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Fragmentos de libros. MIENTRAS ESCRIBO de  Stephen King  Fragmentos II

Acceso/Volver a los FRAGMENTOS I de este libro: LaRue2 177s
Continúa...     (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas)

De 12    38

  … Hacia 1960, Forry (quien se refería a veces a sí mismo como «Ackermonster») pertrechó Spacemen, una revista efímera pero interesante cuyo tema eran las películas de ciencia ficción. En 1960 envié un cuento, mi primer envío a una publicación, si no me falla la memoria. Se me ha olvidado el título, pero aún estaba en mi fase de desarrollo Ro-Man, y no me cabe duda de que el cuento reflejaba una deuda clarísima hacia el mono asesino con cabeza de pecera.

   MaqRoyal2Me lo rechazaron, pero Forry se lo quedó. (Forry se lo queda absolutamente todo, como puede corroborar cualquier persona que haya visitado su casa, la Ackemansión.) Unos veinte años después, durante una sesión de autógrafos en Los Ángeles, apareció Forry en la fila… con mi cuento, redactado a un espacio con la máquina de escribir Royal que me regaló mi madre en Navidad al cumplir los once años (máquina de la cual hace tiempo que no quedan vestigios). Quería que se lo firmara, y supongo que lo hice, aunque fue un encuentro tan surrealista que no puedo estar seguro. Para que hablen luego de fantasmas. Hay que ver.

Nada, ideas mías.

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De 16    45

  … Al recibir la nota de rechazo del Alfred Hitchcock Mystery Magazine, clavé un clavo en la pared de encima del tocadiscos Webcor, escribí «Happy Stamps» en la nota y la enganché en el clavo. Después me senté en la cama y puse I’m ready de Fats Domino. La verdad es que estaba bastante contento. A la edad en que todavía no hay que afeitarse, el optimismo es una respuesta perfectamente legítima al fracaso.

Cuando tuve catorce años (y me afeitaba dos veces por semana, hiciera o no falta), el clavo de mi pared ya no aguantaba el peso de todas las notas de devolución que había ido acumulando. Lo sustituí por uno más largo y seguí escribiendo. A los dieciséis ya había recibido algunas notas con mensajes a mano un poco más alentadores que el consejo de no grapar y usar clips. La primera FantasyAndScienceFictionde las notas esperanzadoras era de Algis Budrys, a la sazón director de Fantasy and Science Fiction, que leyó un cuento mío titulado «La noche del tigre» (creo inspirado en un episodio de El fugitivo donde el doctor Richard Kimble trabaja en un zoo o un circo limpiando jaulas) y escribió: «El cuento es bueno, No está en nuestra línea, pero es bueno. Tiene usted talento. Envíenos más cosas.» 

Solo eran cuatro frases cortas garabateadas con una pluma que manchaba mucho, pero alegraron el triste invierno de mis dieciséis años. Unos diez años más tarde, cuando ya había vendido un par de novelas, descubrí «La noche del tigre» en una caja de originales viejos y consideré que seguía siendo un relato muy digno, aunque se notara que lo había escrito un principiante. Entonces lo reescribí y me di el capricho de volver a enviarlo a F&SF. Esta vez lo aceptaron. He observado que, cuando ya has tenido un poco de éxito, las revistas recurren bastante menos a la fórmula «No está en nuestra línea».

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De 20     62

  … Los dos años que faltaban para acabar el instituto me depararían muchas clases de literatura, y la facultad muchas de narrativa y poesía, pero aprendí más en diez minutos con John Gould. Ojalá conservara el artículo, porque merecería enmarcarse con las correcciones, pero guardo un recuerdo bastante claro del texto y de su aspecto después de que Gould lo hubiera repasado con el bolígrafo negro. He aquí un ejemplo:

Anoche, en el popular gimnasio del instituto de Lisbon, la hinchada local y la de Jay Hills reaccionaron con el mismo asombro ante una proeza deportiva sin parangón en la historia del centro. Bob Ransom, cuya estatura y puntería le han granjeado el apodo de Bob el Bala, marcó treinta y siete puntos. No, no han ustedes leído mal. Lo hizo, además, con elegancia, rapidez… y una educación poco frecuente, que se tradujo en dos únicas personales en toda su búsqueda caballerosa de un récord que no se había roto en Lisbon desde los años de Corea1953

… Al llegar a «los años de Corea», Gould interrumpió la lectura y me miró.

- ¿De qué año era el último record? –preguntó.

Suerte que yo tenía mis apuntes: 

- De 1953 –contesté.

Gould gruño y siguió corrigiendo. Cuando terminó de marcar el texto tal como aparece encima de estas líneas, levantó la cabeza y vio algo en mi cara. Debí de parecerle horrorizado, pero estaba en éxtasis. Pensé: ¿por qué no hacen los mismo los profesores de lengua? Era como el «hombre visible» que tenía Diehl en su mesa del aula de biología.  

- Oye, que solo quito lo que está mal, ¿eh? –dijo Goud-. En general es muy correcto. 

- Ya –dije yo, refiriéndome a las dos cosas: a que en general era muy correcto y a que solo quitaba lo que estaba mal- No se repetirá.

Él rió. 

- Pues entonces nunca tendrás que ganarte la vida trabajando. Podrás dedicarte a esto. ¿Quieres que te explique alguna de las correcciones? 

- No –dije yo. 

- Escribir una historia es contársela uno mismo –dijo él-. Cuando reescribes, lo principal es quitar todo lo que no sea la historia…

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De 23     68

  tabitha king… Ha funcionado. Nuestro matrimonio ha durado más que todos los dirigentes mundiales, a excepción de Castro, y seguimos hablando, discutiendo, haciendo el amor y bailando con los Ramones, lo más probable es que siga funcionando. Nos habían educado en confesiones distintas, pero Tabby, como feminista, nunca había tenido mucha afición por el catolicismo, una religión donde los hombres hacen las leyes (incluida la directriz emanada por Dios de meterla sin condón) y las mujeres lavan la ropa interior. En cuanto a mí, si bien creo en Dios, no me interesa una religión organizada. Compartimos orígenes sociales humildes. Los dos comíamos carne, éramos políticamente demócratas y teníamos el típico recelo hacia todo lo que no fuera vivir en Nueva Inglaterra. Sexualmente éramos compatibles, y de naturaleza monógama. No obstante, lo que más nos une son las palabras, el lenguaje y el oficio compartido…

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[…] No quiero hablar de mi generación con un tono demasiado despectivo (o sí: tuvimos la oportunidad de cambiar el mundo y preferimos la teletienda), pero todos los aspirantes a escritores que conocí en la universidad estaban convencidos de que sólo se escribía bien de manera espontánea, en un estado de arrebato que era un pecado desaprovechar. El constructor de la «escalera de Donovanestrellas» soñada no podía limitarse a andar por el suelo con un martillo. Quizá el arte poética de 1969 nunca se haya expresado mejor que en un letra de Donovan: «Primero hay un montaña / Luego no hay ninguna montaña / Luego sí.» Los aspirantes a poetas vivían en un mundo brumoso con resabios de Tolkien, cazando poemas en el éter. Era una opinión bastante unánime: el arte de verdad procedía de… ¡del más allá! Los escritores eran taquígrafos bienaventurados que obedecían al dictado divino. Como no quiero avergonzar a ninguno de mis compañeros de clase de entonces, pondré un ejemplo ficticio de lo que explico, creado con fragmentos de varios poemas reales:

Cierro los ojos
Veo a oscuras a
Rimbaud
A oscuras
Trago la tela de
La soledad
Aquí estoy grajo
Aquí estoy cuervo

 Si se le ocurría a alguien preguntar al poeta por el «significado» del poema, se exponía a una mirada de desprecio y al silencio incómodo del resto del grupo. Es evidente que no les habría quitado el sueño la posibilidad de que el poeta fuera incapaz de explicar algo sobre el mecanismo de la creación. Si se insistía en ello, el autor o autora podían contestar con toda tranquilidad que no existía ningún mecanismo, solo la emoción seminal: hay una montaña, luego no hay ninguna montaña, luego sí. Y si el poema resultante peca de vago, se basa en la premisa que las palabras genéricas como «soledad» tienen el mismo sentido para todos… pues nada, tío, pasando de rollos anticuados y a disfrutar…

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De 28 y 29      82 y 84 (sobre Carrie)

   Carrie 1Edi… También me fijé en que las duchas, a diferencia de las del vestuario de los chicos, tenían cortinas de plástico rosa colgadas con anillas. Era posible ducharse con intimidad. Al comentárselo a Harry, se encogió de hombros.

- Es que a las chicas les da un poco más de corte estar desnudas que a los chicos.

Un día, en la lavandería, me acordé del vestuario y empecé a visualizar la escena inicial de un relato: un grupo de niñas duchándose sin anillas, cortinas de plástico rosa ni intimida, y una de ellas que empieza a tener la regla. Lo malo es que no sabe qué es, y las demás (asqueadas, horrorizadas, divertidas) empiezan a tirarle compresas. O tampones, descritos por Harry como «tapachochos». La niña se pone a gritar. ¡Cuánta sangre! Cree estar muriendo, y que sus compañeras se burlan de ella en plena agonía… Reacciona… Contraataca… Pero ¿cómo?

Hacia unos años que había leído un artículo en Life donde se planteaba la hipótesis de que ciertos casos de poltergeist fueran fenómenos de telequinesia (entendiéndose por ello la facultad de desplazar objetos con el pensamiento). Ciertas pruebas, sostenía el artículo, apuntaban a que la gente joven era más propensa a tener esa clase de poderes, sobre todo las niñas en el inicio de la adolescencia, cuando tenían la primera…

Telequinesis¡Zas! Acababan de unirse dos ideas sin relación previa, la crueldad adolescente y la telequinesia, y se me ocurrió una idea… […] La idea se quedó una temporada en punto muerto, hirviendo a fuego lento en la zona del cerebro que no pertenece ni a la conciencia ni al subconsciente… […] Empecé por un borrador de tres páginas a un solo espacio, pero me gustaba tan poco que las arrugué y las tiré a la basura. 

Les veía cuatro pegas. La primera y menos importante era el hecho de que el argumento no me despertara ninguna emoción. La segunda, algo más importante, era el hecho de que no me cayera muy bien la protagonista. Carrie White me parecía obtusa y pasiva, un víctima fácil. Las demás niñas le tiraban tampones y compresas, coreando «¡Que lo tape! ¡Que lo tape!», pero me daba igual. La tercera pega, en orden creciente de importancia, era no sentirme en mi terreno ni con el entorno ni con mi reparto exclusivamente femenino. Había aterrizado en el Planeta Hembra, y para recorrerlo no me servía de mucho una antigua visita al vestuario femenino del instituto de Brunswick. Siempre he escrito más a gusto cuando ha sido un acto íntimo, con el erotismo de dos pieles en contacto. Carrie me daba la sensación de llevar un traje de neopreno y no poder quitármelo. La cuarte pega, y primera en importancia, fue darme cuenta de la única manera de sacarle partido al argumento era escribir un relato bastante largo… Recelé de perder dos semanas elaborando una novela corta que ni me gustaba ni podría venderse. Solución: tirarla a la basura.

La noche siguiente cuando volví del del colegio, el borrador estaba en poder de Taby. Lo había visto al vaciar la papelera, había limpiado de ceniza las páginas arrugadas, las había alisado y se había sentado a leerlas. Expresó su deseo de que acabara el relato. Yo alegué que no tenía ni puta idea sobre las niñas de instituto, y dijo ella que me ayudaría… 

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CarrieBaile[…] Carrie White no llegó a caerme simpática, ni yo a confiar en los motivos de Sue Snell para prestarle a su novio en el baile, pero es verdad que el argumento tenía posibilidades. Toda una carrera de escritor, por ejemplo. Lo había intuido Tabby, y lo entreví yo cuando llevaba amontonadas cincuenta hojas a un solo espacio. Para empezar, dudé que el baile de Carrie White pudiera olvidársele a alguno de los asistentes. Los pocos que sobrevivieran, vaya.

Antes de Carrie ya había escrito tres novelas… […] pero ninguna de las tres me enseñó tanto como Carrie White. Aprendí dos cosas: primero, que la impresión inicial del autor sobre el personaje o personajes puede ser tan errónea como la del lector. Segundo (pero no en importancia), darse cuenta de que es mala idea dejar algo a medias solo porque presente dificultados emocionales o imaginativas. A veces hay que seguir aunque no hay ganas. A veces se tiene la sensación de estar acumulando mierda, y al final sale algo bueno…

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De 35 y 36     105  (sobre dependiencias)

  Miller LiteLos alcohólicos erigen defensas como diques los holandeses. Yo me pasé los primeros doce años de mi vida matrimonial diciéndome que «solo me gustaba beber». También empleé la Defensa Hemingway, famosa en el mundo entero. Nunca se ha expuesto con claridad (porque no sería de machos), pero consiste más o menos en lo siguiente: soy escritor, y por lo tanto muy sensible, pero también soy un hombre, y los hombres de verdad no se dejan gobernar por la sensualidad. Eso sería de maricas. En conclusión, que bebo. ¿Hay alguna otra manera de afrontar el horror existencial y seguir trabajando. Oye, y que no pasa nada, que controlo. Como buen machote.

Todo hasta que a principios de los ochenta la asamblea legislativa del estado de Maine aprobó una ley sobre botellas y latas retornables. A partir de entonces mis latas de medio litro de Miller Lite ya no acababan en la basura, sino en un contenedor de plástico que había en el garaje. Un jueves por la noche salí a tirar unas cuantas, caídas en combate. Para mi sorpresa, el contenedor, vacío el lunes por la noche estaba casi lleno. Y siendo yo el único bebedor de Miller Lite de toda la casa. 

¡La ostia, tío!, pensé. ¡Soy alcohólico! Y no se elevó en mi cabeza ninguna opinión disonante. Téngase en cuenta que hablo de alguien que había firmado El resplandor sin darse cuenta de esta escribiendo sobre sí mismo-… […] no faltaría quien me TheShiningaconsejara controlar mi afición a la bebida, y decirle a un alcohólico que controle lo que bebe es como decirla a alguien con una diarrea de las que hacen historia que controle los esfínteres. Tengo un amigo que ha pasado por lo mismo y cuenta una anécdota graciosa sobre su primera tentativa de recuperar el dominio de una vida que se le escapaba. Acudió a un psicólogo y digo que a su mujer le parecía mal que bebiera tanto.

 - ¿Cuánto bebe? –preguntó el sicólogo.
    Mi amigo lo miró con incredulidad.
    - Todo –contesto, como si cayera por su peso.
  Sé lo que sentía. Yo ya hacía casi doce años que no pruebo el alcohol, pero sigue pareciéndome inconcebible…

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 […]  Poco tiempo después, mi mujer llegó a la conclusión de que no saldría solo de aquella espiral descendente e intervino. Dudo que fuera fácil, porque yo ya estaba muy lejos de cualquier sensatez, pero lo consiguió. Montó un grupo de intervención formado por parientes y amigos, y fue obsequiado con una especie de Esta es su vida en el infierno. El  primer paso que dio Tabby fue vaciar en la alfombra una bolsa de basura llena de cosas de mi despacho: latas de cerveza, colillas, cocaína en botellitas de gramo, más cocaína en bolsitas, cucharitas para coca manchada de mocos y sangre seca, Valium, Xanax, frascos de jarabe Robitussin para la tos y de NyQuil anticatarro, y hasta botellas de elixir bucal. Aproximadamente un año antes, al observar la rapidez con que desaparecían del lavabo auténticos botellones de Listerine, me preguntó Tabby si me lo bebía. Mi respuesta, imbuida de altivez y superioridad, fue que cómo iba a bebérmelo. Y era verdad. Prefería beberme el Scope, que era más agradable porque sabía un poco a menta.

facinateEl sentido de la intervención, de la cual puedo asegurar que fue tan desagradable para mi mujer e hijos que para mí, es que yo me estaba matando delante de sus narices. Dijo Tabby que tenía dos alternativas: o hacer un tratamiento de rehabilitación o marcharme enseguida de casa. Dijo que me querían los tres, ella y los niños, y que por eso no quería presenciar mi suicidio.

Yo regateé, que es lo que hacen lo adictos…

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De la Parte III   CAJA DE HERRAMIENTAS

De 3     135  

  ... Yo también tengo mis antipatías. Opino, por ejemplo, que habría que poner de cara a la pared a cualquier persona que empleara la expresión «qué legal», y que los usurarios de otras mucho más aborrecibles, como «en aquel preciso instante» o «al final del día» se merecen acostarse sin cenar (o sin papel para escribir). Tengo dos manías predilectas relacionadas con la escritura al nivel más básico, y no quiero cambiar de tema sin desahogarme.

Los verbos pueden conjugarse en dos voces, activa y pasiva. El sujeto de una frase con el verbo en voz activa hace algo, mientas que al de una frase con el verbo en voz pasiva le están haciendo algo. El sujeto no intervine. Te recomiendo evitar la voz pasiva… […] no formulan ninguna hipótesis sobre la afición de muchos escritores a la voz pasiva, pero yo me atrevo. Me parece que es una KingByNafición propia de escritores tímidos, igual que los enamorados tímidos tienen predilección por las parejas pasivas. La voz pasiva no entraña peligro. No obliga a enfrentarse con ninguna acción problemática. Basta con el sujeto cierre los ojos y piense en Inglaterra, parafraseando a la reina Victoria. Creo, además, que los escritores inseguros también tienen la sensación de que la voz pasiva confiere autoridad a lo que escriben, y puede que hasta cierta majestuosidad. Supongo que es verdad, al menos en la medida en que puedan parecer majestuosos los manuales de instrucciones y los escritos jurídicos. 

Escribe el tímido: «La reunión ha sido programada para las siete.» Es como si le dijera una vocecita: «Dilo así y la gente se creerá que sabes algo.» ¡Abajo con la vocecita traidora! ¡Levanta los hombres, yergue la cabeza y toma las riendas de la reunión! «La reunión es a la siete.» Y punto. ¡Ya está! ¿A que sienta mejor?

Tampoco pretendo suprimir del todo la voz pasiva. Supongamos, por ejemplo, que se muere alguien en la cocina, pero que acaba en otra habitación. Una manera digna de explicarlo es «El cadáver fue trasladado de la cocina y depositado en el sofá del salón.», aunque confieso que el «fue trasladado» y «fue depositado» siguen poniéndome los pelos de punta. Los acepto, pero no los aplaudo. Preferiría «Freddie y Myra sacaron el cadáver de la cocina y lo depositaron en el sofá del salón». Además, por qué tiene que ser el cadáver el sujeto de la frase? ¡Coño, si está muerto! Bueno, da igual.

EvitaVozPasivaDos páginas seguidas de voz pasiva (las hay en casi cualquier texto comercial, y en kilos y kilos de narrativa barata) me dan ganas de gritar. Queda fofo, demasiado indirecto, y a menudo enrevesado. «El primer beso siempre será recordado por mi memoria como el inicio de mi idilio con Shayna.» ¿Qué tal? Un bodrio, ¿no? Hay maneras más sencillas de expresar la misma idea, y con más ternura y más fuerza. Por ejemplo así: «Mi idilio con Shayna empezó con el primer beso. No lo olvidaré.» No es que me encante, por el doble «don», pero al menos nos hemos desmarcado de la voz pasiva maldita…

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[…]  El otro consejo pendiente antes de progresar hacia el segundo nivel de la caja de herramientas es el siguiente: desconfía del adverbio… […] Cuando un escritor emplea la voz pasiva, esta suele expresar miedo a no ser tomado en serio. Es la voz de los niños que se pintan bigote con betún, y de las niñas que intentan caminar con los tacones de mamá. Mediante los adverbios, lo habitual es que el escritor nos diga que tiene miedo de no expresarse con claridad y de no transmitir el argumento o imagen que tenía en la cabeza. 

AdverbsExaminemos la frase «cerró firmemente la puerta». Reconozco que no es del todo mala (al menos tiene la ventaja de un verbo en voz activa), pero pregúntate si es imprescindible el «firmemente». Me dirás que expresa un grado de diferencia entre «cerró la puerta» y «dio un portazo», y no es que vaya a discutírtelo… pero ¿y el contexto? ¿Qué decir de toda la prosa esclarecedora (y hasta emocionante) que precedía a «cerró firmemente la puerta»? ¿No debería informarnos de cómo la cerro¿ Y, si es verdad que nos informan de ello las frases anteriores ¿no es superflua la palabra «firmemente»? ¿No es redundante?

Ya oigo a alguien acusándome de pesado. Lo niego. Creo que de adverbios está empedrado el infierno, y estoy dispuesto a bocearlos desde los tejados. Dicho de otro modo: son como el diente de león. Uno en el césped tiene gracia, queda bonito, pero, como no lo arranques, al día siguiente encontrarás cinco, al otro cincuenta… y a partir de ahí, amigos míos, tendréis el césped «completamente», «avasalladoramente» cubierto de diente de león. Entonces los veréis como lo que son, malas hierbas, pero entonces, ¡ay!, entonces será demasiado tarde...

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[…] He sabido esquivar bastante bien la voz pasiva, pero en mi época también me he deshecho de adverbios, algunos (vergüenza me da decirlo) en diálogos. Suele ser por la misma razón que los demás escritores: por miedo de que si no los pongo no me entienda el lector.

Soy de la opinión de que los defectos de estilo suelen tener sus raíces en el miedo, un miedo que puede ser escaso si sólo se escribe por gusto(recuérdese que he hablado de timidez), pero que amenaza con intensificarse ne cuanto aparece un plazo de entrega…

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De la Parte IV    ESCRIBIR

  158  

OnWriting... Ahora bien, si no tienes ganas de trabajar como una mula será inútil que intentes escribir bien. Confórmate con tu medianía y da gracias de tenerla por cojín. Existe un “muso”, (tradicionalmente las musas eran mujeres; pero el mí es varón. Habrá que acostumbrarse) pero no esperes que baje revoloteando y esparzo polvos mágicos creativos sobre tu máquina de escribir u ordenador. Vive en el subsuelo. Es un habitante del sótano. Tendrás que bajar a su nivel y, cuando hayas llegado, amueblarle el piso. Digamos que te toca sudar la gota gorda, mientras el muso se que sentado, fuma, admira las copas que ha ganado en la bolera y finge ignorarte. ¿Te parece justo? Pues a mí sí. No digo que el muso sea un guaperas, ni muy hablador (yo máximo que consigo arrancarle son gruñidos de mal humor, menos cuando está de servicio), pero la inspiración es suya. Es justo que hagas tú todo el trabajo y te quemes las cejas, porque el del puro y las alitas tiene un saco lleno de magia. Y lo que contiene el saco puede cambiarte la vida.

Hazme caso, porque lo sé.

 _ 

    De I    158  

Si quieres ser escritor, lo primero es hacer dos cosas: leer mucho y escribir mucho. No conozco ninguna manera de saltárselas. No he visto ningún atajo.

Yo soy un lector lento, pero con una media anual de setenta u ochenta libros, casi todos de narrativa. No leo para estudiar el oficio, sino por gusto. Cada noche me aposento en el sillón azul con un libro en las manos. Tampoco leo narrativa para estudiar el arte de la narrativa, sino porque me gustas las historias. Existe, sin embargo, un proceso de aprendizaje. Cada libro que se elige tiene una o varias cosas que enseñar, y a menudo los libros malos contienen más lecciones que los buenos… […] Leyendo prosa mala es como se Novel3Malasaprende de manera más clara a evitar ciertas cosas. Una novela como Mineros de asteroides (o El valle de las muñecas), Flores en el ático y Los puentes de Madison, por dar algunos ejemplo equivale a un semestre en una buena academia de escritura, incluidas las conferencias de los invitados estrella. Por otro lado, la buena literatura enseña al aprendiz cuestiones de estilo, agilidad narrativa, estructura argumental, elaboración de personajes verosímiles y sinceridad creativa… 

[…] Acabada la media hora de ensayo, metía el saxo en la funda y no volvía a sacarlo hasta la clase o ensayo siguiente.

La lección que extraje fue que entre mi hijo y el saxo nunca habría música real, sino puro y simple ensayo, y eso no sirve. Si no te diviertes no sirve de nada. Vale más dedicarse a otra cosa donde puedan ser mayores las reservas de talento, y más elevado el cociente de diversión.

 DasLebenEl talento priva de significado al concepto de ensayo. Cuando descubres que estás dotado para algo, lo haces (sea lo que sea) hasta sangrarte los dedos o tener los ojos a punto de caerse de las órbitas. No hace falta que te escuche nadie (o te lea, o te mire), porque siempre te juegas el todo por el todo, porque tú, creador, te sientes feliz. Quizá hasta en éxtasis. La regla se aplica a todo: leer y a escribir, tocar un instrumento, jugar el beisbol… Lo que sea. El programa agotador de lectura y escritura por el que abogo (de cuatro a seis horas diarias toda la semana) solo lo parecerá si son actividades que ni te gustan ni responden a ningún talento tuyo. De hecho, puede que ya estés siguiendo uno parecido. Si no es así, y te parece que necesitas permiso de alguien para leer y escribir cuanto te apetezca, considéralo dado en adelante por un servidor.

La verdadera importancia de leer es que genera confianza e intimidad con el proceso de la escritura. Se entra en el país de los escritores con los papeles en regla. La lectura constante te lleva a un lugar (o estado mental, si lo prefieres) donde se puede escribir con entusiasmo y sin complejos. También te permite ir descubriendo qué está hecho y qué por hacer, y te enseña a distinguir entre lo trillado y lo fresco, lo que funciona y lo que solo ocupa espacio. Cuanto más leas, menos riesgo correrás de hacer el tonto con el bolígrafo o el procesador de textos. 

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   De 2    166

JJoyceSi el Gran Mandamiento es «lee mucho y escribe mucho» (y te aseguro que sí), ¿Cuánto es escribir mucho? Evidentemente, depende del escritor. Una de mías anécdotas favoritas (y que debe de pertenecer al misto, más que a la realidad) tiene como protagonista a James Joyce (** De Joyce se cuentan anécdotas buenísimas. La me gusta más es que desde que le fallaba la vista escribía con ropa de lechero. Al parecer creía que esa ropa captaba la luz del sol y la reflejaba en la página.). Dicen que fue a verlo un amigo y encontró al gran hombre medio caído sobre el escritorio, en una postura de desesperación total.

- ¿Qué te pasa, James? –le preguntó el amigo- ¿Es por el trabajo?

Joyce hizo un gesto de aquiescencia sin levantar la cabeza para mirarlo. Claro que era por el trabajo ¿Podía haber otra razón?
     - ¿Hoy cuántas palabras has hecho? –prosiguió el amigo.
     
- Siete.
     - ¿Siete?   Pero James… ¡Si está muy bien, al menos para ti!
    - Sí –dijo Joyce, decidiéndose a levantar la cabeza-, supongo… ¡Pero es que no sé en qué orden van! 

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[…]

DeathAndKissPinterest... Cuando he empezado un proyecto no paro, y solo bajo el ritmo si es imprescindible. Si no escribo a diario empiezan a ponérseme rancios los personajes, con el resultado de que ya no parecen gente real, sino eso, personajes. Empieza a oxidarse el filo narrativo del escritor, y yo a perder el control del argumento y el ritmo de la narración. Lo peor es que se debilita el entusiasmo de crear algo nuevo; empiezas a tener la sensación de que trabajas, sensación que para la mayoría de los escritores es el beso de la muerte. Cuando se escribe mejor (siempre, siempre, siempre) es cuando el escritor lo vive como un especie de juego inspirado. Yo, si quiero, puedo escribir a sangre fría, pero me gusta más cuando es algo fresco y quema tanto que casi no se puede tocar…

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 De 6    192

… No recuerdo muchos casos en los sintiera la necesidad de describir el aspecto físico de los actores de una historia mía. Prefiero dejar que les ponga cara y cuerpo (y ropa) el lector. ¿A que tienes bastante con saber que Carrie White es una alumna de instituto solitaria, con acné y un vestuario de juzgado de guardia) Del resto puedes encargarte tú, sin necesidad de que te la describa grano a grana y falda a falda. Casos de perdedores en el instituto los conoce todo el mundo; si yo describo el mío, excluyo el tuyo y pierdo una parte del vínculo de comprensión que deseo forjar entre los dos. La descripción arranca en la imaginación del escritor, pero debería acabar en la del lector. A la hora de conseguirlo tiene mucha más suerte el escritor que el cineasta, condenado eternamente a enseñar demasiado… incluido, en nueve casos de cada diez, la cremallera de la espalda del monstruo.

DasLeben2Para que el lector se sienta dentro de la historia, concedo más importancia al escenario y el ambiente que a la descripción de personajes. Tampoco comparto la opinión de que la descripción física deba ser un atajo hacia la personalidad. Ahorradme pues, si sois tan amables, los «ojos azules e inteligentes» del protagonista, y su «barbilla pronunciada de hombre de acción». Son ejemplos de mala técnica y escritura perezosa, el equivalente de los pesadísimos adverbios.

Para mí, una descripción acertada suele componerse de una serie de detalles bien escogidos que lo resumen todo…

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  De 8    209

… En mi caso, lo que les ocurre a los personajes a medida que avanza el relato sólo depende de lo que descubro acompañándolos; de cómo crecen, en suma. Algunos crecen poco. Cuando crecen mucho empiezan a influir ellos en el desarrollo de la historia, no al revés. Empiezo casi siempre por algo situacional. No digo que esté bien, sino que es como tengo costumbre de trabajar. De todos modos, si el relato acaba de la misma manera propendo a verlo como un fracaso, por interesante que pueda resultarnos a mí o a otra gente. Considero que las historias siempre acaban hablando de gente, más que de acontecimientos. Es otra manera de decir que el motor son los personajes. A pesar de todo, cuando se exceden los límites del relato corto (digamos entre dos mil y cuatro mil palabras), mi fe en lo que se llama «estudio de personajes» se debilita bastante; opino que en última instancia siempre debería mandar la historia. ¿Quieres estudios de personajes? Pues cómprate una biografía, o un abono para la temporada de arte y ensayo del grupo de teatro de la universidad. Tendrás todos los personajes que puedas digerir y más.

También es importante pensar que en la vida real no hay nadie que sea «el malo», «el amigo del alma» o «la puta de corazón de oro». En la vida real nos vemos todos como protagonistas, el no va más. Siempre nos enfoca la cámara a nosotros. Si eres capaz de trasladar esta actitud a la narrativa, es posible que no te resulte fácil crear personajes brillantes, pero caerás menos en la trampa de crear monigotes unidimensionales como los que pueblan mucha narrativa popular.

 13Lessons

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... El Lector Ideal también es la mejor manera de calibrar si el relato posee el ritmo correcto, y si has introducido los precedentes de manera satisfactoria.

El ritmo es la velocidad con que progresa la narración. En círculos editoriales corre la idea tácita (y por lo tanto, ni justificada ni analizada) de que las historias y novelas de mayor éxito comercial tienen un ritmo rápido. La premisa, imagino, es que hoy en día la gente está muy ocupada, y se distrae tan fácilmente de la letra impresa que la única manera de no perderla es convertirse en una especie de cocinero de fast food que vende hamburguesas y patatas a todo trapo, recién salidas de la freidora.

MonteFrioAl igual que muchas ideas del mundo editorial que no han sido sometidas a ningún análisis, la que nos ocupa tiene mucho de chorrada. Por eso se quedan de piedra las editoriales ante fenómenos de ventas como El nombre de la rosa, de Umberto Eco, o Monte frío, de Charles Frazier. Sospecho que la mayoría de los editores atribuyen el éxito de esos libros a caídas imprevisibles y lamentables en el buen gusto por parte del público lector.

Y no es que las novelas de ritmo rápido tengan nada de malo, ¿eh?... […] En mi opinión, debería dejarse que cada historia se desarrollara a su propio ritmo, que no siempre es trepidante. Pero ojo: si reduces demasiado la velocidad, corres el riesgo de poner nervioso hasta al lector más paciente.

¿Qué cuál es la mejor manera de encontrar el punto medio? El Lector Ideal, cómo no. Procura imaginar si se aburrirá con tal o cual escena. Si conoces los gustos de tu L.I., aunque solo sea la mitad de bien que yo los del mío, no debería costarte mucho…

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[…] Yo, cuando pienso en el ritmo suelo acudir a Elmore Leonard, que lo explicó a la perfección diciendo que quitaba las partes aburridas. La frase sugiere recortes para acelerar el ritmo, que es lo que acabamos teniendo que hacer casi todos (mata a tus seres querido; mátalos aunque se te rompa tu corazoncito egocéntrico de plumífero)

ElleryQueensDe adolescente, cuando enviaba cuentos a revistas como Fantasy and Science Fiction y Ellery Queen’s Mystery Magazine, me acostumbré a la típica nota de devolución que empieza por «Querido colaborador» (podrían ahorrárselo). Me acostumbré tanto que acabé agradeciendo cualquier frse un poco personal. Eran tan escasas como espaciadas, pero recibirlas siempre me alegraba el día y me hacía sonreír.

En primavera de mi último curso en el instituto de Lisbon (o sea, en 1966) recibí un comentario manuscrito que cambió para siempre mi manera de enfocar las revisiones. Debajo de la firma del directo, reproducida a máquina, figuraba a mano lo siguiente: «No es malo, pero está hinchado. Revisa la extensión. Fórmula: 2ª versión = 1ª versión – 10%. Suerte»

Ojalá me acordara del autor del ingenioso comentario. Quizá fuera Algys Budrys. En todo caso me hizo un gran favor. Copié la fórmula en un trozo de cartón de camisa, la enganche con celo al lado de mi máquina de escribir y no tardaron en pasarme cosas buenas. No es que de repente me hiciera de oro vendiendo cuentos a revistas, pero el número de comentarios personales en las notas de devolución aumentó deprisa… […] Es probable que la «fórmula de revisión» no fuera el único motivo de que empezara a obtener resultados. Sospecho que había llegado mi hora, la hora tan esperada. A pesar de ello, no cabe duda de que la fórmula influyó. Antes de ella, si la primera versión de un relato rondaba las 4.000 palabras, la segunda tendía a las 5.000. (Hay escritores que quitan; yo temo ser, y haber sido siempre, un añadidor nato). La fórmula lo cambió. Todavía hoy, si tengo un primera redacción de 4.000 palabras, me impongo el objetivo de que la segunda no pase de 3.600. Y si la primera versión de una novela tiene 350.000 palabras, me desviviré por redactar una segunda versión de cómo máximo 315.000, y si es posible 300.000. Suele serlo. Lo que me enseñó la fórmula es que todos los relatos y novelas, en mayor o menor medida, son plegables. Si no puedes quitar el diez por ciento, y conservar lo esencial de la historia y el ambiente, es que no te esfuerzas bastante. El efecto de una poda sensata es inmediato, y a menudo asombroso: un Viagra literario. Lo notarás tú, y lo notará tu L.I….

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 SK EstudianteSuelen preguntarme si creo que el escritor novel de ficción puede sacar algún provecho de las clases o seminarios de escritura. Demasiado a menudo, los que me lo preguntan buscan una varita mágica, un ingrediente secreto o quizá la pluma mágica de Dumbo, artículos que, por atractiva que sea la publicidad, no se encuentren en las aulas. Personalmente no creo mucho en las clases de escritura, pero tampoco estoy del todo en contra.

Oriente, Oriente, la esplendida novela tragicómica de T. Coraghessam Boyle, contiene la descripción de una colonia de escritores en el bosque que me pareció de cuento de hadas, por lo perfecta. Cada escritor dispone de cabaña propia, donde se supone que trabajan todo el día… […] Por la tarde se reúnen todos en el pabellón principal para cernar juntos y enfrascarse en largas conversaciones con los demás escritores residentes. Más tarde, junto a una gran hoguera en el salón, se hacen palomitas de maíz, se bebe vino, se leen en voz alta los relatos de los integrantes de la colonia y se someten a crítica.

OrienteOrienteMe pareció un entorno mágico para escribir… Supongo que me llamó la atención por lo lejos que queda de mi experiencia personal, en el que el flujo creativo puede verse interrumpido en cualquier momento por mi mujer informándome de que se ha atascado el váter, a ver si lo arreglo, o por una llamada de la oficina diciéndome que corro el peligro inminente de faltar a otra cita con el dentista. En momentos así me convenzo de que todos los escritores sienten más o menos lo mismo, con independencia de los buenos que sean o el éxito que tengan. «¡Si tuviera un buen entorno para escribir, con gente que me entendiera, seguro que estaría escribiendo mi obra maestra!»

La verdad es que he descubierto que las interrupciones y distracciones en la rutina diario apenas perjudican la confección de una obra, y hasta es posible que en algunos aspectos la beneficien. A fin de cuentas, lo que hace la perla es el grano de arena que se mete en la concha de la ostra, no los seminarios de hacer perlas con otras ostras. Y cuanto más trabajo se me acumule, cuanto más se acerque al «debo» y se aleje del simple «quiero», más problemático puede llegar a ser. Los talleres de escritores presentan el grave problema de erigir el «debo» a categoría de norma, porque claro, no vas para dar paseos románticos y gozar de la belleza de los bosques o la majestad de las montañas. ¡Coño, se supone que escribes, aunque solo sea para que tengan algo que criticar tus colegas cuando hagan palomitas en el pabellón! Por el contrario, cuando es igual de importante comprobar que el niño llegue a tiempo al partido de baloncesto que la obra que tienes entre manos, la presión de ser productivo es mucho menor. 

Y no olvidemos las críticas. ¿Qué hay de ellas? ¿Qué valor tienen? Según mi experiencia, lamento decir que muy escaso. Suelen ser de una vaguedad exasperante. Sale fulanito y dice: «me encanta el clima del cuento de Peter… Tiene algo como… como una sensación de… no sé, como muy tierno… No sé describirlo bien…»

Otras gemas del seminario son «me da la sensación de que pasa algo con el tono», «el personaje de Polly me ha parecido muy estereotipado», «me han gustado mucho las imágenes, porque ayudan a ver con claridad de lo que trata»…

Y en vez de coger las palomitas recién hechas y acribillar al charlatán, el resto del corro suele «asentir con la cabeza», sonreír y mostrarse «pensativo». Demasiado a menudo, los profesores y escritores residentes asienten, sonríen y compiten en mostrarse pensativos. Por lo visto hay pocos inscritos a quienes se les ocurra que si tienes tal o cual sensación y no puedes describirla, si es como, no sé, una especie de, ahora no caigo, quizás te hayas equivocado de clase, joder...

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