LA TROMPETA DE MI TÍO ZORAN 

 

     Veo a un señor vestido de amarillo que recoge hojas secas del suelo y las va apelmazando dentro un cubo. Con desgana, barre ahora al lado de una cabina en donde está sentada una mujer pelirroja que vende cupones y que parece muy aburrida. En una esquina, dos muchachas plenas de vida abordan a algunos transeúntes para conseguir que, hurgadas las conciencias con sus sonrisas francas, firmen como colaboradores para una ONG sin fronteras. Es una mañana oscura y, como veis, cada cual hace lo que sabe, lo que puede...

LaTrompetaDeMiTíoZoran

    Yo era un buen soldador allá en Subotica y ahora toco en la calle la trompeta que mi tío Zoran adquirió por la época del asesinato del archiduque de Austria en Sarajevo. Eso hago yo ahora, tocar la trompeta de mi tío Zoran. 

   Cuando me apetece o lo necesito, me pongo mis calcetines rojos, mi camisa a cuadros, mi viejo sombrero de fieltro y agarro la trompeta de mi tío, una silla plegable y el carrito estampado con mariposas que tanto llama la atención y que llevo por si tuviera que acarrear en mi regreso algo muy pesado a mi cuarto. Luego, doy un beso de despedida a mi compañera de piso, salgo de casa y busco un buen sitio y me pongo a tocar.

  Las personas pasan a mi lado semidormidas por sus ensueños, sus preocupaciones, sus quimeras, su soledad, y yo acompaño su caminar con músicas suaves, pegadizas, boleros o tonadas que conocen bien, que sé que bailaron o cantaron en tiempos perdidos, que les traen recuerdos, y, de cuando en cuando, algunos dejan caer unas monedas en la funda de la trompeta, o también, una manzana, media barra de pan o unas nueces, y así camina el sol y mi jornada.

   Pero pasa que, a veces, cuando menos lo espero, me atrapa la llamada de mi tierra y me asalta un deseo irrefrenable de revolver, de despertar la calle, de disipar las somnolencias, de chillar… y entonces me olvido de dónde estoy y hago gritar a la trompeta y comienzan a escaparse de ella ritmos y escalas de la música de los gitanos de mi tierra eslava, esa música que quizás conozcáis porque Kusturica la ha dado a conocer al mundo, ritmos y sonidos que me hacen entrar en trance, cerrar los ojos, apretar los músculos de la cara y, alguna vez, hasta levantarme de la silla o incluso ponerme de puntillas y apuntar con la campana de la trompeta hacia el centro del cielo. Es en estas ocasiones cuando algunas personas ya sí se detienen a observar, a escuchar atrapados por esa música.

   Esto ocurrió con el señor que me hizo esta fotografía y que a cambio me dejó en la funda cincuenta céntimos y dos caramelos de menta diciéndome que lo sentía pero que no podía darme más. Él no me creyó cuando le aseguré que no importaba, que su dádiva era buena, que me alegró que hubiera detenido su paso para escuchar esa música llamada de mi grey de gitanos eslavos. Luego, con mi imagen en su cámara, él se fue yendo un poco mohíno, triste quizás, me pareció. Le observé mientras subía la cuesta con la misma desgana que me había transmitido el recogedor de hojas. En tanto le veía hacerse más pequeño, las notas que mi tierra había arrancado a la trompeta de mi tío Zoran se desvanecían en la mañana y yo recuperaba la serenidad y desenvolvía uno de los caramelos de menta que tan bien me supo. 

ElMúsicoDeKusturica

 LCJ. Músico callejero. Carabanchel (Madrid) 2018. Inspirador.

 

 

 

 NO SÉ QUE ME PASA HOY     

NoSéQueMePasaHoy

Somos viejos amigos aunque cada vez nos vemos con menos frecuencia y casi siempre en los bares.

Ya hemos bebido un poco y estamos alegres. Solo alegres, no felices. Lo digo porque esta semana he leído algo sobre inteligencia no verbal y me lo cerciora que, en los cuatro, la risa se impresiona en nuestros labios, en nuestras mejillas, pero no en nuestros ojos.

Son las nueve y, tras esos primeros vinos, nos iremos a cenar. Si es por Fernando, marisco del bueno. Podemos permitírnoslo. El Beni, que ha pedido una nueva ronda, se queja al camarero de que las puntitas de calamar del aperitivo están frías. – ¡Como mi mujer!-, apunta chisposo Adolfo. Ponemos una mueca risueña. Pero a mí, no sé qué me pasa hoy, se me hace consciente la artificialidad.

Adolfo está frente a mí y le miro con más atención tras su chiste, y, solo entonces, capto que en su cabeza se está reflejando una luz intensa, azulada, cambiante, que me revela dos cosas hasta ahora inadvertidas. Que se ha quedado casi completamente calvo con mucha rapidez y que la televisión del bar está encendida. En su calva se reproduce un juego de luces y sombras sobre el que podría especularse. La televisión, el telediario, muestra esa fila ingente de seres humanos desesperados que huye y huye del infierno hacia la incertidumbre. Y más de lo mismo. Alambradas, caras de terror, agotamiento, burocracia, recelo.

Lo comento con mis amigos.

El Beni arguye algo pueril y desapasionado y pide otra ronda. Claro, es un tema que se está quedando frío como las puntitas de calamar y la mujer de Adolfo. Imágenes demasiado tiempo en nuestras cenas como para no empezar a ser ya cargantes. Pero yo, no sé qué me pasa hoy, vuelvo a mirar la televisión porque noto algo nuevo en las imágenes. Eso es, es el Frío. Y el Frío en sus ojos congela mi mirada en sus miradas. Los que tengan más suerte llegarán a lugares de acogida. Unos mejores, otros como perreras. Su siguiente etapa también será incierta, pero podrán detenerse. Pero otros acabarán en zanjas abiertas en el barro o en el fondo del mar. Para estos, demasiado pronto nuestra certidumbre común: la de la muerte. No es mal chico, el Beni. Buen lector, afable, ligeramente estrábico, inteligente, aunque de una inteligencia que me parece domada por la izquierda simpática. Es defensor a ultranza de las medidas paliativas. Hay que recibir con calidez a los refugiados –defiende-, hay que ayudarlos, hay que integrarlos, hay que quererlos. De las causas, no dice mucho. Habrá que esperar. Finalmente, el Beni opina que la culpa de esta tragedia es del régimen de Bashar al-Assad. Que es un dictador. Apura su Ribera del Duero y se pasa la lengua por los labios. Ya hemos hablado de esto en alguna ocasión y no nos supo argumentar, el Beni, porqué al-Assad es un dictador. Quizás lo sea, pero él no supo decirnos porqué. Lo ha oído. Nos lo han dicho en los periódicos, en la televisión. Aunque concluimos que tampoco los voceros que nos lo comunicaron sabrían decirnos porqué. O al menos, porqué más que otros dictadores de los que no nos dicen nada. Debe de ser complejo. Adolfo también culpa al presidente de Siria pero le aburre un poco el asunto. Ha pedido otra ronda y se ha ausentado. Se ha llevado su mirada al fondo de la barra en donde hay unas mujeres solas que se ríen. Para Adolfo, mujeres solas son aquellas a las que no acompañan hombres, aunque sean doce. Creo que, ése de los refugiados, es un tema que le resbala. Si quisiera decir algo, creo que diría: ¡Es una pena, pero así es la vida! Es la ley del más fuerte. Es bastante posible que, cuando haya bebido lo suficiente, nos intimará esos problemas personales que le mantienen a él ausente y fría a su mujer. Son muchos los vinos ya y cada cual anda por sus cerros. Fernando sí que es más radical y nos arenga con vehemencia. Él sí lo tiene claro, y arremete contra los Estados neoliberales, contra Ángela Merkel, contra Israel, contra Estados Unidos, contra el Club Bilderberg, contra las empresas de armamentos… Son mafiosos e inhumanos. Lo controlan todo, concluye. Un tipo fuerte, mi amigo Fernando. Come bien. De hecho, como el camarero nos conoce y nos ha puesto de aperitivo una nécora troceada; Fernando ha soltado su diatriba mientras se peleaba con su cuarto. No sé qué me pasa hoy y se lo digo, sin mala intención, como una anécdota, casi como un chiste: - «Ellos tienen las manos manchadas de sangre y tú de jugo de nécora, je, je.» 

Otra ronda. ¿Y cuándo vamos a cenar? Otra ronda, otra ronda. Demasiadas para mí. Nos sentimos vocingleros, calentitos, protegidos, ahítos, ufanos.

He ido al servicio y me he detenido dos segundos frente a una luna. No me ha gustado lo que he visto. Cuando he vuelto tenía otro vino en el mostrador. Creo que luego he farfullado, frente a los ojos vidriosos de mis amigos, y no sé si de sorna o de corazón, que tenemos que dar las gracias a los ejércitos que nos protegen, a las empresas que se enriquecen por el mundo para que nosotros tengamos y tengamos, a los que esquilman los recursos para ofrecernos las puntitas de calamar, el calorcito, la gasolina, la madera de nuestros muebles, esa nécora buena… Pero creo que no he sabido decirlo bien. De pronto, oigo confusamente a alguien que está soltando en la televisión un discurso inaudito. No puedo dar crédito a lo que creo oír. Y miro. ¿Es él? Lo parece. Sí, parece nuestro Rey soltando un discurso en un foro de gente encorbatada. La primera parte del discurso ya la he perdido entre la niebla de los Riberitas. Pero ahora pongo todos los tantos por ciento que me quedan activos de los cinco sentidos en lo que está discursando. Y también Fernando. Y el Beni. También Adolfo se queda absorto en la televisión. Y hasta el camarero, con un plato de pulpo humeando en su mano, se ha quedado inmóvil y mira y escucha, con la boca medio abierta.  Y creemos oír decir a nuestra Majestad:

 «¿Por dónde caminamos? ¿Qué hay debajo de nosotros?  ¿Qué recursos, personas, injusticias, abusos, conflictos mantienen nuestro estado del bienestar, nuestro confort, nuestro desaforado consumo, nuestra saciedad? Bien está que nos volquemos en medidas paliativas para dar una salida digna y urgente al drama de los refugiados, una tragedia que se nos ha colado por nuestras guardadas fronteras y han conseguido hacer más pesadas nuestras digestiones frente al televisor. Pero, quizás, no esté de más también admitir que podría ser que fuéramos responsables de algún modo de que estos dramas ocurran. Así que, desde aquí, os propongo una reflexión: ¿Somos nosotros, individualmente, completamente inocentes de estas tragedias humanitarias? »

Y, partir de aquí, mal que me pese, pierdo el hilo.

No sé qué me pasa hoy.

 

 GIORGIADAS. Yuri Gagarin y Santa Juana de Arco.          

              yuri-gagarin-time   JuanaDeArco   

     Es muy plausible que la mente bien engrasada e imbuida de racionalidad y cálculo de Yuri Gagarin no se entretuviera en pensar en Dios cuando, dentro de su Vostok I, iba a ser el primer hombre que se zafara de la gravedad de nuestro planeta y ser el primero en constatarnos: “La Tierra es azul”. Algunos plantean que sí, que orbitando a 350 kilómetros por encima de nuestros templos desde donde miramos hacia arriba, sí se acordó de Dios y comentó: “Aquí no veo ningún Dios”. 

Pero parece ser que no, que no fue él quien, al no estar Dios en el espacio cercano, esgrimió esta Ausencia en la órbita del Vostok I como prueba de que Dios es solo un concepto de coerción colectiva. El autor más probable de una afirmación como ésa fue Nikita Jrushchov, a la sazón Primer Secretario del Comité Central de PC de la URSS -“Gagarin estuvo en el espacio, pero no vio a ningún Dios allí”-, parece ser que afirmó. Desde luego, es más factible que fuera el preboste comunista el que, en el trance de ese colosal paso del progreso humano, sí que dedicara un pensamiento para Dios (para su Ausencia, en este caso) y así aprovechar la oportunidad para lograr arrimar el ascua a su No-Sardina en aquella guerra de fuego de crematorio que elevó tanto la temperatura del planeta del que se escapaba Gagarin, que llamarla Guerra Fría no deja de ser un eufemismo.

 Desconozco si la mente de Yuri Gagarin estaba tan bien permeabilizada como para que su espíritu mortal, con la herencia simbólico-religiosa arraigada en su Ello por unos cuantos cien miles de años, pudiera eludir la necesidad humana de trascendencia ante el no poco riesgo de muerte al que se exponía, y que en su fuero interno, no pusiera su suerte, si no en Dios –que no existía para él-, si en algún santo o santa del que sí había certeza de existencia pasada  y en el que, en su Sanctum intimo, creyera o admirara, vaya a usted a saber porqué razón, y le profesara simpatía o confianza. Y ya puestos a lucubrar, hoy que hace calorcito, bien pudo acordarse de Santa Juana de Arco. Sí, ¿por qué no? No solamente el cuerpo de la Doncella de Orleans había ardido en el mismo fuego al que Yuri se arriesgaba –eso sí, de distinta dimensión, manifestación y textura (si es que un fuego puede tener textura), y mucho más lento y doloroso que en el que ardería él si algo salía mal-, sino porque sus respectivas inmolaciones –la suya por suceder, la de Juana sucedida- se realizarían para mayor gloria de los dioses de creencias difícilmente conciliables, pudiendo ser la de Yuri el contrapunto adecuado de la de Juana. Razón versus Fe, ya sabe.

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Yuri Gagarin concluyó con éxito su misión de orbitar la Tierra en un cohete por vez primera en la Historia de la Humanidad y no podemos conjeturar más. Si acaso decir que, desgraciadamente para él, la gravedad de la Tierra, de la que había escapado durante algo menos de dos horas, y siete años después de su proeza, atraería con su fuerza constante y violenta el avión que Yuri pilotaba para estrellarlo contra la dura corteza no azul de nuestro planeta, sino la ocre, produciéndole la muerte instantánea a los treinta y cuatro años de edad. Es de pensar que Gagarin no moriría finalmente por la acción del fuego y sí por el efecto del impacto. No obstante, aunque hubiera sido así (ardido como Juana, digo), ya Yuri Gagarin no podría haber alcanzado la santidad en el santoral laico -ocasión perdida, ya- , al menos en parecido estrato celestial que el de Santa Juana de Arco, y se hubiera quedado en la consideración que ya ostenta, en Héroe, lo que también está muy bien.

 

 El velo.          

(Carta enviada por un hipotético votante del PP a "Cartas al director" de EL PAIS, por si tuvieran a bien publicarla...) 

                    Foxes   Pekingese   Conguita   Jilguero

                                    Candidatos para cuidar el gallinero de mi pueblo

   Si yo fuera el designado para elegir un animal de entre los cuatro candidatos para cuidar el gallinero de mi pueblo, a saber, un zorro, un pequinés, un perro labrador y un jilguero y, finalmente, eligiera al zorro; cuando en la primera hora de la mañana no quedaran en el gallinero más que plumas voladizas, gallinas muertas o agonizantes y el zorro ahíto, la piel de este zorro, desde luego, al poco sería convertida en pelliza para el pastor comunal o en estola dorada para el escaparate de una peletería. Pero con lo nobles y consecuentes que son en mi pueblo, seguramente, también mi piel terminaría convertida en parche para uno de los bombos que retumban en la Semana Santa, metafóricamente hablando, claro.

    Extrapolando, yo, como votante del PP para nuestra gobernación en Madrid, por justa correspondencia y en un ejercicio de corresponsabilidad, por esta carta, quisiera poner mi piel, también de forma metafórica, al servicio de los ciudadanos para hacer con ella un velo que ocultara el rostro de algún electo inocente. Y, como estoy seguro de que serían muchos los votantes del PP que, como yo, consecuentes, íntegros, responsables, desearían salvaguardar su honor abrazando mi iniciativa, entonces, el velo tejido con nuestras pieles metafóricas alcanzaría un tamaño considerable. 

      Evidentemente, por el estado de derecho que nos protege, antes sería pertinente un juicio para poder defendernos. Pero, ¿qué podríamos alegar? Sí, que nosotros votamos un alcalde y ahora nos representa una alcaldesa, que nosotros votamos una presidenta de la Comunidad y ahora nos rige un presidente, que nosotros votamos un programa que resultó ser un señuelo, que nosotros confiamos el voto a una lista cerrada y que poco podíamos conocer de los zorros candidatos inscritos en los lugares más rezagados… Poco más podríamos aducir sobre los animales que elegimos para cuidar el gallinero madrileño.

    Claro está que éste, no podría ser nuestro argumento en un juicio que alcanzaría dimensiones internacionales, no podríamos defendernos de esa manera porque, con esos argumentos, pondríamos en entredicho los beneficios de la Democracia, y antes de que eso suceda, antes de ponerla en duda, yo, y supongo que la mayoría de los votantes honestos del PP, permitiría que con mi piel metafórica, cosida al resto de las pieles metafóricas de los auto-responsabilizados votantes, se tejiera un inmenso velo que cubriera toda la vergüenza que siento, que sentimos por la escabechina de los zorros antes de dudar, menoscabar, el funcionamiento de nuestra Democracia. ¿Verdad?

Adoctrinamiento.         

   La  noche del miércoles, volviendo a casa en el autobús nº 55, bien sujeto a una barra vertical cerca de la puerta central, igual que diez minutos antes había estado bien sujeto a otra barra, ésta, más ancha, horizontal y con cercos de vasos, me sentí algo agredido cuando en la marquesina de una de las paradas de la línea los curas modernos habían pegado un cartel de publicidad institucional, a todo color y bien hermoso, que mostraba una bicicleta aparcada en una acera con la cadena que la guardaba para impedir su robo sobrepuesta, como una medalla olímpica, a un simple bolardo. El mensaje que lo completaba, escrito con letras blancas, con cuerpo y estilo de una pintada y ocupando un cuadrante del cartel, nos adoctrinaba: 

 

"CADA VEZ QUE 
 TE EMBORRACHAS, 
 TE VUELVES UN
 POCO MÁS TONTO"
 

A pesar de que el mensaje era explícito y disparado al centro de la amigdala, de que yo venía de festejar no se qué, y de que me había tomado algún cacharrito, yo no me podía sentir aludido con ese mensaje porque, en vez de tonto, lúcidamente y con la rapidez del relámpago, me vino a la mente una réplica-continuación que, si hubiese tenido un spray de pintura, me habría bajado del autobús para escribir: 

CampañaFADPintada

                 MENTIRA  
     Las alteraciones de conciencia, 
     naturales o artificiales  
     han sido SIEMPRE el 
     germen de toda
    EVOLUCIÓN HUMANA

 

Tres paradas después me apeé del autobús, pero el run-run, el resquemor, la indignación por lo que llegan ya a atreverse estos neo-moralistas, sorprendentemente continuaba. Así que concluí que debía darle un par de vueltas más al asunto y entré en un bareto de cierre tardío a contemplar a una mujer hermosísima que, increiblemente, nos ha llegado desde alguna ciudad milenaria del Danubio para ponerse detrás de una barra carabanchelera; y también para ver si era verdad que, tomándome algún cacharrito más y, en quedándome un poco más tonto, se me pasaba el efecto.

Pues no, y lamenté estar solo y no poder pertenecer a un grupo operativo que con un simple aviso se pusiera en movimiento, una cuadrilla que visitara, no sé, seis o siete marquesinas y las repintaran bien repintadas con mensajes no agresivos, pero chisposos, de deducción sencilla, muy directos al cuerpo calloso, como hacen estos curas de la modernidad; curas, también partidiarios del consabido “Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”, y que, aunque no lleven sotana, son igual o más adoctrinadores que los otros, pero con una moral infinitamente más perniciosa. Neoliberalismo, ya sabe, nuestro enemigo satánico profetizado, las Torres de Babel de la Opulencia(*).  

Bueno, debo reconocer que mediado el segundo cubata -y último de esa noche, se lo prometo-, quizás por despecho ante la cordial indiferencia eslava, ya se me ocurrió otro mensaje un poco más, si no sucio, sí vulgar, porque incluía en él a nuestra alcaldesa Botella como el ejemplo de que el volverse un poco más tonto no debía, necesariamente, tener relación directa con la alteración de conciencia etílica. En fin. Algo más pergeñé, pero el asunto ya se me estancó y no lo seguí derivando, que no tengo mente para recorridos que no llevan muy lejos, y aún menos teniendo ante mí aquellos ojos y aquella sonrisa triste y desarraigada. Desarraigo, dicho sea de paso, provocado por los designios de esta nueva Iglesia espuria y adoctrinadora.

 

(*)  Cuando empiece el año mil que sigue al año mil, se erigirán las Torres de Babel en todos los puntos de la tierra, en Roma y en Bizancio... no habrá más ley que mirar por uno mismo y por los propios... ya no habrá pan para todos.. el padre buscará el placer en su hija, el hombre en el hombre, la mujer a la mujer, el viejo en el niño impúber, y eso será a los ojos de todos... reinarán soberanos sin fe; mandarán sobre multitudes humanas inocentes... Pero ellos decidirán la suerte de todo y de todos; nadie participará en las asambleas de su orden; todos serán siervos, pero se crearán hombres libres y caballeros... (Extractos de las Profecías de Juan de Jerusalén, 1040-1120 Vezelay, Francia)