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Fragmentos de libros. LO QUE SÉ DE LOS VAMPIROS de Francisco Casavella Fragmentos II:

Acceso/Volver a los FRAGMENTOS I de este libro: Acceso/Volver a los Fragmentos I de Lo que sé de los vampiros
Continúa...     (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas)

      ...  - Para criar en ti el espíritu de empresa de Dios, para disponer de tu corazón, que irá a Dios por votos, para no tenga cosa que lo retarde de Su amor y el deseo de la gloria más excelsa, la vida llama a pruebas, novicio… 

       «Ay», piensa Martín, que se esfuerza por mirar al prefecto y no la carta. 

     - Quiero decir con eso que hay que dejar la hacienda y la esperanza de ella. Y dejar la horna. El deber, tu gran deber como futuro soldado de la Compañía, Martín, es como un árbol. Y así como el árbol, para servir en un edificio, le cortan las hojarascas y las ramas y lo cepillan, así deben cortarse nuestra hojarasca y olvidar la hacienda familiar. Y cortarse el verdor de la carne y de la sangre, abandonar el demasiado trato y la afición de parientes, convertir en espíritu puro el amor carnal…

    «Ay», vuelve a pensar Martín, y evita cualquier figuración de lo que su hermana pueda haber escrito, y contiene un súbito rubor con mucho esfuerzo. 

    EscudoCJesús- El religioso, el hombre espiritual, no ha de ser tan parentero. No se ha de encarnizar en carne y sangre, sino entregarse todo al servicio de Dios Nuestro señor.

     Quiere respirar de alivio Martín, sumergirse en aromas del campo. Sin embargo le paraliza la mirada que surge del difícil rostro que lo examina, y conforme se endurecen los ojos del prefecto, el novicio selecciona la respuesta correcta a una pregunta que aún no se ha formulado. Y como esa pregunta no llega, Martín se atreve a hablar: 

     - Ordene usted, padre… 

     El prefecto expone la misiva ante los ojos de Martín como si cogiera una rata por el rabo. Pero Martín sabe que si esa carta contuviese algo punible el prefecto ya le habría infligido un castigo ejemplar. El prefecto está jugando, quiere que Martín se exponga. Por eso Martín dice:

     - La hermana que yo tenía está muy sola, padre. 

    Un «¿Cómo te atreves» anticipa el bofetón. Los golpes no abundan en el noviciado y por ello sorprenden las rabiosas excepciones. Martín lo encaja muy entero, sin asomo de alteración.

    - ¡Una mujer casada nunca está sola! Y las flaquezas propias de su condición de hembra solo incumben a su marido y a su confesor. ¿Pertenece a la Compañía su confesor?

     - No padre…
     - ¿Ha parido hijos la hermana que tú tenías?
     - Dos, padre.

     JesuitaArcoCon esos chismes ocupan las horas muertas algunos curas: no han entendido el auténtico poder que habita en las voluptuosas revueltas del secreto bien elegido. Eso, y no el acaparar habladurías, es el rasgo distintivo de los jesuita que Martín ha intuido y al cual desea consagrar su vida. Sin embargo, bajo el riesgo de recibir más golpes, sería prudente mostrar, para el efecto general de la escena, buena disposición, una inteligencia acorde con el exiguo talento de quien la reclama.

   - Ella es buena, padre, y una gran dama, pero a veces le cuesta comprender la abnegación. Eso es lo que yo pretendía inculcarle en mis cartas: el gran amor a la obediencia que aquí me han enseñado. 

    - ¿Y qué soberbia es ésa? Tu obligación era hablar con tus superiores para que ellos dispongan cómo se labra el surco.

     «Otros surcos labrarías tú en tu aldea», piensa Martín, mientras finge hondura reflexiva.

    - Nada me honrará más que hablarle a usted de todo en la próxima ocasión, padre.

    - Tú ya no tienes honra. Y no sé si tendrás ocasiones… 

    No le cuesta a Martín fingirse desamparado, mientras el prefecto inicia sus astucias:

    - Te darse a elegir entre dos caminos de conducta.

   «Qué listo se cree», piensa Martín. La carta debe de llevar lo menos una semana en ese bolsillo. Seguro que Olmedo ha estudiado todos los movimientos de un juego al que solo impulsa una secreta ambición personal o mero aburrimiento. Y el prefecto explica: 

   - Puedo darte la carta. Entonces la lees y después de cenar me la entregas. O bien, puedo entregarte la carta, puedes quedártela y, eso sí, reflexionar mucho por tu salvación y por la de ella.

  Hay una tercera alternativa. Sabe eso Martín por boca de otros novicios que, en la misma circunstancia, se han encontrado ante un dilema de verse luego emboscado por la estratagema de Olmedo. Es el constante distraer el entendimiento, el empeñarse en ser uno y que no te dejen. Olmedo de nuevo, y troquelarte como aquél y aquél y aquél. Sin embargo, esa misma disciplina sugiere que San Ignacio de Loyolaalguna vez se ha de fingir carisma, hacer valer la herencia del arrojo de san Ignacio de Loyola, destacarse y mostrar la facultad para empresas más altas. Y la ocasión ha llegado. Mira el suelo Martín y dice: 

     - Rásguela padre. 

     - ¿Qué me estás diciendo? ¿Rechazas las dos posibilidades que te ofrezco?

    Se arrodilla el novicio y busca la mano libre del prefecto. Olmedo, extiende un dorso peludo, Martín lo besa y siente en la coronilla una mirada entre feroz y perpleja.

     - Rásguela padre –repite Martín, y no hay énfasis en sus palabras- Y todas las gracias del cielo le sean dadas.

     Martín oye la carta rasgarse. Su cuerpo no hace el menor movimiento hasta que escucha:

    - Te puedes ir. 

    Martín evita los ojos del prefecto, besa su mano y camina con la cabeza gacha, la mirada del otro en su espalda. El prefecto no ve su sonrisa. Ni la vez tampoco, y poco les importa, unos soldados que descansan y abrevan caballos en las afueras del pueblo…

 _ 

    p69Martín se arrodilla y todo su ser difunde gravedad. Ésa ha sido la causa de las humillaciones sucesivas del prefecto Olmedo, ése es el escribir recto con renglones torcidos que suplanta a la Providencia. Martín recibe la felicitación a gritos del padre Teixeira, quien ruega que no le deje en mal lugar ante sus nuevos docentes y muestre lo mucho que ha aprendido en materia filosófica.

    - Y nunca olvides, para tu buen gobierno y la paz de espíritu que quienes te rodean, las palabras del “maestro de maestros” en su Retórica: “Lo que está en disposición de ocurrir y hay voluntad de que ocurra, ocurrirá; igual que lo está en el deseo, la ira y el cálculo…” 

 _ 

      De «EL ORO ESPAÑOL» 

     BosqueFantasmaBalticop254 … Aunque ha conocido paisajes fríos y sabe lo que es tiritar hasta creerse endemoniado, la gélida calma de esa ciudad le resulta balsámica. Blancura lisa en las calles que solo mancha la huella parda del tiro, del herraje y los rieles; general blancura que contrasta con vivos azules y amarillos en puestos de flores. En las casas, sillares recios, gamas de castaño, le recuerdan bosques de su tierra. Es cierto que, cuando sopla, el viento mineral del Báltico corta como una navaja; pero si esos filos derramaran sangre, serían de tristeza las sangrías. El cuerpo se renueva, acepta, persevera en los justos intereses: planear, dibujar, honrarse. Al andar, se deleita con el crujir de la nieve como si fuera música; y cuando la nieve es blanda y abundante, Martín de Viloalle cree que camina sobre nubes y el compás del paso es el más misterioso dibujo del tiempo…

     p254 … En el vestíbulo, se suman a una comitiva que mantiene el ceremonial con enojo mal simulado.

    - Cuanto más pequeña es la corte, más arrogantes son los súbditos… -exclama Welldone en el español que solo entiende Martín. Como si fuera un comediante, se aclara la garganta para entrar en situación, enrolla en el brazo las enormes mangas de su túnica; luego, sin cambiar el tono, alza la voz como si alabase cuanto ve-: ¡Serán rústicos! La escalinata que hemos dejado atrás es igual a la del palacio de Catalina, el de verano, claro, que es pequeño, y el corredor que cruzamos idéntico al de los espejos de Versalles en pobre y mal concebido, desde luego… Eso de la izquierda es típico saloncito chino de todos los palacios europeos. ¡RidículaSchleswig pretensión¡ -y parece que diga «¡Cuánta grandeza¡»-: Los grandes príncipes imitan el pasado, porque en algún lugar del pasado moraban los titanes. Y los pequeños príncipes imitan a los grandes. Y la plebe imita a los pequeños príncipes… ¡Sólo tienen imaginación los mendigos¡ ¡Sólo ellos levantan las manos al cielo y rozan suavemente con las yemas las cara de Dios!...

   p260 … - Signore Martino da Vila… -presenta Welldone- Abra el baúl y entregue el objeto rojo al infante Friedrich para que lo examine. Entretanto… -ahí Welldone salta de su perfecto francés cortesano al más noble alemán-: os suplico, alteza, permiso para contar una pequeña historia.

    - No me hagáis perder el tiempo… -repite el heredero, mientras se vuelve hacia su padre entre las risas, ahora forzadas, de los cortesanos. El príncipe Carlos dirige entonces una mirada precisa aun individuo con levita negra que, al punto, chista con severidad. El infante Friedrich se turba, calla y el salón le acompaña en su silencio:

     - Os contaré la historia del embajador de las Provincias Unidas o Países Bajos en Siam, el exótico reino de Oriente, como bien sabrá su alteza.

    El niño vuelve a mirar la severa figura de levita negra y lazo blanco que le acaba de reprender. El niño asiente y a punto está de arrancar una sonrisa de quien será su preceptor. Sí, el niño conoce Siam:

    - Muy bien, pues. El embajador de los Paises Bajos iba a visitar cada tarde el castillo del rey. El motivo de esta visita diaria era relatar a su majestad las peculiaridades de su tierra. El rey de Siam, como buen gobernante, era curioso y ansiaba saber lo que ocurría en otros lugares. Así el embajador le describía una tarde cómo se organiza la flota holandesa y la Compañía de Indias, otra tarde le hablaba de los diques que contienen las poderosas aguas del mar, otra tarde le contaba el modo de cultivar tulipanes y otra tarde fascinaba al monarca con la descripción de las belleza de sus mujeres-...

      Ji,ji… -ríe el niño y chista el de la levita negra.

     Welldone prosigue: 

    NaraiAudience2El rey escuchaba todos esos relatos en silencio, con mucho interés y seguía invitando al embajador. Pero sucedió la tarde en la que el embajador contó que algunas veces, en los Países Bajos, el agua se endurece de tal modo en la estación fría del año que los hombres caminan sobre ella. Esa agua endurecida, dijo, soportaría hasta el peso de un elefante, en el caso de que hubiese alguno en los Países Bajos. Cuando el embajador dio fin a ese episodio, el rey de Siam se levantó, señaló la puerta de su cámara y dijo: «Hasta este momento he creído las cosas extrañas que me has relatado, porque vislumbré en ti a un hombre sensato y de honor. Pero ahora estoy seguro de que mientes…»

     En el salón del castillo Gottorp continúa un silencio que solo interrumpen el paso de Martin cuando entrega al infante una caja de madera roja y alargado, con su rueda de metal en un extremo y un cristal en el otro. Mientras Welldone invita al pequeño príncipe a mirar por el lado del cristal, el niño se sobresalta, se vuelve en todas direcciones exclama: 

      - ¡El rey de Siam no conocía el hielo!

   Nada comprenden algunos cortesanos; sin embargo, aplauden con sigilio, porque el otro niño aún duerme.

     - En efecto alteza. Sois mucho más sagaz que el rey de Siam, quien ni conocía el hielo ni, sobre todo, concebía el conocerlo. Ahora, si sois tan amable, mirad por el orificio de la caja que tenéis entre las manos…

 _ 

     p301 … - ¿Alquimista, señora? ¿Me llamáis alquimista? ¿Insinuáis que he sido alquimista? - Alza y agita Welldone sus manos enguantadas, mientras laza preguntas a la marquesa de Krenker como un partida de caza disparando a una liebre esquiva- ¿Me ve la señora marquesa como un hombre que se aleja del mundo por gusto, que se aparta a una aldea remota, a una mísera tintorería, por ejemplo, para renunciar a las pasiones agradables y desagradables, que todas tienen su esencia y son mejor que nada? ¿O acaso me semejo a aquel que abandona esos altos y esotéricos estudios después de afirmar con la tez pálida, con las mejillas hundidas y cenicientas, briago de melancolía, ya en el gradiente de la locura, «Esto no le importa a nadie, ni a mí mismo»? 

     - Le ruego… -inicia una disculpa la marquesa de Krenker llevándose la mano cargada de anillos y de pecas al escote, al collar o al corazón.

      En vano.

     - ¿Me imagináis, señora marquesa, como aquel que afirma: «A quien le importa este sacrificio cuando tanto estudio habrá de corromperse entre charlatanes, se disolverá en la sesera de los ineptos, cuando una noche feliz de hallazgo sólo sea abono para la vulgaridad de sus recaderos»? 

     - Querido amigo, mon cher… -la de Krender lo prueba de nuevo.

    Ni caso.

    Alquimista- ¡Alquimia! Paralizados ya, consumiremos nuestra vida en esos amargos laberintos de retortas donde bulle el agua regia, mientras de ultramar llega verdadera abundancia y se construyen palacios y las mujeres son cada día más hermosas y el sabor de sus pechos más dulce y más salado y más picante, y el sabor del café indescriptible, y el tacto de la seda más rico y variado, y el vino, tan distinto a este que nos han servido, más gustoso, pleno, delicioso y vuelve menos estúpido y obsequia con horas de sueño excelente. ¡Abandonemos la alquimia, marquesa¡ ¡Mire al pobre Newton! Toda su vida estudiando para que al final solo se aprovechen cuatro tonterías que urdió en su juventud… Para que este mundo te tome en serio no es necesaria la ciencia, solo el esprit y unas cuantas clases de danza en Paris, con el vivaracho Marcel. Así que adiós a ese carácter huraño que da el estudio, al papiro amarillento, al espejismo de hondura con que nos engaña el solitario retiro. Sustituyámoslos por unas sentencias chispeantes oídas aquí y allá, mucha galantería y, sobre todo, mucho silencio. Otro silencio, claro… Vista de halcón, paso de gato, diente de lobo y hacerse el bobo. Un bobo con esprit, claro es.

    - No he entendido una palabra de lo que ha dicho, señor de Welldone –replica la marquesa-. Pero si le he ofendido al interesarme por su pasado, solicita una disculpa. No hacía más que repetir… 

     - Si permite echarme ahora mismo encima suyo, la disculpo de todo y verá, de paso, qué contenta se pone…

 _ 

      De «EL HUEVO DEL BASILISCO» 

      p328  … - Que dos más dos sumen cuatro, alteza, resulta exacto y hasta necesario, yo diría; pero que sumen cinco fascina, entretiene y consuela. Voltaire era un merluzo. De los muertos, alteza, solo la verdad.

 _ 

   GaviotaYGatoMartín traza rápidas líneas. Intenta dibujar una escena que esta sucediendo en el tejado de palacio, entre mansardas, hacia la cornisa. Un gatito azafrán, que a saber cómo ha subido allí, pugna, esquiva, se esconde, salta y se equilibra, lucha con la gaviota que le acosa. La gaviota bate sus alas, queda suspendida en el aire para desconcierto del felino, que intuye la trampa del vacío como intuye que carece de hasta ahora subestimado don del vuelo. Y se enrosca el gatito en sus pasos, algo desquiciado. Ahora, la gaviota hipnotiza al felino al enfrentarle la trémula blancura de su vientre y, al vele confuso, lanza el pico. Sobre la escena, la inmensidad del cielo…

   p357  … Así que, una tarde, Ella y el Humanista, a partir de un comentario a Tito Livio, traman una sucesión de certezas, ese zambullirse derecho y sin trabas en el magma del caos hacia una revelación, elaboran una ley similar a las leyes de la filosofía natural, que siempre se cumple y siempre se comprueba.

     Este es el inicio de la ley.

     Examen de concienciaSi uno se esfuerza verá con los ojos de los muertos, verá sus colores y será Poncio Pilato o Cayo Julio César, o su esclavo. Por eso nunca se hace, porque somos vanidosos y nos avergonzamos de nuestro pasado, cargamos con él. Por ello, con el paso del tiempo y para sanarnos, hacemos que los hechos imprevistos se vuelvan inevitables. De ese modo, lo que llamamos Historia, la explicación de los hechos de los hombres, influye sobre las cosas, pero no explica su naturaleza verdadera. Adán sabe que está desnudo porque ha mordido la manzana. Luego, sabe, Luego, se esconde porque sabe. Luego inventa una falsa sabiduría. Luego, esa sabiduría es un bálsamo, pero una mentira. El hombre se enmascara para no avergonzarse del mismo azar de ser hombre, de su mínima importancia, de que solo es deudor de la nada. Por ello se traiciona a sí mismo. Bebe la sangre de los antiguos, no para alimentarse, sino para reafirmarse y reconfortarse en su idea de hombre según conventa. Y esa conveniencia hace que el hombre se vuelva vampiro. 

     Y así el hombre no sabe a ciencia cierta de su pasado, si lo ha corrompido engañándose, ¿cómo aprenderá de sus lecciones?, ¿cómo razonará su presente?, ¿cómo aventurará su futuro? Es incapaz. Todo en él será sorpresa, incómodo asombro, y más beber sangre con que sanar la sorpresa. Lo imprevisto será inevitable, sí, pero seguirá perdido en el Tiempo y en el Espacio. Ése es el cómico y trágico equilibro del mundo. Días con sus noches. Hombres son sus vampiros. Lo imprevisto, inevitable.

    Ésa es la ley. 

   Y le llaman «Ley del Vampiro». Convencidos, como les ha ocurrido a tantos muchas veces, de que esa idea no existía antes de que ellos la pensaran, de que estaban viviendo un momento único, irrepetible…

 _ 

      p363  … … Le llama pues a Versalles y le presenta a su hermana, la Pompadour, quien se encanta con las historias del Humanista. Así que, la Pompadour, a su ver, le presenta al rey, el decimoquinto Luis.

   LuisXV MPompadour Ya está dentro el Humanista. Ha escalado la más alta tapia. Veladas en el Trianón con los más allegados a la Favorita: Gontaut, la de Brancas y el cardenal Bernis, ministro todopoderoso, al menos hasta el punto que marca la Pompadour. Nada le cuesta al Humanista aprender los ritos cortesanos en las antesalas; era lo mismo de siempre, sólo que más lento el ademán: leer en los gestos mínimos, en los hombros tensos, en las manos impacientes; valorar las dosis de veneno en cada tono, dónde se arrojan las miguitas de un chisme y dónde no; cómo u cuándo se recogen y por qué se transmiten; las calidades de los lazos sin amistad, de las aversiones sin odio, del honor sin virtud, del respeto por las apariencias y las verdades sacrificadas. Lo necesaria que es la estudiada maledicencia para mantener unido ese dorado corral, el gran mundo entre los grandes mundos. El significados de las volutas y las espirales, líneas de gracia que limitan las paredes y los techos estucados. Cada ornamento es un floreo político.

     Como al parecer el rey se divierte con el Humanista, a éste le llueven invitaciones de las mejores casas parisinas.

   No es mala vida la del Humanista. Sin embargo, la curiosidad ajena es una alimaña bifronte, que besa o que muerde; y aunque quizá no sea argumento de general aplicación, afirmo que si una de esas cabezas parece insaciable, la otra, la que muerde, lo es sin duda. Los aforismos cuestas lo que valen: nada. Pero continuemos que me estoy alargando para bien poca cosa: instruirte, avisarte. Decirte que soy tú y tú nunca serás yo…

 _ 

    Fete Raison… Uno es los que los demás hacen de ti. Ése es el único valor, y en mi caso, el único patrimonio. Al conde de Saint-Germain le da por filosofar, que consuela mucho. Y lo que filosofa el conde de Saint-Germain es lo siguiente: un mundo, unas cortes, donde el máximo valor es la apariencia y el máximo dolor no es la ignorancia, ni la esterilidad moral, es un mundo fracasado. Al mismo tiempo, ese mundo grita por medio de sus mejores bocas: «¡Sed razonables y seréis felices!» Me río yo de eso. Prueba a razonar y a ser feliz en un mundo en que Razón y Felicidad son tan vulnerables a la devastación de ridículo. La felicidad razonable es delicada como el cristal, no es nada solemne, y a todo se expone. Yo no me gustaría hablar demasiado de ese afán de razonable felicidad en los mismos philosophes que la propugnan. En lo más hondo, esos individuos no soportan lo que vocean y si lo vocean sólo es para darse importancia: razón, felicidad. Unos y otros, esos y aquellos, sólo sienten una calma enfermiza cuando termina la fiesta, cuando el instante se agota, cuando todos miran a todos. ¿Y qué ven? El fin del baile. Los músicos se han dormido tras arrojar los violines al parqué. Churretones de polvo y de pintura se deslizan cara abajo y revelan pieles lívidas, enlodadas, el eficiente espectáculo de muchas vanidades rotas. Ésa es la paz. Sólo eso enlaza corazones y libera. Y así camina el mundo, porque así ha de ser y será. Un mundo que desea marcar a fuego el destino de «los que son tolerados», de «los que toleran» y de todos aquellos infelices que , agazapados en la noche, miran ese mundo desde el otro lado de los ventanales. Pero, insisto, así ha de ser…

 _ 

          De    «EL MEJOR DÍA DE NUESTRAS VIDAS» 

      p437   Nadie duerme. 

    En la noche de París, las luces y su danza de sombras ondean hasta el alba, ya en salones con lámparas de cincuenta caireles, ya en buhardillas de techo oblicuo y vela exhausta. Se canta, se baila, se discute, rasgan el papel diez mil plumas enardecidas, tiemblan los dedos que los sostienen: no hay silencio en la ciudad que merezca tal nombre. Solo cuando las calles vacías retienen el aliento hasta la aurora, de algún mansión, y por la puerta de servicio, asoman figuras con bultos y van y vienen de un carroza azul con blasón tallado –chef-d’oeuvre de un ebanista menor –mientras el tiro mastica heno para un largo viaje. La carroza abandona la ciudad al galope por callejones vacíos, chisas en los cascos. El rápido vehículo evita el Sena y las plazas principales, elude el paso ante las Tullerías, donde el coche sería reconocido por algún miembro de la ya menguada corte; y, desde luego, los viajes evitan el Campo de Marte como si fuera la misma puerta del Averno, porque allí la chisma prepara festejos absurdos. Al paso fulgurante, la FiestaSerSupremocarroza atropella borrachos, salpica cieno, esparce el zumbido de insectos dementes que ya no distinguen el día de la noche, azúcar de carco o de boñiga… 

    p446   … Los reyes y el delfín saludan desde un pódium distante, pero magnífico, y, al hacerlo, los cientos de miles se descubren. Oficia la misa el obispo Talleyrand, tal como la lleva ensayada y aprendida. La Fayette hace caracolear su caballo blanco ante una ovación que, a buen seguro, ha de oírse en toda Europa. Una madre, la Madre, asciende los escalones de aquel mismo Altar con su recién nacido en brazos, y allí el niño reclama por boca materna su recién nacido en brazos, y allí el niño reclama por boca materna su dignidad de hombre y de francés, toma posesión de la patria, entra en la esperanza y jura fidelidad a la nación, a la ley, al rey. Y entonces, y al unísono, los cientos de miles juran, mientras en cada plaza de cada pueblo de Francia se jura. Retumba el cañonazo suena la música y aplausos y sollozos y escalofríos de emoción conmueven la Tierra

     mirabeauAl terminar la primera y más importante ceremonia, mientras el gentío se desordena y aglomera en torno al Altar para acariciarlo y besarlo, Los Rivette animan a Martín para que les acompañe a una recepción en el palacete de Mirabeau. El de Viloalle elude el compromiso y se cita con ellos para la cena. Debe cultivar una paradoja que le ha venido a la cabeza durante esa fiesta inaugural: allí, en ese Campo de Marte, y a día de hoy, el ritual masónico de iniciación se ha mezclado con el sentimentalismo de Rousseau y sus epígonos, y ha pasado de ceremonia secreta a la más grande las celebraciones que se ha visto nunca. ¿Conclusión? O los designios de Providencia son ciertamente inescrutables, o Providencia está borracha como una cuba. Una melopea de las alegres, sin duda, pero colosal melopea. Acto seguido, el de Viloalle se impone borrar de su mente esos silogismos como enredaderas que se diluyen en vanos sofismas: las conclusiones han de dictarlas sus dibujos…

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