Entrada tercera (Un mono, cincuenta minutos):    

          El tren llegó con diez minutos de adelanto en un viaje de apenas tres horas. Tres horas para más de 600 kilómetros sin necesidad de tener que elevarse sobre la tierra, con rozamiento, o más difícil aún, apoyado en ella, impulsándonos en ella. Aún no parece creíble. Sin embargo tres horas también equivalen a cuatro ciclos consecutivos en los que la nicotina y demás aditivos con los que envenenan el tabaco descargan en el organismo sus trallazos de síndrome de abstinencia. Eso es lo que calculan los teóricos del asunto: Un mono cada 50 minutos. Cincuenta minutos por 20 cigarrillos, son mil minutos manteniendo al mono dormido; y mil minutos son dieciséis horas largas. Justo. Por eso dicen que las cajetillas de tabaco se comercializan con 20 cigarrillos. Calculado. Te fumas una cajetilla, duermes, y mañana otra. Y así hasta que la muerte nos separe o afrontemos el acto heroico que nunca garantiza el triunfo total. Desolador. No lo vendan, señores, o castiguen con severidad inquisitorial el envenenamiento colectivo y la manipulación criminal. Sí, ya he oído sus risas. Se ríen porque no tienen cuajo o son cómplices. No sé, entonces, qué hacen ahí. Yo les seguiría pagando sus cacerías, su “rayitas”, sus putas, sus huevas de pez con tal de que sacaran las manos de donde las tienen y que no tuviéramos que depender de su carencia de virtudes, de su cobardía, de su falta de imaginación, de su espíritu lacayo, de su sordidez, de su estulticia, de su fealdad… ¡Por Dios, Luis! ¿Adónde vas? ¡Que esto es otra cosa!... Les pido disculpas. Voy a tomarme un té y a poner un poco de música… Bueno, ya he vuelto. Y… ¿ahora qué? Desde luego que hay que tener mucha presencia de ánimo para retomar esta crónica muelle 4000 decibelios más abajo, pero… así debe suceder. Lo voy a intentar y simularé que no he oído nada de lo anterior… ¿dónde estaba? Sí, en desolador, punto. Borro esta palabra y en vez de “desolador” lean ustedes “Difícil, ¿no?”. Así que sigo desde ahí. El “punto de encuentro” -como se dice modernamente- con el conductor que Marc me había asignado, era la puerta de una hamburguesería industrial que hay en la estación. Yo me dije: ¡Qué suerte! ¡Diez minutos de adelanto! Me voy a poder fumar un Café Crème sin necesidad de llamar la atención. Estaría bonito que ya que me ponen un chófer particular le haga esperar por un vicio pernicioso y tan mal visto ahora. Gente sin carácter somos los que fumamos, semi-leprosos. Basta. Ya tenía enfrente las puertas de salida de la estación, unas puertas de cristal donde me esperaba una luz violenta. Con una mano hacía rodar mi maletón nuevo de color nazareno, en la otra empuñaba un mechero y, engarzado como con un clip entre la parte superior de la oreja y el hueso temporal, mi deseado purito. Entonces suena mi móvil. Llama el amable conductor que se identifica y me pregunta si soy el que soy y que si ya he llegado o estoy solo aproximándome. Y en vez de mentirle ligeramente, le digo que sí, que ya he llegado y que estoy saliendo. Mire, -me apunta-, tengo la furgoneta aparcada en la puerta de la hamburguesería, según sale usted de la estación, justo a la izquierda. Ahí le espero. O sea, a diez metros de donde ya estaba yo. Y entonces reacciono un poco y antes de colgar le miento: -De acuerdo, a ver si me oriento. Yo creo que en cinco o seis minutos estoy allí. Colgamos. Salgo a la calle, miro a mi izquierda y veo a un señor de pie en la puerta del “burguer” y apoyado en una furgoneta metalizada donde cabría un equipo de balonmano. ¿Y qué hago yo, entonces? Me hago el tonto. Hago bulto entre los otros fumadores –cetrinos todos, débiles, consumiendo un cuarto de cigarrillo en cada calada por el ansia de nicotina-. Pero aún fue más humillante. Vigilo con el rabillo del ojo a mi chófer y noto que está buscándome entre los que van saliendo por la puerta y por dos veces me roza con la mirada. Él no me conoce, pero ¿cuál es mi siguiente paso? Literalmente: Es-con-der-me detrás de un puestecillo, no sé si de venta de la ONCE o de caramelos, que no me fijé. Así fue. Ese era el espíritu que llevaba. Corto me quedé cuando dije, hace ya bastantes líneas, que estaba cohibido por el miramiento de ese coche puerta a puerta. ¿Y es ese tío el se iba a poner delante de las cámaras y decir, en su momento, la palabra “Tombuctú”? Pues parece que sí, que lo iba a intentar, el muy iluso...  

QueenEmblema

    Ahora pienso que lo que tenía que haber hecho para empezar con buen pié, era haberme puesto un traje blanco con una pegatina de Freddy Mercury en una manga y los leones rampantes, el águila, la corona y la Q de Queen, en la otra; también una camisa, roja, por ejemplo y unos buenos tirantes de otro color chillón y encenderme un Romeo y Julieta al salir de la estación y acercarme contoneándome, con los pulgares en los tirantes, hasta la furgoneta y darle la mano a mi chofer, o mejor, una buena palmada en la espalda, ofrecerle un puro y decirle que ya que el destino nos había unido, nos íbamos a tomar algo fuerte en la terraza de la cafetería mientras nos fumábamos nuestros purazos a la salud de la productora de Saber y Ganar y que ya saldría el sol por Antequera, o por Coventry, ya que según yo es una ciudad donde pueden pasar muchas cosas y ser muchas ciudades a la vez, incluso andaluza.

                                     

 Ir a Entradas anteriores publicadas:

                   1   -   2  -   3    

                         ==> Entrada siguiente          

FondoSyGConFM

Saber y Ganar, el día de Freddie Mercury (índice y links directos)

 

Ent.  1   Madrid-Barcelona 
Ent.  3   Un mono, 50 minutos
Ent.  4   Floris moralina
Ent.  5   Un topo en TVE
Ent.  6   El ojo mágico 
Ent.  7   La garita y su radio 
Ent.  8   El charnego
Ent.10      Reelaborándose 
Ent.12      Reelaborándose
Ent.  20   La pomada disentida
Ent.  21   Los retos de comodín
Ent   25   Beatriz, la del vólatil nombre (Prox)