RotuloLosfragmentos

Lo último en Fragmentosdelibros.com

NUEVAS INCORPORACIONES

Enlaces directos en las imágenes

Fragmentos de La campana de cristal.
Sylvia Plath
Acceso directo a los fragmentos de La campana de cristal. Sylvia Plath

Fragmentos de Oriente, oriente.
T. Coraghessan Boyle
Oriente, oriente de T. Coraghessan Boyle. Fragmentos.

Fragmentos de Cerca del corazón salvaje.
Clarice Lispector
Fragmentos de Cerca del corazón salvaje. Clarice Lispector

Fragmentos de Tres pisadas de hombre.
Antonio Prieto
Acceso directo a los fragmentos de Tres pisadas de hombre. Antonio Prieto

 

 

NUEVAS PORTADAS
Fragmentos de La balada del café triste
Carson McCullers
Fragmentos de La balada del café triste de Carson McCullers

Final de Tiempo de silencio
Luis Martín Santos
Final de Tiempo de silencio de Luis Martín Santos

Comienzo de El árbol de la ciencia
Pío Baroja
Fragmentos de El árbol de la ciencia de Pío Baroja

Fragmentos de El Jardín de la pólvora
Andrés Trapiello
Fragmentos de El Jardín de la pólvora de Andrés Trapiello

DedoIndice

 

Fragmentos de libros. CERCA DEL CORAZÓN SALVAJE de Clarice Lispector   Fragmentos II

Acceso/Volver a los FRAGMENTOS I de este libro: Arriba FraLib
Continúa...     (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas)

... Un día, antes de casarse, cuando aún vivía su tía, había visto a un hombre comiendo con glotonería. Había visto aquellos ojos desencajados, brillantes y estúpidos, mientras intentaba no perder ni el menor sabor del alimento. Y la mano, las manos. Una de ellas sujetando el tenedor clavado en un pedazo de carne sanguinolenta —no silenciosa y quieta, sino vivísima, irónica, inmoral—, mientras la otra se crispaba sobre el mantel, arañándolo nerviosamente, ya con el ansia de comer un Glotonería208nuevo bocado. Debajo de la mesa las piernas marcaban el compás de una música inaudible, la música del diablo, de la pura e incontenida violencia. La ferocidad, la riqueza de su color… Rojiza en los labios y en la base de la nariz, pálida y azulada bajo los ojos menudos. Juana se había estremecido horrorizada delante de su pobre café. Pero después no sabía si fue de repugnancia o de fascinación y voluptuosidad. Seguro que de ambas cosas. Sabía que el hombre era una fuerza. No se sentía capaz de comer como él, era sobria por naturaleza, pero aquella demostración la perturbaba. También la emocionaba leer las terribles historias de los dramas donde la maldad era fría e intensa como un baño de hielo. Era como si hubiera visto beber agua a alguien y de pronto hubiera descubierto que ella tenía sed, una sed vieja y profunda. Tal vez fuera solo falta de vida: estaba viviendo menos de lo que podía y su sed tal vez pedía inundaciones...

[...] Miro por esa ventana y la única verdad, la verdad que no podría decirle a aquel hombre, abordándolo, sin que él huyera de mí, la única verdad es que vivo. Sinceramente, vivo. ¿Quién soy? EstCromaticoBachBien, eso ya está de más. Me acuerdo de un estudio cromático de Bach y pierdo la inteligencia. Es frío y puro como el hielo, pero se puede dormir sobre él. Pierdo la consciencia pero no importa, encuentro mi mayor serenidad en la alucinación. Es curioso cómo no sé decir quién soy. Es decir, lo sé muy bien, pero no lo puedo decir. Sobre todo tengo miedo de decirlo, porque en el momento en que intento hablar, no solo no expreso lo que siento, sino que lo que siento se transforma lentamente en lo que digo. O al menos lo que me hace actuar no es lo que siento, sino lo que digo. Siento quien soy Miedo OleoSobreTela1975y esta impresión está alojada en la parte superior del cerebro, en los labios —en la lengua principalmente—, en la superficie de los brazos y también penetrando dentro, muy dentro de mi cuerpo, pero dónde, dónde exactamente, no lo sé decir...

De    Un día…

p37 ... Todavía sumergidas en el cuento, las chiquillas se movían lentamente, los ojos leves, las bocas sonrientes.

—¿Qué es lo que se consigue cuando se es feliz? —Su voz era una saeta clara y fina. La profesora miró a Juana.

—Repite la pregunta…

Silencio. La profesora sonrió mientras ordenaba los libros.

—Haz de nuevo la pregunta, Juana, no te he oído.

—Quería saber qué pasa después de que se es feliz. ¿Qué ocurre después? —repitió la niña con obstinación.

La profesora ponía cara de sorpresa.

—¡Qué idea! ¡No entiendo qué quieres decir, vaya una idea! Haz esta misma pregunta con otras palabras a ver…

AgarrarUnaRama—Uno es feliz, ¿para qué?

La profesora se ruborizó. —Nunca se sabía por qué se ruborizaba—. Vio que toda la clase estaba pendiente de ella, y mandó a los chiquillos al recreo.

El bedel vino a llamar a la pequeña para que fuera al despacho. La profesora estaba allí.

—Siéntate… ¿Has jugado mucho?

—Un poco…

—¿Qué vas a ser cuando seas mayor?

—No lo sé.

—Está bien. Mira, yo también tengo una idea. —Se ruborizó—. Coge un pedazo de papel y escribe esa pregunta que me has hecho hoy, y guárdala durante mucho tiempo. Cuando seas mayor léela de nuevo. ¿Quién sabe? Tal vez algún día tú misma podrás contestártela de alguna manera… —Perdió su aire serio, se ruborizó—. Entonces pensarás tal vez que eso no tiene importancia, y por lo menos te divertirás con…

—No.

—¿No, qué? —preguntó sorprendida la profesora.

—No me gusta divertirme —dijo Juana con orgullo.

La profesora se volvió a ruborizar.

—Bien, vete a jugar.

Cuando ya Juana había llegado a la puerta en dos saltos, la profesora la llamó de nuevo; esta vez estaba colorada hasta el pescuezo, con los ojos bajos y revolviendo los papeles que tenía sobre la mesa:

—¿No te pareció raro… mejor dicho sorprendente, el que te dijera que escribieras esa pregunta y la guardaras?

—No —dijo Juana.

Y se volvió al patio.

IconHuleDe    ... El baño…

p59 ... Una vez más fue al encuentro del profesor, que no sabía aún que ella era una víbora…
El profesor la admitía de nuevo, milagrosamente. Y milagrosamente penetraba en el mundo sombrío de Juana y allí se movía ligera, delicadamente.

—La cuestión está no en valer más para los otros de acuerdo con el ideal humano; la cuestión es valer más dentro de uno mismo. ¿Comprendes, Juana?

—Sí, sí…

El profesor habló toda la tarde:

UnGusanoSuganuma—En definitiva, en esa búsqueda del placer está resumida la vida animal. La vida humana es más compleja: se resume en la busca del placer, en su temor, y sobre todo en la insatisfacción de los intervalos. Es un poco simplista lo que estoy diciendo, pero no importa. ¿Me comprendes? Toda ansia es busca de placer. Todo remordimiento, piedad, bondad, es su temor. Toda la desesperación y la búsqueda de otros caminos son la insatisfacción. Esto es en resumen. ¿Comprendes?

—Sí.

—El que rechaza el placer, el que se hace monje, en cualquier sentido, es porque tiene una enorme capacidad para el placer, una capacidad peligrosa, por eso tiene un temor mayor todavía. Solo quien guarda las armas bajo llave teme disparar sobre todos los demás.

—Sí…

—Yo digo: quien se niega… Porque están los… los planes, los hechos de una tierra que sin abono nunca florecerá.

—¿Yo?

—¿Tú? No, por Dios… Tú eres de las que matarían para florecer.

BenjaminMoserJuana continuaba escuchándolo, y era como si sus tíos jamás hubiesen existido, como si el profesor y ella misma estuvieran aislados dentro de la tarde, dentro de la comprensión.

—No, realmente no sé qué consejos podría darte —le decía el profesor—. Dime antes que nada: ¿qué es bueno y qué es malo?

—No lo sé…

—No, «no lo sé» no es la respuesta. Aprende a encontrar todo lo que existe dentro de ti.

—Bueno es vivir… —balbuceó Juana—. Malo es…

—¿Es?…

—Malo es no vivir…

—¿Morir? —preguntó él.

—No, no… —gimió Juana.

—¿Qué es entonces? Dime.

—Malo es no vivir, solo eso. Morir es otra cosa. Morir es diferente de bueno y malo.

—Sí —dijo él sin entenderlo—. Bien. Ahora dime, por ejemplo: ¿cuál es el hombre más importante en la actualidad para ti?...[...]

Juana pensaba, pensaba y no contestaba.

—¿Cuál es la cosa que más te gusta? —le preguntó.

LeyendoPortoDoEl rostro de Juana se iluminó; se dispuso a hablar y, de repente, descubrió que no sabía qué decir.

—No lo sé, no lo sé —dijo desesperada.

—¿Cómo no? ¿Por qué te reías entonces de satisfacción? —dijo sorprendido el profesor.

—No sé…

La miró severamente:

—Que no sepas cuál es el hombre más importante en la actualidad a pesar de conocer a muchos, pase. Pero que no sepas lo que tú misma sientes, eso es lo que me desagrada.

Lo miró afligida.

—La cosa que más me gusta en el mundo… la siento aquí dentro, así abriéndose… Casi, casi puedo decirlo, pero no puedo…

—Intenta explicarlo —dijo el profesor con las cejas fruncidas.

—Es como una cosa que será… Es como…

—¿Es cómo?… —El profesor se inclinó exigente y serio.

SansanSuganuma—Es como unas ganas de respirar fuerte, y también el miedo… No sé… No sé, casi duele. Es todo… Es todo.

—¿Todo?… —se extrañó el profesor.

Juana asintió con la cabeza, emocionada, misteriosa, intensa: todo… El profesor continuó mirándola un momento, su cara angustiada y poderosa.

—Está bien.

El profesor parecía satisfecho pero Juana no entendía por qué, pues no había conseguido decir nada respecto a «aquello». Pero si él decía «Está bien», pensó Juana ardientemente, con el alma entregada, si él decía «Está bien», era verdad.

—¿Cuál es la persona a quien más admiras? Además de a mí, además de a mí, quiero decir —dijo el profesor—. Si no me ayudas, no llegaré a conocerte y no podré guiarte.

—No sé —dijo Juana retorciéndose las manos debajo de la mesa.

—¿Por qué no has mencionado a ninguno de esos grandes hombres que andan por ahí? Por lo menos conoces a una decena de ellos. Eres excesivamente sincera, excesivamente, sí —dijo el profesor molesto.

—No sé…

NearToTheWildHeart—Está bien, no importa —dijo el profesor tranquilizándola—. No sufras nunca por no tener opinión respecto a algunos asuntos. No sufras nunca por ser una cosa o por no serla. De todas maneras, supongo que solo aceptarías este consejo. Y acostúmbrate: lo que sentiste sobre eso de lo que más te gusta en el mundo tal vez sea solo gracias a no tener opinión precisa sobre los grandes hombres. Tendrás que dar muchas cosas para tener otras. —Pausa—. ¿Te aburres con esto?

Juana pensó durante unos momentos, la cabeza oscura inclinada, los grandes ojos abiertos.

—¿Pero teniendo la cosa más alta —dijo Juana lentamente—, se puede decir que una ya no tiene las que están más abajo?

El profesor negó con la cabeza.

—No —dijo—. No. No siempre. A veces se posee lo más alto y al final de la vida se tiene la impresión… —La miró de reojo—. Se tiene la impresión de que se está muriendo virgen. Y es que las cosas tal vez no son más altas o más bajas, simplemente son de cualidad diferente. ¿Comprendes?

Sí, estaba comprendiendo las palabras y todo lo que se encerraba en ellas. Pero, pese a todo, tenía la sensación de que poseían una puerta falsa, disfrazada, por donde se podría encontrar su verdadero sentido.

—Creo que son más de lo que usted dice —terminó diciendo Juana.

UnCirculoFlotaCon un súbito movimiento, sin darse casi cuenta, el profesor le tendió la mano por encima de la mesa. Juana se estremeció de placer, y le dio la suya, sonrojada.

—¿Qué es eso? —dijo bajito. Amaba a aquel hombre como si ella fuera una hierba frágil y el viento la doblase, la azotase.

Él no contestó, pero sus ojos miraban intensos y tristes. ¿Qué?, súbitamente Juana se asustó.

—¿Qué va a ocurrirme?

—No lo sé —contestó él después de un corto silencio—, tal vez serás feliz alguna vez, no lo sé, con una felicidad que pocas personas envidiarán. No sé siquiera si se le podría llamar felicidad. Tal vez nunca logres encontrar a alguien que sienta como tú, como…

La mujer del profesor entró en la habitación, era alta y casi bonita con su cabello cobrizo, corto y liso. Y sobre todo aquellos muslos largos y serenos moviéndose ciegamente, pero con una seguridad que asustaba. ¿Qué iba a decir el profesor —pensó Juana— antes de que «ella» entrara? Tal vez nunca logres encontrar a alguien que sienta como tú, como… ¿Como yo? ¡Ah, aquella mujer! La miró con mirada huidiza, y bajó los ojos llena de rabia. El profesor estaba allí de nuevo distante, con la mano phpapp01retirada y los labios apretados hacia adentro, indiferente como si Juana fuese solo su «amiguita», como decía su mujer.

La mujer se acercó y puso su mano blanca y larga, como de cera, pero extrañamente atractiva, sobre el hombro del marido. Y Juana vio, con un dolor que casi le impedía tragar la saliva, el bello contraste entre aquellos dos seres. Los cabellos todavía negros de él, su cuerpo enorme como el de un animal mayor que el hombre.

—¿Quieres la cena ahora? —le preguntó la esposa.

El profesor jugueteaba con el lápiz entre los dedos.

—Sí, voy a salir más pronto.

La mujer sonrió a Juana y se retiró lentamente.

Todavía insegura, Juana pensó que de nuevo el paso de aquella criatura dejaba claro que el profesor era un hombre y que ella ni siquiera era «una muchacha». ¿Notaría él al menos, Dios mío, notaría él al menos cuán odiosa era aquella mujer blanca y de qué manera sabía destruir cualquier conversación anterior? 

—¿Tiene clase esta noche? —preguntó titubeante con la esperanza de que pudiera continuar hablando. Se ruborizó cuando pronunció las palabras, tan blancas, dichas tan sin derecho… No en el tono con que la mujer había dicho, hermosa y tranquila: «¿Vas a cenar más temprano?».

—Sí —contestó el profesor mientras recogía los papeles que tenía sobre la mesa.

OswaldoGuayasamínJuana se levantó para irse inmediatamente, pero antes de que pudiera darse cuenta de su propio gesto, se sentó de nuevo. Inclinó la cabeza sobre la mesa y empezó a llorar escondiendo los ojos. A su alrededor todo era silencio, y Juana podía oír los pasos sofocados y silenciosos de alguien que andaba por el interior de la casa. Transcurrió un largo minuto antes de sentir sobre su cabeza un peso leve, suave, era la mano. La mano de él. Oyó el sonido hueco del corazón, dejó de respirar. Se concentró entera sobre sus propios cabellos que vivían ahora arriba, en su cabeza, enormes, nerviosos, gruesos bajo aquellos dedos extraños y animados. Otra mano le levantó la barbilla y Juana se dejó examinar sumisa y trémula.

—¿Qué ha ocurrido? —le preguntó el profesor sonriendo—. ¿Ha sido por nuestra conversación?
Juana no podía hablar, balanceó la cabeza negativamente.

—¿Qué ha sido entonces? —insistió el profesor con voz firme.

—Es porque soy fea —contestó obediente, la voz agarrotada en la garganta.

El profesor se asustó. Abrió más los ojos, los clavó en ella con sorpresa.

—Vamos —dijo el profesor echándose a reír después de un instante—, al final casi me había olvidado de que estaba hablando con una chiquilla… ¿Quién ha dicho que eres fea? —Se rio de nuevo—. Levántate.

Juana se levantó, con el corazón oprimido, consciente como siempre de que sus rodillas estaban cenicientas y opacas.

—Bueno, un poco sin forma todavía, de acuerdo, pero ya mejorará, no te preocupes —dijo.

Juana le miró a través de las últimas lágrimas. ¿Cómo podría explicarle? No quería consuelo, no la había entendido…

El profesor frunció la frente ante aquella mirada. ¿Qué?, ¿qué?, se preguntó a sí mismo con desagrado.

Juana contuvo la respiración:

—Puedo esperar.

Tampoco el profesor respiró durante unos segundos. Preguntó con voz monótona, súbitamente fría:

—¿Esperar, qué?

—Esperar a que sea bonita. Bonita como «ella».

NearToTheWildHeart4La culpa era de él, fue su primer pensamiento, como una bofetada en su propio rostro. La culpa era suya por haberle hecho excesivo caso a Juana, por haber buscado, sí, buscado —no huyas, no huyas—, pensando que sería impunemente, su promesa de juventud, aquel tallo frágil y ardiente. Y antes de que pudiera contener su pensamiento —con las manos crispadas bajo la mesa—, él vio implacable: el egoísmo y el hambre grosera de la vejez que se aproximaba. Oh, cómo se odiaba por haber pensado aquello. «Ella», la esposa, ¿era más bonita? La «otra» también lo era. Y la «otra», de hoy por la noche, también. Pero ¿quién tenía aquella imprecisión en el cuerpo, las piernas nerviosas, los senos todavía por nacer? —¡oh, milagro!, todavía por nacer, pensó aturdido con la vista turbia—, ¿quién era como agua clara y fresca? La vejez se acercaba. Se encogió aterrorizado, furioso, cobarde.

De nuevo entró la esposa. Se había cambiado de ropa para la noche y su cuerpo recio y preciso quedaba ahora envuelto en una lana azul. El marido la miró lentamente, con expresión indefinida, un poco estúpida. La mujer soportó la mirada seria, enigmática, con una media sonrisa en la cara. Juana se sintió pequeña, se sentía pequeña y oscura delante de aquella piel brillante. Sintió que la vergüenza de la escena anterior se apoderaba de ella y la convertía en algo temiblemente ridículo.

—Ya voy —dijo.

La mujer —¿o acaso se engañaba?—, la mujer la miró a los ojos, comprendiendo, ¡comprendiendo! Y enseguida levantó la cabeza, los ojos claros y tranquilos en la victoria, tal vez con un poco de simpatía...

IconHulep68  ... Cosas que existen, otras que solo están… Se sorprendió con aquel nuevo pensamiento, inesperado, que viviría de ahora en adelante como las flores sobre la tumba. Que viviría, que viviría, otros pensamientos nacerían y vivirían y ella misma incluso estaba más viva. La alegría le paralizó el corazón, feroz, le iluminó el cuerpo. Apretó el vaso entre los dedos, bebió agua con los ojos cerrados como si fuese vino, sangriento y glorioso vino, la sangre de Dios. Sí, a ninguno de ellos le explicaría que todo cambiaba lentamente… Que ella se había guardado la sonrisa como quien apaga finalmente la lámpara y decide acostarse. Ahora las criaturas no eran admitidas en su interior, fundiéndose en él. Las relaciones con las personas se volvían cada vez más diferentes de las relaciones que mantenía consigo misma. La dulzura de la infancia desaparecía en sus Perto2últimos rasgos, alguna fuente se cerraba hacia el exterior y lo que ella ofrecía al paso de los extraños era arena incolora y seca. Pero caminaba hacia adelante, siempre hacia adelante como se anda en la playa, cuando el viento acaricia el rostro y levanta hacia atrás los cabellos.

Cómo decirles: es el segundo vértigo en un día, aunque estuviera ardiendo en deseos de confiar su secreto a alguien. Porque nadie más en toda su vida, nadie más tal vez le diría como el profesor: se vive y se muere. Todos se olvidaban de aquello, solo sabían divertirse. Los miró. Su tía se divertía con una casa, una cocinera, un marido, una hija casada y las visitas. El tío se divertía con el trabajo, con la hacienda, jugando al ajedrez, con los periódicos. Juana procuró analizarlos, sintiendo que así los destruiría. Sí, se amaban de una manera lejana y vieja. De vez en cuando, ocupados con sus juguetes, se lanzaban miradas inquietas, como para asegurarse de que continuaban existiendo. Después volvían a mantener la aburrida distancia que disminuía con ocasión de algún resfriado o de un aniversario. Dormían juntos, claro, pensó Juana, sin encontrar ningún placer en aquella maliciosa observación.

La tía le tendió el cestillo del pan en silencio. El tío no levantaba los ojos del plato.

FlorSuganumaLa comida era una de las grandes preocupaciones de la casa, continuó pensando Juana. A la hora de las comidas, con los brazos apoyados pesadamente sobre la mesa, el hombre se alimentaba jadeando ligeramente porque sufría del corazón y mientras masticaba, con un poco de comida saliéndosele de la boca, su mirada se fijaba vidriosa en cualquier punto, la atención vuelta a las sensaciones interiores que la comida le producía. La tía cruzaba los pies bajo la silla, y, con las cejas fruncidas, comía con una curiosidad que se renovaba a cada bocado, el rostro rejuvenecido y nuevo. ¿Pero por qué hoy no se levantaban de la silla? ¿Por qué procuraban no hacer ruido con los cubiertos, como si alguien estuviera muerto o dormido? Soy yo la causa, adivinó Juana.

Perto RoccoAlrededor de la mesa oscura bajo la luz opaca que caía de las franjas sucias de la lámpara, también el silencio se sentía en aquella noche. Juana había momentos en que paraba para oír el ruido de las dos bocas masticando y el tictac ligero y nervioso del reloj. Entonces la mujer abría los ojos, e inmóvil, con el tenedor en la mano, esperaba ansiosa y humilde. Juana desviaba la vista, victoriosa, bajaba la cabeza con una alegría profunda que inexplicablemente estaba mezclada con un doloroso ahogo en la garganta, con una imposibilidad de sollozar.

—¿Armanda no ha venido? —La voz de Juana apresuró el tictac del reloj e hizo nacer un súbito y rápido movimiento en la mesa.

Los tíos se miraron furtivamente. Juana respiró fuerte: ¿le tenían miedo, pues?

—El marido de Armanda no tiene guardia hoy, por eso ella no vino a cenar —contestó la tía. De repente, satisfecha, se puso a comer. El tío masticaba más deprisa. Volvió el silencio, sin disolver el murmullo lejano del mar. No tenían valor, eso era lo que ocurría.

—¿Cuándo voy a ir al internado? —preguntó Juana.

El plato de sopa se le cayó de las manos a la tía, el caldo oscuro y cínico se extendió rápidamente por la mesa. El tío dejó los cubiertos sobre el plato con cara angustiada.

—Cómo sabes que… —balbuceó confuso…

Había estado escuchando detrás de la puerta…

IconHuleDe    La mujer de la voz y Juana

p81 ... Porque, si le ocurrían cosas, estas no eran ella y no se mezclaban con su verdadera existencia. Lo principal —incluyendo el pasado, el presente y el futuro— es que estaba viva. Ese era el fondo de la cuestión. A veces ese fondo aparecía apagado, con los ojos cerrados, casi inexistente. Pero bastaba una pequeña pausa, un poco de silencio, para que se agigantara y surgiera en primer plano, con los ojos abiertos, el murmullo leve y constante como el de agua entre piedras. ¿Por qué seguir con aquel tema? Es cierto que le acontecían cosas llegadas de fuera. Perdió NearToTheWildHeartilusiones, padeció una pulmonía. Le ocurrían cosas. Pero solo venían a adensar o enflaquecer el murmullo de su centro. ¿Por qué contar hechos y detalles si ninguno la dominaba en definitiva? ¿Y si ella era solo la vida que corría en su cuerpo sin cesar?

Sus preguntas nunca buscaban respuestas —continuó descubriendo Juana—. Nacían muertas, sonrientes, se amontonaban sin deseo ni esperanzas. No intentaba ningún movimiento fuera de sí.
Gastó muchos años de su existencia en la ventana, mirando las cosas que pasaban y las que estaban paradas. Pero la verdad era que oía más que veía la vida dentro de sí. La fascinaba su ruido —como el de la respiración de una tierna criatura, su dulce brillo; como el de una planta recién nacida—. Todavía no se había cansado de existir y se bastaba tanto a sí misma que a veces tal era su felicidad que sentía que la tristeza la cubría como la sombra de un manto, dejándola fresca y silenciosa como un atardecer. Nada esperaba. Ella era en sí, el propio fin...

IconHule[...] Un día, después de vivir sin tedio muchos iguales, se vio distinta de sí misma. Estaba cansada. Anduvo de un lado para otro. Ella misma no sabía lo que quería. Se puso a canturrear con la boca cerrada. Después se cansó y se puso a pensar en otras cosas. Pero no lo conseguía completamente. Dentro de sí algo intentaba pararse. Se quedó esperando y nada venía de ella para ella. Vagamente se entristeció, con una tristeza insuficiente y por eso mismo doblemente triste. Continuó andando varios días, sus pasos sonaban como el caer de las hojas muertas en el suelo. Estaba interiormente forrada de ceniza y solo encontraba en sí misma un reflejo, como Perto3gotas blanquecinas escurriéndose, un reflejo de su ritmo antiguo, ahora lento y pesado. Entonces supo que estaba agotada, y por primera vez sufrió, porque realmente se había dividido en dos, una parte estaba delante de la otra, vigilándola, deseando cosas que ésta ya no podía dar. La verdad es que ella siempre había sido dos, la que sabía ligeramente que era y la que era de verdad, profundamente. Hasta entonces las dos trabajaban unidas y se confundían. Ahora la que sabía que era trabajaba sola, lo que significaba que aquella mujer estaba siendo desgraciada e inteligente. En un último esfuerzo intentó inventar alguna cosa, un pensamiento, que la distrajera. Inútil. Solo sabía vivir... 

IconHule[...] Después de permanecer un momento absorta, Juana se dio cuenta de que había envidiado a aquel ser medio muerto que le había sonreído y hablado en un tono de voz desconocido. Sobre todo, pensó, comprende la vida porque no es suficientemente inteligente para no comprenderla. Pero de qué valía cualquier raciocinio… Si se creyera capaz de entenderla sin enloquecer, no se podría conservar el conocimiento como conocimiento pero lo transformaría en actitud, en actitud de vida, único modo de poseerlo y expresarlo íntegramente. Y esa actitud no sería muy diversa de aquella que adoptaba la mujer de la voz. Eran tan pobres los caminos de la acción.

APersonalidadeHizo un rápido movimiento con la cabeza, impaciente. Cogió un lápiz, un papel, y garabateó en letra intencionadamente firme: «La personalidad que se ignora a sí misma se realiza más completamente». ¿Verdad o mentira? En cierto modo se había vengado lanzando sobre aquella mujer entumecida de vida su pensamiento frío e inteligente. 

De    Octavio

p89 ... ¿Y después?, pensó. Cerrar los ojos y oír la mía propia que fluye perezosa y turbia como un río enlodado. La cobardía es tibia y yo me resigno a ella, deponiendo todas las armas de héroe que veintisiete años de pensamiento me concedieron. ¿Qué soy hoy, en ese momento? Una hoja plana, muda, caída sobre la tierra. No hay ningún movimiento del aire que la balancee. Respirando apenas, para no despertar. ¿Pero por qué, sobre todo por qué no usar las palabras propias y enmarañarme y EnredaderaSuganumaenvolverme en imágenes? ¿Por qué llamarme hoja seca cuando solo soy un hombre cruzado de brazos?

Nuevamente, en medio del raciocinio inútil, notó un cansancio, un sentimiento de caída. Orar, orar. Arrodillarse delante de Dios y pedir. ¿Qué? La absolución. Una palabra tan larga, tan llena de sentido. No era culpable —¿o lo era?, ¿de qué?, sabía que sí, sin embargo, continuó con el pensamiento—, no era culpable, pero le gustaría mucho recibir la absolución. Sobre la cabeza sentir los dedos grandes y largos de Dios bendiciéndolo como un buen padre, un padre hecho de tierra y de mundo, conteniéndolo todo, todo sin dejar de poseer una partícula siquiera que más tarde pudiese decirle: ¡sí, pero yo no le perdoné! Cesaría entonces aquella acusación muda que todas las cosas acumulaban contra él.

¿Qué pensaba al fin? ¿Cuánto tiempo hacía que estaba jugando consigo mismo inmóvil? Hizo un gesto cualquiera. [...]

IconHulep97 ... —Solo después de vivir más o mejor, conseguiré la desvalorización de lo humano —le decía Juana a veces—. Humano, yo. Humano, los hombres individualmente separados. Debo olvidarlos porque con ellos mis relaciones solo pueden ser sentimentales. Sí, los busco, exijo o les doy el equivalente de las viejas palabras que siempre oímos, «fraternidad», «justicia». Si estas palabras tuvieran un valor real, su valor no estaría en ser la cumbre, sino la base del triángulo. Serían la condición y no el hecho en sí. Terminan ocupando todo el espacio mental y sentimental exactamente porque son imposibles de realizarse contra la naturaleza. Son fatales, a pesar de todo, en PertoDoCoracaoel estado de promiscuidad en que se vive. En ese estado el odio se transforma en amor, lo que nunca ocurre en la verdadera búsqueda del amor, obtenido siempre solo en teoría, como en el cristianismo.

¡Oh! ¡Cállate ya!, gritaba Octavio. Juana habría querido detenerse, pero el cansancio y la excitación de la presencia del hombre aguzaban su mente, y las palabras se sucedían sin cesar...

[...]—Sí, lo sé —continuaba Juana—, sé la distancia que separa los sentimientos de las palabras. Ya pensé en esto. Y lo más curioso es que, en el momento en que intento hablar, no solo no expreso lo que siento, sino que lo que siento se transforma lentamente en lo que digo. O, al menos, lo que me hace actuar no es, seguramente, lo que siento, sino lo que digo.

De la Segunda parte

De    El hombre

p157  Entre un instante y otro, entre el pasado y el futuro, la vaguedad blanca del intervalo. Vacío como la distancia de un minuto a otro en el círculo del reloj. El fondo de los acontecimientos alzándose callado y muerto, un poco de eternidad.

ElTiempoSeDetieneRecSolo un segundo quieto tal vez separando un trozo de vida del siguiente. Ni un segundo, no puede contarlo en tiempo, pero largo como una línea recta infinita. Profundo, llegando de lejos —un pájaro negro, un punto creciendo en el horizonte, aproximándose desde la consciencia como una bala disparada desde el fin al principio—. Y estallando ante los ojos perplejos en esencia de silencio. Dejando tras de sí el intervalo perfecto como un único sonido vibrando en el aire. Renacer después, guardar la memoria extraña del intervalo, sin saber cómo mezclarlo con la vida. Cargar para siempre el pequeño punto vacío —deslumbrado y virgen, demasiado fugaz para dejarse desvelar—.

Juana lo sintió mientras atravesaba el pequeño jardín de Lidia, ignorando adónde iría, sabiendo solo que dejaba tras de sí todo lo que había vivido. Cuando cerró la cancela, se apartó de Lidia, de Octavio y, de nuevo, sola en sí misma, caminaba...

De    El amparo en el hombre

p169  ... Ella le había contado una vez que, de pequeña, podía jugar tardes enteras con una palabra. Él le pidió entonces que inventara palabras nuevas. Nunca ella lo quería tanto como en aquellos momentos.

—Di otra vez qué es Lalande —imploró a Juana.

SoleiroliaSoleirolii—Es como lágrimas de ángel. ¿Sabes lo que son lágrimas de ángel? Una especie de narciso pequeño, la brisa más ligera lo mueve a un lado y otro. Lalande es también mar de madrugada, cuando ninguna mirada ha visto todavía la playa, cuando el sol no ha nacido. Siempre que diga: Lalande, debes sentir la vibración fresca y salada del mar, debes andar a lo largo de la playa aún oscura, lentamente, desnudo. Inmediatamente sentirás Lalande… Puedes creerme, soy una de las personas que mejor conocen el mar.

Había momentos en que él no sabía si vivía o si estaba muerto, si todo lo que tenía era poco o demasiado. Cuando ella hablaba, inventaba, ¡loca, loca! La plenitud lo llenaba como un vacío y su angustia era la de la limpidez del amplio espacio sobre las aguas. ¿Por qué se quedaba sorprendido ante ella, estupefacto como una pared blanca bajo la luna? O tal vez iba a despertar de repente, gritar: ¿quién es ésta? ¡Está de más en mi vida!, no puedo… quiero volver… Pero él ya no podría más —sentía súbitamente y se asustaba, perdido—...

IconHuleDe    El viaje

p195 ... De profundis. Veo un sueño que tuve: escenario oscuro abandonado, detrás de una escalera. Pero en el momento en que pienso «escenario oscuro» en palabras, el sueño se agota y queda la celdilla vacía. La sensación marchita es solo mental. Hasta que las palabras «escenario oscuro» vivan lo bastante dentro de mí, en mi oscuridad, en mi perfume, a punto de convertirse en visión de penumbra, desgarrada e impalpable, pero detrás de la escalera. Entonces tendré de nuevo una verdad, mi sueño. De profundis. ¿Por qué no viene lo que quiere hablar? Estoy NorthWindCeramicdispuesta. Cerrar los ojos. Llena de flores que se transforman en rosas a medida que el animal se estremece y avanza en dirección al sol del mismo modo que la visión es mucho más rápida que la palabra, escojo el nacimiento del suelo para… Sin sentido. De profundis, después vendrá el hilo de agua pura. Vi la nieve temblar llena de nubes rosadas bajo la función azul de las vísceras cubiertas de moscas al sol, la impresión cenicienta, la luz verde y translúcida y fría que existe detrás de las nubes. Cerrar los ojos y sentir rodar la inspiración como una cascada blanca. De profundis. Dios mío, os espero. Dios, venid a mí. Dios, brotad en mi pecho, no soy nada y la desgracia cae sobre mi cabeza y yo solo sé usar palabras y las palabras son mentirosas y yo sigo sufriendo, al fin el hilo sobre la pared oscura. Dios, venid a mí y no tengo alegría y mi vida es oscura como la noche sin estrellas y Dios ¿por qué no existes dentro de mí?, ¿por qué me hiciste separada de ti? Dios, venid a mí, yo no soy nada, soy menos que el polvo y te espero todos los días y todas las noches, ayudadme, solo tengo una vida y esa vida fluye por mis dedos y se encamina serenamente hacia la muerte y nada puedo hacer y solo asisto a mi agotamiento a cada minuto que pasa, estoy sola en el mundo, quien me quiere no me conoce, quien me conoce me teme y yo soy pequeña y pobre, no sabré que existí dentro de pocos años, lo que me queda por vivir es poco y lSenecio1922PaulKleeo que me queda para vivir mientras tanto seguirá intacto e inútil, ¿por qué no te apiadas de mí?, que no soy nada, dadme lo que preciso. Dios, dadme lo que preciso y no sé lo que es, mi desolación es honda como un pozo y yo no me engaño a mí misma y a la gente, venid a mí en la desgracia y la desgracia es hoy, la desgracia es siempre, beso tus pies y el polvo de tus pies, quiero disolverme en lágrimas, de las profundidades clamo por vos, venid en mi auxilio, que no tengo pecados, desde las profundidades clamo por vos y nada me responde y mi desesperación es seca como las arenas del desierto y mi perplejidad me sofoca, me humilla, Dios, ese orgullo de vivir me amordaza, yo no soy nada, desde las profundidades clamo por vos desde las profundidades clamo por vos, desde las profundidades clamo por vos, desde las profundidades clamo por vos…

...

También, de "Cerca del corazón salvaje":

CercaDelCorazonSalvaje   El Comienzo

Comparta, si lo considera de interés, gracias: 

          Contáct@ con

 fragmentosdelibros.com 

     FormContacto

         

             El Buda lógico

ElBudaLogico Servi

         

                      Usted

UstedModulo

         

© 2020 fragmentosdelibros.com. Todos los derechos reservados. Director Luis Caamaño Jiménez

Please publish modules in offcanvas position.