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 EL SELLO REDITUM.  

    Autor     :  Carlos Manuel Martínez de la Torre

 

 PORTADA SELLOREDITUM

COMIENZO

 

1.- Nico 

La señora estaba encogida en una butaca roja en la esquina de la habitación. Agarraba con fuerza y ambas manos, su rosario de cuentas negras y cruz plateada cerca de la boca. Rezaba una retahíla nerviosa y susurrante –Virgencita gloriosa, protege a tu servidora, que aunque haya sido pecadora, se arrepiente de todas las cosas. Intercede por mí ante el mal, aleja a los espíritus malignos, yo soy tu sierva leal, aunque mi corazón sea indigno… –mientras se mecía con movimientos casi involuntarios. 

La cara estaba empalidecida a pesar de tener la tez morena. Los ojos lacrimosos los mantenía muy abiertos, de par en par, y vidriosos. 

Llevaba su habitual vestido negro en señal de respeto a la memoria de su difunto marido. Tenía unos cincuenta años y ya hacía cerca de dos que voló desde su país, cruzando el Atlántico, para llegar a España y comenzar una nueva vida, más próspera, que le hiciese olvidar las penurias y las desgracias que habían sido la constante monotonía de su vida allá en Colombia. Tras un comienzo más duro de lo que esperaba, encontró sus primeros trabajos realizando limpiezas esporádicas en distintas casas, por poco dinero, aunque mejor pagado que en su país, pero sin llegar a ser lo suficiente para llevar el tren de vida que exige una gran ciudad como es Madrid. Más tarde entró al servicio de casas por más horas y fue ganándose una reputación de buena trabajadora, profesional, eficiente y atenta, cosa que le sirvió para que el boca a boca de aquellos a los que servía, la llevase al puesto actual que desempeñaba como interna, con un niño a cargo al que atender.

La madre del chico, modelo de profesión, vivía más tiempo fuera de la casa que dentro de ella. El padre no existía, se había especulado que quizás fuese una aventura pasajera, o una persona aún más importante, y que el reconocimiento del niño fuese un escándalo o que incluso fuera fruto de una inseminación artificial.

Lo que si estaba claro es que era de ella, puesto que había sacado sus mismos grandes ojos azules y el pelo rubio casi platino, y además tenía todos los ángulos finos del angelical rostro de la madre.

La lámpara amarilla que colgaba del techo de la habitación estaba encendida. Contrastaba con la oscuridad de la noche que procedía de detrás de las cortinas que cubría la ventana. Al lado de ésta, estaba la cama, aún sin deshacer, con su colcha blanca con flores bordadas. Presidiendo en la cabecera había un crucifijo de madera caoba, con un cristo casi esquelético y amarillento. Pero no era el único símbolo religioso, sobre el tocador tenía todo un santoral con estampas de distintas vírgenes, y santos alumbrados por varias velas y pequeños ramilletes de flores. 

Escuchó pequeños pasos que se acercaban a la puerta hasta que se detuvieron. 

Se produjo un silencio que aunque fue corto, ella lo vivió como si los segundos hubiesen sido minutos. 

El pomo se giró y ella se contrajo más con un suspiro ahogado. 

Las gotas frías del sudor y de las lágrimas se confundían al resbalarse por su rostro cetrino. 

El tiritar desproporcionado de los nervios recorría su cuerpo como si estuviese enchufada a una máquina que le transmitiera constantemente corriente. 

La puerta de la habitación se abrió lentamente y sin soltar el pomo, el niño se asomó. 

Estaba en pijama, con su osito de siempre abrazándolo con el otro brazo, del cual nunca se separaba. 

Janet –le dijo–. Este señor te pregunta qué clase de comida le preparaste que le sentó tan mal antes de irte. 

El corazón le palpitaba cada vez con más fuerza, podía oírlo en sus sienes. Una sensación de ahogo y mareo le sobrevino con un calor sofocante. 

Sabía que le estaba hablando de su marido, fallecido por causas poco naturales, después de que ella se hubiese encargado de condimentar mortalmente el almuerzo, y deshacerse por fin de más de treinta años de sumisión absoluta a un borracho que le dio más penas, y prácticamente ninguna alegría. 

El niño volvió a hablar, con esa vocecilla dulce y melodiosa –Nico dice que este señor está muy enfadado. –Mirando a su osito dijo– ¿a que sí Nico? 

          Las luces del cuarto empezaron a parpadear y la señora lanzó un grito largo y aterrador...

 

 

FRAGMENTO

...

El padre Morata dobló el periódico que leía cuando Martín entró en la sala.

–Esperaba tu visita. Si estás aquí es que estás investigando el caso de esa chica –dijo mientras se quitaba las gafas de lectura.

–Un caso que dudo mucho tengan constancia en la diócesis aunque se me encomendó a través de un correo electrónico mandado desde allí.

El padre Morata sonrió. Era un hombre octogenario, ya jubilado de sus funciones, funciones que había heredado Martín como investigador oficial de lo milagroso y paranormal, “primer paladín contra Lucifer y rescatador de cuerpos poseídos por demonios y otros espíritus”. El padre Morata además había sido su mentor.

–¿Sabe que escapé por los pelos de una explosión, de un piso en llamas y de una caída de veintisiete metros?

–El fuego y tú tenéis una relación muy peculiar –dijo con suspicacia y continuó–. Lo estaba releyendo en estos momentos. Este periódico es de hace dos días.

–La versión oficial es que el autor era un joven okupa que se atrincheró ante un posible desalojo y se voló con el piso antes de que lo echasen.

–¿Y la tuya?

–Yo vi un muchacho, posiblemente poseído, con un aspecto que nunca había visto y un control del cuerpo extraordinario.

–Descríbemelo.

–Sus globos oculares eran completamente negros y le surcaban muchas venas del mismo color por el cuerpo; cuello, sienes y extremidades. Además, tenía una fuerza y agilidad inusual. Hubiese dicho que podría ser los efectos de alguna droga pero él me dijo antes de que todo saltase por los aires; <<esta vez no te escapas, cura>>. O era una casualidad o hacía referencia a lo que me ocurrió en aquella ermita.

El viejo cura reflexionó. –En el cuerpo de un poseído hay una lucha constante entre el alma de la persona y del espíritu maligno que quiere poseerla, hay una descoordinación muy grande de movimientos, un pulso continuo de quien lo controla con el controlado, es casi imposible la posesión total, pero lo que me estás relatando es como si el espíritu hubiese desplazado completamente el alma del muchacho y ocupase su lugar sin ninguna resistencia –aclaró el anciano extrañado–. ¿Qué conclusiones has sacado de la chica? –preguntó a Martín.

–Si es una persona con una sensibilidad especial, es posible que esté sirviendo como canalizadora de algún ente o demonio. Dudé primero con lo de la posesión y todavía no tengo claro qué es lo que le ocurre realmente. ¿Cuándo la conoció?

–Hará unos diez u once años, cuando era una chiquilla. Se me encomendó que estudiase su caso. Su párroco, alertado por los padres, puso en conocimiento los acontecimientos de su casa. Alrededor de la chica se formaban manifestaciones de espíritus. Se probó con una ceremonia de bendición de la casa. Eso logró calmar temporalmente las almas perdidas o ancladas en su hogar. Periódicamente iba y repetía las bendiciones para limpiarla cada vez que me llamaban. Siempre he creído que esa niña tenía un don natural para conectar con el “más allá” y que hasta que no se hiciese mayor no iba a ser capaz de dominarlo, cosa que al parecer no ha podido. Pobre chica –se lamentó.

–Se quemó los ojos delante de mí. Tenía escrito con su sangre “beata Dolores”, ¿le suena de algo?

El padre Morata alzó la cabeza con el ceño fruncido antes de contestar. –La “beata Dolores” fue la última mujer en ser ejecutada por la Santa Inquisición por brujería. Ocurrió en Sevilla, a finales del siglo XVIII, era una religiosa que quedó ciega cuando apenas tenía doce años. Decía que veía a la virgen y al niño Jesús, además de otros santos y espíritus. También tenía la mala costumbre de relacionarse carnalmente con sus confesores y blasfemar constantemente. Pero lo que más influyó fue los rumores de que trataba con el mismísimo diablo y su afición a preparar brebajes. Decían que ponía huevos, como las gallinas. Un cúmulo de cosas que al final la llevaron a la hoguera.

–Creo que ésta sí es una buena pista a seguir.

El padre Morata se quedó pensativo; –Ahora que recuerdo, hicieron hace muchos años una investigación muy exhaustiva sobre este personaje el grupo de investigación de temas paranormales “SAETA”.

–Conozco a Darío Gómez y Andrés Fonseca, quizás ellos puedan ayudarme –recordó Martín.

–Darío por aquel tiempo no creo que estuviese todavía en el grupo pero Andrés es posible, pregúntale a él.

–Muchas gracias por la ayuda, padre.

Martín, una cosa, no es necesario que en el obispado sepan que estás investigando esto.

–De acuerdo. Aunque mentir, no voy a mentir, pero si no me preguntan…

...

CarlosM MtnezTorre

El autor: Carlos Manuel Martínez de la Torre 

      Una breve semblanza (Al que no le gustan los currrículos): La obra de este autor onubense está influenciada por su afición a los cómics de superhéroes, su gusto hacia la temática fantástica de espada y brujería, además de su pasión al terror, tanto en literatura, como cine o series de televisión. 

             

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