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TEXTOS ENTRESACADOS DE PRISIÓN PERPETUA

RICARDO PIGLIA  CAB PrisiónPerpetua

   De la lectura y posterior referencia en fragmentos de libros de las dos novelas cortas que componen esta edición (Anagrama, 2007) de Prisión perpetua de Ricardo Piglia, hemos entresacado unos cuantos textos que hemos creído conveniente aislarlos del conjunto porque lucen con un brillo propio y, la mayor parte, nos parece que presentan una unidad por sí mismos y que son extraibles, sin perder su sentido, del contexto. 

  Porque nos han gustado mucho, quisimos, en un principio, incorporarlos a nuestra sección de fragmentos breves (alguno por allí asomará también) porque muchos de ellos parecen ser eso, es decir, presentan un formato y un contenido más o menos similar a los que apareccen en esa sección. Lo que pasa es que estos textos entresacados se refieren casi en exclusiva al escribir, a la Literatura, a lo que ello significa, a su compromiso, implicaciones y alcance, por lo que nos hemos inclinado por abrirles una entrada aquí, en "Aprender a escribir", porque no todos los que hasta aquí nos acercamos buscamos las mismas cosas y estamos seguros que a alguno de ustedes les alcanzará y les podrá ser util y le encontrarán sentido que aparezcan en esta sección. Esperamos que así sea.

        Saber vender.   Mi padre, dijo Ratliff, fue un narrador excepcional. Vendía máquinas de coser por el campo. Andaba de un lado a otro, con un camioncito entoldado, y paraba en las chacras y se sentaba a la sombra de los tilos a conversar con las mujeres, que le ofrecían limonada. Era capaz de vender una máquina inservible usando el arte hipnótico de la narración. Narrar, decía mi padre, es como jugar al póquer, todo el secreto consiste en parecer mentiroso cuando se está diciendo la verdad. 

       WH HudsonW.H. Hudson. Vine a este país, decía a veces, porque quise conocer el lugar donde nació uno de los mejores narradores del siglo XIX...

La caza de elefantes. Si la literatura no existiera esta sociedad no se molestaría en inventarla. Se intentarían las cátedras de literatura y las páginas de crítica de los periódicos y las editoriales y los cocktails literarios y las revistas de cultura y las becas de investigación, pero no la práctica arcaica, precaria, antieconómica que sostiene la estructura.

La situación actual de la literatura se sintetizaba, según Steve, en una opinión de Roman Jakobson. Cuando lo consultaron para darle un puesto de profesor en Harvard a Vladimir Nabokov, dijo: «Señores, respeto el talento literario del señor Nabokov, ¿Pero a quién se le ocurre invitar a un elefante a dictar clases de zoología?»

Todas las historias giraban sobre un punto de viraje, como si  hubieran vivido una sola experiencia. No era la locura, era el borde, la frontera, podían fingir, pagaban tres dólares por una llamada de cinco minutos. La locura jamás será narrativa.

 

Nunca sé si recuerdo las escenas o si las he vivido. Tal es el grado de nitidez con la que están presentes en mi memoria. Y quizá eso es narrar. Incorporar a la vida de un desconocido una experiencia inexistente que tiene una realidad mayor que cualquier cosas vivida.

Un narrador debe ser capaz de crear un héroe cuya experiencia supere la de todos sus lectores, decía Steve. Ningún novelista que yo sepa, en este siglo o en algún otro, ha asesinado a nadie en la vida real. Cuando lo dijo estaba demasiado borracho y yo no entendí el sentido de lo que estaba diciendo.

Parecía cada vez más cínico y más desesperado. El alcohol lo mantenía en un estado de perpetua exaltación. Hablaba como un predicador, como la mujer del párroco, en voz alta, peso solo para sí mismo. Quizá también para mí. Yo no conocía el secreto, entonces podía creerle. En eso reside el arte de la ficción.

Me hablaba de su novela y me leía capítulos o versiones y me hablaba de sus proyectos para volver a Nueva York. Sólo los que mienten conocen la verdad. ¿Lo dijo Steve?

El autoengaño es una forma perfecta. No es un error, no se debe confundir con una equivocación involuntaria. Se trata de una construcción deliberada, que está pensada para engañar al mismo que la construye. Es una forma pura, quizá la más pura de las formas que existen.

¿Es posible la ficción de a uno? ¿O tiene que haber dos? El autoengaño como novela privada, como autobiografía falsa. Los actos más perfectos solo tienen por testigo a quien los realiza. Un arte cuya forma exige no ser descubierta.

El Pájaro es un narrador tradicional, por eso intercala reflexiones y máximas en medio de sus historias. En el fondo es una forma de retardar la acción. Pensar es un modo de crear suspenso, dice. Construir un espacio entre un acontecimiento y otro acontecimiento, eso es pensar.

 Piensa que con ella, al perderla, empezó su manía de fijar el fluir de la vida. Lo que Artigas llama «el arte de narrar». Fijar, dice el Pájaro, el lento fluir de la vida, detener ese movimiento impreciso.

 

KublaKhanPorlock. El hombre que llegó de Porlock e interrumpió a Samuel Coleridge mientras escribía el poema Kubla Khan. Hay que asociar el margen estrecho de Fermat, la imposibilidad de seguir diciendo lo que se conoce, con la irrupción del extraño visitante que corta la creación de Coleridge y le impide continuar el poema que estaba escribiendo. //El prefacio más famoso, quizá, en la historia de literatura escrito en 1816 para presentar el gran poema y su composición (A psichological curiosity) introduce a la famosa «person on business from Porlock» que al llegar impide al poeta recordar el poema que había soñado completo la noche anterior) y del que solo sobrevivieron «fourt-five lines»)...

Se puede acceder desde aquí a los textos de "Prisión perpetua".

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  PatioCondeDuque177         PrisiónPerpetua                                      AprenderAEscribir

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PARA UNA GEOMETRÍA DEL CUENTO. 

HERNÁN LARA ZAVALA   (1986), en Contra el ángel, México, Vuelta, 1991 pp. 250-256

 (Aportación indirecta de nuestro amigo Bárbaro Sánchez -faceboock-)

Geometría

 

En un relato que lleva como titulo "Perdido en la casa de la risa”, (Lost in the Funhouse –Perdido en la casa encantada- Ed.Península nota:FdL-) el cuentista y novelista norteamericano John Barth hace referencia a un diagrama conocido como triángulo de Freitag, mediante el cual se puede repre­sentar de una manera muy LostInTheFunhouseamplificada la acción de un cuento clásico o tradicional en términos geométricos. Este diagrama consiste de los siguientes elementos: una lí­nea horizontal, definida tomo el segmento AB, corresponde a lo que sería la exposición introductoria o inicio de la trama. Esta línea se continúa en un segmento BC, representado por una recta con una pendiente de ascenso que corresponde en términos narrativos a la complicación o desarrollo del conflicto en la historia. El punto C, donde se ubica el vértice superior del triángulo, representa el clímax o giro dramático de la acción. El segmento CD, con pendiente negativa o en descenso, corresponde al desenlace o resolución de la trama. Barth mismo comenta que aunque el diagrama de Freitag no es, ni mucho menos, infalible, resulta al menos suficientemente representativo en un elevado porcentaje de cuentos escritos en diversas épocas como para darle validez al esquema. El diagrama de Freitag puede ser util como punto de partida para elaborar algunas reflexiones en torno al cuento y a su evolución, así como para analizar diversas técnicas y las posibilidades de desarrollo del género.

DiagramaFreitag

 

Es de todos sabido que el creador del cuento tal y co­mo lo entendemos hoy en día fue Edgar Alan Poe. En su "Filosofía de la composición" Poe establece que él conce­bía sus cuentos en función del efecto que deseaba produ­cir en el lector. Consideraba que existían dos medios para lograr el efecto dramático de un relato: los inciden­tes y el tono; estos dos medios conducen naturalmente a un tercero que consistiría en la combinación de ambos.

FilosofíaDeLaComposicionPoe señalaba también la importancia de que el cuento pudiera leerse de "un tirón" para que no se perdiera su men­tido de unidad. Para él la brevedad del género estaba en relación directa con la intensidad de su efecto dramático y debería conducir a una unidad de efecto o de impresión. Tras la teoría de Poe, puede inferirse el siguiente corolario: a mayor dramatismo corresponderá una mayor revelación en el cuento. De ahí que sus relatos enfaticen la importancia de la trama con objeto de lograr un desenlace más fuerte y sorpresivo. Poe estableció así un modelo que sigue vigente en nuestros días y que, si volvemos a nuestro diagrama de Freitag, podría explicarse en los siguientes términos: dado que el efecto de un cuento está basado en gran medida en el desenlace es decir, en el punto C, los cuentos que bus­can acrecentar la intensidad de un relato, como podría ser el caso ya no digamos de Poe sino de Quiroga, de Cortázar o aun Borges, mostrarían en un diagrama una pendiente muy pronunciada en el segmento BC, correspondiente a la complicación y en consecuencia en el segmento CD, correspondiente al desenlace.

A fines del siglo XIX surge un escritor que al inicio de su carrera literaria se dedica a publicar cuentos humo­rísticos sin mayores pretensiones y que a medida que hace conciencia de su talento, cambiará de manera radi­cal la fórmula cuentística establecida por Poe. Como ya lo adivinaron, Antón Chéjov, cuyos relatos ofrecen la apariencia de extrema naturalidad, sin mayor rebusca­miento de orden técnico, simultáneamente cómicos y tristes, sin principios y sin finales efectistas, abriría una nueva posibilidad en el campo de la narrativa breve. Chéjov era sobre todo un predicante más que un teórico del cuento. Aun así entre sus cartas hay una escrita en 1896, en que muestra los fundamentos teóricos que se­guía al escribir sus relatos:

 

1)     Ausencia total de todo tipo de descripciones proli­jas sobre problemas de orden político, social o económico. 

2)   Total objetividad.

3)   Descripciones de personas y objetos lo más veraces posibles. 

4)   Brevedad extrema.

5)    Audacia y originalidad: evitar el estereotipo a toda costa.

6)   Compasión.

 

Chéjov solía comentar que en la vida no existen ar­gumentos "literarios"; según él todo quedaba mezclado, lo profundo y lo mezquino, lo grande y lo mediocre, lo trágico y lo ridículo. Chéjov logra invertir así la fórmula practicada por Poe. de manera semejante a como Marx invirtió el concepto de la historia de Hegel, y lo pone de cabeza. Si la teoría de Poe se basaba en que a mayor efecto dramático habría una mayor revelación, la contrapropuesta implícita de Chéjov será que mientras menor sea el dramatismo, mayor será la revelación, pues en su narrativa lo inesperado, lo informulado y lo inconcluso conllevan un poder trágico intrínseco. Si volvemos a nuestro triángulo de Freitag, notaremos que lo que ocu­rre en los cuentos de Chéjov es que las pendientes del triángulo son mucho menos pronunciadas en el ascenso al punto C (del giro) y, en ciertos cuentos, llegan incluso a formar casi una línea recta. ¿A qué se debe esto? Recordemos, en justicia a Poe, que él había advertido que la intensidad de un relato podia lograrse o bien median­te la anécdota o bien mediante el tono. Chéjov opto por la segunda alternativa y al sustituir los gruesos efectos dramáticos por la sutil intensidad del clímax, logró darle al cuento una densidad mayor y un carácter introyectivo e inefable. Debe notarse que los elementos con que juega Chéjov son básicamente los mismos que los de Poe, si bien es cierto que lo que ha variado, por cuestión énfasis, son las relaciones entre los lados del triángulo.

RE JamesJoyceJames Joyce radicaliza de alguna manera la técnica cuentística de Chéjov mediante su concepto de epifanía. En su afamada y monumental biografía sobre Joyce, Ri­chard Ellman comenta que a pesar de la similitud entre loscuentos de Joyce y Chéjov el primero negaba haber leído al cuentista ruso antes de escribir Dublineses. Así lo confirma, en cierto modo, la lista de autores registra­dos en la biblioteca que Joyce dejó en Trieste entre los que figuran Gógol, Tolstoi, Dostoievski, Turguéniev, Gorki, pero no Chéjov.

Sin embargo, poco importa si Joyce conocía o no la obra de Chéjov. Lo que deseo resaltar aquí en el concepto que inspiró a Joyce mientras escribía su novela Stephen Hero, el cual resulta sumamente útil para entender cómo trabajan sus cuentos. Según se consigna en la propia no­vela, Joyce define la epifanía como "una revelación de la realidad interna de una experiencia acompañada de un sentimiento de júbilo [o de tristeza, agregaría yo] tal y co­mo se da en una experiencia mística". Esta concepción original se fue depurando en su narrativa hasta el punto de que en Dublineses se convirtió en la revelación interna que ofrece un cuento, la cual puede producirse mediante el diálogo o mediante la descripción, de tal modo que sea percibida por ambos, protagonistas y lector, o exclusivamente por el lector y ello después de un cierto esfuerzo.

Con esta noción Joyce radicaliza el género al hacer consciente el carácter subliminal que puede tener la ac­ción, y con ello abrír el triángulo de Freitag que, aunque conserva sus componentes, deja de ser un triangulo para convertirse en línea una quebrada. Es éste el modelo que siguieron cuentistas posteriores a Joyce como Heminway, Katherine Mansfiel, Guimaraes Rosa  y, en nuestra lengua, escritores como Benedetti. García Már­quez, en algunos relatos, y el cuentista cubano Norberto Fuentes. Tanto Chéjov como Joyce y sus continuadores han modificado el diagrama al colocar en un mismo pun­to el giro dramático de la acción (punto C) y el desenlace (D) o bien al evitar la exposición introductoria (AB). Cuentistas posteriores han ido todavía un paso más allá y han tramado una bifurcación a partir del punto C de manera que desenlace queda abierto a la imaginación del lector.

Lo anterior nos lleva a confirmar que existen don tipos básicos de cuentos (aunque no siempre de cuentistas.): los que se concentran en la anécdota y en su sorpresivo desen­lace, y aquellos que logran establecer un clima, una atmós­fera, un tono que, en los relatos logrados, contienen la paradoja íntima inherente a todo buen relato breve.

En efecto, el cuento no puede sustraerse de esos dos elementos que son la acción y el correspondiente nudo dramático. El cuento exige, por definición, una anécdota, misma que puede estar tan atenuada que, en ocasiones, pase prácticamente inadvertida para el lector. Sin em­bargo, la anécdota debe existir porque es allí donde radi­ca el planteamiento que poco a poco se expandirá para culminar dándonos la impresión de que ese todo orgáni­co, unitario y acabado nos ha permitido afinar nuestro conocimiento del mundo.

Como en el género dramático, el cuento exige además ese cambio que lleva a los personajes de la felicidad a la infelicidad o viceversa, la peripecia del giro -trágico, irónico o humorístico- de una revelación en suma, ya sea externa, como en Somarset Maugham y en Quiroga, o interna, como en Hemingway y en Norberto Fuentes, que ate cabos y dé sentido y permanencia al relato. En el desenlace es donde el lector descubre si ha estado leyendo el mismo cuento que el escritor se propuso escribir", ha dicho John Updike. "Un cuento es como un cuar­to cerrado en el que se han pintado varias puertas falsas; mientras leemos tenemos muchas posibilidades de salida, pero cuando el autor nos conduce a una puerta en parti­cular sabremos si es la correcta porque es la que abre." 

Durante las ultimas décadas muchos escritores han tratado de restarle importancia a la anécdota del cuento para concentrarse en “problemas de lenguaje" o en experi­mentaciones de orden formal. Yo empecé este ensayo alu­diendo a un cuento de John Barth en el que me enteré que existía algo tan evidente como el triángulo de Freitag. Pues bient ha llegado el momento de confesarles que lo que Barth proponía en ese cuento era precisamente negar la validez del diagrama. Ambrose, el personaje principal del relato, se pierde en la anécdota como si deambulara en un recinto oscuro lleno de espejos deformantes sin encontrar salida. Barth se da el lujo de discutir dentro de su texto los aspectos técnicos del cuento, de hacer explícitos los artificios que se usan en la caracterización y en la ambientación, de evaluar y sopesar los limitados recursos de los que dispone un narrador, de poner en duda la pertinencia de loe símbolos, etc., etc. El cuento de Barth es abiertamente experimental y busca, sobre lodo, destacar lo ficticio, lo ilu­sorio del acto narrativo. El cuento está bien logrado y fun­ciona como tal. Lo que no puede es prescindir de la anécdota. Y aunque el cuento no tiene en apariencia un desenlace, su giro dramático radica precisamente en dicha carencia. Al terminar de leer su cuento uno está más cons­ciente de que narrar significa sobre la creación de una ilusión, pero también se hace claro que, como lector, uno desea precisamente olvidarse de ello para perderse libre y espontáneamente en el ámbito de la imaginario, de lo in­ventado que parece ser real aunque sepamos de antemano que no lo es. 

Lo curioso, y donde radica la propia paradoja del gé­nero, es que aun cuando la anécdota sea un elemento indispensable, los mejores cuentos son los que logran ir más allá del diálogo y de la descripción, aquéllos cuya historia deja en nosotros la sensación de que su materia memorable, su esencia, se halla en un estrato cuya profundidad se localiza más allá del mero aspecto incidental de la historia.

La forma del cuento nunca es  tan rígida como la del soneto pero tampoco tan libre como la de una novela. Más cercano al género dramático, el cuento posee la ex­trema, aunque relativa libertad que le concede la inventiva de la anécdota dentro de la estética de la forma. 

Visto desde otra perspectiva menos formal y más li­teraria, habría que admitir que todos los grandes practi­cantes del género han tenido que inventar su propia concepción de cuento; cada gran cuentista se ha visto en la necesidad de crear su forma porque en última instan­cia el método de un escritor no es otro que el de su sensibilidad, su manera de percibir el mundo. Un cuentista, como un poeta, debe aceptar la imposición de las limitadas variantes que le ofrece la forma para trascender la forma. En un sentido, en el cuento, el método más inno­vador, el que más revela, es aquel que responde de ma­nera más natural al propio temperamento del escritor.

 

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DEL CUENTO BREVE Y SUS ALREDEDORES. 

Incluído en Último round, 1969

JULIO CORTÁZAR

 

PrimeroPienso

Leon L. affirmait qu’il n’y avait qu'une chose de plus épouvantable que l’Epouvante: la journée normale, le quotidien, nous-mêmes sans le cadre forgé par l’Epouvante. —Dieu a créé la mort. Il a créé la vie. Soit, déclamait L.L. Mais ne dites pas que c’est Lui qui a également créé la “journée normale”, la “vie de-tous-les-jours”. Grande est mon impiété, soit. Mais devant cette calomnie, devant ce blasphème, elle recule.

Piotr Rawicz, Le sang du ciel

 

Alguna vez Horacio Quiroga intentó un “Decálogo del perfecto cuentista”, cuyo mero título vale ya como una guiñada de ojo al lector. Si nueve de los preceptos son considerablemente prescindibles, el último me parece de una lucidez impecable: “Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste haber sido uno. No de otro modo se obtiene la vida en el cuento”.

La noción de pequeño ambiente da su sentido más hondo al consejo, al definir la forma cerrada del cuento, lo que ya en otra ocasión he llamado su esfericidad; pero a esa noción se suma otra igualmente significativa, la de que el narrador pudo haber sido uno de los personajes, es decir que la situación narrativa en sí debe nacer y darse dentro de la esfera, trabajando del interior hacia el exterior, sin que los límites del relato se vean trazados como quien modela una esfera de arcilla. Dicho de otro modo, el sentimiento de la esfera debe preexistir de alguna manera al acto de escribir el cuento, como si el narrador, sometido por la forma que asume, se moviera implícitamente en ella y la llevara a su extrema tensión, lo que hace precisamente la perfección de la forma esférica.

Estoy hablando del cuento contemporáneo, digamos el que nace con Edgar Allan Poe, y que se propone como una máquina infalible destinada a cumplir su misión narrativa con la máxima economía de medios; precisamente, la diferencia entre el cuento y lo que los franceses llaman nouvelle y los anglosajones long short story se basa en esa implacable carrera contra el reloj que es un cuento plenamente logrado: ElBarrilAmontilladobasta pensar en “The Cask of Amontillado” “Bliss”, “Las ruinas circulares” y “The Killers”. Esto no quiere decir que cuentos más extensos no puedan ser igualmente perfectos, pero me parece obvio que las narraciones arquetípicas de los últimos cien años han nacido de una despiadada eliminación de todos los elementos privativos de la nouvelle y de la novela, los exordios, circunloquios, desarrollos y demás recursos narrativos; si un cuento largo de Henry James o de D. H. Lawrence puede ser considerado tan genial como aquéllos, preciso será convenir en que estos autores trabajaron con una apertura temática y lingüística que de alguna manera facilitaba su labor, mientras que lo siempre asombroso de los cuentos contra el reloj está en que potencian vertiginosamente un mínimo de elementos, probando que ciertas situaciones o terrenos narrativos privilegiados pueden traducirse en un relato de proyecciones tan vastas como la más elaborada de las nouvelles.

Lo que sigue se basa parcialmente en experiencias personales cuya descripción mostrará quizá, digamos desde el exterior de la esfera, algunas de las constantes que gravitan en un cuento de este tipo. Vuelvo al hermano Quiroga para recordar que dice: “Cuenta como si el relato no tuviera interés más que para el pequeño ambiente de tus personajes, de los que pudiste ser uno”. La noción de ser uno de los personajes se traduce por lo general en el relato en primera persona, que nos sitúa de rondón en un plano interno. Hace muchos años, en Buenos Aires, Ana María Barrenechea me reprochó amistosamente un exceso en el uso de la primera persona, creo que con referencia a los relatos de “Las armas secretas”, aunque quizá se trataba de los de “Final del juego”. Cuando le señalé que había varios en tercera persona, insistió en que no era así y tuve que probárselo libro en mano. Llegamos a la hipótesis de que quizá la tercera actuaba como una primera persona disfrazada, y que por eso la memoria tendía a homogeneizar monótonamente la serie de relatos del libro.

En ese momento, o más tarde, encontré una suerte de explicación por la vía contraria, sabiendo que cuando escribo un cuento busco instintivamente que sea de alguna manera ajeno a mí en tanto demiurgo, que eche a vivir con una vida independiente, y que el lector tenga o pueda tener la sensación de que en cierto modo está leyendo algo que ha nacido por sí mismo, en sí mismo y hasta de sí mismo, en todo caso con la mediación pero jamás la presencia manifiesta del demiurgo. Recordé que siempre me han irritado los relatos donde los personajes tienen que quedarse como al margen mientras el narrador explica por su cuenta (aunque esa cuenta sea la mera explicación y no suponga interferencia demiúrgica) detalles o pasos de una situación a otra. El signo de un gran cuento me lo da eso que podríamos llamar su autarquía, el hecho de que el relato se ha desprendido del autor como una pompa de jabón de la pipa de yeso. Aunque parezca paradójico, la narración en primera persona constituye la más fácil y quizá mejor solución del problema, porque narración y acción son ahí una y la misma cosa. Incluso cuando se habla de terceros, quien lo hace es parte de la acción, está en la burbuja y no en la pipa. Quizá por eso, en mis relatos en tercera persona, he procurado casi siempre no salirme de una narración strictu senso, sin esas tomas de distancia que equivalen a un juicio sobre lo que está pasando. Me parece una vanidad querer intervenir en un cuento con algo más que con el cuento en sí.

Esto lleva necesariamente a la cuestión de la técnica narrativa, entendiendo por esto el especial enlace en que se sitúan el narrador y lo narrado. Personalmente ese enlace se me ha dado siempre como una polarización, es decir que si existe el obvio puente de un lenguaje yendo de una voluntad de expresión a la expresión misma, a la vez ese puente me separa, como escritor, del cuento como cosa escrita, al punto que el relato queda siempre, con la última palabra, en la orilla opuesta. Un verso admirable de Pablo Neruda: Mis criaturas nacen de un largo rechazo, me parece la mejor definición de un proceso en el que escribir es de alguna manera exorcizar, rechazar criaturas Cabalgandoinvasoras proyectándolas a una condición que paradójicamente les da existencia universal a la vez que las sitúa en el otro extremo del puente, donde ya no está el narrador que ha soltado la burbuja de su pipa de yeso. Quizá sea exagerado afirmar que todo cuento breve plenamente logrado, y en especial los cuentos fantásticos, son productos neuróticos, pesadillas o alucinaciones neutralizadas mediante la objetivación y el traslado a un medio exterior al terreno neurótico; de todas maneras, en cualquier cuento breve memorable se percibe esa polarización, como si el autor hubiera querido desprenderse lo antes posible y de la manera más absoluta de su criatura, exorcizándola en la única forma en que le era dado hacerlo: escribiéndola.

Este rasgo común no se lograría sin las condiciones y la atmósfera que acompañan el exorcismo. Pretender liberarse de criaturas obsesionantes a base de mera técnica narrativa puede quizá dar un cuento, pero al faltar la polarización esencial, el rechazo catártico, el resultado literario será precisamente eso, literario; al cuento le faltará la atmósfera que ningún análisis estilístico lograría explicar, el aura que pervive en el relato y poseerá al lector como había poseído, en el otro extremo del puente, al autor. Un cuentista eficaz puede escribir relatos literariamente válidos, pero si alguna vez ha pasado por la experiencia de librarse de un cuento como quien se quita de encima una alimaña, sabrá de la diferencia que hay entre posesión y cocina literaria, y a su vez un buen lector de cuentos distinguirá infaliblemente entre lo que viene de un territorio indefinible y ominoso, y el producto de un mero métier. Quizá el rasgo diferencial más penetrante -lo he señalado ya en otra parte- sea la tensión interna de la trama narrativa. De una manera que ninguna técnica podría enseñar o proveer, el gran cuento breve condensa la obsesión de la alimaña, es una presencia alucinante que se instala desde las primeras frases para fascinar al lector, hacerle perder contacto con la desvaída realidad que lo rodea, arrasarlo a una sumersión más intensa y avasalladora. De un cuento así se sale como de un acto de amor, agotado y fuera del mundo circundante, al que se vuelve poco a poco con una mirada de sorpresa, de lento reconocimiento, muchas veces de alivio y tantas otras de resignación. El hombre que escribió ese cuento pasó por una experiencia todavía más extenuante, porque de su capacidad de transvasar la obsesión dependía el regreso a condiciones más tolerables; y la tensión del cuento nació de esa eliminación fulgurante de ideas intermedias, de etapas preparatorias, de toda la retórica literaria deliberada, puesto que había en juego una operación en alguna medida fatal que no toleraba pérdida de tiempo; estaba allí, y sólo de un manotazo podía arrancársela del cuello o de la cara. En todo caso así me tocó escribir muchos de mis cuentos; incluso en algunos relativamente largos, como "Las armas secretas", la angustia omnipresente a lo largo de todo un día me obligó a trabajar empecinadamente hasta terminar el relato y sólo entonces, sin cuidarme de releerlo, bajar a la calle y caminar por mí mismo, sin ser ya Pierre, sin ser ya Michèle.

Esto permite sostener que cierta gama de cuentos nace de un estado de trance, anormal para los cánones de la normalidad al uso, y que el autor los escribe mientras está en lo que los franceses llaman un “état second”. Que Poe haya logrado sus mejores relatos en ese estado (paradójicamente reservaba la frialdad racional para la poesía, por lo menos en la intención) lo prueba más acá de toda evidencia testimonial el efecto traumático, contagioso y para algunos diabólico de "The Tell-tale Heart" o de "Berenice". No faltará quien estime que exagero esta noción de un estado ex-orbitado como el único terreno donde puede nacer un gran cuento breve; haré notar que me refiero a relatos donde el tema mismo contiene la “anormalidad”, como los citados de Poe, y que me baso en mi propia experiencia toda vez que me vi obligado a escribir un cuento para evitar algo mucho peor. ¿Cómo describir la atmósfera que antecede y envuelve el acto de escribirlo? Si TheBlackCatPoe hubiera tenido ocasión de hablar de eso, estas páginas no serían intentadas, pero él calló ese círculo de su infierno y se limitó a convertirlo en "The Black Cat" o en "Ligeia". No sé de otros testimonios que puedan ayudar a comprender el proceso desencadenante y condicionante de un cuento breve digno de recuerdo; apelo entonces a mi propia situación de cuentista y veo a un hombre relativamente feliz y cotidiano, envuelto en las mismas pequeñeces y dentistas de todo habitante de una gran ciudad, que lee el periódico y se enamora y va al teatro y que de pronto, instantáneamente, en un viaje en el subte, en un café, en un sueño, en la oficina mientras revisa una traducción sospechosa acerca del analfabetismo en Tanzania, deja de ser él-y-su-circunstancia y sin razón alguna, sin preaviso, sin el aura de los epilépticos, sin la crispación que precede a las grandes jaquecas, sin nada que le dé tiempo a apretar los dientes y a respirar hondo, es un cuento, una masa informe sin palabras ni caras ni principio ni fin pero ya un cuento, algo que solamente puede ser un cuento y además en seguida, inmediatamente, Tanzania puede irse al demonio porque este hombre meterá una hoja de papel en la máquina y empezará a escribir aunque sus jefes y las Naciones Unidas en pleno le caigan por las orejas, aunque su mujer lo llame porque se está enfriando la sopa, aunque ocurran cosas tremendas en el mundo y haya que escuchar las informaciones radiales o bañarse o telefonear a los amigos. Me acuerdo de una cita curiosa, creo que de Roger Fry; un niño precozmente dotado para el dibujo explicaba su método de
PrimeroPiensocomposición diciendo: First I think and then I draw a line around my think (sic). (Primero pienso y luego dibujo una línea alrededor de mi pensar). En el caso de estos cuentos sucede exactamente lo contrario: la línea verbal que los dibujará arranca sin ningún “think” previo, hay como un enorme coágulo, un bloque total que ya es el cuento, eso es clarísimo aunque nada pueda parecer más oscuro, y precisamente ahí reside esa especie de analogía onírica de signo inverso que hay en la composición de tales cuentos, puesto que todos hemos soñado cosas meridianamente claras que, una vez despiertos, eran un coágulo informe, una masa sin sentido. ¿Se sueña despierto al escribir un cuento breve? Los límites del sueño y la vigilia, ya se sabe: basta preguntarle al filósofo chino o a la mariposa. De todas maneras si la analogía es evidente, la relación es de signo inverso por lo menos en mi caso, puesto que arranco del bloque informe y escribo algo que sólo entonces se convierte en un cuento coherente y válido per se. La memoria, traumatizada sin duda por una experiencia vertiginosa, guarda en detalle las sensaciones de esos momentos, y me permite racionalizarlos aquí en la medida de lo posible. Hay la masa que es el cuento (¿pero qué cuento? No lo sé y lo sé, todo está visto por algo mío que no es mi conciencia pero que vale más que ella en esa hora fuera del tiempo y la razón), hay la angustia y la ansiedad y la maravilla, porque también las sensaciones y los sentimientos se contradicen en esos momentos, escribir un cuento así es simultáneamente terrible y maravilloso, hay una desesperación exaltante, una exaltación desesperada; es ahora o nunca, y el temor de que pueda ser nunca exacerba el ahora, lo vuelve máquina de escribir corriendo a todo teclado, olvido de la circunstancia, abolición de lo circundante. Y entonces la masa negra se aclara a medida que se avanza, increíblemente las cosas son de una extrema facilidad como si el cuento ya estuviera escrito con una tinta simpática y uno le pasara por encima el pincelito que lo despierta. Escribir un cuento así no da ningún trabajo, absolutamente ninguno; todo ha ocurrido antes y ese antes, que aconteció en un plano donde “la sinfonía se agita en la profundidad”, para decirlo con Rimbaud, es el que ha provocado la obsesión, el coágulo abominable que había que arrancarse a tirones de palabras. Y por eso, porque todo está decidido en una región que diurnamente me es ajena, ni siquiera el remate del cuento presenta problemas, sé que puedo escribir sin detenerme, viendo presentarse y sucederse los episodios, y que el desenlace está tan incluido en el coágulo inicial como el punto de partida. Me acuerdo de la mañana en que me cayó encima "Una flor amarilla": el bloque amorfo era la noción del hombre que encuentra a un niño que se le parece y tiene la deslumbradora intuición de que somos inmortales. Escribí las primeras escenas sin la menor vacilación, pero no sabía lo que iba a ocurrir, ignoraba el desenlace de la historia. Si en ese momento alguien me hubiera interrumpido para decirme: “Al final el protagonista va a envenenar a Luc”, me hubiera quedado estupefacto. Al final el protagonista envenena a Luc, pero eso llegó como todo lo anterior, como una madeja que se desovilla a medida que tiramos; la verdad es que en mis cuentos no hay el menor mérito literario, el menor esfuerzo. Si algunos se salvan del olvido es porque he sido capaz de recibir y transmitir sin demasiadas pérdidas esas latencias de una psiquis profunda, y el resto es una cierta veteranía para no falsear el misterio, conservarlo lo más cerca posible de su fuente, con su temblor original, su balbuceo arquetípico.

Lo que precede habrá puesto en la pista al lector: no hay diferencia genética entre este tipo de cuentos y la poesía como la entendemos Baudelairea partir de Baudelaire. Pero si el acto poético me parece una suerte de magia de segundo grado, tentativa de posesión ontológica y no ya física como en la magia propiamente dicha, el cuento no tiene intenciones esenciales, no indaga ni transmite un conocimiento o un “mensaje”. El génesis del cuento y del poema es sin embargo el mismo, nace de un repentino extrañamiento, de un desplazarse que altera el régimen “normal” de la conciencia; en un tiempo en que las etiquetas y los géneros ceden a una estrepitosa bancarrota, no es inútil insistir en esta afinidad que muchos encontrarán fantasiosa. Mi experiencia me dice que, de alguna manera, un cuento breve como los que he tratado de caracterizar no tiene una estructura de prosa. Cada vez que me ha tocado revisar la traducción de uno de mis relatos (o intentar la de otros autores, como alguna vez con Poe) he sentido hasta qué punto la eficacia y el sentido del cuento dependían de esos valores que dan su carácter específico al poema y también al jazz: la tensión, el ritmo, la pulsación interna, lo imprevisto dentro de parámetros pre-vistos, esa libertad fatal que no admite alteración sin una pérdida irrestañable. Los cuentos de esta especie se incorporan como cicatrices indelebles a todo lector que los merezca: son criaturas vivientes, organismos completos, ciclos cerrados, y respiran. Ellos respiran, no el narrador, a semejanza de los poemas perdurables y a diferencia de toda prosa encaminada a transmitir la respiración del narrador, a comunicarla a manera de un teléfono de palabras. Y si se pregunta: Pero entonces, ¿no hay comunicación entre el poeta (el cuentista) y el lector?, la respuesta es obvia: La comunicación se opera desde el poema o el cuento, no por medio de ellos. Y esa comunicación no es la que intenta el prosista, de teléfono a teléfono; el poeta y el narrador urden criaturas autónomas, objetos de conducta imprevisible, y sus consecuencias ocasionales en los lectores no se diferencian esencialmente de las que tienen para el autor, primer sorprendido de su creación, lector azorado de sí mismo.

Breve coda sobre los cuentos fantásticos. Primera observación: lo fantástico como nostalgia. Toda suspensión of disbelief obra como una tregua en el seco, implacable asedio que el determinismo hace al hombre. En esa tregua, la nostalgia introduce una variante en la afirmación de Ortega: hay hombres que en algún momento cesan de ser ellos y su circunstancia, hay una hora en la que se anhela ser uno mismo y lo inesperado, uno mismo y el momento en que la puerta que antes y después da al zaguán se entorna lentamente para dejarnos ver el prado donde relincha el unicornio.

Segunda observación: lo fantástico exige un desarrollo temporal ordinario. Su irrupción altera instantáneamente el presente, pero la puerta que da al zaguán ha sido y será la misma en el pasado y el futuro. Sólo la alteración momentánea dentro de la regularidad delata lo fantástico, pero es necesario que lo excepcional pase a ser también la regla sin desplazar las estructuras ordinarias entre las cuales se ha insertado. Descubrir en una nube el perfil de Beethoven sería inquietante si durara diez segundos antes de deshilacharse y volverse fragata o paloma; su carácter fantástico sólo se afirmaría en caso de que el perfil de Beethoven siguiera allí mientras el resto de la nubes se conduce con su desintencionado desorden sempiterno. En la mala literatura fantástica, los perfiles sobrenaturales suelen introducirse como cuñas instantáneas y efímeras en la sólida masa de lo consuetudinario; así, una señora que se ha ganado el odio minucioso del lector, es meritoriamente estrangulada a último minuto gracias a una mano fantasmal que entra por la chimenea y se va por la ventana sin mayores rodeos, aparte de que en esos casos el autor se cree obligado a proveer una “explicación” a base de antepasados vengativos o maleficios malayos. Agrego que la peor literatura de este género es sin embargo la que opta por el procedimiento inverso, es decir el desplazamiento de lo temporal ordinario por una especie de “full-time” de lo fantástico, invadiendo la casi totalidad del escenario con gran despliegue de cotillón sobrenatural, como en el socorrido modelo de la casa encantada donde todo rezuma manifestaciones insólitas, desde que el protagonista hace sonar el aldabón de las primeras frases hasta la ventana de la bohardilla donde culmina espasmódicamente el relato. En los dos extremos (insuficiente instalación en la circunstancia ordinaria, y rechazo casi total de esta última) se peca por impermeabilidad, se trabaja con materias heterogéneas momentáneamente vinculadas pero en las que no hay ósmosis, articulación convincente. El buen lector siente que nada tienen que hacer allí esa mano estranguladora ni ese caballero que de resultas de una apuesta se instala para pasar la noche en una tétrica morada. Este tipo de cuentos que abruma las antologías del género recuerda la receta de Edward Lear para fabricar un pastel cuyo glorioso nombre he olvidado: Se toma un cerdo, se lo ata a una estaca y se le pega violentamente, mientras por otra parte se prepara con diversos ingredientes una masa cuya cocción sólo se interrumpe para seguir apaleando al cerdo. Si al cabo de tres días no se ha logrado que la masa y el cerdo formen un todo homogéneo, puede considerarse que el pastel es un fracaso, por lo cual se soltará al cerdo y se tirará la masa a la basura. Que es precisamente lo que hacemos con los cuentos donde no hay ósmosis, donde lo fantástico y lo habitual se yuxtaponen sin que nazca el pastel que esperábamos saborear estremecidamente.

 FIN

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  ONCE CONSEJOS PARA LA CREACIÓN LITERARIA.

  Enrique Páez  (Escritor y director-profesor de un Taller de Escritura)

  

 

DevuelvemeElAnillo

 

1º Antes de ponerte a escribir, planifica mínimamente tu relato.

 Piensa antes cuál es la historia que vas a contar, en líneas generales: los personajes principales y los sucesos más importantes. Puede que incluso tú ya sepas el final antes de escribir la primera frase: eso no es malo.

 

2º Una vez que empieces a escribir, no te pares: 

Mantén la mano en movimiento. Escribe y escribe contando la historia con detalles (irán apareciendo a medida que escribas). Mientras escribas, no te preocupes de la puntuación, ni la ortografía ni la sintaxis. Eso lo tienes que corregir al final, cuando ya hayas terminado tu relato, no mientras lo escribes.

 

3º Mantén de principio a fin el mismo punto de vista del narrador:

No saltes de la primera a la tercera persona, y viceversa, en mitad de la historia. (Por ejemplo:Andrés bajó las escaleras, salió a la calle y compró el periódico; lo hojeé y busqué hasta encontrar el número premiado en el cupón de la ONCE. Era el mío ...) ¿No ves el fallo? Tienes que ser capaz de mantener un mismo narrador de principio a fin de tu relato.

 

4º No cambies los tiempos verbales: 

Si pasas del pasado al presente sin darte cuenta de ello, cometes un error. Al igual que en el caso anterior, el salto al presente en un momento de máxima acción debe ser evitado:Entré en el banco y me crucé con Julián. Me reconoció en seguida. Salgo corriendo, cruzo la calle y me escondo en un portal ...

 

5º No utilices un lenguaje telegráfico:

 Describe el espacio, las conversaciones, los gestos y las acciones con una cierta lógica y extensión. No seas perezoso. La idea está clara en tu cerebro, así que pon todos los detalles que puedas.

 

6º Evita en lo posible el abuso de onomatopeyas y puntos suspensivos: 

Esto no es un cómic. En el lenguaje oral y coloquial tienen un uso fundamental y ayudan a la comunicación, pero en los textos escritos las onomatopeyas deben ser descritas a través de sus efectos. En vez de escribir: “Esther se cayó de la silla. ¡Crash! ¡Ay!”; es mejor hacer una descripción: “La silla crujió y se rompió haciendo un ruido seco. Esther cayó al suelo, se golpeó en la frente y dio un grito de dolor” .

Nevar

7º Usa adjetivos y adverbios con moderación: 

A partir de una falsa idea de que lo literario es lo recargado, barroco y rebuscado, se tiende a tratar de imitar con un lenguaje que suena a “literario” a los grandes autores. Evita también, siempre que sea posible, la anteposición de adjetivos a los sustantivos. Si yo digo:“la blanca, esponjosa y blanda nieve caía mansamente sobre el tejado”, estoy desperdiciando palabras, porque la nieve, ya de por sí, no tiene más remedio que ser blanca, esponjosa, blanda y caer mansamente.

 

8º Escribe con palabras sencillas: 

Para contar bien una historia no es preciso acudir a palabras inusuales ni altisonantes, sino a la naturalidad, vivacidad y continuidad de las escenas. Si describes a un niño en la playa que dice:“Oh, papá. ¿Has observado qué bello es ese crustáceo que yace bajo los rayos del sol?” , nadie se lo cree, porque nadie habla así. Pregúntate: ¿Hablan los personajes de la vida real como les haces hablar tú a tus personajes dentro del texto?

 

9º Usa sustantivos concretos: 

No se trata de hacer tesis filosóficas sobre la soledad, la guerra o el amor, sino de contar historias imaginadas, pero concretas, empezando por los nombres propios de los personajes, locales, calles y ciudades. En lugar deárbol, escribe pino, fresno o acacia; en vez de coche , escribe Peugeot 205 rojo; no escribasun pueblo , sino Tordesillas; noun niño , sino Carlitos; nouna flor , sino una rosa blanca; nouna tienda , sino Electrodomésticos Bezoya.

 

10º Haz que tu historia tenga detalles y movimiento: 

Un cuento casi siempre debe contar “algo” (una historia, un conflicto, una escena, un suceso). Haz que ocurran “cosas” (no necesariamente tragedias), y que tus personajes se muevan y hagan gestos. Describe usando todos los sentidos (vista, oído, olfato...). En los detalles pequeños, visuales y tangibles está muchas veces la magia de una escena bien descrita que atrapa a los lectores.

 

11º Revísalo todo cuando termines: 

Corrige, modifica, tacha lo innecesario, añade detalles y unifica el texto. Ahora sí.

 

                                                        

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 ALGUNAS COSAS QUE TUVE QUE HACER PARA EVITAR IRME POR LAS RAMAS.

 JOHN STEINBECK.    LOS PRINCIPIOS

STEINBECK

     

       Es normal que desde el momento en que se escribe para publicar (me refiero a la primera vez, claro) uno se envare de la misma manera que cuando le van a sacar una foto. La mejor manera de vencer esto es escribirlo a alguien, como lo hago yo. Escribirlo como una carta dirigida a una persona. Esto suprime el terror difuso de dirigirse a un auditorio amplio y sin rostro y, también, se verá que da un sentimiento de libertad y una falta de auto conciencia. (De una carta a Pascal Covici, Jr., 13 abril de 1956.)

    Ahora permíteme que te pase el resultado de mi experien­cia al encontrar me frente a 400 páginas blancas, el impresionante material que hay que llenar. Sé que nadie quiere aprove­char el resultado de la experiencia de otros y quizá por ello se ofrece tan desinteresadamente. Pero las siguientes son algunas de las cosas que tuve que hacer para evitar irme por las ramas.

     1. - Abandona la idea de que terminarás algún día. Pierde la cuenta de las 400 páginas y escribe una página diaria, eso ayu­da. Después, cuando hayas terminado, siempre te sorprendes.

     2. - Escribe libremente y tan rápido como te sea posible, echando todo al papel. No corrijas o reescribas hasta que hayas escrito todo el libro. Las correcciones hechas durante el proceso de creación son, por lo general, excusas para no seguir adelante. Además, influyen en el flujo y el ritmo, que sólo pue­den ser fruto de una especie de asociación inconsciente con el tema.

    3. - Olvida a tu auditorio general. Primero, ese auditorio anónimo y sin rostro te atemorizará terriblemente y, segundo, a diferencia del teatro, este auditorio no existe. Al escribir, tu auditorio es un lector único; he descubierto que a veces resulta útil escoger a una persona: una persona real a la que cono­ces o una persona imaginaria y escribir dirigiéndose a ella.

   4. - Si una escena o parte te parece sumamente difícil y aún así piensas que la quieres incluir, déjala y continúa. Cuando termines de escribir la totalidad podrás regresar y quizá en­cuentres que había presentado tantas dificultades porque no se encontraba en su lugar.

 

  5. - Desconfía de una escena que te guste demasiado, más que las otras. Por lo general resulta ser una imposición. 

  6. - Si escribes diálogos, repítelos en voz alta a medida que los vayas escribiendo. Sólo entonces obtendrás el sonido del diálogo. (De una carta a Robert Wallsten, febrero de 1962.) 

                                                        

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