COMIENZOS DE LIBROS
Los libros se abren, comenzamos a leer y nos capturan con su primera frase o su primer párrafo. Universales, repetidísimos, son comienzos como:
En un lugar de la Mancha de cuyo nombre no quiero acordar…
Muchos años después frente al pelotón de fusilamiento…
Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos…
Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana…
Las familias felices son todas iguales; las…
Hoy ha muerto mamá. O quizás ayer.
Todo esto sucedió más o menos…
Platero es pequeño, peludo…
Lolita, luz de mi vida…
Llamadme Ismael…
y tantos otros que a usted y a mí nos vienen ahora a la memoria.
Pero, quizás, los comienzos de los libros que a usted o a mi nos más nos han llegado al corazón, no se encuentran entre los más famosos; pero sí que pueden ser también unos pórticos hermosos que se han abierto para que nosotros penetremos en los ámbitos más inauditos.
Veamos aquí, entonces, cómo son. Veamos si son pórticos altos, macizos, barrocos; si es una madriguera de conejos, un agujero de gusano, una escotilla, la trampilla de un desván o el descenso a unas cisternas de Constantinopla.
Y ya abiertos, ¿qué vemos? Quizás la antesala luminosa de un palacio, el pasillo tortuoso de una mazmorra, un animal herido o unas pupilas alegres mirándonos a los ojos.
Entremos en ellos pues, porque, aquí, tenemos una llave maestra que abre a muchos de ellos.
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