claramente, estoy buscando la puerta de toriles. Me rebullo algo en el asiento buscando una postura más cómoda.

- Eso sí, claro -me condesciende.

Pero tal y como lo ha dicho, no me creo ese “eso sí”. Lo entiendo como si hubiera oído: “Eso es lo que dicen todos antes de volver reconcomiéndose y llorando por dentro la oportunidad perdida”. Pero no estoy seguro. Quizás sea la tensión que procuro que no se manifieste y se cuela por donde puede.

- Bueno, a mí me parece –concluyo con una obviedad- que también influye mucho la suerte; que las preguntas que te hagan sean de temas que controlas o que no, hay mucha diferencia.

- Es verdad –me contesta-. La suerte y que caiga usted bien.

- ¿Cómo? –me sorprendo- ¿Qué quiere usted decir?

- Pues que algunas personas que he llevado de vuelta se han quejado de algún trato de favor y otras de que los otros concursantes se conchabaron contra él.

- ¿En dónde? En las preguntas calientes, ¿verdad?

- Sí, se quejaban de que a ellos, los otros concursantes, no le mandaban ninguna. También uno contó que, entre programa y programa, los tres concursantes habían encontrado soluciones parciales en la prueba esa de las pistas y que los otros dos cruzaron sus datos para que, si llegaba el primero alguno de ellos, dar ya completa la respuesta; y que a él le habían dejado fuera del pacto. O sea, que además de la suerte, hay otras cosas.

Nuestra furgoneta toma una salida de la autopista y aprovecho para recomponer lo que me acaba de decir. En cuanto a lo del trato de favor… alguna cosa he leído por Internet, y mismamente, en el programa que emitieron ayer, “indultaron” a una concursante a la que le había quedado una palabra por solucionar en la prueba final del reto y la permitieron continuar. A mí no termina de parecerme mal. Otra cosa sería que penalizaran a alguien más allá de las normas, pero ¿beneficiar sin dañar a un tercero?, es su programa, como si quieren poner a concursar a un chimpancé resolviendo todos los días retos con cero incógnitas (no des ideas, Luis, que bastante auto-denigrado está ya el medio). Y de lo demás… tampoco me sentí sorprendido de lo que me contaba mi conductor. Lo de hacer el vacío a un concursante, sí que lo había sospechado en algún programa; lo del pacto en la “Parte por el todo”, quizá algún atisbo sí, pero entre los tres, y solo en el aspecto de que creo que han llegado a respetar al concursante que dio con la clave definitiva en el programa anterior para resolver el todo, pero que le faltó un pequeño último detalle y que le permitieron que fuera él el que lo completara finalmente. El pacto entre dos sí está feo, porque la desigualdad y perjuicio al tercero es evidente. Bueno, en conclusión, si se trataba que ser simpático, pues intentaría ser simpático, o mejor, simplemente cordial no sea que alguna chanza liviana se me fuera a pintar de sorna, que me conozco.

De pronto, sin venir muy a cuento, mi conductor comienza a hablarme como si fuera un padre o un profesor bondadoso:

- Por lo que yo tengo oído, lo más importante es que haya suerte y caer en gracia. Luego, sí, hay que saber controlar los nervios y estar muy atento a las preguntas, porque si no las entiende usted, dígame ¿cómo pueden responderse? Y, si viene usted con la idea de estudiar un poquillo, no tenga cargo porque va a tener tiempo sobrado para darle vueltas a las cosas porque, aunque creo que el hotel está fenomenal, no hay nada alrededor. El pueblo de San Cugat está a tres o cuatro kilómetros y en ese polígono no hay ni un mal bar para tomar un quinto. La verdad es que yo no sé cómo les pueden meter ahí en vez de llevarles a algún sitio, no sé, con más vida..., vamos, digo yo. 

Ahora sí que le miro con sorpresa y agradecimiento. Está cansado y nada le obligaba ser tan amablemente locuaz. Como creo que ya referí, mi conductor es un charnego. Después unas cuantas visitas a Barcelona, aún no puedo concluir si este epíteto –charnego, digo- se puede considerar despectivo o no. En la única entrada que contiene el DRAE para este término afirma que sí, que es familiar y despectivo y que significa un «inmigrante de una región española de habla no catalana». Ya sería el momento de incorporar al diccionario una excepción que matizara «menos los que se levantan a las cuatro de la mañana para trabajar –como mi chófer- que sí, que siguen siendo familiarmente charnegos porque no ha cambiado el hecho de haber nacido en Andújar o en Madrigal de las Altas Torres, por ejemplo, y que sí, que aún se desenvuelven normalmente en habla no catalana porque es su lengua materna, pero que ya se les podría soterrar lo de despectivo porque alegran la economía catalana, son del Barça, algunos, incluso, votan a Ezquerra, y tienen hijos que van pintando la estelada por las paredes y las señales de tráfico; aunque, claro, este soterramiento siga siendo potestativo para los catalanes puros». Pues yo digo que ya hubiesen querido los vieneses del Imperio Austro-húngaro el haber tenido un término tan concreto para autonombrarse aunque pudiera ser considerado como despectivo. No, no crea, no me perdido. Respecto a este asunto, ha dejado escrito Robert Musil en su extraordinario libro “El hombre sin atributos” (que, por cierto, ya está referenciado en nuestro querido fragmentos de libros) unas líneas espumosas, inteligentes y preclaras que…, pues mire usted lo que se me acaba de ocurrir: en tanto la furgoneta de Saber y Ganar recorre el último tramo hasta el hotel,  y ya que no vamos a decirnos mucho más mi conductor y yo, en vez de esa película que, inmisericordes, ponen en los autobuses y trenes para amenizar el viaje, y que suelen ser como para serrarse la venas o tirarse por la ventanilla de socorro,  con la intención de que este final de viaje le resulte a usted más distraído y conforme con el asunto suscitado de la envidia que aquellos vieneses tendrían por los charnegos si los hubieran conocido, vamos a recordarlas un poco (señores académicos: me falta el verbo “soleer”). Pero ¡por Dios!, ¡no, no se me achique usted ahora! Le voy a ofrecer una salida sin tener que pasar necesariamente por este desvío. Como lo que viene no es más que un sustitutivo de uno de esos filmes bazofia que hemos mencionado, puede usted eludirlo sin cargo de conciencia, y, si lo desea, en tanto llegamos a ese hotel tan lejos de todo menos de TVE y de uno mismo, puede trocarlo por unas partiditas virtuales en su móvil, o por dedicar este lapso a poner algo de orden en sus mensajes o en su agenda –que ya le vale a usted, ¿o no?-, o, muchísimo mejor, por un sueñecito reparador del que puede, si así lo desea, despertar en la siguiente entrada, en donde se atisba una alta probabilidad de que conozcamos qué pinta Freddy Mercury, tan muerto como el Cid, campando por el Vallés, y le conviene llegar a ella descansado y espabilado. Si opta, finalmente, por escuchar la voz de Musil, siéntese aquí con nosotros en la furgoneta, arrebújese en la butaca y lea lo que escribió.

             AustriaHungriaMap     AustriaHungriaNac

 

 

 

 

 

 

Bien, ausentados, entretenidos o adormilados los no interesados, transcribo:

“Este concepto de nacionalidad austro-húngara estaba de tal manera formado que es casi inútil intentar explicar a quien no lo haya adquirido por propia experiencia. No estaba constituido por una parte austriaca y otra húngara que, como se podría creer, se complementaban entre sí y formaban un todo, sino que lo componían un todo y una parte, o sea, el concepto de Estado húngaro y el otro concepto del estado austro-húngaro; este último tenía su morada en Austria,mientras el concepto de nacionalismo austriaco carecía de patria. El austriaco existía solo en Hungría, y allí, bajo la forma de aversión; en casa se llamaba a sí mismo súbdito de los reinos y países de la Monarquía austro-húngara representados en la Cámara, lo cual significaba tanto como declararse austriaco-más-un húngaro-menos-este-húngaro, y no lo hacía por entusiasmo, sino por amor a una idea que le repugnaba, pues no podía soportar a los húngaros como tampoco los húngaros a él; así es que el asunto se complicaba más todavía. Muchos se llamaban por eso polacos, checos, eslovenos o alemanes a secas, lo cual producía ulteriores divisiones.” 

    “Los habitantes de aquella doble monarquía imperial y real se encontraban en una difícil situación; debían sentirse patriotas en un estado imperial y real de Austria y Hungría pero, igualmente del reino húngaro o del Estado imperial real de Austria. El lema comprensible frente a tales dificultades era: ”En unión de fuerzas”. Esto solo significaba «viribus initis». Pero para ello los austriacos necesitaban de más fuerzas que los húngaros, pues los húngaros eran, a fin de cuentas, húngaros y solo por concomitancia pasaban ante otros que no entendían su lengua, como austro-húngaros. En cambio, los austriacos no eran en principio nada y según opinión de sus superiores debían sentirse tanto húngaros de Austria como austro-húngaros; no había un nombre para designarlos debidamente. Las dos partes, Austria y Hungría, cuadraban la una junto a la otra, como una chaqueta rojo-blanco-verde con pantalones negro-amarillos; la chaqueta era de una pieza, los pantalones sin embargo, eran el resto de un traje negro-amarillo descompuesto, separado de su chaqueta en el año 1877. Los pantalones de Austria se llamaron entonces en términos oficiales “Reinos y provincias representados en el Parlamento”, lo que, naturalmente no significaba nada, reduciéndose al fin a un nombre de tantos, sucedía con aquellos reinos lo mismo que con los shakespearianos de Lodomeria e Iliria, que hacía ya muchísimo tiempo que habían dejado de existir y que no existían ya entonces, cuando todavía había un traje entero de color negro y amarillo. Por tanto, si se preguntaba a un austriaco de dónde era, no podía, como es natural, responder: “soy de los Reinos y provincias representados en el Parlamento” que ya no existen, en consecuencia, preferían decir soy polaco, checo, italiano, frailuno, ladino, esloveno, croata, servio, eslovaco, ruteno o valaco; esto era llamado nacionalismo.”

Inesperado, ¿verdad?, y mucho mejor que la película, adónde va a parar. Creo que ahora ya sí puede usted entender lo que quería enfatizar uno… Desde luego, si yo hubiese sido un austriaco cualquiera, súbdito de ese imperio, un ciudadano probo pero sin mucho peso social, no sé, un fabricante de sombreros, por ejemplo, o el regente de una fonda o un quesero artesano, y alguien por clasismo o por molesto o por simple menosprecio me quisiera diferenciar, ¡qué no hubiese dado yo porque me desdeñaran con un sencillo: «Mira, hijo, ese señor que huele tan mal es un nachthund (1), siempre anda entre quesos»; y no con un «Mira, Maximilian ese súbdito de los reinos y países de la Monarquía austro-húngara representados en la Cámara, ése es el dueño de la fonda ruidosa de la que te hablé» O aún peor sería oír algo como «Sarah, ¿ves aquel, el gordo de la esquina?, ése es el que se está haciendo rico con la nueva línea parisina de sombreros, ¡austriaco-más-un-húngaro-menos-este-húngaro tenía que ser!». Pues eso, amigo conductor, mejor que le aplaudan con un ¡Qué charnego más agradable!, a tener que escuchar: ¡Qué inmigrante-de-una-región-española-de-habla-no-catalana más majo!, si quieren diferenciarle, mejor charnego, no lo dude. Y que rabien aquellos vieneses.

PerroXarnego 

                  Fuente: http://www.club-caza.com/articulos/694vicedo.asp

 

Notas:

1)      Según el DRAE, charnego es xarnego en catalán y este vocablo proviene de “lucharniego” que es un tipo de perro y que, según apunta el propio DRAE, es un perro adiestrado para cazar de noche. En otros sitios lo define como de raza podenco o podenco levantino. Los dignos de lástima (A+nH)-H bien se hubiesen conformado con ser nombrados con un despectivo pero explícito nachthund o “perros noche”.

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Saber y Ganar, el día de Freddie Mercury (índice y links directos)

 

Ent.  1   Madrid-Barcelona 
Ent.  3   Un mono, 50 minutos
Ent.  4   Floris moralina
Ent.  5   Un topo en TVE
Ent.  6   El ojo mágico 
Ent.  7   La garita y su radio 
Ent.  8   El charnego
Ent.10      Reelaborándose 
Ent.12      Reelaborándose
Ent.  20   La pomada disentida
Ent.  21   Los retos de comodín
Ent   25   Beatriz, la del vólatil nombre (Prox)