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     OPINAMOS DE "LA CARTUJA DE PARMA"  (Stendhal)          

LaGacetaDiParma

Un animal de la literatura este Stendhal.

    En el prólogo de esta edición de la novela se dice que escribió La Cartuja de Parma en 52 días. Bestial. Luego, tengo que frotarme los ojos cuando también leo que, ¡claro!, como Stendhal tenía el lema de “ningún día sin escribir”  (eso sí, a pluma, y como la escribió en el otoño de 1838, pues también alumbrado por mucha lamparilla y poca luz diurna, y de ordenador, ni hablemos, oiga), y que como la novela ya la tenía en la cabeza, pues… ¡fue más fácil! Habrá que creerlo, aunque me parece algo al alcance de muy pocos humanos. Así que, ante la duda, conjeturemos. Son casi 700 páginas repletas de personajes que hay que cuadrar. Y dado lo que cuenta y tal y como lo cuenta, siendo fehaciente el plazo que nos aseguran las crónicas, podríamos sospechar en la utilización de "negros" que trabajasen para Stendhal. Pero no. No parece factible. Es tal el vértigo de situaciones, personajes, acontecimientos históricos, caracteres distintos, situaciones sociales, y todo como un río que fluye impetuoso y sin remansos, no es posible que mentes diferentes puedan haber creado esta novela separadamente para “montarla” después como un mecano. Además de que, estoy seguro, alguno de esos hipotéticos “negros” habría remoloneado o enfermado y no hubiese conseguido completar su parte en solo 52 días. Finalmente, La Cartuja de Parma tiene de todo, envidias, pasión, asesinatos, historia, cárceles, bajezas, guerra, belleza, deseo, poetas, robos y amor, mucho amor –hasta una desfloración narrada elegantemente en unas sucintas líneas (sí, no tema, la incluimos en nuestros fragmentos, aunque es tan poco explícita que casi hay que adivinarla)-.

 

 

    Va para doscientos años que esta novela se escribió y aquí estamos, hablando de ella. Un clásico celebrado, estudiado hasta las costuras y enaltecido por generaciones de lectores. (Existe hasta una “raza” –con perdón- que los pies de página de esta edición denomina “stendhalianos”) Así que, no me pida usted que la ensalce aquí con mi gramática parda. Con lo que Vizcincey dice de ella en Verdad y mentiras en la literatura (obra que ya recogemos en fragmentos de libros –leer-), bastará para reconocer sus excelencias. Decir que a nosotros nos ha gustado bastante y más por lo que tiene de reflejo de una época y por cómo Stendhal ha sabido plasmar y mostrarnos, en La Cartuja de Parma, esas verdades del ser humano, inherentes a nuestra condición social y humana, que denominamos "eternas" y que, finalmente, hay poco nuevo bajo el sol en este siglo XXI.

  

    Pero por poner alguna china, para nosotros, La Cartuja de Parma también tiene “sus cositas” un poco “cogidas por los pelos”; porque se encuentra uno, de cuando en cuando, con situaciones o acciones algo inverosímiles –es novela, claro, y, por tanto, lícitas, no seré yo quien haga de esto un mundo que la emborrone-, y algunos personajes un poco, no sé, demasiado buenos o demasiado malos, por decirlo a la pata la llana y sí es verdad que ante estas cosas, uno dice -Humm… ¡No debe ser lo importante…!

Y ahora, algo sobre los fragmentos que hemos transcrito.

El capítulo XXVIII es el último del libro pero, como escribe Stendhalen los escasos fragmentos que hemos incorporado de ese capítulo, “quedaban muchas cosas por explicar”; y, de hecho, son tantas, que en este último capítulo los acontecimientos importantes se suceden a velocidad aún mayor, si cabe, que en el resto de la novela. Avanza tan veloz, que no hemos sido capaces de continuar extrayendo fragmentos que no constituyeran una sucesión torrencial de hechos que desenlazan nudos anteriores; pero que también plantean otros nuevos, situaciones no previstas, cambios continuos de escenarios y sorpresas un poco a contrapelo. Demasiado, para nuestro gusto, como para pertenecer a un último capítulo.

 

       Así que, un poco desbordados, nos hemos detenido para plantearnos si en ese punto y de lo que nos quedaba, no sería mejor incorporar el final del libro en su sección correspondiente.

  Pero esta nota no se apunta solo para decir solo lo anterior, sino algo más importante. Aquellos de ustedes que conozcan bien La Cartuja de Parma, habrán echado en falta sin duda, alguna referencia de los capítulos III, IV y V, que es donde Frabricio, ¿participa? en la batalla de Waterloo. Son capítulos importantes éstos de La Cartuja de Parma por algunas razones que a nosotros nos parece que debemos mencionar. Es una duda recurrente del protagonista a lo largo de la novela, el saber a ciencia cierta si él puede decir que ha llegado a "vivir" la batalla de Waterloo o no, y si es que sí, tener la seguridad de que realmente ha participado activamente en ella. La verdad es que lo que se narra en estos capítulos omitidos aquí sobre la batalla es muy peculiar. Se trata de escaramuzas, cambios de posición de los generales, humo, galopes, confusión, cantinas móviles de la retaguardia y, sobre todo, la desbandada, como pollos sin cabeza, de la Grand Armée. Y es ahí, en ese ambiente confuso y disperso, en donde Stendhal coloca a Fabricio, al principio de la novela, para su experiencia en la batalla; bajo una mirada personal. Según hemos podido leer -y es otra de las razones por las que mencionamos estos capítulos- es que, parece ser, que el propio Tolstoi llegó a reconocer que él había aprendido a narrar batallas gracias a esta descripción tan original, sin poner los ejércitos frente a frente, con la que Stendhal describe en La Cartuja de Parma la batalla de Waterloo. Y, resaltada la importancia que en la novela tienen estos capítulos, nos toca decir porqué nos los hemos saltado...

 

     Nosotros, hay cosas que hacemos medianamente bien, otras regular y otras horriblemente. Entre estas últimas, está el saber encontrar en la Web un documento que contenga la misma edición y traducción del libro que queremos referenciar, y así poder “tostar” los fragmentos que vamos a incorporar a nuestra página. Somos una nulidad para esto. Claro, nos justifica el hecho de que no estamos muy duchos en esos menesteres porque somos poco amigos de “bajarnos” material, y no lo hacemos. Llámenos tontos pero también éticos, pero le aseguramos que al día de hoy, todavía, nunca, nunca, nos hemos “bajado” ni una sola película de Internet, por ejemplo –es ojeriza a ver una película en el ordenador, lo que tenemos-; aunque sí documentos de libros, aunque solo para incorporar los fragmentos aquí, considerando esta acción como un trueque de trabajo por trabajo. Claro, como somos tan negados, pues nos toca, aproximadamente el 30% de las veces, “picarnos” a mano los textos. Es un trabajo considerable pero es lo que hay; y como amamos a nuestra página, pues lo asumimos con alegría. ¡Yuju!

    Y eso es lo que nos ha pasado con La Cartuja de Parma, con esta edición y esta traducción de Francisco Javier Calzada.

   Pero no hemos escatimado esfuerzos y hemos transcrito catorce páginas de fragmentos y, seguramente, nos “picaremos” el final para traerlo también a nuestra página. Pero como queriamos incorporar bastante de lo que nos ha gustado de esos capítulos que estamos comentando, hemos tenido una idea; algo que creo ya lo hemos hecho con algún otro libro –si recuerdo bien, en Las aventuras de Huckelberry Finn-, y es la de que, en vez de picar mucho, incorporar los capítulos III, IV completos y el comienzo del V (al final de nuestros fragmentos). Los traemos en una traducción distinta que hemos encontrado en la página de la Biblioteca digital del Ministerio de Educación y Cultura de Uruguay; y así, si usted tiene el tiempo y el interés necesario, podrá degustar y evaluar cuánto puedan tener de bueno esos capítulos tan ensalzados donde Stendhal describe a su modo la batalla de Waterloo. A disfrutar.

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     OPINAMOS DE "CARTAS MARRUECAS"  (José Cadalso)          

 

Epistola

 

 

En la contraportada de este libro editado por la desaparecida editorial Bruguera (la de nuestros tebeos infantiles), se lee la definición que del término clásico hace el DRAE y que todos, más o menos, compartimos: “Dícese del autor o de la obra que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier literatura o arte”. Pero los libros clásicos también presentan una característica común que los hace “dignos de imitación” y es que siempre, siempre… nos sorprenden. Es muy posible que usted haya tenido que “saberse” en sus asignaturas de literatura que José Cadalso es uno de los mejores autores españoles del siglo XVIII y que sus Cartas marruecas una de las obras “imprescindibles”. Pero de sabérselo a leer la obra después, hay un gran trecho. Pues no sabe usted lo que se pierde porque es una novela epistolar deliciosa. Es crítica, inteligente, amena, instructiva, con algunos postulados más modernos y libres de prejuicios que muchos textos del siglo XXI. Por poner un ejemplo: Actualmente rueda mucho por la red esta frase: «Nobleza hereditaria es la vanidad que yo fundo en que, ochocientos años antes de mi nacimiento, muriese uno que se llamó como yo me llamo, y fue hombre de provecho, aunque yo sea inútil para todo». ¿Ya sabe lo que le voy a decir? Pues sí, este texto pertenece a la carta “marrueca” nº XIII y su autor es José Cadalso.

 

Busco entre los fragmentos que hemos seleccionado para nuestra página de Cartas marruecas, alguna frase más que sea genuina o sugestiva para escribirla aquí y que incite a que usted se interese y se anime a acercarse a esta novela. Busco entre ellos, también con el mismo fin, temas que trata la obra y que sean ilustrativos de las costumbres, vicios, modas, formas de pensamiento y virtudes de aquella época o que sean tan recurrentes y consuetudinarios de nuestra España, que aún hoy en día los reconozcamos como rasgos nuestros reconocibles y definitorios. Tanto en un caso como en otro, se me hace un imposible incluir todos los que encuentro o, ni siquiera, hacer selección ninguna de tantos como me parecen ejemplares. A todo esto que de actual o de instructivo o de crítica inteligente tiene, añádale una prosa exquisita, con muchas gotas de humor e ironía, y un punto de vista de los tres personajes que se cruzan las misivas entre sí, desprovisto de prejuicios y comprensivo con las flaquezas del ser humano, y entonces estamos ante una obra que promete no defraudarnos. Léala, tampoco es excesiva en páginas ni de lenguaje prolijo. Ya verá como después, estas Cartas marruecas, dejarán de ser un apunte de los estudios secundarios y pasará a ser para usted un libro de referencia a poco que sepa degustar la buena literatura.

  

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     OPINAMOS DE "LA SOLEDAD DE LOS NÚMEROS PRIMOS"  (Paolo Giordano         

SNumPrim

(Este artículo está dividido en dos partes. Si lo que le interesa es explícitamente lo que decimos sobre La soledad de los números primos, puede obviar "Una aclaración necesaria", aunque explicamos alguna cosa de nuestro sitio y del porqué incluimos este libro y no otros "best sellers"). 

UNA ACLARACIÓN NECESARIA

 

Que este sitio de fragmentos de libros está adquiriendo consideración –de la buena, la de la utilidad, a tenor del aumento constante de las personas que lo van visitando- lo constato también por las críticas que recibimos. Dicen que el fracaso no tiene amigos y que el triunfo demasiados. Nosotros no sabemos muy bien que significan en esencia esos dos términos porque nos parece que no son más que dos aspectos subjetivos y necesarios para el aprendizaje en nuestro devenir vital. Donde realmente no se encuentran afectos, donde nos sentimos muy solos, es en el trabajo duro y es a sus frutos –cuando llegan- a los que les crecen los padres putativos.  

Ninguna de las críticas negativas que nos hacen tiene demasiada importancia y si nos duelen lo guardamos para nosotros. Lo que fragmentos de libros tenga de imperfecto –que lo tiene y mucho- procede de nuestras carencias naturales. Pero eso ya no podemos cambiarlo en nosotros y además hemos vivido lo suficiente como para aceptarnos, mal que bien, como somos. Si no sabemos diseñar con gusto o nuestro conocimiento técnico no es muy avanzado y no poseemos la innata capacidad para hacerlo mejor, pues no sabemos y ya está, lo hemos hecho lo mejor que hemos podido. Debo decir aquí –creo que no está aún apuntado en ninguna otra parte- que este pronombre personal, nosotros, de primera persona del plural y que es el que utilizamos generalmente en esta página, es un plural mayestático plebeyo. No es el «nos» real aunque conlleva a lo mismo, a que puede ser trocado sin miedo al error por el de la primera persona del singular. Así que uno ha hecho lo que ha podido y sabido aunque, eso sí me lo arrogo, sin hurtarle nada a la buena intención y al esfuerzo continuo. Por tanto, mientras sea yo solo el que mantenga vivo fragmentos de libros, será como es y crecerá como crezca, porque, además, lo reconozco, a mí, para todo lo que hay que mantener aquí, ya no me da ni el resuello ni el cuero.

Una de las cosas que nos juzgan es que es una página demasiado seria y que quizás sea esa la razón por la que no abundan los comentarios. Desconozco en qué sentido nos lo dicen pero en casi todos ellos eso es un halago. Es lo que pretendemos. Sin concesiones a la galería y que no interfiera el trabajo comentarios chisposos, ocurrentes y, muchas veces inconsecuentes, banales o interesados como las que llenan muchos foros y páginas. Nosotros no tenemos nada en contra de ellos, pero en fragmentos de libros hemos trazado un círculo para que, sin el uso de la fuerza, dejarlos fuera del centro.

 Otra de las críticas que nos hacen es que no leemos y no damos cabida a las novelas actuales, a los «best sellers», y que, abundantes como son y estando publicitados hasta en la sopa, hay muchos de ustedes que les gustaría que nosotros realizáramos un trabajo de selección previo. Recibimos muchas recomendaciones de libros que han gustado mucho a muchas personas –por eso son los más vendidos- y que nos incitan a que los leamos porque nos gustarán. Y nosotros lo intentamos y, además, con la mejor de la intenciones. Algunos, incluso, los terminamos. De verdad. Pero nos gusta poco lo que leemos y nos sentimos muchas veces estafados por lo que el libro -las recomendaciones, las críticas escritas sobre él- prometía. Decididamente, la mayoría son libros vacuos, planos, libros escritos para ser consumidos y abandonados. No nos gustaría tener que poner ejemplos, aunque por el tiempo que nos hicieron perder, muchos merecerían ser expuestos aquí como en una picota.

Discúlpeme esta larga explicación que he considerado necesario realizar antes de explicar lo que podemos decir sobre La soledad de los números primos, pero es que este libro es una constatación de que no es prejuicio nuestro y que sí leemos «best sellers» y que sí los traemos a fragmentos de libros con todo su derecho, cuando nos parecen buenos libros, dignos de estar en nuestra selección y proponérselos a usted, que es con quien mantenemos un compromiso tácito de calidad.

 

NUESTRA OPINIÓN PROPIAMENTE DICHA

 

La soledad de los números primos es una excelente novela escrita por un joven físico de 26 años que consiguió un triunfo inmediato –incluido el premio más importante de Italia para escritores italianos-, que ha sido traducida a un montón de idiomas, que ha sido llevada al cine… y todo ello sin necesitar presentarse como un tocho de 600 páginas y sin que su desarrollo esté trufado de ignominias, pistolones, sangre, escenas “eróticas”, estupros, vengadores, vampiros o reinvenciones históricas. Una historia sucinta, humana, mantenida por la complejidad sicológica de dos seres a los que la vida les  retorció muy pronto, en la infancia, y que reconocen, aceptan y viven su soledad con todas sus consecuencias. Nada excepcional. Basta con ser y sentirse ajeno a los cánones de comportamiento, moda y relaciones de la sociedad occidental contemporánea, para empatizar con los mundos interiores de Alice y Mattia.

 El título de este libro es, ya de por sí, algo largo para una novela, pero aún así debería ser aún más y titularse “La soledad de los números primos gemelos”. La razón se encuentra en la propia novela y se lee en casi cualquier mención que de ella encontremos. La alegoría –es un físico el autor, es matemático uno de los protagonistas- es que un número primo, por muy grande que sea, cuando solo es divisible por el uno y por sí mismo, se percibe como un número solitario. Pero además son gemelos aquellos números primos que son casi consecutivos (11-13, 17-19…), que casi pueden tocarse, pero un número par interpuesto les impide hacerlo. Alice y Mattia, a veces extienden sus brazos –o sus labios- y se llegan a rozar pero están condenados a no poder abrazarse de verdad, a fundirse. Y es bastante desconsolador para el lector. (Es el propio Mattia el que identifica a Alice y a él mismo como dos números primos gemelos, 2.760.889.966.649, el suyo y 2.760.889.966.651 el de Alice:

Escogió el bolígrafo con más tinta de los que tenía en el escritorio, le quitó la capucha, que insertó en la punta opuesta para que no se extraviara, y en el centro exacto del folio, que calculó sin tener que contar los recuadros, comenzó a escribir. 2760889966649. Puso de nuevo la capucha al bolígrafo, lo dejó junto a los folios y leyó en voz alta:

Dosbillonessetecientosesentamilmillonesochocientosochentaynuevemillonesnovecientossesentayseismilseiscientoscuarentaynueve. Lo leyó de nuevo, esta vez en voz queda, como para aprenderse el trabalenguas. Y decidió que aquel número era el suyo. Estaba seguro de que ninguna otra persona en el mundo, ninguna otra persona en toda la historia del mundo, había pensado nunca en aquel número. Hasta ese momento, probablemente tampoco nadie lo había escrito y menos aún pronunciado en voz alta. Tras un momento de vacilación, dos renglones más abajo escribió: 2760889966651. Y éste es el suyo, pensó. En su imaginación, aquellas cifras se habían teñido del color morado del pie de Alice recortado contra el resplandor azulado del televisor. Bien podrían ser dos primos gemelos, pensó Mattia. Y si lo fueran... Consideró con detenimiento la posibilidad y buscó divisores de aquellos dos números; con el 3 era fácil: bastaba con sumar las cifras y ver si el resultado era un múltiplo de 3. El 5 quedaba descartado de antemano. Quizá había una regla también para el 7, pero como no la recordaba hizo la división en columna. Siguió con el 11, el 13, etc., en cálculos cada vez más complicados. Cuando estaba con el 37 el sueño se apoderó momentáneamente de él y el bolígrafo le resbaló por la página. Al llegar al 47 abandonó. Aquello sólido que había sentido nacerle dentro estando con Alice se había disipado como el olor en el aire y ya no lo notaba.”

En el texto, no se termina de realizar la comprobación de si esos números “billonarios” son primos gemelos, pero lo son, eso se lo aseguramos nosotros en fragmentos de libros, que lo hemos calculado).

Nos hemos decantado por incluir el comienzo -el primer capítulo completo- porque es magnífico -atrapa- y que, junto al segundo, nos cuenta las causas, el porqué Alice y Mattia son como son, y nos introduce en esa voz tan íntima, tan atenta a los detalles, que, a pesar de estar escrita en tercera persona, nos parece tan cómplice de los protagonistas como si ellos mismos fueran los que nos narraran la historia. Creemos que no serían los fragmentos de este libro -salvo alguno, como el incluido aquí- los que nos van a incitar a su lectura mejor que ese comienzo, ese "El ángel de la nieve". 

Por lo leído por ahí, muchos de sus lectores se quejan de la impiedad de esta novela para con sus protagonistas y de la rareza extrema, el aislamiento, la inadaptación de Alice y Mattia –llega a límites enfermizos, ella es anoréxica y él se automutila-, y percibe que su salvación puede producirse cuando se encuentren, cuando pueda fructificar el amor que se tienen… Y la novela avanza y no… lo que, claro, nos produce frustración como lectores. Se hace difícil de entender y asimilar ese comportamiento. Lo que podemos decir es que no nos quedan tan lejos algunos aspectos del problema porque, -y no vamos a extendernos nada en esto-, nosotros mismos hemos estado involucrados en una escuela de niños superdotados –una visión profundamente errónea tiene la sociedad sobre este colectivo- y le podemos asegurar que el problema es más real y cotidiano de lo que nos parece al leer este libro.

Por si usted le interesa este aspecto, vamos a acabar remitiéndole a un “post” que hemos encontrado en la web sobre esta novela y que nos parece muy interesante lo que aporta sobre los aspectos sicológicos-somáticos que se resaltan en La soledad de los números primos. Y ya.

Este es el enlace:  https://pacotraver.wordpress.com/2009/10/06/la-soledad-de-los-numeros-primos/

        Leer comienzo de  La soledad de los números primos:

                           LaSoledadDeLosNumerosPrimos                  

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     OPINAMOS DE "TIEMPO DE SILENCIO"  (Luis Martín Santos)          

Chavolas

       Según voy incorporando nuevos fragmentos de libros en este sitio, se me hace cada vez más certero ese dicho nuestro que nos declara que “El último santo que llega es el de mayor devoción”, porque cada nuevo libro me parece que supera en calidad o en alcance o en embeleso a los anteriores. Y no debe ser algo verdadero y sí algún tipo de sugestión mía. Bueno, me tranquiliza algo que también ocurra con las nuevas fórmulas de los detergentes en la publicidad, que supera con creces en blancura a todas las anteriores de tal manera que, o los obsoletos jabones dejaban la ropa como para hacer trapos con los que limpiar la grasa o el nuevo transmuta la blancura en esa luz cegadora que dicen que aparece guiándonos en el último trance. Y esto no es cierto, comprobado. Aún hoy, con la última fórmula, si no restriego antes de lavar los lamparones insidiosos de las camisas, siempre se me queda un cerco desmoralizador allí donde cayera.

       De todas las formas, sí tengo que decir que de Tiempo de silencio (que es el libro del que quiero decir algo por un viejo despecho), el comienzo lo recordaba más o menos como es y, sin embargo, su final, me ha dejado absolutamente pasmado, pues no recordaba que era como ahora lo leo, con una calidad, una profundidad y una socarronería dolida, con muy pocos parangones.

      Así que, centraré este “Algo decimos” principalmente en ese final y, por supuesto, en ese viejo entuerto que desfacer del que solo soy una víctima recuperada, que las hay bastantes sin solución ninguna.

      Es tiempo de silencio, dice el autor en ese final. Escuche entonces:

      “… ¿Pero yo, por qué no estoy más desesperado? ¿Por qué me estoy dejando capar? El hombre fálico de la gorra roja terminada en punta de cilindro rojo, con su fecundidad inagotable para la producción de movimientos rectilíneos, ahí se está paseando orgulloso de su gran prepucio rojocefálico, con su pito en la mano, con un palo enrollado, dotado de múltiples atributos que desencadenarán la marcha erecta del órgano gigante que se clavará en el vientre de las montañas mientras yo me estoy dejando capar.”  

     Así comienza el final de Tiempo de silencio. Bueno, en el punto que he elegido yo, aunque bien podría haber escogido cualquier otro y daría lo mismo. Lo mejor es leerlo completito.

Ahora, dígame usted. ¿Este es el tipo de lectura adecuado con el que tiene que bregar un chaval de 16 años para aprobar la asignatura de literatura en el bachillerato? Puestos a elegir lenguaje metafórico, mejor Alicia en el País de las Maravillas, desde luego. Uno mismo se lo tuvo que meter entre sien y sien cuando lo que me gustaba era Verne, los tebeos de la Marvel, Dostoievski o Papillon. ¿Cómo puede reconocer un adolescente –ni muchos adultos-, en este final, la rabia rabiosa de una claudicación? En una edad, además, en la que el verbo claudicar, en su sentido humano más profundo, es un verbo tan ajeno como morir. Lo que se le obliga al chaval a concluir de ese abstruso párrafo es que el científico que está escribiendo la historia en primera persona, queda rendido definitivamente a la realidad de la España rancia y miserable y franquista de los años 50, y se da cuenta de su fracaso, de la inutilidad de su esfuerzo y se hace preguntas y se reconcome. Viaja en un tren que en ese momento parte de una estación -El Escorial-, y observa cómo el jefe de estación, con su gorra identificativa, da la señal de marcha al tren (órgano gigante que se clavará en el vientre de las montañas) con una banderita roja. Eso es todo; aunque sea mucho y fuerte lo que se dice ese hombre a sí mismo. ¿Cómo lo ve? Así que es bastante factible que el hacer obligatorio un libro con un lenguaje tan suyo como es el de Tiempo de silencio, haya producido el efecto contrario al buscado, provocando unas cuantas deserciones no deseadas de la literatura en muchos españoles de casi todas las generaciones que tuvieron que tragarse ese cáliz-galimatías desde, más o menos, 1970. Es como enseñar música con Stravinsky en vez de con las Cuatro Estaciones, la Para Elisa o el vuelo del moscardón. A cualquiera se le puede atragantar la literatura como un sapo en el gaznate y terminar por hacer ¡fu! como el gato de ella para siempre. Señores responsables: que Tiempo de silencio es un libro escrito por un médico culto y que necesita un glosario qué explique términos, modismos, acepciones y palabros del autor. (Tanto en el comienzo, como en el final, que es lo que transcribimos en fragmentos de libros, incluimos algunas aclaraciones extraídas del glosario de la revista de la facultad de Filología de la universidad de Oviedo, Archivum).

Pero está bien, dejemos la queja porque se nos va este artículo en lloros y no es plan, aunque tenía que decirlo, es mi pobre venganza.

Afortunadamente, volví a Tiempo de silencio ya con alguna cicatriz y bastantes claudicaciones y me dije: ¡Caray con el tocayo! ¡Qué mala leche! ¡Y qué librazo se marcó! La historia, ya la conoce o puede encontrarla muy fácilmente. En la misma wikipedia la tiene compendiada y hasta una película se ha rodado con su argumento (de 1986, dirigida por Vicente Aranda, con Imanol Arias y Victoria Abril de protagonistas). Y aunque es relativamente sencillo plasmar la historia lineal de Tiempo de silencio en un filme, es prácticamente imposible (¿Tarkovsky?) transmitir en una película, la fuerza de ese narrador en primera persona, los juegos, las metáforas, las distorsiones del lenguaje con las que Luis Martín Santos consigue hablarnos directamente al estómago y dejarnos grabada una vívida imagen de aquellos años de miseria sin alternativa.

Aún me imbuí en Tiempo de Silencio una tercera vez y aún me gustó más. No a la manera como me han gustado otros libros al releerlos, con distintas luces, con otros colores cada vez, sino por un aumento de la intensidad. Incluso, ahora, trascribiendo para estos fragmentos de libros de mis desvelos el comienzo del libro y ese final, Tiempo de silencio me vuelve a atraer, muy sorprendido de tan bueno que me parece. Si no fuera porque me esperaran por otros derroteros... 

Hágase un favor, lea ese final (para definirlo con dos simples palabras, como dijo el torero analfabeto, un final: extra ordinario -in creíble, dijo el torerete-), no se escamotee ese placer; relámase y disfrute del cuerpo, de las entrañas que tiene. Además, por esta vez, es un final en donde el desenlace de la trama ya se ha producido y solo desvela sus efectos en el personaje principal.

 

            Acceso a textos de Tiempo de silencio:

                  El comienzo                   El final

                       TiempoDeSilencio                   TiempoDeSilencio                     Ir al índice de libros...:DedoIndice

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     OPINAMOS DE "VIAJE AL FIN DE LA NOCHE"  (Louis-Ferdinand Céline)          

  VoyageAuBout1 

Que hay mucho que leer y que nuestro tiempo es escaso, ya lo tenemos muy oído. Hasta nosotros mismos, dentro de nuestra nimiedad, –niquelada viene esta palabra tras haberme embadurnado las entrañas con la crudeza lírica de Viaje al fin de la noche-, lo pensamos y lo lloramos.

Pero es aún más descorazonador tomar conciencia de que, dentro de la misma demanda de tiempo, van a ser muchos los libros extraordinarios que no solo no lleguemos a leer aunque tengamos esa intención, sino que ni siquiera los vamos a descubrir para poder considerarlos como pendientes. Y éste, de Céline, es uno de los que casi se nos escapa; y hubiese sido una pena porque es de los extraordinarios de verdad.

Sí lo conocíamos, pero no su valor. Habíamos encontrado referencias del libro por aquí y por allá, y a su autor, Céline, relacionado con los autores de la generación beat (golpeado, abatido, cansado…), BurroughsKerouac… pero no se nos había destacado por encima de otros libros escritos por esta generación, bajo esta estética o filosofía. También,  Viaje al fin de la noche, aparece en la lista de los 100 mejores libros del Club del Libro Noruego (consultar) y, ¡cómo no!, en la de Le Monde, tan chauvinista ella. Pero como esto de la listas es tan relativo que hay que mirarlo con un ojo guiñado, como cuando se calibra un arma o se enhebra un hilo, no era suficiente como para considerarlo, necesariamente, como un libro de lectura pendiente, aunque sí ya, ese ojo no guiñado nos hizo indagar un poquito y… Pues tampoco del todo. Tampoco, finalmente, lo hemos leído con grandes expectativas y nos ha sorprendido una barbaridad. Flipados nos ha dejado. Por esta vez no puedo decir nada sarcástico de los señores autores que han elaborado esa lista de los 100 mejores libros y no nos extraña nada que Céline sea el autor francés del siglo XX más traducido después de Proust, gracias, principalmente a este Viaje al fin de la noche, este canto al “héroe moderno” y  la nimiedad animal, egoísta, sucia y sin escapatoria que significa la suma de los hechos de su vida.

Finalmente, hemos disfrutado Viaje al fin de la noche de lo lindo, como diría Ferdinand Bardamu. Además ha sido un gustazo policromo: Estético, filosófico, cómico, intelectual, literario… un sabroso plato servido bien crudo. Y…, bueno, usted ya sabe que aunque vamos intentando cultivarnos algo, ya está reconocido que lo míonuestro no es la crítica literaria al uso, la, digamos, académica, ortodoxa, la crítica literaria –como escribiría Bardamu-; pero no pasa nada porque siempre tenemos a mano, para salir del paso, algún texto técnico en la solapilla del libro o en alguna otra parte y lo podemos plantar sin sonrojo en estas opiniones (eso sí, citando la fuente, que no queremos adornarnos con lo que no es nuestro) y quedar decentemente. En este caso le transcribimos la parte del texto de la contraportada:  ”Es posible que, tras ciertas experiencias extremas, el mundo y sus habitantes tan solo merezcan compasión o desprecio. La prosa amarga y quebradiza de Céline, su característico ritmo acelerado, el lirismo salvaje y descarnado con que construyó a sus personajes o la altiva mueca con que contempló la existencia han provocado siempre las más encontradas reacciones…”  Bien ¿no? Nosotros no sabemos decir frases así y siempre tenemos que andar justificándonos. Siempre nos engañamos con la suposición de que, por ejemplo, para entender mejor Alicia en el país de las maravillas (después de leerlo y releerlo, claro), además de ilustrarnos con algunos buenos estudios sobre su técnica o su simbolismo, no viene mal leer también lo que le parece o entiende de ese libro un adolescente o un iluminado, así que... Pero como lo nuestro son los fragmentos, -y ahí sí tiene usted que apretarnos para que afilemos la nariz y traigamos aquí lo excelente- pues qué mejor que, para hacerse una idea de lo que es este libro, traer aquí uno de esos fragmentos, uno que además nos acerca un poco al porqué de ese título de Viaje al fin de la noche:

¡Liquida­da, mi inquietud! ¡Contento casi! Orgulloso casi, porque me daba cuenta de que no valía la pena ya insistir por el lado de Henrouille nuera, ¡había acabado perdiéndola, a aquella puta, por el camino!... ¡Qué tía! Habíamos simpatizado a nuestro modo... Nos habíamos comprendido bien en tiempos, la nuera Henrouille y yo... Durante mu­cho tiempo... Pero ahora ya no estaba bastante abajo para mí, no podía descender... Llegar hasta mí... No tenía instrucción ni fuerza. No se sube en la vida, se baja. Ella ya no podía. Ya no podía bajar hasta donde yo estaba... Ha­bía demasiada noche para ella a mi alrededor.

 

   Con respecto a esto de los fragmentos, tengo que decir que cuando hemos acabado de leer Viaje al fin de la noche, el libro se asemejaba mucho a un farolillo de feria de pueblo de tantas marcas-papelillos de colores que le colgaban de entre sus páginas. Más de veinticinco páginas de fragmentos hemos recopilado finalmente. Una barbaridad, desde luego, más que ninguno hasta ahora. Y le podemos prometer que nos hemos sujetado. Y es que es un libro preñado de ideas, de fuerza, de espíritu, de fea belleza, de mensaje, de poesía, de realidad y de mucha amargura y mucho muerto viviente. De mucha saeta al alma y a la condición humana.

 … Y tiene un final este libro que nos ha obligado a incluirlo como tal, individualizado, en fragmentos de libros. Espectacular no es, pero contiene dos textos que nos han encantado. Bueno uno, el párrafo final, sí es propio que digamos que nos ha encantado porque el libro se nos va arrastrado por el sonido de la sirena de un remolcador que se lleva todo con él, hasta al río, el propio Sena. El otro texto que digo no es ningún encanto, es otra cosa, brutal, uno de los fragmentos más demoledores del libro. Se lo pongo aquí,  a ver qué opina o le anima a leer el resto de fragmentos o ya, directamente, este gran libro:

 

¡Liquida­da, mi inquietud! ¡Contento casi! Orgulloso casi, porque me daba cuenta de que no valía la pena ya insistir por el lado de Henrouille nuera, ¡había acabado perdiéndola, a aquella puta, por el camino!... ¡Qué tía! Habíamos simpatizado a nuestro modo... Nos habíamos comprendido bien en tiempos, la nuera Henrouille y yo... Durante mu­cho tiempo... Pero ahora ya no estaba bastante abajo para mí, no podía descender... Llegar hasta mí... No tenía instrucción ni fuerza. No se sube en la vida, se baja. Ella ya no podía. Ya no podía bajar hasta donde yo estaba... Ha­bía demasiada noche para ella a mi alrededor. 

   ”En esos momentos es un poco violento haberse vuelto tan pobre y tan duro. Careces de casi todo lo que haría falta para ayudar a morir a alguien. Ya sólo te quedan cosas útiles para la vida de todos los días, la vida de la comodidad, la vida propia sólo, la cabronada. Has perdido la confianza por el camino. Has expulsado, ahu­yentado, la piedad que te quedaba, con cuidado, hasta el fondo del cuerpo, como una píldora asquerosa. La has empujado hasta el extremo del intestino, la piedad, con la mierda. Ahí está bien, te dices."

Y yo seguía, delante de Léon, para compadecerme, y nunca me había sentido tan violento. No lo conseguía... Él me encontraba... Las pasaba putas... Él debía de buscar a otro Ferdinand, mucho mayor que yo, desde luego, para morir, para ayudarlo a morir más bien, más despa­cio. Hacía esfuerzos para darse cuenta de si por casuali­dad no habría hecho progresos el mundo. Hacía el inven­tario, el pobre desgraciado, en su conciencia... Si no habrían cambiado un poco los hombres, para mejor, mientras él había vivido, si no habría sido alguna vez in­justo con ellos sin quererlo... Pero sólo estaba yo, yo y sólo yo, junto a él, un Ferdinandmuy real al que faltaba lo que haría a un hombre más grande que su simple vida, el amor por la vida de los demás. De eso no tenía yo, o tan poco, la verdad, que no valía la pena enseñarlo. Yo no era grande como la muerte. Era mucho más pequeño. Carecía de la gran idea humana. Habría sentido incluso, creo, pena con mayor facilidad de un perro estirando la pata que de él, Robinson, porque un perro no es listillo, mientras que él era un poco listillo, de todos modos, Léon. También yo era un listillo, éramos unos listillos... Todo lo demás había desaparecido por el camino y hasta esas muecas que pueden aún servir junto a los agonizan­tes las había perdido, había perdido todo, estaba visto, por el camino, no encontraba nada de lo que se necesita para diñarla, sólo malicias. Mi sentimiento era como una casa adonde sólo se va de vacaciones. Es casi inhabitable. Y, además, es que es exigente, un agonizante moribundo. Agonizar no basta. Hay que gozar al tiempo que se cas­ca, con los últimos estertores hay que gozar aún, en el punto más bajo de la vida, con las arterias llenas de urea. 

 Lloriquean aún, los agonizantes, porque no gozan bas­tante... Reclaman... Protestan. Es la comedia de la desgra­cia, que intenta pasar de la vida a la propia muerte…

    ¿Qué me dice? Nosotros solo sabemos leerlo, sentirlo y mostrárselo.

Supongo que es verdad el manido tópico de que en el pecado está la penitencia; pero con la misma lógica, puedo asegurarle que este nuestro trabajo de selección de fragmentos de libros lleva consigo también la recompensa. Y, además, le recuerdo la génesis de esta nuestra página, fragmentos de libros: Los ponemos nosotros, y también podemos releerlos cuando queramos, que no es cosa baladí.  

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