Entrada décima (Historia fallida de Gustavo):   

 

Si yo a usted le permitiera –que lo haría, si supiera cómo- que nos contara alguna circunstancia en su vida en la que le ocurrió algo que a primera vista parecía pueril o secundario y que, sin embargo, usted lo reconoció a la postre como una clave precisa que vaticinaba un acontecimiento posterior esencial para usted  y que, de haberlo sabido interpretar, le hubiese precavido o de algún modo, o que hubiera conseguir disminuir o desviar el impacto producido, estoy seguro que nos llenaría esta décima entrada de jugosos o aleccionadores o terribles o regocijantes ejemplos. Por lo que, por esta vez, no me voy a sentir ni tan estrafalario ni tan solo por lo que aventuro en este capítulo.

EnConstrucción

 

 Ir a Entradas anteriores publicadas:

    1   -   2  -   3   -   4   -   5  -  6  -  7  -  8  9  -   10

                        ==> Entrada siguiente

Saber y Ganar, el día de Freddie Mercury.

 

LuisC y FreddyMercury  

Entrada décima (Historia fallida de Gustavo):   

 

Si yo a usted le permitiera –que lo haría, si supiera cómo- que nos contara alguna circunstancia en su vida en la que le ocurrió algo que a primera vista parecía pueril o secundario y que, sin embargo, usted lo reconoció a la postre como una clave precisa que vaticinaba un acontecimiento posterior esencial para usted  y que, de haberlo sabido interpretar, le hubiese precavido o de algún modo, o que hubiera conseguir disminuir o desviar el impacto producido, estoy seguro que nos llenaría esta décima entrada de jugosos o aleccionadores o terribles o regocijantes ejemplos. Por lo que, por esta vez, no me voy a sentir ni tan estrafalario ni tan solo por lo que aventuro en este capítulo.


EnConstrucción

Ahora, para aquellos que no sepan muy bien a qué estamos aludiendo y para que concluyamos que no nos estamos refiriendo a la magia sino a analogías y concomitancias entre sucedidos que a nuestra razón predominantemente cartesiana le parece difícil o infantil encontrarles relación; y ya que usted no puede contarnos lo que sabe de ello –quizás, sí, a través de un comentario o colaboración-, este cronista se siente obligado a traer algún ejemplo adecuado de ello, alguno que no esté teñido de personalismo ni sea extremoso ni cogido por los pelos (aunque todo es interpretable) y, sobre todo, que nos ilustre y nos cocine el talante que me se apoderó de mí al conocer como recorrí aquella extraña tarde-noche de vísperas en San Cugat y que así conseguir de usted un ánimo más comprensivo o, al menos, condescendiente; porque ese es el motivo principal por el que nos hemos metido en este patatal. Y va a ser la historia de Gustavo, un amigo ya cincuentón al que le prendió en un instante la certeza absoluta de que un hecho, que hasta ese momento era incierto, iba a ocurrir sin duda ninguna, inexorable. Y comenzó a preparase inteligentemente para lo que le iba a sobrevenir.

Gustavo trabajaba en una empresa afectada por un inminente DECOBADUNE (Despido Colectivo Barato y Dudosamente Necesario. Soslayaremos por esta vez las justas críticas, y bástenos con haber sustituido con su nombre más cabal ese eufemismo bastardo de ERE). Gustavo no era uno de los candidatos con CastañosdeIndiasRetiromás papeletas para entrar en la lista de despedidos, incluso hasta manejaba evidencias en contra de ello. Mediado el proceso –quince días faltaban para la lista definitiva de afectados por el desbroce-, al preguntarle yo, al teléfono, qué cómo estaba y que cómo marchaba el asunto, me soltó: «Luis, de ésta no me libro, estoy en la lista de los pateados, seguro». Tras mi silencio asimilador, le pregunté: «¿Por qué lo sabes? ¿Es que ya han hecho pública la lista? ¿Te han filtrado algo?». No, -me contestó-, pero estoy convencido, segurísimo. Ya te cuento-. Luego, en persona, paseando bajo las sombras de los castaños de indias de nuestro Retiro, me transmitió la “visión” que se lo predijo y, necesariamente, los prolijos detalles que la explicaban en la forma y que reputaban de correcta su lectura, para que yo lograra entenderla bien y, finalmente, compartirla. Ahora, voy a intentar trasmitirle los hechos oídos, a ver cómo se me da porque no me parece una labor sencilla. ¡Ah!, y no se me duerma, no se salté usted esto como hizo con el texto de Musil, ya que en ello puede que entrevea alguna perspectiva que le pueda servir.

Bueno, primero, el escenario, y así puede ir haciéndose usted una composición de lugar, ahí comodón, prevenido hacia lo que lee y en camiseta de tirantes. (Ojo, con el máximo respeto, porque le estoy comenzando a corporizar y debo andar cauteloso porque a saber adónde y cuánto le han pegado a usted también estos tiempos y qué papel tiene asignado en el gran circo romano que es esta crisis urdida de lejos; si cristiano, esclavo, prisionero o león, si gladiador, espectador con derecho a levantar el pulgar o limpiador de jaulas, si guardia pretoriano, senador obeso o vendedor de pistachos en los vomitorios. O, como casi todos nosotros, leproso). Gustavo, como se ha dicho, estaba –está- en una edad espantosa para un hipotético reintegro en la vida laboral porque, seguramente, ya no habría empresa que le pudiera considerar amortizable; y aunque pudiera –que puede- realizar con suficiencia su trabajo, creo que se le considera, en lo negativo, excesiva su experiencia: Metabolismo lento, maneja bien su sombra y las distancias, se inmuta lo justo con los efectos escénicos y acumula mucha capacidad para relativizar; así que, es claro, su despido equivalía al fulminante rótulo de “THE END” de una película de casi cuarenta años. Más de veinte en esa empresa de donde, como él vaticinó lúcido, finalmente le botaron.

Ahora, la historia. Le anticipo que, siendo ejemplar para lo que queremos enfatizar en esta entrada, tiene poco de espectacular y debemos rebajar nuestras expectativas; aunque, eso sí, Gustavo, me la contó bien, con mucho detalle y cierta poesía, mezclada con un trozo –un buen trozo- de la historia reciente de España, con sus alegorías y sus metáforas. A ver si le hago honor.

Nuestro amigo comenzó su periplo laboral a los catorce años, en 1974, un año crítico para lo que somos ahora; más aún, incluso, que el siguiente que es al que se le carga el protagonismo al ser este último en donde se precipitaron los acontecimientos esenciales, es decir, que se recolectó lo sembrado y se organizó la fiesta de la cosecha. Sí, se habla siempre del 75 como crucial porque en él se conjuntan los hechos históricos imprescindibles que fueron los primeros brotes fuertes del emparrado actual –la caída de la influencia, la obsolescencia de la Falange, la pérdida sin abotonar de la colonia saharaui, los últimos fusilamientos francoyjuancarlosfranquistas, la agonía y la muerte de Franco y la implantación por decreto del Régimen monárquico (recuerde que, en puridad, el rey legítimo, -si vemos legitimidad en la restauración monárquica-, era Juan III, el padre) de Juan Carlos I que, por cierto, ahora toca a su fin, con prisas manifiestas y muchos ensalzamientos a su labor, principalmente agradecidos –por lo que sale en la televisión y en la prensa- de políticos y jueces, cargos públicos, empresarios, taurinos, jerarquía católica y señoras que pasan por ahí. Pero que alguna sombra también parece que debe de existir cuando, anunciada la abdicación, el monarca no va a consumarla hasta que no le aforen, es decir hasta que no se le garantice por Ley Orgánica la protección ante posibles enjuiciamientos plebeyos. Así parece, al menos. Bueno, esto ya es una derivación de la línea principal aunque nadie puede tildarnos de oportunistas: Estamos hablando de historia reciente y nuestro Rey se ha colado con todo derecho en nuestra crónica, así que, imposible hacerle un feo y no actualizarla con lo que hasta ahora conocemos.

Retomemos, entonces. El llanto, el triunfo, una petunia, usted calcinando su pasión en un tálamo, la tos ferina… y tantos miles de efectos, no son más que el resultado de la manifestación final de un proceso de incubación y maduración anterior y, también, lo concretado en 1975 se había gestado con anterioridad. 1974… tiempo de expectativas, de movimientos nerviosos en los hormigueros (recolección de nutrientes, patas articuladas haciendo click-clack en la oscuridad, frotación de antenas para el reconocimiento mutuo, hormigas-soldado preparadas para una generala, fecundación de las hormigas reina, construcción de nuevas galerías de ida y vuelta –por si acaso-). Sí, eran tiempos nuevos para nuestra vieja piel de toro –vaya, veo que me dejo arrastrar por la épica de esta evocación ajena, válganos así, Gustavo- que se veían venir pero que ocurrieron “cosas” que terminaron por precipitarlos. Recordemos, en 1973, importante y de ámbito mundial, otra crisis, la del petróleo que, naturalmente, pegó muy fuerte aquí en España. Crisis también, como la que nos están inflingiendo ahora, urdida y provocada en pisos estratosféricos y bien salvaguardados, al frescor de grandes despachos que olían a Cohíba y a NAPALM quemado y alrededor de mesas macizas de oro negro donde refulgía el rojo de los diamantes de sangre o de los rubíes engarzados y descansaban valijas diplomáticas, transcontinentales: carteras de piel gruesa y bruñida donde esperaban las firmas ampulosas o crípticas los nuevos tratados de Tordesillas; y todo al tic-tac de las horas marcadas por los meridianos opulentos. También en 1973, a finales de año y ya en nuestro ámbito nacional, tiempos nuevos empujados por el impulsoCarreroBlancoTrayectoria de la transmutación a cadáver (¿inesperada?, ¿consentida?) de un Presidente de Gobierno por el poder alquímico de la goma-2, de ese almirante también gallego y también decimonónico y cuartelero en formas, usos, ideas y pensamientos, y que era El Peligro Oscuro, el más apto para tratar de estirar lo que se pudiera el Régimen maloliente; y que aún estaba caliente en su tumba (si es que ese marino tan circunspecto, amenazador y disciplinario estuvo caliente alguna vez -le recuerdo a usted, que la operación de su asesinato se llamó “operación Ogro” y no “operación Cerilla” ni “operación Bambi”) cuando ya debía sentir sobre él el rebullir de la fauna ibérica: topetazos de cuernas, olisqueo de traseros y genitales, movimientos reptantes, galopes alocados, sibilinas simbiosis, saltos, vuelos y monadas –las hormigas no urdían sobre la tumba, sino a nivel-. Sí, desde luego, tiempos de expectativas.

Antes de continuar la historia, es apropiado que me detenga en un ejemplo de toma de posiciones que fije y dé credibilidad a lo que hasta ahora se ha expuesto y que fue fundamental para el dónde chapoteamos ahora usted, yo, nuestros hijos, nuestros padres… En ese año, 1974, anterior al Gran Deceso -nuestro Gustavo ya para entonces iba poniendo céntimos para su lejana jubilación realizando perplejas labores de acarreador de bultos, de limpiador de plásticos y de recadero pelelillo- se desarrollaba, cerca de Paris, el llamado Congreso de Suresnes, el número 13 del PSOE, en donde finalmente, se impusieron las tesis de la corriente pragmática –defendida por el llamado “grupo de los sevillanos”- sobre las tradicionales, y que supuso un cambio radical de la orientaciónSuresnesCartel
Suresnes1974ideológica del partido porque se abandonaron definitivamente las reivindicaciones revolucionarias históricas; y política, con la consiguiente frotación de manos para mantenerlas calientes en espera de la muerte del dictador y Entrada en la Historia de España por la Puerta Grande. En ese Congreso resultó elegido Secretario General un tal Isidoro, que era el nombre en clave del ínclito Felipe González, sin faltar maldicientes y filosas lenguas que sostienen que propugnado y aupado por los dueños del Monopoly. Un Felipe entonces con chaqueta de pana y agujeros en los bolsillos y hoy con sus honorarios vitalicios y su finquita de caza y todo. Socialista, obrero y español. Eso pasó.

Pero, me dirá usted, ¿Y nuestro Caudillo? ¿Qué hacia nuestro Faro ante lo que se removía y se avecinaba? Él tenía que prever, por fuerza, lo que sobrevendría. Es seguro que contara con buenos informantes y tecnócratas con una buena mente gris, y él, aunque no era muy inteligente, de tonto no tenía un pelo. Él sabía. Seguro que sabía. Me atrevería a afirmar que él hasta conocía cuando se iba a morir. Sí, no se sorprenda. Si yo mismo, algo más joven que Gustavo, me jactaba de vaticinar cuándo iba a morirse ¿cómo no lo iba a saber él? Al fin y al cabo era Caudillo de España por la Gracia de Dios y, queramos o no, (y menos mal que esto entronca en algo con el tema de fondo de esta entrada que ¡Uff! Miro hacia arriba y, ¡córcholis! ¡Qué lejos está!  Ya le decía yo que esto no iba a ser esto sencillo…) Franco era un Predestinado, por lo que su muerte debería estar predestinada también. Algunos de nosotros, en el instituto, proponíamos un juego para adivinar la muerte de Franco. Los que sabíamos la respuesta, epatábamos con él. Y era muy simple. Planteábamos la pregunta: ¿Cuándo comenzó la Guerra Civil? La mayoría respondía correctamente porque la Guerra estaba a una distancia memorística para nuestros padres de alrededor 35 años, menos si incluímos los años del Hambre como su consecuencia; la misma, entonces, que la “movida madrileña” de nosotros ahora, insuficiente tiempo para que el miedo y el horror grabados en ellos se hubiera volatilizado; pero además, tenga usted en cuenta que en su aniversario había paga extraordinaria en los hogares y era día festivo. Entonces, anotábamos la fecha:

                             18   07  36

¿Y cuando acabó?, era la segunda pregunta. Y anotábamos debajo:

                     01  04  39

Luego, trazábamos una raya y sumábamos:

                        18   07   36                       

                    01   04   39

                    --------------

                    19   11   75

 

¡Tachán! Ahí la tenemos. Clavada. Alguien como Franco no podía faltar a la cita con su Destino. Luego se conjeturó de si llevaba muerto ya unos días o no, y se oficializó el día 20 –en la madrugada- para que toda España durmiera tranquila su última noche en el pasado y para que coincidiera con la del más ensalzado ideólogo-mártir del Régimen, José Antonio Primo de Rivera, fusilado un 20 de Noviembre de 1936; pero usted y yo sabemos que fue, seguro, el 19 (*). No le digo nada cuando nos despertarnos ese día con la noticia. Sí, muy contentos los chavales porque el Destino, tantas veces esquivo, nos había regalado tres días sin clase, de luto oficial. Pero yo, que ya entonces me aprensaba con lo más inocentón, en el desayuno me decía ¿Seré un gurú sin saberlo?; y aunque luego paseé ufano mis “dotes adivinatorias” ante quien me quiso escuchar, ya moscas zumbonas me revolotearon detrás de las orejas.

Ahora, repito las mismas preguntas pero con nuestra duda razonable de que quizá él sabia... ¿Y nuestro Caudillo? ¿Qué hacia nuestro Timonel ante lo que se removía y se avecinaba? Pues, y esto es ya hacer ficción relajada sobre cuatro palos ciertos, supongo que rezar mucho, entretenerse y dormitar mientras esperaba la dolorosa y nunca deseada muerte. Poco más podía hacer aunque todavía buscó provocar daño creyendo que podía debilitar lo imparable. Le habían matado a su cachorro más afín y quizá aún creía, en su chochez, que el sucesor que él había nombrado para conducir las riendas de su régimen personalista –Juan Carlos I- iba a darle continuidad. «Dejo todo atado y bien atado» dejó escrito en su bando de despedida. No sé si lo creía de veras. Él, entre un cuadro de flebitis y otro, se continuó ocluyendo las arterias con chocolate con picatostes aplatanado ante la ristra de partidos televisados del Mundial de Fútbol de Alemania y aún le dio el resuello para vaciarse algunos granos sebáceos que de cuando en cuando le salían en forma de ministros aperturistas, también para hacer de tripas corazón cuando un batallón verde de desarrapados con banderas rojas y verdes acampaba y le desposeía de su penúltima colonia y también para rubricar su innecesario y escandalosamente sangriento periplo con la tinta roja de unas últimas sentencias de muerte entre el humo de las embajadas quemadas y las pataletas indignadas e hipócritas de las mismas potencias occidentales que le habían ayudado a mantenerse en el poder durante cuarenta años. También, de vez en cuando, se embadurnaba con el fervor por bocadillos en el balcón de la plaza de Oriente, aunque seguramente ya subido a una tarima y apuntalado por una estaca o por alguien que agachado le abrazaba las piernas. Bueno. Si algo de lucidez le quedaba, pagó mucho en ese último año aunque, para tantos, no lo bastante. Pero eso ya no es cosa nuestra.


MonaLisaBigote VisitaASaudi ConFrancoNoPasaba sindicatovertical

 

Solo una cosa más que me quema y que quizás le queme a usted también luego, pero son pocas las oportunidades que se me van a presentar de tener el plato tan en su punto como ahora lo tengo. Cuando uno no es nadie (Duchamp sí pudo ponerle un bigote a la Mona Lisa y eso era arte), siempre que se desea defender o proponer algo “política-ideológicamente incorrecto” hay que comenzar justificándose, así que pago la prenda: Si hasta aquí ha leído, poco puede usted sospecharme de defensor o permisivo con un gobierno como el de Franco y con las familias políticas, sociales, militares, eclesiásticas… e internacionales –las mejores de cada casa, oiga- que lo sostuvieron. Pero no podemos condescender o justificar o ser poco críticos para todo lo demás y no hacerlo mínimamente para con él. Poca cosa actual quedaría en pie, piltrafas, títeres sin cabeza, peluches destripados serían, si se las juzgara con la severidad marcial con la que se juzga aquel régimen; y al revés, también. Bastante quedaría de aseado o salvable de él si se hiciera la misma vista gruesa y oídos sordos y se contemporizara como hacemos hoy con mucho y con muchos. Hace bien poco, por ejemplo, vimos como nuestro Rey, en uno de sus últimos actos como monarca –ojo, no es su culpa, le llevaron hasta allí sus obligaciones-, repartía abrazos y besos de moflete entre unos cuantos jeques del petrodólar, de esos con capacidad para mover los hilos de la miseria y que heredan fortunas y monarquías dictatoriales en donde la mujer es un florero, la democracia un virus exótico y las voces discordantes se emiten desde cuerdas vocales que al poco y a poco, pueden estar colgando de otras sogas; regímenes donde los derechos humanos están bien pisoteaditos como uvas en un lagar y, desde luego mucho más quebrantados que los nuestros durante el régimen franquista. Pero el Rey no estuvo solo en ese país que ocupa el cuarto lugar en ejecuciones por condenas a muerte del mundo (Amnistía Internacional, 2013), sino que acudió como embajador junto a tres ministros y unas decenas de grandes empresarios españoles. Todos sonrieron, dieron palmaditas, se bañaron en pilas con grifería de oro,  besaron y abrazaron a discreción porque había mucho parné de por medio. ¿Alguna voz crítica en los noticiarios tan voceadores para casos más nimios? ¡Qué va! Lo contrario. ¿Alguna voz que justifique la venda en los ojos y la pinza en la nariz que tuvimos que ponernos porque después se nos pormenorizó en qué consiste el bien común o social para nosotros, los españolitos, que nos “tragamos” la buena noticia entre alharacas? ¡Quiá!. Burro vendido (a los jeques y a nosotros) y todos tan contentos. Y este es un ejemplo actual de lo que quiero resaltar aquí, pero hay más; mucho más que con “Franco no pasaba” por utilizar una frase muy uso –que sí, que sí, graffitis fachas, oiga-  al comienzo de esos nuevos tiempos de los que hablamos. Ahora, es lastimosa la displicencia y hasta la admiración y socarronería que demostramos con las actitudes y proclamas de personajes públicos incultos y ensoberbecidos, o con programas de televisión zafios, vacuos, alienantes; o con comportamientos despreciativos contra la inteligencia, el buen gusto, el respeto, la filosofía, el buen corazón…; o con las versiones falaces, parciales, compradas, descreídas, amorales, insolidarias que se admiten como «lícitas», de las corrientes de opinión de los lobbys de la información, o de periodistas en nómina, o de medios partidistas; o con la sevicia argumentada, legislada a capón y cuasi homicida, basada en el dios del crecimiento y del beneficio, carne, ilusiones, esperanzas humanas de las que se nutren las connivencias poder-justicia, los bancos sanguijuelas, las empresas demoledoras; o esa iniquidad –y ya acabo-, esa ofensa a la inteligencia y a la vista que supone encontrarse a un jubilado o a una madre de familia –por no salir del barrio- incitada, enganchada, enferma sin remisión ante una máquina tragaperras en la taberna de al lado de su casa no pudiendo evitar que le timen los bandidos aliados el kilo de boquerones que había salido a comprar: Los filetitos para el Estado, la cola y las aletas para el tabernero y las tripas para los hermanos Franco, CIRSA, o semejantes, dejándole solo las espinas, la culpa y las lágrimas; y que no haya nadie con dos cojones o simplemente compasivo que se atreva a ponerle remedio a un cáncer que destruye familias y vidas y se limiten a estadísticas de ludopatía y a culpar indirectamente a las víctimas… Y tanto más. Pues sí señor, aunque no nos guste nada de nada a ninguno de nosotros, Franco y su régimen, jamás lo permitió ni lo estaría permitiendo. Nada de eso. Le recuerdo que, en aquella época, el juego estaba prohibido y que las grandes empresas –sí, sus prerrogativas tendrían- estaban obligadas, por ejemplo, a colaborar con el estado en la construcción de viviendas asequibles para sus empleados, con hipotecas acordes a sus sueldos –yo me crié en una de ellas-. Ha oído bien, lo pongo en subrayado: El régimen consideraba que las empresas ganaban el suficiente dinero como para que sus beneficios alcanzaran al máximo número de personas que contribuían a generar esos beneficios. Con un plus adicional: Las viviendas se repartían entre la gente trabajadora, la currante, nada de regalos “no contributivos”. Era así o así. ¿Extraterrestres? No. Correponsabilidad e infinitamente más sentido común y de honradez. Nuestro país genera riqueza: que llegue a todos los rincones. En fin, sí, parece marciano, pero no olvidemos que era Franco y por encima, de Franco, solo estaba Dios. Sí, su Dios, el amenazador, el omnipotente y vengativo; pero no había nadie ni nada por encima de Él (esta mayúscula es para Dios, no para Franco, no nos liemos) y mucho menos los becerros de oro. En ese régimen, los grandes empresarios no conseguían desprenderse del todo de un sambenito: la sospecha, el tufillo a neoliberalismo o a masonería cuando no a judaísmo que podía desprender. Sí, ese régimen tan vituperado no era solo antidemócrata convencido y anticomunista rabioso, sino también echaba pestes del neoliberalismo obsceno y, desde luego, era antisionista y antimason declarado. Así que, un poco con pies de plomo y mano izquierda sí tenían que andar también los sacerdotes del Becerro de Oro… Y ya que estoy lanzado ¿Qué me dice usted del tan execrado Sindicato Vertical, que sí, que era acólito y estaba controlado por el régimen, pero también tenía una fuerza que ya quisieran nuestros necesarios pero pobriños sindicatos actuales, tan demonizados ellos pero, a su vez, tan bien nutridos. Un obrero –así se nos llamaba entonces, lo que somos- podía perfectamente denunciar un atropello. Eso sí, mucha póliza,  mucho «pongo en su conocimiento», «si usted lo tiene a bien» o «Dios guarde a usted muchos años»; pero podía acudir a ese Sindicato Vertical y si se demostraba el abuso, al abusador se le podía caer el pelo. ¿Hoy?, a millones, impunes. Esclavos del capital. Entonces, con más o menos peros, el trabajador estaba defendido en sus derechos por un brazo fuerte del propio régimen y las empresas tenían que cumplir escrupulosamente también. Y no se ría, yo conozco casos en los que las familias se pudieron comprar pisitos con las horas extraordinarias que “echaban” y que la Empresa estaba obligada a pagar sí o sí. ¿Hoy?, millones de horas gratuitas, a la fuerza, como esclavos. Como veo en la distancia espacio-temporal su rictus de indignación, duda o sorpresa ante lo escrito, noto la necesidad de volver a justificarme. Es una pena. Que no, señor, que yo no lo defiendo, que no soslayo la discriminación de la mujer, el exilio, la censura, las cárceles, la grisura, la sangre, la falta de libertad y de derechos, la cerrazón... Pero si ha leído usted bien solo he dicho que sería razonable utilizar un parecido rasero para juzgarlo como hacemos con otros aspectos de hoy y no despreciarlo sin analizar algo de lo que podía haber tenido de correcto y que hoy nos sería útil y, desde luego, mucho mejor que lo que tenemos y no despreciarlo por provenir de aquel régimen. No todo debía ser lícito ética y moralmente –aunque lo sea por la Ley- solo por llamarnos Democracia y no todo era abominable de aquello por llamarse Dictadura.

Bueno, veo que tengo que reconducirme, bajar pulsaciones porque cuando uno se enerva pierde la distancia necesaria. Es muy posible que cuando relea lo escrito desee hacer desaparecer buena parte de ello y si finalmente, lo saco publicado dentro de esta entrada décima, posiblemente me arrepienta en unos días y tenga que abrir mi cajoncito de sastre y sacar una buena tijera y cercenar… Pero, de momento, aquí queda y no se malquiste conmigo, por favor, me guía una excelente intención. Ésto, desde luego, ya hace mucho que se me ha ido de las manos y que no estoy en San Cugat y se me hace necesario buscar un intermedio congruente y mucho más tranquilo porque soy consciente de que no ha llegado usted hasta aquí para ser arengado. Lo asumo, así que bajaré un poco la presión con una salida de consenso, me detendré y seguiremos con una segunda parte con lo que nos ha congregado.

 

Epílogo-pomada.

LosEnamoradosDelaRevolucion

Finalmente, fueron cuarenta años que nacieron por una casualidad histórica. Germinaron como fruto de una guerra como nunca hubo otra y como difícilmente la vuelva a haber. Una guerra civil ya por definición, cruenta y odiosa, que multiplicó exponencialmente sus efectos destructivos y que arraigó una enemistad sin posible entendimiento que nos viene salpicando hasta hoy; porque, simultáneamente con ella, se produjeron dos revoluciones exportadas de aquella Europa polarizada. La fascista y la anarco-comunista. A la vez. Mucha tela para unos pobres analfabetos con alpargatas que se enamoraron de la luz que se vislumbraba al final de un túnel de miseria y abandono de siglos y para aquellos señoritones rancios y casi también analfabetos en lo esencial, que sintieron peligrar sus privilegios y se enaltecieron con la idea de un destino de clase, de sensibilidad, de inteligencia, de predestinación que estaba augurado por los dioses y los héroes clásicos. Al final ganaron éstos apoyados por los golpistas. Pero ¿Dónde están hoy los espíritus de los contendientes? ¿Dónde las ideas, las energías, las pasiones que los exacerbaba? Aquella República tan valiente y prometedora es hoy un pendón de colores que como una Virgen de pueblo se saca de procesión los catorce de abril y luego se guarda otra vez en su capilla. Y sí, digo bien, la III República futura –si acontece- será muy otra, ni una pariente lejana de aquella tan esperanzadora y tan preñada de promesas que ni dejaron que se realizaran ni, quizás, podía cumplirlas. Los ideales fascistas… hoy nadie cree en los dioses ni en los héroes y también, quien los procesa, son otra cosa muy distinta, modernizada, que juegan o han jugado al Super Mario Bros y se emboban con los Juegos del Hambre. Los anarquistas ¿dónde están y qué son hoy? Y no me refiero a su estructura o a su poder o a la dimensión de su CNT o de su CGT. Me refiero a aquel espíritu, a aquel espíritu de sacrificio que hoy falta –a todos, no solo a ellos- a la esencia ácrata, al Individuo. Y su ocio lo dedican a juegos parecidos. Y el comunismo ¿dónde? ¿Adónde es posible hoy si no es como una medida de emergencia y temporal porque el individuo, al menos en Occidente, no puede ser un comunista si no es por la fuerza de la voluntad y en contra de su naturaleza biológica, contra el instinto de posesión, de superación, de necesidad de trascendencia a la muerte (por ahí, más importante que lo económico, cayó la URSS y los países satélites, comenzando por Polonia, donde la Iglesia Católica dio un golpe maestro nombrando un Papa de Cracovia). Pero eso sí, nos quedan los rescoldos de aquel odio, las páginas, las heridas sin cerrar y los dosieres, las tumbas sin abrir… y la incomprensión hacia con el otro, eso sí está petrificado. ¿Qué esperamos? Señores de la izquierda, la desigualdad está en el cosmos. Nadie debe ni puede ser parásito o subsidiario del trabajo, del esfuerzo, de la capacidad de los demás si ese esfuerzo es lícito y no se demuestra que la solidaridad es necesaria. Otra cosa son las prebendas, los privilegios de clase, la solidaridad, los derechos humanos… Señores de la derecha. ¿Qué les cuesta abrir tumbas y legajos? ¿Qué les cuesta oír que su abuelo era un traidor o, incluso, un asesino como lo fueron tantos otros del otro bando? Y si no es así, defiéndanlo. O no. Pero ¿qué importa ya si nada queda real de todo aquello? El mundo globalizado –no entro en el porqué, ni en el para qué, ni en el cómo- va por un camino sideralmente distinto; la patria es la Tierra y el hambre y el sufrimiento humano, en nuestra calle, en nuestra ciudad o país o en otro continente ya no es -si alguna vez lo fue- un problema ajeno. Es el del Hombre. Suyo y mío. Dejen a un lado el orgullo y ¡atrévanse! Si no va a pasar nada, señores. Que se cierren, por fin, las heridas. Ya está bien, por favor. Aceptémonos como fuimos (como FUERON) y como somos. Todos.

Y ahora, después de esta pomada, por Dios, ayúdeme. ¿Por dónde anda mi Gustavo y dónde los presagios? Si ya me lo decía mi segunda novia: -Giorgi, que por ahí no es, que te desvías…

  

(*) Una persona muy cercana trabajaba aquel día 19 en un hospital madrileño. Antes de las doce de la noche llamó a su madre y le dijo: -No levantes a las niñas mañana porque no habrá colegio. Franco ya se ha muerto.

 

 

                               Ir a Entradas anteriores publicadas:

       1      2      3      4      5      6      7      8      9      10    ==> Entrada siguiente

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entrada octava (El charnego):          

- ¿Y qué tal usted? ¿Se ha preparado bien para el concurso? –me suelta de sopetón mi conductor ya en los últimos kilómetros del trayecto. Me sobreviene un involuntario ¡glup! al mentarme la bicha, la elegante corbatita de cáñamo que pueda estar aguardándome.  Exagero, claro. Ya me gustaría verle…

Me quedo mirándole con fijeza pero él no desvía la vista de la carretera. Me viene la impresión de que reprime una sonrisa que no me parece maliciosa sino inteligente, de esas entre comprensivas y condescendientes del que conoce el percal. Sus ojos ligeramente oblicuos, sí pudieran confundirse como una defensa contra el resol, pero ese leve trazo cóncavo de los labios, no sé…  Creo que este señor sabe mucho, pero mucho, mucho de lo que no sale en el programa, de justificaciones, de cabellos mesados, de vestiduras rasgadas, de procesiones interiores. Secretitos, también.

- Bueno, algo se ha hecho –me conforto-. Mi conductor, al oírme esta aserción tan ambigua, ya sí vuelve la cabeza hacia mí y me mira un segundo como por encima de unas gafas imaginarias antes de volver a prestar atención al tráfico. No sé como interpretarlo, pero sí que me lleva entonces ha realizar un repaso introspectivo. Comienzo haciéndome la doble pregunta clave para chequearme: ¿Cómo se llamaba el grupo de Fredie Mercury?: Queen. Perfecto ¿Quién era el líder de Queen?: Fredie Mercury. Hasta aquí vamos bien. Continúo. Antes de venir, he visto y analizado en la red los veintiún programas diarios de Saber y Ganar del mes de noviembre. La prueba de la calculadora me deparó una sorpresa: Más de la mitad de las veces no se superó, doce. Memoricé un par de divisiones repetitivas e intenté sistematizar un modo de cálculo. Grosso modo. En uno de esos programas realizaron la siguiente pregunta:

  CatalinaLaGrandeIsabel ILéotard

HeliogabaloLadyGodiva

¿Qué gran personaje histórico murió sentado en un retrete? Y yo, con el asa de la taza de mi cafelito cogida con tres dedos y con el meñique extendido como en aquella serie de “Los invasores”, me contesté mentalmente: Catalina la Grande. Hay un rebote y el siguiente concursante responde correctamente. Pero tras dar un sorbo satisfecho, me pregunté… Y yo, ¿por qué lo sé?  Y entonces, se me apelotonaron en la memoria una serie de preguntas oídas y medio contestadas por mí que, como en ese sencillo pasatiempo en el que vas uniendo con líneas los puntos numerados y aparece un dibujo, guardaban una evidente relación entre sí. Eran cuestiones que más que puramente históricas o de cultura general, pertenecían al género de las anécdotas o de las curiosidades. Por ejemplo, además de ésa sobre la onerosa muerte en el retrete, recordé una sobre Jules Leotard, el trapecista inventor del leotardo; otra en la nos enterábamos de que fue Isabel I de Inglaterra el primer ser humano que utilizó un excusado, alguna, si no recordaba mal, sobre la muerte a cuchillo del joven emperador Heliogábalo e incluso ¡vaya casualidad! una en donde se preguntaba que cuál ciudad era la que Lady Godiva recorría montada en un caballo sin más prenda que la de sus largos cabellos negros; pues, ¡sí señor!, ¡Coventry!, la última ciudad inglesa que un servidor tuvo que identificar en la prueba “Última llamada”. (Aquí, pese al protocolo de confidencialidad firmado que usted ya conoce, tengo que desvelar un secreto. Si no lo hago, en primer lugar, se lo sustraería a usted y que siendo esto lo mínimo que merece por haber avanzado, a trancas y barrancas, hasta este punto, pecaría de cicatero; y, por el otro, perdería la oportunidad de lanzar una flor –varias deberían ser para poder ofrecerlas también a la dirección del programa que es la que se lo permite- a su presentador, el incombustible Jordi Hurtado, para que se conozca el trato afable y deferente que en ese programa se mantiene con los concursantes: Cuando ya has llegado en última posición a la prueba mencionada y luces un cero bien hermoso como cantidad de dinero ganado, y como en esa prueba el fallo resta puntos pero el acierto no los incrementa, es decir, que tu respuesta es inocua atines o yerres; cuando Juanjo Cardenal te formula esa última cuestión, Jordi, en un acto de caridad cristiana, corre hacia el panel interno y te chiva la respuesta señalándola. Así lo hizo también para mí, aunque, en mi caso, yo sí conocía la historia de la Godiva, lo que no sustrae mérito al gesto del señor Hurtado ni a mí me suma ni una miaja). Pues eso, que eran preguntas cuya respuesta yo conocía y que estaban cosidas por un hilo común. ¿Dónde?..., ¿dónde lo he leído? me preguntaba caviloso... 

LibroOroCuriosidadesHasta que di con el libro en cuestión en una de las estanterías altas de mi librería y que resultó ser uno de esos divulgativos y baratejos que se venden en los puestos prefabricados de los mercadillos que montan en Navidad o en algunas ferias o playas. Se llama “Libro de Oro de Las Curiosidades”. “Un anecdotario imprescindible para los amantes de las curiosidades. Las historias más insólitas, las creencias más sorprendentes y los personajes más singulares”, de la editorial Añil y escrito por Agustín Celis Sánchez y que es muy ameno e ilustrativo. ¡Puff! Es que no avanzo, me van a cerrar hasta el hotel y mi chofer va a doblar jornada. Bueno, continúo. Además de mi ligera preparación para la calculadora, este libro lo llevaba leído tres veces, con los protagonistas de las anécdotas enfatizados en amarillo fosforescente y lo traía a buen recaudo en mi maleta. Mis resultados en las preguntas calientes de esos veintiún programas escrutados, procurando contestarlas en tiempo y forma con un rigor escrupuloso para ser honesto conmigo mismo, no fueron como para decir que fuera sobrado. De haber participado yo solo en todos los programas de ese mes, es decir, sin incluir compañeros y estando en casa, únicamente hubiera contestado correctamente a cuatro preguntas y media por programa. Así que los cohetes festivos se quedaron en Madrid. Es manifiesto que no debería haberme dejado deslumbrar por mi supuesta maestría conjeturada entre cafés o cabezadas de sofá y que debería haber realizado este análisis antes de presentarme al concurso y no cuando la suerte ya estaba echada, cuando el caramelo de vivir esta experiencia me atraía como a un moscón goloso al que no detiene ya ni la amenaza del ridículo, aunque, claro, la jocosa sombra de éste se hace amiguita de la tuya y te acompaña durante todo el periplo. Resultado: como en la vieja fábula, se me quedaron las patas pegadas.

- Pues ha hecho usted bien –me rescata de muy lejos mi conductor-. A mí, desde luego, me parece muy difícil porque te pueden hacer preguntas de cualquier tema y, además, según me dicen las personas que llevo, cambia mucho el contestarlas en tu casa que delante de las cámaras.

Por aquí, mi conductor, no me aporta nada nuevo, porque lo preveo. Y usted también. Y cualquiera. Lo que desconozco es el cuánto de diferente se hace y si la escenografía completa y con las cámaras retratándote puede llegar a resultar paralizante como, tristemente, terminaría ocurriendo.

- Bueno, al fin y al cabo es un juego –le comento- y lo que más  importa es poder vivir la experiencia. – Claramente, estoy buscando la puerta de toriles. Me rebullo algo en el asiento buscando una postura más cómoda.

- Eso sí, claro -me condesciende.

Pero tal y como lo ha dicho, no me creo ese “eso sí”. Lo entiendo como si hubiera oído: “Eso es lo que dicen todos antes de volver reconcomiéndose y llorando por dentro la oportunidad perdida”. Pero no estoy seguro. Quizás sea la tensión que procuro que no se manifieste y se cuela por donde puede.

- Bueno, a mí me parece –concluyo con una obviedad- que también influye mucho la suerte; que las preguntas que te hagan sean de temas que controlas o que no, hay mucha diferencia.

- Es verdad –me contesta-. La suerte y que caiga usted bien.

- ¿Cómo? –me sorprendo- ¿Qué quiere usted decir?

- Pues que algunas personas que he llevado de vuelta se han quejado de algún trato de favor y otras de que los otros concursantes se conchabaron contra él.

- ¿En dónde? En las preguntas calientes, ¿verdad?

- Sí, se quejaban de que a ellos, los otros concursantes, no le mandaban ninguna. También uno contó que, entre programa y programa, los tres concursantes habían encontrado soluciones parciales en la prueba esa de las pistas y que los otros dos cruzaron sus datos para que, si llegaba el primero alguno de ellos, dar ya completa la respuesta; y que a él le habían dejado fuera del pacto. O sea, que además de la suerte, hay otras cosas.

Nuestra furgoneta toma una salida de la autopista y aprovecho para recomponer lo que me acaba de decir. En cuanto a lo del trato de favor… alguna cosa he leído por Internet, y mismamente, en el programa que emitieron ayer, “indultaron” a una concursante a la que le había quedado una palabra por solucionar en la prueba final del reto y la permitieron continuar. A mí no termina de parecerme mal. Otra cosa sería que penalizaran a alguien más allá de las normas, pero ¿beneficiar sin dañar a un tercero?, es su programa, como si quieren poner a concursar a un chimpancé resolviendo todos los días retos con cero incógnitas (no des ideas, Luis, que bastante auto-denigrado está ya el medio). Y de lo demás… tampoco me sentí sorprendido de lo que me contaba mi conductor. Lo de hacer el vacío a un concursante, sí que lo había sospechado en algún programa; lo del pacto en la “Parte por el todo”, quizá algún atisbo sí, pero entre los tres, y solo en el aspecto de que creo que han llegado a respetar al concursante que dio con la clave definitiva en el programa anterior para resolver el todo, pero que le faltó un pequeño último detalle y que le permitieron que fuera él el que lo completara finalmente. El pacto entre dos sí está feo, porque la desigualdad y perjuicio al tercero es evidente. Bueno, en conclusión, si se trataba que ser simpático, pues intentaría ser simpático, o mejor, simplemente cordial no sea que alguna chanza liviana se me fuera a pintar de sorna, que me conozco.

De pronto, sin venir muy a cuento, mi conductor comienza a hablarme como si fuera un padre o un profesor bondadoso:

- Por lo que yo tengo oído, lo más importante es que haya suerte y caer en gracia. Luego, sí, hay que saber controlar los nervios y estar muy atento a las preguntas, porque si no las entiende usted, dígame ¿cómo pueden responderse? Y, si viene usted con la idea de estudiar un poquillo, no tenga cargo porque va a tener tiempo sobrado para darle vueltas a las cosas porque, aunque creo que el hotel está fenomenal, no hay nada alrededor. El pueblo de San Cugat está a tres o cuatro kilómetros y en ese polígono no hay ni un mal bar para tomar un quinto. La verdad es que yo no sé cómo les pueden meter ahí en vez de llevarles a algún sitio, no sé, con más vida..., vamos, digo yo. 

Ahora sí que le miro con sorpresa y agradecimiento. Está cansado y nada le obligaba ser tan amablemente locuaz. Como creo que ya referí, mi conductor es un charnego. Después unas cuantas visitas a Barcelona, aún no puedo concluir si este epíteto –charnego, digo- se puede considerar despectivo o no. En la única entrada que contiene el DRAE para este término afirma que sí, que es familiar y despectivo y que significa un «inmigrante de una región española de habla no catalana». Ya sería el momento de incorporar al diccionario una excepción que matizara «menos los que se levantan a las cuatro de la mañana para trabajar –como mi chófer- que sí, que siguen siendo familiarmente charnegos porque no ha cambiado el hecho de haber nacido en Andújar o en Madrigal de las Altas Torres, por ejemplo, y que sí, que aún se desenvuelven normalmente en habla no catalana porque es su lengua materna, pero que ya se les podría soterrar lo de despectivo porque alegran la economía catalana, son del Barça, algunos, incluso, votan a Ezquerra, y tienen hijos que van pintando la estelada por las paredes y las señales de tráfico; aunque, claro, este soterramiento siga siendo potestativo para los catalanes puros». Pues yo digo que ya hubiesen querido los vieneses del Imperio Austro-húngaro el haber tenido un término tan concreto para autonombrarse aunque pudiera ser considerado como despectivo. No, no crea, no me perdido. Respecto a este asunto, ha dejado escrito Robert Musil en su extraordinario libro “El hombre sin atributos” (que, por cierto, ya está referenciado en nuestro querido fragmentos de libros) unas líneas espumosas, inteligentes y preclaras que…, pues mire usted lo que se me acaba de ocurrir: en tanto la furgoneta de Saber y Ganar recorre el último tramo hasta el hotel,  y ya que no vamos a decirnos mucho más mi conductor y yo, en vez de esa película que, inmisericordes, ponen en los autobuses y trenes para amenizar el viaje, y que suelen ser como para serrarse la venas o tirarse por la ventanilla de socorro,  con la intención de que este final de viaje le resulte a usted más distraído y conforme con el asunto suscitado de la envidia que aquellos vieneses tendrían por los charnegos si los hubieran conocido, vamos a recordarlas un poco (señores académicos: me falta el verbo “soleer”). Pero ¡por Dios!, ¡no, no se me achique usted ahora! Le voy a ofrecer una salida sin tener que pasar necesariamente por este desvío. Como lo que viene no es más que un sustitutivo de uno de esos filmes bazofia que hemos mencionado, puede usted eludirlo sin cargo de conciencia, y, si lo desea, en tanto llegamos a ese hotel tan lejos de todo menos de TVE y de uno mismo, puede trocarlo por unas partiditas virtuales en su móvil, o por dedicar este lapso a poner algo de orden en sus mensajes o en su agenda –que ya le vale a usted, ¿o no?-, o, muchísimo mejor, por un sueñecito reparador del que puede, si así lo desea, despertar en la siguiente entrada, en donde se atisba una alta probabilidad de que conozcamos qué pinta Freddy Mercury, tan muerto como el Cid, campando por el Vallés, y le conviene llegar a ella descansado y espabilado. Si opta, finalmente, por escuchar la voz de Musil, siéntese aquí con nosotros en la furgoneta, arrebújese en la butaca y lea lo que escribió.

             AustriaHungriaMap     AustriaHungriaNac

 

 

 

 

 

 

Bien, ausentados, entretenidos o adormilados los no interesados, transcribo:

“Este concepto de nacionalidad austro-húngara estaba de tal manera formado que es casi inútil intentar explicar a quien no lo haya adquirido por propia experiencia. No estaba constituido por una parte austriaca y otra húngara que, como se podría creer, se complementaban entre sí y formaban un todo, sino que lo componían un todo y una parte, o sea, el concepto de Estado húngaro y el otro concepto del estado austro-húngaro; este último tenía su morada en Austria,mientras el concepto de nacionalismo austriaco carecía de patria. El austriaco existía solo en Hungría, y allí, bajo la forma de aversión; en casa se llamaba a sí mismo súbdito de los reinos y países de la Monarquía austro-húngara representados en la Cámara, lo cual significaba tanto como declararse austriaco-más-un húngaro-menos-este-húngaro, y no lo hacía por entusiasmo, sino por amor a una idea que le repugnaba, pues no podía soportar a los húngaros como tampoco los húngaros a él; así es que el asunto se complicaba más todavía. Muchos se llamaban por eso polacos, checos, eslovenos o alemanes a secas, lo cual producía ulteriores divisiones.” 

    “Los habitantes de aquella doble monarquía imperial y real se encontraban en una difícil situación; debían sentirse patriotas en un estado imperial y real de Austria y Hungría pero, igualmente del reino húngaro o del Estado imperial real de Austria. El lema comprensible frente a tales dificultades era: ”En unión de fuerzas”. Esto solo significaba «viribus initis». Pero para ello los austriacos necesitaban de más fuerzas que los húngaros, pues los húngaros eran, a fin de cuentas, húngaros y solo por concomitancia pasaban ante otros que no entendían su lengua, como austro-húngaros. En cambio, los austriacos no eran en principio nada y según opinión de sus superiores debían sentirse tanto húngaros de Austria como austro-húngaros; no había un nombre para designarlos debidamente. Las dos partes, Austria y Hungría, cuadraban la una junto a la otra, como una chaqueta rojo-blanco-verde con pantalones negro-amarillos; la chaqueta era de una pieza, los pantalones sin embargo, eran el resto de un traje negro-amarillo descompuesto, separado de su chaqueta en el año 1877. Los pantalones de Austria se llamaron entonces en términos oficiales “Reinos y provincias representados en el Parlamento”, lo que, naturalmente no significaba nada, reduciéndose al fin a un nombre de tantos, sucedía con aquellos reinos lo mismo que con los shakespearianos de Lodomeria e Iliria, que hacía ya muchísimo tiempo que habían dejado de existir y que no existían ya entonces, cuando todavía había un traje entero de color negro y amarillo. Por tanto, si se preguntaba a un austriaco de dónde era, no podía, como es natural, responder: “soy de los Reinos y provincias representados en el Parlamento” que ya no existen, en consecuencia, preferían decir soy polaco, checo, italiano, frailuno, ladino, esloveno, croata, servio, eslovaco, ruteno o valaco; esto era llamado nacionalismo.”

Inesperado, ¿verdad?, y mucho mejor que la película, adónde va a parar. Creo que ahora ya sí puede usted entender lo que quería enfatizar uno… Desde luego, si yo hubiese sido un austriaco cualquiera, súbdito de ese imperio, un ciudadano probo pero sin mucho peso social, no sé, un fabricante de sombreros, por ejemplo, o el regente de una fonda o un quesero artesano, y alguien por clasismo o por molesto o por simple menosprecio me quisiera diferenciar, ¡qué no hubiese dado yo porque me desdeñaran con un sencillo: «Mira, hijo, ese señor que huele tan mal es un nachthund (1), siempre anda entre quesos»; y no con un «Mira, Maximilian ese súbdito de los reinos y países de la Monarquía austro-húngara representados en la Cámara, ése es el dueño de la fonda ruidosa de la que te hablé» O aún peor sería oír algo como «Sarah, ¿ves aquel, el gordo de la esquina?, ése es el que se está haciendo rico con la nueva línea parisina de sombreros, ¡austriaco-más-un-húngaro-menos-este-húngaro tenía que ser!». Pues eso, amigo conductor, mejor que le aplaudan con un ¡Qué charnego más agradable!, a tener que escuchar: ¡Qué inmigrante-de-una-región-española-de-habla-no-catalana más majo!, si quieren diferenciarle, mejor charnego, no lo dude. Y que rabien aquellos vieneses.

PerroXarnego 

                  Fuente: http://www.club-caza.com/articulos/694vicedo.asp

 

Notas:

1)      Según el DRAE, charnego es xarnego en catalán y este vocablo proviene de “lucharniego” que es un tipo de perro y que, según apunta el propio DRAE, es un perro adiestrado para cazar de noche. En otros sitios lo define como de raza podenco o podenco levantino. Los dignos de lástima (A+nH)-H bien se hubiesen conformado con ser nombrados con un despectivo pero explícito nachthund o “perros noche”.

           Ir a Entradas anteriores publicadas:

    1   -   2  -   3   -   4   -   5  -  6  -  7  -   8     

            ==> Entrada siguiente

Entrada novena (Los ciclos elípticos):   

      El recorrido completo de un día, ese giro axial de nuestro planeta sobre sí mismo que posibilita nuestra vida biológica, es un ejemplo preciso de ciclo dual y, quizás, elíptico. Moderna y desenfadadamente, oigo preconizar por los científicos que estos ciclos tienen alta probabilidad de ser resultados inerciales procedentes de un caos primigenio y que son como son y se manifiestan como se manifiestan fruto de una casualidad, principalmente cuando se refieren a la aparición de la vida en la Tierra. Y así, por esa causa y de ese modo, sin una razón superior que lo haya programado o lo dirija, se deberían explicar todos los procesos cíclicos completos de la Naturaleza o del Universo vivo. Cuesta trabajo creerlo, ¿verdad? Si fuera esto como nos dicen, tendríamos que incluir en el mismo saco todos aquellos que se nos ocurriera mencionar en el poco espacio que para ello nos concede esta entrada novena; desde el ciclo de Krebs, por ejemplo, o ese que se inicia con la eclosión de un minúsculo huevo y pasa por la metamorfosis de un gusano viscoso y urticante en una mariposa que se viste de gala para reproducirse y morir poco después de depositar otra vez un casi mismo huevo; o la propia Rueda del samsara; o hasta esa colosal y mareante migración de ida y vuelta de millones de herbívoros en el ecosistema del Serengeti-Mara. Pero pasa que los ñus, gacelas de Thomson y de Grant, cebras… se conducen como platos de pollo con almendras, wasabi, ensaladas de algas, tempuras variadas… sobrepuestos en una cadena automatizada y giratoria de autoservicio de algunos restaurantes japoneses; porque parece mismamente inventada para el abastecimiento y, por tanto, la supervivencia de sus depredadores. Y así, leones, guepardos, cocodrilos, hienas y otras especies dotadas de incisivos y caninos o picos curvos y afilados, se acomodan y esperan pacientemente, sin tener que moverse demasiado de sus taburetes, la aparición de esos platos con las manos lavadas, un cuchillo y un tenedor sujetos por ellas y la servilleta colgada del cuello de la camisa dispuestos para su sangriento banquete, y para, llegados los platos a la altura de sus áreas de caza o de cría, irse sirviendo de lo que les traen.

LeonescazandoCocodriloAtaca2Guepardo1Leonescazando2

 Sí, reconozco que es una representación contra-científica, pero yo no puedo evitar ser asaltado por ese escrúpulo cuando veo los documentales. Asumo que tengo que andar con pies de plomo porque esa aprensión se contrapone en lo primordial a lo que hemos escrito en el comienzo, y eso convierte la idea en inquietante y hasta en peligrosa. Sentir de ese modo utilitarista un fenómeno natural de tal magnitud y tan cadencioso como un péndulo, puede animarnos a dar un paso más allá y colegir de ello un sentido de existencia por finalidad y, luego, por comparaciones o paralelismos, en dos o tres saltos -¿qué razones que no se basen en la fe lo impediría?-, llegar hasta lucubrar, desde el mismo principio teórico, las propias razones de la existencia de la especie humana y preguntarnos si para ella hay también programada una finalidad subalterna –aunque nos duela-, incluso, nutricional para otros y superiores depredadores que ya no se alimentarían exactamente de carbono 12, ni de proteínas crudas ni del combustible mineral con el que se lubrican las glándulas, ni siquiera de la luz solar sintetizadora. ¿De qué, entonces, se nos ocurre? No sé, quizá de los frutos de la ira, o de los huevos podridos de la soberbia o de la avaricia o, quizás, de las vibraciones negras del odio. ¿No es válida esta idea ni para una digresión congruente? ¿Piensa usted que estamos en la cúspide de la cadena alimentaria del Universo? Mejor volvamos a San Cugat, que hace solecito.

Porque, y ya iba siendo hora, ahora estoy de pie a la puerta soleada del hotel AC San Cugat con mis dos sombras –la propia y la advenediza- en custodia de mi maleta nazarena mientras sigo con la mirada como la furgoneta, conducida deprisa por mi liberado chófer, da una vuelta completa a una rotonda desproporcionada y toma el sentido contrario al que nos trajo hasta aquí, de regreso a Barcelona. La veo, finalmente, alejarse entre reflejos dorados y empequeñecerse hasta que se deja caer tras un suave cambio de rasante y se convierte en un recuerdo más, una experiencia ya tan perdida y volátil como la de mi primer sonajero. A diferencia de la plaza de la estación de Sans, ahora soy el único ser humano visible en un espacio de 5000 metros cuadrados. Me he encendido el primer purito en horas que puedo degustar sin premuras. Tengo a mi espalda las puertas de vidrio oscuro del que deseo que sea mi hogar durante muchos días -¡Ay, ilusión, licor falaz fuente de desconsuelo!- Ante mis ojos se extiende en un plano ligeramente inclinado, como un gigantesco carguero elevado de proa por una ola poderosa, un espacio luminoso de formas geométricas puras. El círculo, a mi derecha, de infinitos verdes que levanta el sol del césped mojado, es la alfombra de esa enorme rotonda por donde comenzó su fuga al pasado mi furgoneta y que será –es- la confluencia de cuatro caminos que se abren como las cuatro patas de un artrópodo verde. Son avenidas anchas que serían también rectas si no tendieran a desviarse muy ligeramente hacia su derecha respectiva, una curvatura que produce en el conjunto el efecto singular de una cruz girando, el principio de movimiento que simboliza la esvástica dextrógira –la cruz gamada nazi- y en donde la misma glorieta constituiría el eje de giro. La  rotonda se adorna y se concentra en sí misma con un círculo interior de cipreses y pinos. Y en el centro del sistema, un árbol bíblico que simboliza la paz: un olivo. Y justo enfrente de mí, a unos escasos cien metros, interpretado ya entre la celosía de las volutas del tabaco como un destino huraño, un edificio que parece construido con las piezas poliédricas de un juego de Lego, culminado por un hexaedro naranja con letras blancas: Sí, es el Centro territorial de RTVE en San Cugat. Un escenario reblandecido por la duda, esa desconfianza que me va invadiendo causada por no sé que otra cosa que, sintiéndola, no consigo ver su rostro. 

HotelACMapa

- ¡Vaya, vaya! –me digo-. Así que esto era.

Pasan unos minutos y ese espacio tendido bajo el domingo y el sol está dormido. No ha cruzado ni un solo auto y las aceras se proyectan vacías hasta su extravío final entre los límites de los distintos planos; nadie se asoma a una ventana. Nadie llama a nadie. Nadie sabe que ya estoy aquí. Otro minuto. Fumo entre los arbolitos de hoja dura que adornan la entrada del hotel al lado de los mástiles donde cabecean cansinas cuatro banderas rojas, amarillas y azules: las barras y estrellas de greys distintas. Otro minuto; otro más. Nadie. Solo alguna nube blanca y abombada y mullida como un dulce de azúcar derretido, avanza indiferente hacia el mar. ¿Habrá gatos por aquí? –me pregunto-. Un poco más de humo, el último. Adelante. Arrojo diestramente con una toba infantil el resto del cigarrillo, agarro mi maleta y la ruedo hasta el interior del hotel. Está en penumbra –es un efecto de contraste aunque, es verdad, mis sombras se han disuelto- A la izquierda, un par de sofás y tres puertas. La doble y pesada de la escalera de emergencia y las de los dos ascensores. El de la derecha tiene las puertas abiertas hace ya un rato, el tiempo suficiente para que el que saliera de él se me escabullera. El contiguo, con un número 2 escrito con puntos de luz roja, está detenido en el piso segundo. El lobby es profundo, con un silencio de ermita. En su medio fondo, a la izquierda, veo un pedazo de barra cromada de un bar sin murmullos y sin movimiento y unos taburetes vacíos. Al fondo, aunque está velado en su mayor parte por una mampara tapizada de azul marino con grandes cuadros de grises, vislumbro dos o tres mesas montadas con mantelitos oscuros, servilletas en las copas y cubiertos limpios. No oigo el tintinear de vasos ni de cucharas, ni escucho las voces de comanda. –Me parece que aquí –pienso- podré leer andando, como en los claustros. A este lado de la mampara, en la parte derecha, hay colocadas siete u ocho mesas bajas laqueadas y flanqueadas por unas sillas funcionales rojas y negras. Free Wi-Fi, leo en algún sitio. Y más acá, justo a la derecha de mi inmovilidad perpleja, está la recepción. (Discúlpeme, por favor, si esta descripción se le ha podido hacer un poco larga y quizás aburridilla, aunque haya intentado esquematizarla sin perder la fidelidad del recuerdo. Pero busco en usted un efecto determinado que la justificaría: ¿Puede usted ser capaz de respondernos cuántas personas me encontré sentadas en la zona de encuentros y si el empleado de la recepción estaba ausente? Si sus respuestas son ninguna y que sí, que no había nadie en la recepción en ese momento, usted ha acertado y yo habría logrado transmitir cierto desamparo).

Me entretengo revolviendo los panfletillos satinados y coloristas que ponen en esos mostradores de los hoteles. La Sagrada Familia, el teleférico de Montjuich, un plano del barrio gótico, el zoo, compañías de taxis, el Güell y las ubres hinchadas del Casino y del modernismo. Hasta que una señorita que sale de una puerta interior de la recepción me da las buenas tardes en castellano.

- Buenas tardes –contesto-. Mire, vengo al concurso de Saber y Ganar. Las palabras me llenan toda la boca y la sonrisa me llega hasta las orejas, aunque no me he atrevido a subir y bajar varias veces las cejas ni a hacer una pose de pasarela que es lo que me pedía el cuerpo.

- Déjeme el DNI, por favor –me pide seria y profesionalmente-. Vale. Otra persona que sabe mucho de esto. Sí, ya sé, son dieciséis años de programa, pero también son milenios en los que siempre existen mujeres que tienen veinte años y a eso le llamamos el eterno femenino. Sé que mi volatín es fatuo, si se quiere, pero es que es una sensación muy placentera en esa víspera y también tiene algo de eterno porque todos los que nos va tocando representarla lo vivimos como si fuese única y nueva. Además, muchas cosas en la vida son así, los ellos existen siempre (la infancia, la primera vez,… la muerte) y lo que cambia somos las personas que vamos pasando por cada trance, ello es lo fijo y el individuo lo inconstante, ¿o no es así? En fin. Mi firma de viajero, los horarios de desayuno y de cena y la tarjeta llave de la habitación 101 en donde el acceso a la Wi-Fi no es “free” sino “of expensive payment”. Y olvidados queden mis alardes de volatinero.

lilithJohnCollier                  LaLunaNegra  

 Wikipedia: Lilith es una figura legendaria del folclore judío, de origen mesopotámico. Se la considera la primera esposa de Adán, anterior a Eva. Según la leyenda (que no aparece en la Biblia), abandonó el Edén por propia iniciativa y se instaló junto al mar Rojo, uniéndose allí con Samael, que se convirtió en su amante, y con otros demonios. Más tarde, se convirtió en un demonio que rapta a los niños en sus cunas por la noche y se une a los hombres como un súcubo, engendrando hijos (los lilim) con el semen que los varones derraman involuntariamente cuando están durmiendo (polución nocturna). Se la representa con el aspecto de una mujer muy hermosa, con el pelo largo y rizado, generalmente rubia o pelirroja, y a veces alada. (A la izquierda Lilith, cuadro de John Collier. Arriba, esquema de la óbita lunar)

 Estamos a primeros de diciembre y son las cuatro menos cuarto de la tarde. La ventana de mi habitación mira hacia el complejo de RTVE como un objeto de culto. Mientras lo curioseo en conjunto, se me hace llamativo que la luz de la tarde no haya cambiado apenas desde mi llegada a Barcelona. Debe ser una característica de los ciclos elípticos –me digo- (Ya ve usted por dónde andaba). Es por eso que esta entrada comienza atreviéndose a insinuar que el del transcurso de un día pudiera ser de esa naturaleza. No deben de existir en el Universo muchos ciclos circulares porque casi todos los que conocemos son elípticos; y, como usted conoce, esto implica algo no tenido muy en cuenta pero que sí parece importante. Implica que, por la propia definición de la elipse, no existe en ellos un solo centro omnipotente alrededor del cual gira lo secundario; sino que, al menos, existen dos. Los llaman focos. Uno es físico, real, ponderable, pero, a la vez, hay un segundo centro inmaterial que lo contrarresta y que lo compone el punto confluente del total de las fuerzas que afectan al sistema-ciclo. Hay un ejemplo sencillo que si usted no lo conoce, le va a gustar y, además, no nos va a llevar muy lejos. Se trata de Lilith. La órbita de la luna no es muy excéntrica pero sí, es una elipse. Uno de los centros de esa elipse es la Tierra pero ¿y el otro? El otro se llama Lilith y no tiene cuerpo. No hay nada, polvo, una confluencia de fuerzas tan potente como la gravedad de la Tierra con la que la disputa la primacía de centro. No nos extraña, entonces, la naturaleza oscura de los seres o mitos a los que se les ha asignado ese nombre. En astrología, también se le llama la Luna Negra y simboliza el Engaño. Ahora, realice usted de esto, si lo desea, sus propias conjeturas, las mías se disparan más allá de lo que a esta crónica conviene. A veces, hasta teorizo con mi ego Negro. No le digo más.

ElipseAnimada

Pero otra de las características que confiere el movimiento elipsoidal a un ciclo (sin que aquí nos importe mucho ahora lo que nos dice de las causas la segunda ley de Kepler) es que la velocidad en ciertos segmentos del ciclo es distinta a la de otros. De la misma manera, en el transcurso completo de un día, parece haber fases de cambio muy veloces, como, por ejemplo, las dos horas que separan las once y cuarto de la mañana de la una y cuarto del mediodía. Si en la primera, un domingo, no te has levantado aún o andas remiso, sí, es un poco tarde pero no es algo desatinado ni demasiado desestabilizador, pero como se te vayan remoloneando dos horas más, ya hay medio día que puedes ir a buscar al sumidero o al cubo de la basura, y, además, para según que cosas, tienes que empezar a trotar para que no se te escapen o que no te las cierren. Amén de que la luz ha cambiado tanto que parece que estás en otra estación, por no ser exagerados y decir que en otro planeta. También pertenece a ese tipo de fases del día el desmorone estrepitoso de la jornada en colores exaltados hasta ese piiiiiiiiiiii final del ocaso en donde, paradoja, el día se ralentiza durante tres minutos con el fin de que los humanos sintamos patentemente el movimiento de la tierra en su línea de horizonte tragándose al sol. Pero, como contrapartida, hay otras en los que el proceso parece detenerse. Una es esa, el ocaso. Otra, es, se me ocurre, la de las dos, las tres, las cuatro, las cuatro y media de la tarde, al menos en los relojes adelantados de estas latitudes de alrededor del paralelo cuarenta. En ésta, la luz no cambia demasiado perceptiblemente y tenemos dos o dos horas y media para comer o tomar el vermú o estirar una mañana de playa o de Rastro; o bien podemos también echarnos una siesta breve y no nos invadirá la sensación de que se nos ha esfumado un pedazo del día; tan distinta de esa vía de agua que se nos abre en algún punto de flotación de nuestro espíritu cuando descubrimos que se nos ha colado la noche tras una siesta tardía, invernal y demorada. ¿Verdad?

Bien, volvamos a los hechos. Ahora, en la habitación, me arengo: Organización. Cada objeto en su lugar, cada lugar sin utilidad de la habitación, mejor vacío. Mi Libro de las Curiosidades abierto sobre la mesa de trabajo, el pijama bajo la almohada, el ordenador sin conexión con los documentos concretos abiertos; lo que puede arrugase, en las perchas; Austerlitz, de Sebald, en la mesilla y el pánico, agazapado, deglutido de momento que ya regurgitará él solito cuando quiera. Bien, pero… ¿Y yo? ¿Dónde me he puesto? Pues mire usted qué panorama. Yo, ahora estoy en la ventana conmutando el ángulo de las láminas de la persiana de mi ventana (un-dos, un-dos, un-dos) a la máxima velocidad que me es posible con un móvil atrapado en equilibrio precario entre mi hombro y una oreja. Las ventanas de la habitación son abatibles pero solo abren dos rendijas mínimas a la tarde, así que tengo que hacer estos movimientos ridículos para tratar de ser ubicado. ¿Ubicado? ¿Por quién? Adivina, adivinanza. Por alguien que ahora mismo está enfrente, subido al tejado o a una plataforma alta del edificio de RTVE, por lo menos en la misma altura que algunas de las variadas antenas parabólicas que centellean rabiosas al atrapar las ondas lumínicas del sol; alguien que también tiene un móvil en la oreja, el mismo con el que ahora está conectado el mío, alguien que mueve de un lado al otro la mano libre en un gesto de saludo para que sea yo el que también le ubique a él, alguien que me pregunta por la línea, aún incrédulo, que si es verdad que estoy allí, en San Cugat y que cuál es mi habitación. ¿Quién puede ser? Creo que está claro. Es mi «topo», el malogrado.

- Casi debajo de mí hay un coche oscuro aparcado –le sitúo-. ¿Lo ves? Pues toma la referencia de la línea de la parte posterior, la proyectas y cuando llegues a la ventana del primer piso, ahí estoy haciéndote gestos con la mano.

- Jo, tío, que no te veo.

El sol debe pegar de plano en el frontal del hotel. La fachada es muy clara y la reflexión debe ser ahora cegadora y los cristales tintados de las ventanas deben semejar desde enfrente, lápidas de granito negro. Yo, desde dentro (son los continuos problemas de perspectiva que a todos nos afectan), no sé si mi ventana es la primera, la décima o si es alguna de la fila primera como podría deducirse del número de la habitación, o no. Así que, por ahí, no puedo ayudarle porque no me veo a mí mismo.

Entonces no lo entendí correctamente. Hoy, cuando recuerdo esas acciones de adolescente, lo comprendo mucho mejor. Somos amigos desde hace muchos años, buenos casi siempre y como no ha habido otro en algunos momentos complicados. Vivió muchos años en Madrid adónde vuelve a vernos de cuando en cuando. A Barcelona, a su casa, yo he ido unas cuántas veces. Pero pueden pasar meses sin que nos veamos. Mil horas de teléfono. Nuestras cuitas, nuestros afectos, nuestros movimientos vitales, nuestras exaltaciones y desmoronamientos. Pero también ya hay mucho de simbólico en nuestra relación. Una palabra nos abre un mundo, un recuerdo mínimo nos desencadena un torrente de vivencias comunes, una persona recuperada del pasado nos trae de la mano diez rostros perdidos. Conocemos lo que fuimos, cómo éramos, qué podemos ser ahora y, posiblemente, hacia qué tendemos. Así que, tras un periodo largo de ausencia mutua, nuestros encuentros suelen estar bien cargaditos, como si recuperáramos un afecto que siempre corriera el riesgo de aventarse, como si fuera la primera vez que nos viéramos en años, o lo que es más poderoso, como si pudiera ser la última. Así que aquel encuentro, al suceder allí, a las afueras de Barcelona, en su trabajo, tenía mucho de especial y, según somos cada uno para el otro, no resulta tan ridículo como pueda parecer desde fuera que él hubiera dejado momentáneamente su puesto de trabajo para encaramarse entre las antenas de RTVE e insistiera y quisiera situarme en el espacio y yo, por mi parte, estuviera haciendo señales luminosas incoherentes con una persiana. No se trataba de satisfacer una necesidad concreta de situarme precisamente. Más era por cerciorarse de que sí, que era verdad, que yo estaba allí enfrente, que íbamos a comer juntos en una hora y parlotear como papagayos huecos; que, a diferencia de siempre, yo iba a poder husmear y él mostrar su lugar de trabajo, con todo lo que esto tenga para muchos de curiosidad sospechosa, de pudoroso incluso…, que lo tiene. Y luego estaba lo insólito de la razón que me había traído esta vez hasta Barcelona, esa participación en el ínclito y añejo programa de «su» televisión. Supongo que para él aún resultaba un poco increíble y necesitaba un indicio inmediato. Finalmente, la luz-noluz, luz-noluz, luz-noluz producida por los tirones alternativos de dos cordeles consiguieron el efecto buscado:

- ¡Sí, ya veo dónde estás! –se alegró a través del móvil-. ¡En la primera ventana por encima de donde acaba el coche oscuro! –Sí, exacto- conteste-. Cuando salgas del trabajo, me vienes a buscar y nos vamos a comer algo. ¿Vale? Y ya se hicieron reales muchas cosas y el día se aceleró apreciablemente.

 

 Ir a Entradas anteriores publicadas:

    1   -   2  -   3   -   4   -   5  -  6  -  7  -  8   9 

            ==> Entrada siguiente

Entrada séptima (La garita y su radio):              

Después de que el Audi que nos precedía la rebasara y que la frágil baliza blanquiroja volviera a su horizontalidad de reposo con un movimiento ortopédico, mi conductor adelantó unos metros la furgoneta hasta que su ventanilla quedó enfrentada a la de la cabina de cobro del peaje. Este peaje es uno de tantos de los demasiados que jalonan las autovías catalanas, y cuyas mesuradas pero constantes, indemnes y permanentes sangrías, ya tienen hartos y soliviantados (y organizados) a los que deben utilizarlas a diario sin alternativa. Desafortunadamente, una nueva cortina de humo (de las que ya hemos dicho alguna cosa) dilata la solución. Está generada por lo que debe ser una ambigüedad astuta en la interpretación de los contratos firmados, las cláusulas, los plazos o la letra pequeña; justificada por los ¡Ay, pobrecitas privadas empresas concesionarias, qué mal lo están pasando con esta crisis, con la labor de cohesión estructural que realizan al mantener engrasadas las vías rápidas de comunicación en nuestra Cataluña!; y, finalmente, sostenida –quizás adrede- por la tensión que suscita la controversia de quién es el verdadero culpable del despropósito que permite su pervivencia en el tiempo, si la administración catalana o no. Porque la que es para muchos (argumento –uno más- que prueba la teórica aversión del Estado Español contra Cataluña) la verdadera y sañuda culpable de que perdure el abuso es la propia administración central. Finalmente, y fuere como fuere, mi conductor debe depositar unas monedas sobre la mano tendida del inquilino de la garita porque si no, la baliza no realizará el liberador barrido levógiro de ese cuarto de círculo (condesciéndame la retórica, es que una baliza como esta, es pura matemática) y no llegaremos nunca al hotel.

Peaje catalán  Garita Quemada en Perú  GaritaArrollada

Este trabajo de operario de garita de peaje se merece un aparte. Sus características muy definidas y sus circunstancias más variables, me parece que sí dan, al menos, para no prejuzgarlo, y para un intento de aporte de un enfoque alternativo antes del veredicto. Ante este planteamiento, comprendería su reserva sobre la peregrina y extraña forma de mirar que suelo esgrimir en esta crónica, pero sí debería concederme que, por muy torcida que le parezca, siempre tiene detrás un intento sincero de argumentarla. Tenga paciencia. Se lo digo de ley, es muy cierto que las consideraciones sobre este singular trabajo de «garitero de peaje» han ocupado mis pensamientos en más de una ocasión. Al día de hoy, no tengo una opinión definida al respecto y supongo que para llegar a alguna conclusión, necesitaría probar el convertirme en uno de ellos, aunque admito que si por una casualidad muy remota eso ocurriera, lo más probable es que a la semana ya estaría «haciendo fu como el gato», que es como coloquialmente se expresa de forma muy esquemática y bonita una huída precipitada, sin mirar atrás, yéndote con lo puesto y con nulo deseo de regreso. No obstante, incido, ésto también dependería de cuál protectora jaula de cristal me asignaran, ya que las que me llevan a decantarme más a favor de esta ocupación son algunas garitas de ubicación especialísima. Las traeremos aquí cuando les llegue su turno. En una primera consideración, no parece que de este trabajo se pueda decir mucho no sabido o que sea muy atractivo en sí y sí todo lo contrario. Es de cajón que la mayor parte de las veces lo constituye una serie de esperas aburridas, actos mecánicos y repetitivos y mareantes. Seguro que está mal pagado y que al desarrollarse cara al público y con el descrédito que arrastran los recaudadores, no serán pocas las jornadas en las que ese operario de garita se encontrará con situaciones indeseadas que alguna vez rayarán la violencia o el peligro del accidente. Tampoco debe de vestir mucho ir pregonando por ahí a qué te dedicas. A los posibles ligues es probable que, cuando les informa de su ocupación cierta -porque le gusta la chica o el chico y no quiere comenzar una relación con engaños-, añade la coletilla de «en cuanto me salga otra cosa, lo dejo». De acuerdo. De momento, no hemos apuntado ni un solo pro coyuntural a este trabajo, aunque seguro que los tiene. Pero fíjese bien en que todos los contras mencionados son resultado de ponderaciones realizadas por el hemisferio izquierdo del cerebro y ninguna ha sido esgrimida de las que, con ecuanimidad, deberían realizarse con el derecho –quizás los estados de desasosiego y alerta producidos por las ondas de las miradas torvas e increpaciones sean la excepción. Aunque, supongo, siempre se terminan por diluir en la realidad de que, en su garita, ese señor, no tiene la culpa de nada aunque sea él el que extiende la mano-.

Para atreverme a afirmar que quizás ésta pudiera ser una ocupación atractiva –ojo, estamos midiéndolo desde los fantasiosos mundos de Yupi, claro, para periodos distintos al de la crisis que nos está devorando como a trémulos cervatillos y en la que hasta el trabajo de rebuscar basura está competido en los contenedores más nutricios-, se deben cumplir dos condiciones irrenunciables, es decir que si no están, sobra todo lo demás y podemos tirarlo al mismo contenedor bastante convencidos de que ningún rebuscador querrá recoger estas apreciaciones; las condiciones son: que los cristales de la garita sean blindados y que esté adecuadamente climatizada. Si es así, me tiro al barro:

Con independencia de la función práctica y la mecánica del trabajo y sea cual sea su ubicación geográfica, la garita, salvo sobre los camiones de gran tonelaje, los tractores, etc., siempre está perceptiblemente elevada sobre el plano general de lo que la rodea, y el señor que está adentro permanece, en cuanto a su percepción, voluntad, procesos mentales, intereses y sentido del espacio-tiempo, en otra dimensión distinta a la del entorno. Representaría una unidad protoplasmática incrustada o sumergida en un organismo extraño. A poco que nos pongamos alegóricos, podríamos compararla con muchas cosas sin que se nos pudiera tachar impunemente de fantasiosos: Desde un batiscafo en el centro de un plateado banco de arenques o un mirlo posado sobre el tronco de un árbol varado en el corazón de la poderosa corriente de un río desbordado, hasta una alcazaba asediada o un faro del Mar del Norte que, aún cercado por la pleamar y batido por olas de mar gruesa, emite, incólume, su luz auxiliadora. También, con esa posición de cierta ventaja que posee –altura, perspectiva, desapego, distancia objetiva, haber visto y oído mucho de los interiores de nuestros coches...- no tiene parangón esa profesión con otras que parecerían pertenecer a la misma familia como, por citar alguna, pudiera ser la de los porteros de fincas, los vigilantes (según qué sea lo que vigile, claro) u otros «gariteros» más limitados como son los soñolientos que cobran en los parking de mi ciudad; y, a poco que nuestro señor ponga actitud y se entronice algo, o que lo hagamos nosotros por él si carece de ese don, se podría asemejar más, en cuanto a posición física, a un timonel de barco, un vigía de la marca o un alpinista abarcando la inmensidad desde una cumbre, y en cuanto a su posición relativa, a un sociólogo en un trabajo de campo, un geógrafo que se afana en un estudio revisado del clásico “Espacios y sociedades”, hasta, porqué no, un filósofo de la realidad. Bueno, finalmente, como se demuestra una y otra vez, esta realidad siempre es subjetiva y termina por depender de lo que uno es y de lo que uno busca o es capaz de promover de sí mismo. Y de lo que sabe realzar y valorar de ella. Yo, como ya he admitido, no me veo con muchas posibilidades cobrando y dándole una y otra vez al botón de la baliza en una garita de Martorell; sin embargo, sí me creo feliz cuando me ensueño ganando mi dinerito dentro de una de esas garitas que se elevara, por ejemplo, sobre un páramo helado de Castilla la Vieja, solo conmigo y con algún libro o ninguno, y ensimismarme mucho y, en los inviernos crudos, ver caer los copos de nieve sobre esa vieja tierra que se deja bordar con pequeños pespuntes blancos su toquilla invernal o la lluvia suave cincelando los cristales de mi garita con lágrimas abundantes y escurridizas, como si el cielo estuviera volcando la melancolía por su mundo equivocado. De tarde en tarde, y como aquella fórmula romana que el esclavo recitaba al oído del general triunfador de una larga campaña bárbara: «Recuerda que eres hombre, recuerda que eres hombre», mientras le sostenía sobre su cabeza los laureles de la victoria al hacer su entrada con su carro, orgulloso y vitoreado, en las vías imperiales de Roma; así, muy de vez en cuando, se detendría un automovilista para sacarme de la abstracción, es decir, para susurrarme, también como hacía el esclavo, un «Recuerda que estás trabajando, recuerda que estás trabajando...». Él abriría la ventanilla de su coche al frío del atardecer y me pagaría la tarifa y yo, desde mi garita, le diría algo cálido para ayudarle también a que él se desperezara del ensimismamiento de su viaje. Luego, levantaría la baliza y le vería alejarse para siempre con los haces de sus focos iluminando, como en un teatrillo, los copos de nieve en el atardecer y poco después volvería a estar otra vez solo con la luz de mi garita como un faro en la penumbra, en el centro del mundo.

Pero el señor que estaba dentro de la garita en donde mi conductor pagó nuestro peaje era claro que, aquella mañana, estaba más interesado en otros aspectos de la vida más actuales. Tenía puesta la radio a buen volumen y la emisora en catalán que tenía sintonizada alcanzaba mi asiento de copiloto y, posiblemente, a los dos o tres coches que esperaban detrás. Yo no sé catalán, pero reconocía perfectamente lo que estaban contándonos los contertulios que participaban en el programa. No era difícil. Muchas expresiones las distinguía por su semejanza con el castellano, y entre las que ni papa, se intercalaban palabras que se repetían mucho, interviniendo como nexos o constituyendo los sujetos de todas las reflexiones que nos querían transmitir los contertulios. Y lo hacían con un énfasis tan especial que parecían las letanías del Santo Rosario. Los «Ora pro nobis» de la oración eran voces como «Messi», «Barça», «Valdés», «Avui», «partit»… Estos apuntes, me veo obligado a traerlos a esta crónica por razones de actualidad, porque no deseo alejarme del todo de lo que motiva y conmueve a mis contemporáneos y me parece ineludible dejarlo aquí para que se conozca. De todas las formas, si hubiese constituido un hecho aislado, no le hubiese dado yo más importancia y lo dejaría correr, pero pasa que –precavido, además, por mi topo: «El Barça, aquí, es una religión perniciosa»- durante mi breve estancia en Barcelona de aquella ocasión, utilicé dos taxis y también en sus ámbitos se irradiaba la misma mística; y, claro, como en Madrid también ocurre algo parecido, aunque se ore en otro idioma y las invocaciones  y los colores de los santos invocados sean distintos, también se prodigan con inexplicable frecuencia para mi gusto. Y es que es un enigma. Yo comprendo perfectamente que el fútbol guste y comparta que posea algo que atrae y fascina, algo misterioso y aglutinante que han intentado desentrañar profesionales, estudiosos, sociólogos, sicólogos de masas y hasta filósofos, cada cual con su argumento y su razón, y que, sin embargo, nadie ha terminado por explicar con rotundidad qué es. Pero, lo que se me escapa, el enigma que digo, es que no sé como a un hombre en su sano juicio y por encima de lo que cae, a cualquier hora del día, y con mayor importancia que mucho de lo demás, se interese por el color de la caquita que ese día ha depositado un andaluz llamado Ramos o le guste saber porqué, un maromo que no sabe poner una palabra detrás de otra, se ha teñido el pelo de amarillo limón o ha estado recuperándose de una fisura de sóleo cogiendo clóchinas en Altea, o no le parezca ni fu ni fa, sino todo lo contrario, que el delantero centro de su equipo se jacte entre risotadas de no haber leído un libro en su vida, y que para qué –creanlo, yo lo he oído, en castellano-. Hasta llegar David Beckhama escuchar, como tuve el privilegio de hacerlo también yo, eso sí, con la boca abierta por la estupefacción, a un «profesional de la comunicación» en una entrevista televisiva, preguntar a un compañero del equipo: «¿Y a qué huele Beckham después de un partido?» (sic). Hasta al futbolista preguntado le pilló un poco con la guardia baja que aquel periodista tuviera una duda metafísica sobre el olor del compañero después de que hubiera estado una hora y media dando saltos, patadas, sprints, empujones y cabezazos por un prado y llegó a dudar si había oído bien: «Ehhh… Bueno pues… ¡A sudor, como todos!» -contestó, finalmente-. Como ven, estoy bien informado. Incluso, puedo aportarle algo más para intentar alcanzar el grado de excelencia en esta materia, y es que ese Beckham al que se refería la pregunta, fue un futbolista que militó en el Real Madrid y ahora ya retirado del fútbol; un personaje polifacético y con mucho caché también en el mundo del glamour y que, para mayor brillo, está casado con una de las integrantes de aquel grupo de sacerdotisas de la música que se llamó «Spice girls», comentario que viene al caso porque también esa señora, como el delantero centro anterior, se vanagloriaba de no haber leído tampoco un solo libro en su trepidante vida. Y me tocaron –eso sí, incompletas y de refilón- las dos crónicas-tertulias. La del pre-partido, que tenía aquel mediodía expectante a mi quizá encubiertamente envidiado garitero y que, usted me entiende, son para que se te pongan los ojos vidriosos; y también la del post, en un taxi, al día siguiente, de las que ya, para qué le voy a contar cómo son. Emulando la máxima categórica que Churchill dejó grabada para la historia refiriéndose al comportamiento de los pilotos la RAF en la Batalla de Londres; aquello que dijo de que «Nunca tantos debieron tanto a tan pocos», las crónicas post-partidos las zanjaré dejando aquí mi humilde frase: «Nunca tantos dijeron tanto de tan poco».

Una última cosa. No puedo dejar aquí estos comentarios sobre la influencia desmedida del fútbol en la vida de los humanos del siglo XXI y el endiosamiento artificial de sus protagonistas, sin ofrecer al mundo mi aportación positiva. Ya se me adelantaron hace unos veinte años. Los estamentos que rigen el fútbol y sus estrategas elaboraron algo que le faltaba y que era necesario para la reconducción del fenómeno de masas que es, hacía unos mismos ideales y unos valores igualitarios y, sobre todo, para conseguir la identificación en símbolos reconocibles de esa patria común, y crearon un himno: el de la Champion League. Sus notas suenan en los estadios, en los encuentros de esa competición, en medio de un trance general. Notas ensalzadas y dignificadas por la propia emoción  de nuestros comentaristas deportivos y que toman una significación de trascendencia para las ciudades en donde suena a la que es difícil sustraerse. Decir, por culturilla, que son arreglos sobre una composición de Händel en donde se ha integrado una letra escrita en inglés, francés y alemán y que no tiene mucho mensaje aparente pero sí de evocación, como los himnos militares. Son variaciones sobre frases que exaltan el ánimo y ensalzan a la comunidad de equipos y futbolistas, frases como “son los mejores equipos”, “son el mejor de todos”, “el más grande y mejor” “Es la mejor competición, los mejores hombres, ellos son los mejores, los campeones”. Terriblemente sencillo. La contribución que yo quiero aportar aquí tampoco se queda manca en cuanto a liturgia y evocación y va orientada a la homogenización de las plegarias de las aficiones. Debemos tener en cuenta que las victorias en el fútbol muchas veces dependen de circunstancias en exceso aleatorias que se escapan incomprensiblemente al poder de un equipo y al precio y pericia de sus futbolistas y que, por tanto, no sería descabellado solicitar, por si acaso, el auxilio de fuerzas superiores. Siendo así, lo que propongo es un rezo, ajustado a la fórmula de las letanías del Santo Rosario que ya, como hemos comentado, parece algo rodado en las conciencias de los feligreses; aunque en mi propuesta hay un trueque de los términos actuales, es decir, se trataría de dejar los “Ora pro nobis” tal y como hemos heredado de la tradición (que, en ésto, los antiguos, sabían más que nosotros) y sencillamente antecederlos con lo que cada club, cada afición, quiera exaltar o crea que pueda impelerle a la victoria. Por ejemplo, para el Barça (es un ejemplo, no hay ni un ápice de animadversión, sencillamente es el equipo de la ciudad en donde estamos ahora), se podría escenificar así:

 

(Camp Nou, unas horas antes del partido. En profundo recogimiento. Los aficionados visten sus ropajes ceremoniales. Las banderas tremolan al viento, a ser posible con poderío, como en las películas de Kurosawa.)

            Altavoces                  Público

Messi redentor                          Ora pro nobis

Valdés amantísimo                   Ora pro nobis

Chavi admirábilis                       Ora pro nobis

Piqué pótens                            Ora pro nobis

Árbitro clémens                         Ora pro nobis

Portería invioláta                       Ora pro nobis

Martino sapiéntiae                     Ora pro nobis.

Pujol fidélis                               Ora pro nobis.

Barça venerando                       Ora pro nobis.

Iniesta prudentíssimo                Ora pro nobis.

Camp Nou Davídico                   Ora pro nobis

 Ran

etc, etc, etc. Hasta completar los misterios que se deseen invocar y los espíritus y virtudes que se consideren imprescindibles que se encuentren presentes en según qué partido.

Y ya está. Ahora solo falta esperar el resultado de mi propuesta. Si cristaliza, ganaré un buen dinerito con los «royalties». Y se lo contaré a usted, no tenga cargo.

 

 Ir a Entradas anteriores publicadas:

          1   -   2  -   3   -   4   -   5  -  6  -    7    

            ==> Entrada siguiente

FondoSyGConFM

Saber y Ganar, el día de Freddie Mercury (índice y links directos)

 

Ent.  1   Madrid-Barcelona 
Ent.  3   Un mono, 50 minutos
Ent.  4   Floris moralina
Ent.  5   Un topo en TVE
Ent.  6   El ojo mágico 
Ent.  7   La garita y su radio 
Ent.  8   El charnego
Ent.10      Reelaborándose 
Ent.12      Reelaborándose
Ent.  20   La pomada disentida
Ent.  21   Los retos de comodín
Ent   25   Beatriz, la del vólatil nombre (Prox)