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Fragmentos de libros. EL ASNO DE ORO de Lucio APULEYO  Fragmentos II:

Acceso/Volver a los fragmentos I de El asno de oro:HaciaArriba

 Continúa... (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas)

... Yo dije:

-Mañana lo sabrás; pero, ¿qué es esto? Yo tengo mucho placer en verte con vara de justicia y acompañado de gente de pie. Según tu hábito, oficio debes de tener en la ciudad.

Él me dijo:

-Tengo cargo del pan y soy almotacén; por eso, si quieres comprar algo de comer, yo te podré aprovechar.

Yo no quise, porque ya tenía comprado el pescado necesario para mi comer; pero él, como vio la espuerta del pescado, la tomó y en un llano la sacudió, y vistos los peces, dijo:

-¿Y cuánto te costó esta basura?

Yo respondí:

-Apenas lo pude sacar del que lo vendió por veinte maravedís.

 Lo cual, como él oyó, me tomó por la falda y me tornó otra vez a la plaza de Cupido y me preguntó:

-¿De cuál de éstos compraste esta nada?

Yo mostré un vejezuelo que estaba sentado en un rincón; el cual, con voces ásperas como a su oficio convenía, comenzó a maltratar al viejo, diciendo:

-Ya, ya, vosotros ni perdonáis a nuestros amigos ni a los huéspedes que aquí vienen, porque vendéis el pescado podrido por tan grandes precios y hacéis con vuestra carestía que una ciudad como ésta, que es la flor de Tesalia, se torne en un desierto y soledad; pero no lo haréis sin pena, a lo menos en tanto que yo tuviere este cargo: yo mostraré en qué manera se deben castigar los malos.

Y arrebató la espuerta, y derramada por tierra, hizo a un su oficial que saltase encima y lo rehollase bien con los pies. Así que mi amigo Pithias, contento con este castigo, dijo que me fuese…

   

Del SEGUNDO LIBRO

TeatroClasico… En tanto que hablamos estas cosas, andando un poco adelante, llegamos a casa de Birrena. La cual era muy hermosa: había en ella cuatro órdenes de columnas de mármol, y sobre cada columna de las esquinas estaba una estatua de la diosa Victoria, tan artificiosamente labrada con sus rostros, alas y plumas, que, aunque las columnas estaban quietas, parecía que se movían y que ellas querían volar. De la otra parte estaba otra estatua de la diosa Diana, hecha de mármol muy blanco, frente a la entrada. Sobre la cual estaba cargada la mitad de aquel edificio. Era esta diosa muy pulidamente labrada: la vestidura parecía que el aire se la llevaba y que ella se movía y andaba y mostraba majestad honrada en su forma. Alrededor de ella estaban sus lebreles, hechos del mismo mármol, que parecía que amenazaban con los ojos, las orejas alzadas, las narices y las bocas abiertas; y si cerca de allí ladraban algunos perros, pensaras que salen de las bocas de piedra...

   

... Así que, andada y vista por mí toda Tesalia, llegué a la ciudad de Larisa, con mal agüero de aves negras, y andando, mirando todas las cosas de allí, ya que se me enflaquecía la bolsa, comencé a buscar remedio de mi pobreza, y andando así veo en medio de la plaza un viejo alto de cuerpo encima de una piedra, que, a altas voces, decía:

Tesalia- Si alguno quisiere guardar un muerto, véngase conmigo en el precio.

Yo pregunté a uno de los que pasaban:

-¿Qué cosa es ésta? ¿Suelen aquí huir los muertos?

Me respondió aquél:

- Calla, que bien parece que eres mozo y extranjero, y por eso no sabes que estás en medio de Tesalia, donde las mujeres hechiceras cortan con los dientes las narices y orejas de los muertos, en cada parte, porque con esto hacen sus artes y encantamientos.

Yo le dije entonces:

- Dime, por tu vida, ¿y qué guarda es ésta de los difuntos?

Él me respondió:

- Primeramente, toda la noche ha de velar muy bien, abiertos los ojos y siempre puestos en el cuerpo del difunto, sin jamás mirar a otra parte, ni solamente volver los ojos, porque estas malas mujeres, convertidas en cualquier animal que ellas quieren, en volviendo la cara, luego se meten y esconden, que, aunque fuesen los ojos del Sol y de la justicia, los engañarían; que una vez se tornan aves y otra vez perros y ratones, y luego se hacen moscas, y cuando están dentro, con sus malditos encantamientos oprimen y echan sueños a los que guardan; de manera que no hay quien pueda contar cuántas maldades estas malas mujeres, por su vicio y placer, inventan y hallan, y por este tan mortal trabajo, no dan de salario más de cuatro o seis ducados de oro, poco más o menos. ¡Oh, oh!, y lo que principalmente se me olvidaba: si alguno de estos que guardan no restituye el cuerpo entero, a la mañana, todo lo que le fue cortado o disminuido es obligado y apremiado a reponerlo, cortándole otro tanto de su misma cara.

Oído esto, me esforcé lo mejor que pude, y luego me llegue al que pregonaba, diciendo:

- Deja ya de pregonar, que he aquí aparejada guarda para eso que dices. Dime qué salario me has de dar.

Él dijo:

- Te darán mil maravedíes; pero mira bien, mancebo, con diligencia; cata que este cuerpo es de un hijo de los principales de esta ciudad; guárdalo bien de estas malas arpías.

Yo dije entonces:

- ¿Qué me estáis ahí contando, necedades y mentiras? ¿No ves que soy hombre de hierro, que nunca entra sueño en mí? Más veo que un lince y más lleno de ojos estoy que Argos.

Casi yo no había acabado de hablar cuando me llevó a una casa, la cual tenía cerradas las puertas, y entramos por un postigo, por donde me entró en un palacio oscuro y me mostró una cámara sin lumbre, donde estaba una dueña vestida de luto, cerca de la cual él se sentó diciendo:

- Éste viene obligado para guardar fielmente a tu marido.

Ella, como estaba con sus cabellos echados ante la cara, aunque tenía luto, estaba hermosa, y mirándome dijo:

 - Mira bien; cata que te ruego que con gran diligencia hagas lo que has tomado a cargo. Yo le dije:

- No cures, señora: mándame aparejar la colación.

Lo cual le plugo, y luego se levantó y me metió en una camarilla, donde estaba el difunto cubierto con sábanas muy blancas, y metidos dentro unos siete testigos; alzada la sábana y descubierto el muerto, llorando y demostrando todas las cosas de su cuerpo, pidiendo que fuesen testigos los que estaban presentes, lo cual un escribano asentaba en su registro, ella decía de esta manera:

- Veis aquí la nariz entera, los ojos sin lesión, las orejas sanas, los labios sin faltarles cosa, la barba maciza. Vosotros, buenos hombres, dadme por testimonio lo que digo.

Y como esto dijo y el escribano lo asentó y signó, partiose de allí.

Yo le dije:

- Señora, mandad que me provean de todo lo necesario.

 Ella respondió:

-¿Qué es lo que has menester?

Yo le dije:

-Un candil grande y aceite para que baste hasta el día, y vino en el jarro y agua con su taza, y el plato hecho de lo que os sobra.

 Ella, moviendo la cabeza, dijo:

- Anda vete, loco, que en casa llorosa pides cena y sobras de ella, en la cual ha tantos días continuos que no se ha visto humo; ¿piensas que viniste aquí a comer? ¿Por qué antes no lloras y tomas luto como conviene al lugar donde estás?

Diciendo esto, miró a una moza y díjole:

- Mirrena, trae presto un candil y aceite, y, encerrado este guarda en la cámara, vete luego.

Yo quedé así desconsolado, para consuelo del muerto, y refregados los ojos y armados para velar, halagaba y esforzaba mi corazón cantando así que ya anochecía. Después, la noche comenzada, ya era bien alta y hora de acostar, ya que dormían y callaban todos, a mí me vino un miedo muy grande; y con esto entró una comadreja, la cual me estaba mirando, e hincó los ojos en mí fuertemente, de manera que yo me turbé y enojé porque un animal tan pequeño tuviese tanta audacia de así mirar, y le dije:

-¡Oh bestia sucia y mala! ¿Por qué no te vas de aquí y te encierras con los ratoncillos, tus semejantes, antes que experimentes el daño presente que te puedo hacer? ¿Por qué no te vas?

Bajorelieve

 En esto volvió las espaldas y luego salió de la cámara. No tardó nada que me vino un sueño tan profundo, como que me lanzó en el fondo del abismo, de tal manera, que el dios Apolo no pudiera fácilmente discernir cuál de ambos los que estábamos echados fuese más muerto. Estando así, sin ánima, y habiendo menester otro que me guardase, casi que no estaba allí donde estaba,  el canto de los gallos quebrantó las treguas de la noche; finalmente, que yo desperté, y asombrado de un gran pavor corrí presto al muerto, y traída una lumbre le descubrí la cara y comencé con diligencia a mirar todas las cosas de su persona, y hallé que todo estaba sano y entero. En esto entra la mezquinilla de su mujer, llorando y mostrando mucha pena, y entraron con ella los testigos que el día antes había traído. Ella se lanzó sobre el cuerpo muchas veces, besándolo, y con una lumbre en la mano reconociendo y mirándolo todo, y vuelta la cabeza, llamó a un su mayordomo y le mandó que pagase luego al buen guardián su premio, el cual luego me fue dado, diciendo:

 - Mancebo, toma lo tuyo, y muchas gracias te damos, que, por cierto por este tu buen servicio te tendremos como uno de los amigos y familiares de la casa.

A esto, yo, que no esperaba tal ganancia, lleno de placer tomé mis ducados resplandecientes, y como atónito, pasándolos de una mano a otra, dije:

- Antes, señora, me has de tener como uno de tus servidores, y cuando de mí te quieras servir, con confianza lo puedes mandar.

Aún no había yo acabado de hablar esto, cuando salen tras mí todos los mozos de casa con armas y palos: el uno me daba de puñadas en la cara; otros, porradas en las espaldas; otros me rompían los costados a coces y me tiraban de los cabellos, me rasgaban los vestidos; hasta que yo fui maltratado y despedazado de la manera que lo fue aquel mancebo Adonis, y así me lanzaron de casa…

   

Del TERCER LIBRO

… Pero lo que se me olvidaba de preguntar: Después que una vez me tornare ave, ¿qué tengo de hacer o decir para desnudarme aquellas plumas y tornarme Lucio?

Ella respondió:

- Está de buen ánimo de lo que a esto pertenece, porque mi señora me mostró todo lo que es menester para que los que toman estas figuras puedan tornarse a su natural y forma primera. Y esto no pienses que me lo mostró por quererme bien, sino porque cuando ella tornase le pudiese administrar medicina saludable. Y mira con cuán poca cosa y cuán liviana se remedia tan gran cosa: con un poco de eneldo y hojas de laurel echado en agua de fuente lavarla y darle a beber un poco.

ConvertidoEnAsnoEstas y otras cosas diciendo, con mucho temor se lanzó en la cámara y sacó una bujeta de la arquilla, la cual yo comencé a besar y abrazar, rogando que me favoreciese, volando prósperamente; así que prestamente yo me desnudé, lanzando allá todos mis vestidos, y con mucha ansia puse la mano en la bujeta y tomé un buen pedazo de aquel ungüento, con el cual fregué todos los miembros de mi cuerpo. Ya que yo con esfuerzo sacudía los brazos, pensando tornarme en ave semejante que Panfilia se había tornado, no me nacieron plumas, ni los cuchillos de las alas, antes los pelos de mi cuerpo se tornaron sedas y mi piel delgada se tornó cuero duro, y los dedos de las partes extremas de pies y manos, perdido el número, se juntaron y tornaron en sendas uñas, y del fin de mi espinazo salió una grande cola; pues la cara muy grande, el hocico largo, las narices abiertas, los labios colgando; ya las orejas, alzándoseme con unos ásperos pelos, y en todo este mal no veo otro solaz sino que a mí, que ya no podía tener amores con Fotis, me crecía mi sexo, así que, estando considerando tanto mal como tenía, me vi, no tornado en ave, sino en asno. Y queriéndome quejar de lo que Fotis había hecho, ya no podía, porque estaba privado de gesto y voz de hombre, y lo que solamente pude era que, caídos los labios y los ojos hundidos…

   

... yo, con el gran peso de tantas cosas como llevaba y con las cuestas de aquellas sierras y el camino largo, casi no había diferencia de mí a un muerto. Yendo así, vínome al pensamiento, aunque tarde, pero de veras, recurrir a la ayuda de la justicia para que, invocando el nombre del emperador César, me pudiese librar de tanto trabajo. Finalmente, como ya fuese bien claro el día, pasando que pasábamos una aldea bien llena de gente, porque había allí feria aquel día, entre aquellos griegos y gentes que allí andaban quise invocar el nombre de Augusto César en lenguaje griego, que yo sabía bien, por ser mío de nacimiento. Y comencé valiente y muy claro a decir: «ho, ho»; lo otro que restaba del nombre de César nunca lo pude pronunciar. Los ladrones, cuando esto oyeron, enojados de mi áspero y duro canto, sacudiéronme tantos palos, hasta que dejaron el triste de mi cuero tal que aun para hacer cribas no era bueno...

   

  

Del CUARTO LIBRO

… A esto comenzó a hablar uno de aquellos que estaba al cabo de todos, y dijo:

- ¡Como tú solo ignoras que las casas mayores son más fáciles de robar que las otras, porque, como quiera que en las casas grandes hay muchos servidores, cada uno cura más de su salud que de la hacienda de su señor! Pero los hombres de bien, solitarios y modestos, sus bienes, pocos o muchos, disimuladamente los encubren y reciamente los defienden, y con peligro de su sangre y vida los fortalecen. El mismo negocio que ahora pasó os hará creer lo que digo. Casi como llegamos a Tebas, ciudad de Beocia, que es principal para el trato de esta nuestra arte, andando con diligencia buscando lo que habíamos de robar entre los populares, no se nos pudo esconder Criseros, un cambiador muy rico y señor de gran dinero, el cual, por miedo de los tributos y pechos de la ciudad, con grandes artes disimulaba y encubría gran riqueza. Finalmente, que él, solo y solitario en una pequeña casa, aunque bien fortalecida, contento, sucio y mal vestido, dormía sobre los zurrones de oro; así, que todos de un voto acordamos que el primer ímpetu y combate fuese en esta casa, porque, todos a una, comenzada la batalla, sin dificultad pudiésemos apañar los dineros de aquel cambiador rico. Lo cual, puesto en obra, al principio de la noche fuimos a las puertas de su casa, las cuales ni pudimos alzar ni mover ni quebrar, porque, como eran fuertes, el ruido de ellas despertó toda la vecindad en daño nuestro. ASINUS AUREUSEntonces aquel esforzado nuestro capitán y alférez Lamaco, con la fianza de su gran esfuerzo y valentía, metió la mano poco a poco por aquel agujero que se mete la llave para abrir la puerta, y probaba a arrancar el pestillo o cerradura. Pero aquel Criseros malvado y maligno, más que hombre del mundo estaba velando, y sintiendo lo que pasaba, vínose hacia la puerta muy pasico, que casi no resollaba, y traía en su mano un gran clavo y martillo, con el cual súbitamente, con gran golpe e ímpetu, enclavó la mano de nuestro capitán en la tabla de la puerta; y dejado allí cruelmente clavado, como quien lo deja en la horca, subióse encima de una azotea de su casilla, y de allí, con grandes voces, llamaba a los vecinos, rogándoles por sus propios nombres y llamándolos que socorriesen a la salud de todos, porque su casa ardía a vivas llamas. Cuando los vecinos oyeron esto, cada uno, espantado del peligro que les podía venir a su casa por la vecindad de la del cambiador, venían corriendo a socorrerle. Entonces nosotros, puestos en uno de dos peligros, o de matar a nuestro compañero o desampararlo, acordamos un remedio terrible, queriéndolo él, y fue éste: que cortamos el brazo a nuestro capitán por la coyuntura donde se junta con el hombro, y dejado allí el brazo, atada la herida con muchos paños, porque las gotas de sangre no hiciesen rastro por donde nos sacasen, arrebatamos a Lamaco y llevámoslo como pudimos; y como íbamos huyendo, espantados de aquel tumulto, y nos era forzado huir del instante peligro, él ni nos podía seguir ni podía quedar seguro. Y como era valiente, animoso, esforzado, rogábanos muchas veces cuanto él podía, por la diestra del dios Marte y por la fe del juramento que entre nosotros había, que librásemos a un buen compañero del tormento que recibía y de ser cautivo y preso. Diciendo asimismo que cómo había de vivir un hombre esforzado teniendo el brazo cortado, con el cual solía robar y degollar; que él se tenía por bienaventurado si muriese a manos de sus compañeros. Así que, después que él vio que a ninguno de nosotros podía persuadir que de nuestra gana lo matásemos, tomó con la otra mano un puñal que traía, besándole muchas veces, dio un gran golpe que se lanzó el puñal por los pechos. Entonces nosotros, alabando el esfuerzo de tan gran varón, tomamos su cuerpo, y envuelto en una sábana echámosle dentro en la mar para que lo escondiese, y así quedó allí nuestro capitán Lamaco cubierto de aquel elemento, el cual hizo fin conforme a sus virtudes…

   

… Pero todas estas cautelas no aprovecharon al desdichado mancebo, porque, diciendo esto, salió de casa un hombre alto de cuerpo y valiente, el cual arrojó una lanza a la osa, que se la metió por medio de las entrañas, y tras de él, otro hizo lo mismo, y otros muchos, ya perdido el miedo, con sus espadas, de una parte y de otra, arremetieron a la osa, dándole hasta que la mataron.

En todo esto, Trasileón, gloria y honra de nuestra capitanía, dio el ánima digna de inmortalidad, con tanta paciencia y esfuerzo, que ni en voces ni en gemidos descubrió la fe del juramento que había hecho; mas, ya despedazado de las bocas de los perros y atravesado de las lanzas y espadas, sufriéndose de no dar voces con un manso bramido, como de alguna bestia muy fiera, tomando la muerte con ánimo muy generoso, reservó para sí gloria y dio su vida a los hados.

Tanto miedo y espanto tenían todos de aquella osa, que hasta otro día bien tarde ninguno fue osado de tocarle solamente con el dedo, aunque estaba muerta tendida, hasta que uno de éstos que andaba a desollar bestias, con miedo y poco a poco se llegó, y así un poco esforzado a abrir la barriga de la osa, de donde sacó aquel magnífico ladrón. En esta manera fue muerto Trasileón, como quiera que no pereció su gloria. Entonces nosotros cogimos nuestros líos, que tenían guardados aquellos fieles muertos, y, cuan presto pudimos, salimos de los términos de aquella ciudad de Plateas.

Una cosa veníamos siempre platicando entre nosotros: que ninguna fe se puede hallar entre los vivos, porque enojada y malquista de nuestra maldad, se es ida a vivir y está con los muertos. Finalmente, que de esta manera fatigados, con la carga y camino áspero, con tres de nuestros compañeros, vinimos cargados de esta presa que veis….

VenusYPsiche

… Esta grande traslación de honras celestiales a una moza mortal encendió muy reciamente de ira a la verdadera diosa Venus, y con mucho enojo, meciendo la cabeza y riñendo entre sí, dijo de esta manera: 

«- Veis aquí yo, que soy la primera madre de la natura de todas las cosas; yo, que soy principio y nacimiento de todos los elementos; yo, que soy Venus, criadora de todas las cosas que hay en el mundo, ¿soy tratada en tal manera que en la honra de mi majestad haya de tener parte y ser mi aparcera una moza mortal, y que mi nombre, formado y puesto en el cielo, se haya de profanar en suciedades terrenales? ¿Tengo yo de sufrir que tengan en cada parte duda si tengo yo de ser adorada o esta doncella y que haya de tener comunidad conmigo, y que una moza, que ha de morir, tenga mi gesto que piensen que soy yo? Según esto, por demás me juzgó aquel pastor que por mi gran hermosura me prefirió a tales diosas: cuyo juicio y justicia aprobó aquel gran Júpiter; pero ésta, quienquiera que es, que ha robado y usurpado mi honra, no habrá placer de ello: yo le haré que se arrepienta de esto y de su ilícita hermosura.»

Y luego llamó a Cupido, aquel su hijo con alas, que es asaz temerario y osado; el cual, con sus malas costumbres, menospreciada la autoridad pública, armado con saetas y llamas de amor, discurriendo de noche por las casas ajenas, corrompe los casamientos de todos y sin pena ninguna comete tantas maldades que cosa buena no hace. A éste, como quiera que de su propia natura él sea desvergonzado, pedigüeño y destruidor, pero de más de esto ella le encendió más con sus palabras y lo llevó a aquella ciudad donde estaba esta doncella, que se llamaba Psiche, y mostrósela, diciéndole con mucho enojo, gimiendo y casi llorando, toda aquella historia de la semejanza envidiosa de su hermosura, diciéndole en esta manera:

»- ¡Oh hijo!, yo te ruego por el amor que tienes a tu madre, y por las dulces llagas de tus saetas, y por los sabrosos fuegos de tus amores, que tú des cumplida venganza a tu madre: véngala contra la hermosura rebelde y contumaz de esta mujer, y sobre todas las otras cosas has de hacer una, la cual es que esta doncella sea enamorada, de muy ardiente amor, de hombre de poco y bajo estado, al cual la Fortuna no dio dignidad de estado, ni patrimonio, ni salud. Y sea tan bajo que en todo el mundo no halle otro semejante a su miseria.

»Después que Venus hubo hablado esto, besó y abrazó a su hijo y fuese a la ribera de un río que estaba cerca, donde con sus pies hermosos holló el rocío de las ondas de aquel río, y luego se fue a la mar, adonde todas las ninfas de la mar le vinieron a servir y hacer lo que ella quería, como si otro día antes se lo hubiese mandado…

   

Del SEXTO LIBRO

… En este monte está una puerta del infierno, y por la boca de aquella cueva se muestra un camino sin caminantes, por donde si tú entras, en pasando el umbral de la puerta, por la canal de la cueva derecho, podrás ir hasta los palacios del rey Plutón; pero no entiendas que has de llevar las manos vacías, porque te conviene llevar en cada una de las manos una sopa de pan mojada en meloja, y en la boca has de llevar dos monedas; y después que ya hubieres andado buena parte de aquel camino de la muerte hallarás un asno cojo cargado de leña, y con él un asnero también cojo, el cual te rogará que lPsyche-into-Helle des ciertas chamizas para echar en la carga que se le cae: pero tú pásate callando, sin hablarle palabra; y después, como llegares al río muerto donde está Carón, él te pedirá el portazgo, porque así pasa él en su barca de la otra parte a los muertos que allí llegan: porque has de saber que hasta allí entre los muertos hay avaricia, que ni Carón ni aquel gran rey Plutón hacen cosa alguna de gracia, y si algún pobre muere cúmplele buscar dineros para el camino, porque si no los llevare en la mano no le pasarán de allí. A este viejo suyo darás en nombre de flete una moneda de aquellas que llevares; pero ha de ser que él mismo la tome con su mano de tu boca. Después que hubieres pasado este río muerto hallarás otro viejo muerto y podrido que anda nadando sobre las aguas de aquel río, y alzando las manos te rogará que lo recibas dentro en la barca; pero tú no cures de usar piedad, que no te conviene. Pasado el río y andando un poco adelante hallarás unas viejas tejedoras que están tejiendo una tela, las cuales te rogarán que les toques la mano; pero no lo hagas, porque no te conviene tocarles en manera ninguna. Que has de saber que todas estas cosas y otras muchas nacen de las asechanzas de Venus, que querría que te pudiesen quitar de las manos una de aquellas sopas: lo cual te sería muy grave daño, porque si una de ellas perdieses nunca jamás tornarías a esta vida. Demás de esto sepas que está un poco adelante un perro muy grande, que tiene tres cabezas, el cual es muy espantable, y ladrando con aquellas bocas abiertas espanta a los muertos, a los cuales ya ningún mal puede hacer, y siempre está velando ante la puerta del obscuro palacio de Proserpina, guardando la casa vacía de Plutón. Cuando aquí llegares, con una sopa que le lances lo tendrá enfrenado y podrás luego pasar fácilmente, y entrarás adonde está Proserpina, la cual te recibirá benigna y alegremente y te mandará sentar y dar muy bien de comer. Pero tú siéntate en el suelo y come de aquel pan negro que te dieren; y pide luego de parte de Venus aquello por que eres venida, y recibido lo que te dieren en la bujeta, cuando tornares, amansarás la rabia de aquel perro con la otra sopa. Y cuando llegares al barquero avariento, le darás la otra moneda que guardaste en la boca; y pasando aquel río tornarás por las mismas pisadas por donde entraste, y así vendrá a ver esta claridad celestial. Pero sobre todas las cosas te apercibo que guardes una: que en ninguna manera cures de abrir ni mirar lo 70 que traes en la bujeta, ni procures de ver el tesoro escondido de la divina hermosura.

»De esta manera aquella torre, habiendo mancilla de Psiches, le declaró lo que le era menester de adivinar. No tardó Psiches, que luego se fue al monte Tenaro, y tomados aquellos dineros y aquellas sopas como le mandó la torre, entrose por aquella boca del infierno…

   

... Entonces yo, contra mi voluntad, tornando a la muerte que me estaba aparejada, me recordé del dolor de la uña y comencé cabeceando a cojear. Aquel que me tornó para atrás dijo:

 - ¿Y cómo tú otra vez vas titubeando y vacilando? ¿Y estos tus pies podridos pueden huir y no saben andar? Ahora, poco ha, vencían la celeridad de Pegaso, aquel caballo que volaba.

AsinoGolpesEn tanto que este compañero muy sabroso jugaba conmigo de esta manera, sacudiéndome muy buenas varadas, ya llegamos al canto de su casa: he aquí donde vimos aquella vejezuela que estaba ahorcada, con una soga, de la rama de un alto ciprés, a la cual los ladrones descolgaron y así con su cuerda al pescuezo la lanzaron por estas peñas abajo, y entrando en casa, después que hubieron atado la doncella con sus cordeles, pegaron con la cena que la desventurada vieja en su última diligencia había aparejado; y después que con sus ánimos bestiales y ferocidad tragaron todo lo que allí había, comenzaron entre sí a platicar y considerar de nuestra pena y de su venganza, y, como suele acontecer entre gente turbulenta, fueron diferentes las sentencias que cada uno dijo. El primero dijo que le parecía que debían quemar viva a aquella doncella. El segundo, que la echasen a las bestias. El tercero, que la debían ahorcar en una horca. El cuarto mandaba que con tormentos la despedazasen. Cierto, a dicho de todos, como quiera que fuese, la muerte le era aparejada. Entonces uno de aquéllos mandó callar a todos, y con palabras agradables comenzó a hablar de esta manera:

 - No conviene a la secta de nuestro colegio, ni a la mansedumbre de cada uno, ni aun tampoco a mi modestia, sufrir que vosotros seáis crueles más de lo que el delito merece; ni debéis traer para esto bestias fieras, ni horca, ni fuego, ni tormentos, ni aun tampoco muerte apresurada. Así que vosotros, si tomáis mi voto, habéis de dar vida a la doncella, pero aquella vida que merece. No creo yo que se os ha olvidado lo que teníais deliberado de hacer de este asno, aunque continuo perezoso, pero gran comilón, y aun ahora mentiroso, fingiendo que estaba cojo, era ministro y medianero de la huida de esta doncella. Así que me parece que mañana degollemos a este asno, y sacadas del todo las entrañas, por medio de la barriga, le cosemos dentro esta doncella que hubo en más que a nosotros, y solamente que tenga la cara de fuera, todo el cuerpo de la moza se encierre en el cuerpo del asno; y después me parece que se debe poner este asno así relleno y cosido encima de un risco de éstos, adonde le dé el ardor del Sol. Y de esta manera sufrirán ambos todas las penas que vosotros derechamente hayáis sentenciado. Porque ese asno recibirá la muerte que días ha merecido, y ella sufrirá los bocados de las bestias fieras cuando sus miembros serán roídos de los gusanos; y también pasará pena de fuego cuando el Sol encenderá el vientre del asno, con sus grandes ardores, y asimismo sufrirá pena de la horca cuando los perros y bueyes llevarán sus carnes y entrañas a pedazos; además de esto, debéis pensar muchos tormentos y penas que pasará ella; siendo viva morirá en el vientre de la bestia muerta, y del gran hedor sus narices penarán, y de no comer se secará de hambre mortal, y como estará cosida, no tendrá libres las manos para poderse matar.

Los ladrones, cuando oyeron esto que aquél decía, no solamente con los pies, más con todas sus voluntades y ánimos, se allegaron a aquella sentencia, la cual yendo yo con estas mis grandes orejas, ¿qué otra cosa podría hacer sino llorar mi muerte, que había de ser otro día?...

The Golden-Ass

Del OCTAVO LIBRO

… Luego llegamos a una aldea donde estuvimos toda aquella noche, y allí aconteció una cosa que yo deseo contar. Un esclavo de un caballero, cuya era aquella heredad, estaba allí por mayordomo y guarda de toda la hacienda, y era casado con una moza esclava asimismo de aquel caballero; el marido andaba enamorado de otra moza libre, hija de un vecino de allí; la mujer, con el dolor y enojo de los amores del marido, tomó cuantos libros de sus cuentas tenía y toda la hacienda y ropa de casa, no estando allí su marido, y lo quemó todo; y no contenta con lo que había hecho, ni pensando que estaba vengada de la injuria, se tornó contra sí misma y tomó en los brazos un niño hijo del marido y lo ató consigo y se lanzó en un pozo muy hondo. El señor, cuando supo la muerte de su esclava y del niño y que había sido por causa de los amores del marido, hubo mucho enojo y lo tomó desnudo y enmelado y lo ató muy fuertemente a una higuera vieja, que tenía muchas hormigas que hervían de un cabo a otro; las cuales, como sintieron el dulzor de la miel y el olor de la carne, aunque eran chicas, pero infinitas, con los continuos y espesos bocados que le daban, en tres o cuatro días le comieron hasta las entrañas, que dejaron los huesos blancos y sin carne ninguna, atados a la triste de la higuera, de lo cual los otros labradores estaban espantados y con mucho enojo.

ElAdeO 1Dejamos también esta abominable tierra y partimos; todo aquel día anduvimos por unos grandes campos, hasta que cansados llegamos a una ciudad muy noble y muy poblada…

   

… En este lugar me recuerdo yo haber escapado de un grandísimo peligro de muerte, el cual fue éste: un labrador de allí envió en presente al señor de aquella casa un cuarto de ciervo muy grande y grueso, el cual recibió el cocinero y lo colgó negligentemente tras la puerta de la cocina, no muy alto del suelo; un lebrel que allí estaba, sin que nadie lo viese, alcanzólo, y alegre con su presa, prestamente desapareció delante los ojos de los que allí estaban; el cocinero, cuando conoció su daño y la gran negligencia en que había caído, llorando muy fieramente, y como desesperado, que ya casi su señor demandaba de cenar, no sabiendo qué hacer y con el mucho temor, besó y abrazó a un niño que tenía y tomó una soga para ahorcarse; la mujer, que lo quería bien, no escondiéndosele el caso extremo de su triste marido, con ambas manos arremetió a su marido para quitarle el nudo mortal de la soga que tenía al pescuezo, y díjole:

- ¿Cómo tan espantado te ha este presente mal, en que has caído y perdido todo tu seso y no miras este remedio fortuito que acaso te es venido por la providencia de los dioses? Porque si en este último ímpetu de la fortuna tornas en ti, despierta y escúchame: y toma este asno que ahora es venido aquí, y, llevado a algún lugar apartado, degüéllalo, y una de sus piernas, que es semejante de la perdida, córtasela, y muy bien guisada, picada o de otra manera que sea muy sabrosa, ponla delante de tu señor en lugar del ciervo.

Al bellaco azotado le plugo de su salud con mi muerte, y alabando la sagacidad y astucia de su mujer, acordando de hacer de mí aquella carnicería, aguzaba sus cuchillos.

ElAsnoDeOro

Del NOVENO LIBRO

De esta manera aquel carnicero traidor armaba contra mí sus crueles manos; yo, con la presencia de tan gran peligro, no teniendo consejo, ni había tiempo para pensar mucho en el negocio, deliberé huyendo escapar la muerte que sobre mí estaba, y prestamente, quebrado el cabestro, con que estaba atado, eché a correr a cuatro pies cuanto pude, echando coces a una parte y a otra por ponerme en salvo; y así, como iba corriendo, pasada la primera puerta, me lancé sin empacho ninguno dentro de la sala donde estaba cenando aquel señor de casa sus manjares sacrificales con los sacerdotes de aquella diosa Siria, y con mi ímpetu derramé y vertí todas aquellas cosas que allí estaban, así el aparador de los manjares como las mesas y candeleros y otras cosas semejantes; la cual disformidad y estrago, como vio el señor de la casa, mandó a un siervo suyo que con diligencia me tomase y como asno importuno y garañón me tuviese encerrado en algún cierto lugar, porque otra vez con mi poca vergüenza no desbaratase su convite placentero y alegre. Entonces yo me alegré con aquella guarda de la cárcel saludable, viendo cómo con mi astucia y discreta invención había escapado de las crueles manos de aquel carnicero; pero no es maravilla, porque ninguna cosa viene al hombre derechamente, cuando la Fortuna es contraria; porque la disposición y hado de la divina Providencia no se puede huir ni reformar con prudente consejo ni con otro remedio, por sagaz o discreto que sea; finalmente, que la misma invención que a mí pareció haber hallado para la presente salud, me causó y fabricó otro gran peligro, que aun mejor podría decir muerte presente…

   

… Éste era un hombre que se alquilaba para ir a trabajar, y con aquello poco que ganaba se mantenían miserablemente; tenía una mujercilla, aunque también pobre, pero galana y requebrada. Un día, de mañana, como su marido se fuese a la plaza donde lo alquilaban para trabajar, vino el enamorado de su mujer y lanzose en casa; como ellos estuviesen a su placer, encerrados en el palacio, el marido, que ninguna cosa de aquello sabía ni sospechaba, tornó de improviso a casa, y, como vio la puerta cerrada, alabando la bondad y continencia de su mujer, llamó a la puerta, silbando, porque la mujer conociese que venía; entonces la mujer, que era maliciosa y astuta para tales sobresaltos, abrazando y halagando a su enamorado, lo hizo meter en un tonel viejo que estaba a un rincón de casa, medio roto y vacío, y abierta la puerta a su marido, comenzó a reñir con él, diciendo:

AmanteEnElTonel- ¿Cómo así venís vacío y mucho despacio? ¿Metidas las manos en el seno habéis de venir? ¿No miráis nuestra grande necesidad y trabajo de nuestra vida? ¿Por qué no traéis alguna cosilla para comer? Yo, mezquina, que todo el día y toda la noche me estoy quebrando los dedos hilando y encerrada en mi casa, al menos que tenga para encender un candil; bienaventurada y dichosa mi vecina Dafne, que en amaneciendo come y bebe cuanto quiere y todo el día se está a placer con sus enamorados.

El marido, con esto convencido, dijo:

- Pues ¿qué es ahora esto? Aunque nuestro amo está hoy ocupado en un pleito y no pudo llevarnos a trabajar, yo he proveído a lo que habemos de comer: sabes, señora, aquel tonel que allí está vacío tanto tiempo ha ocupándonos la casa, que otra cosa no aprovecha, lo he vendido por cinco dineros a uno que aquí viene para que me dé el dinero y llévelo él por suyo. ¿Por qué no te levantas presto y me ayudas a que demos este tonel quebrado y viejo a quien lo compró?

Cuando esto oyó la mujer, de lo mismo que su marido decía sacó un engaño, y fingió una gran risa, diciendo:

- ¡Oh qué gran hombre y buen negociador que he hallado, que la cosa que yo, siendo mujer necesitada en mi casa, tengo vendida por siete dineros, vendió en la calle por menos!

El marido contestó alegre y dijo:

- ¿Quién es éste que tanto dio?

Respondió la mujer:

- Vos muy poco sabéis; ahora entró uno dentro en él para ver qué tal estaba, si era muy viejo.

No faltó a su astucia la malicia del adúltero, que luego salió del tonel alegre, diciendo:

- Buena mujer, ¿quieres saber la verdad? Este tonel, muy viejo y podrido, es abierto por muchas partes.

Y disimuladamente volvióse al marido, como que no lo conocía, y le díjo:

- Tú, hombrecillo, quienquiera que eres, ¿por qué no me traes presto un candil para que, rayendo estas heces que tiene, pueda conocer si vale algo para aprovecharme de él? ¿O piensas que tenemos los dineros ganados a los naipes?

El buen hombre, no pensando ni sospechando mal, no tardó en traer el candil. Dijo al comblezo:

- Apártate un poco, hermano; huelga tú, que yo entraré a ataviar y raer lo que tú quieres. Diciendo esto, se quitó el capote y tomó la mujer el candil; él entró en el tonel y le comenzó a raer aquellas costras. El adúltero, como vio la mujer estar bajada, alumbrando a su marido, burlábala; y ella, con astucia, metida la cabeza en el tonel, burlaba del marido, diciendo:

- Trae aquí y allí y quita esto y esto otro, mostrándole con el dedo, hasta que la obra de entrambos fue acabada. Entonces salió del tonel, y tomando sus siete dineros, el mezquino del marido cargó el tonel a cuestas y llevolo hasta casa del adúltero. Aquí estuvimos algunos días, donde por la liberalidad de los de aquella ciudad fuimos muy bien tratados y mis amos bien cargados de muchos dones y mercedes que les daban por sus adivinanzas.

Echacuervos Además de esto, los limpios y buenos de los echacuervos inventaron otro nuevo linaje de apañar dineros; el cual fue que traían una suerte sola, y ésta, aunque era una, ellos la referían a muchas cosas, porque en cada quintería de aquéllas la sacaban para responder y engañar a los que les preguntaban y consultaban sobre cosas varias, y la suerte decía de esta manera: «Por ende los bueyes juntos aran la tierra, porque para el tiempo venidero nazcan los trigos alegres.» Con esta suerte burlaban a todos, porque si algunos deseaban casarse, y les preguntaban cómo sucedería, decían que la suerte respondía que era muy bueno para juntarse por matrimonio y para criar hijos; si alguno quería comprar una heredad, respondían que era muy bien, porque los bueyes y el yugo significaban los campos floridos y alegres de la simiente; si alguno, solícito de caminar, preguntaba a aquel adivino o agüero, decían que era muy bueno, porque veían cómo estaban juntos y aparejados los más mansos animales de cuantos hay de cuatro pies, y siempre prometían ganancia de lo que en la tierra se sembraba; si algunos de aquéllos quería ir a la guerra o a perseguir ladrones, y preguntaba si era su ida provechosa o no, respondía que la victoria era muy cierta, según la demostración de la suerte, porque sojuzgaría a su yugo las cervices de los enemigos y habría de lo que robasen muy abundante y provechosa presa. Con esta manera de adivinar y con su grande astucia engañosa no pocos dineros apañaban…

   

Del DÉCIMO LIBRO

GoldenEsel… Yo en aquel tiempo andaba revuelto en las ondas de los hados de la fortuna. Aquel caballero que me había comprado, sin que nadie me vendiese, y me hizo suyo sin que por mí diese precio alguno, se hubo de partir a Roma por mandado de su capitán, haciendo lo que era obligado, a llevar ciertas cartas para un gran príncipe, y antes que se partiese me vendió a dos siervos hermanos, sus vecinos, por once dineros. Me vendió a dos siervos hermanos, sus vecinos, por once dineros. Éstos tenían un señor rico, y el uno de ellos era panadero, que hacían pan y pasteles y fruta y de otros manjares; el otro, cocinero, que hacía manjares más sabrosos de zumos y otras salsas y manjares delicados. Estos dos hermanos moraban ambos en una casa, y me compraron para traer platos y escudillas y lo que era menester para su oficio; de manera que yo fui llamado como un tercer compañero entre aquellos dos hermanos para andar por las aldeas de aquel caballero y traer todo lo que era menester para su cocina; y, ciertamente, en ningún tiempo yo experimenté tan benévola mi fortuna; porque a la noche, después de aquellas abundantes cenas y sus esplendidísimos aparatos, mis amos acostumbraban traer a su casilla muchas partes de aquellos manjares. El cocinero traía grandes pedazos de puerco, de pollos y de pescado y otras maneras de comer; el panadero traía pan y pedazos de pasteles y muchas frutas de sartén, así como juncadas y pestiños, anzuelos y otras frutas de miel; lo cual todo dejaban encerrado en su cámara para comer y se iban a lavar al baño, en tanto yo comía y tragaba a mi placer de aquellos manjares que Dios me daba, porque tampoco yo era tan loco ni tan verdadero asno que, dejados aquellos tan dulces y sabrosos manjares, cenase heno áspero y duro. Esta manera y artificio de comer a hurto me duró algunos días, porque comía poco y a miedo, y como de muchos manjares comía lo menos, no sospechaban ellos engaño ninguno en el asno; pero después que yo tomé mayor atrevimiento en comer, tragaba lo más principal de lo que allí estaba, y como yo escogía lo mejor y más dulce, no pequeña sospecha entró en los corazones de los hermanos, los cuales, aunque de mí no creyesen tal cosa, pero con el daño cotidiano, con mucha diligencia procuraban saber quién lo hacía. Finalmente, que ellos, el uno al otro, se acusaban de aquella rapiña y fealdad, y en adelante pusieron cuidado diligente y mayor guarda, contando los pedazos y partes que dejaban; y como siempre faltaba…

   

juraron cada uno de ellos que ningún engaño ni ningún hurto habían hecho ni cometido; pero que debían por todas vías y artes que pudiesen buscar al ladrón que aquel común daño les hacía, porque no era de creer que el asno que allí solamente estaba se había de aficionar a comer tales manjares, pero que cada día faltaban los principales y más preciados manjares; además de esto, en su cámara no había muy grandes ratones ni moscas, como fueron otro tiempo las arpías, que robaban los manjares de Phines, rey de Arcadia.

Asno. MosaicoEntre tanto que ellos andaban en esto, yo, cenado de aquellas copiosas cenas y bien gordo con los manjares de hombre, estaba redondo y lleno, y mi cuerpo, ablandado con la hermosa grosura, y criado el pelo, que resplandecía; pero esta hermosura de mi cuerpo causó gran deshonra y vergüenza para mí, porque ellos, movidos de la grandeza no acostumbrada de mi cuerpo, y viendo que el heno y cebada que me echaban cada día se quedaba allí, sin tocar en ello, enderezaron toda su sospecha contra mí, y a la hora acostumbrada hicieron como que se iban al baño, y, cerradas las puertas de la cámara, como solían, se pusieron a mirar por una hendedura de la puerta, y me vieron cómo estaba pegado con aquellos manjares. Entonces ellos, no curando de su daño y maravillándose de los monstruosos deleites del asno, tornaron el enojo en muy gran risa, y llamado el otro hermano y después todos los servidores de la casa, les mostraron la gula que no se puede decir, y digna de poner en memoria, de un asno perezoso; finalmente, que tan gran risa y tan liberal tomó a todos, que vino a las orejas del señor, que por allí pasaba, el cual preguntó qué buena cosa era aquella de que tanto reía la familia. Sabido el negocio que era, él también fue a mirar por el agujero, de que hubo gran placer, y tan gran risa le tomó, que le dolían las ingles riendo, y abierta la cámara, se sentó y allí comenzó a mirar de cerca.

Yo, cuando esto vi, me pareció que veía la cara alegre de la fortuna, que en alguna manera ya más blandamente me favorecía, y ayudándome el gozo de los que estaban presentes, ninguna cosa me turbaba, antes comía seguramente, hasta tanto que, con la novedad de aquella visita, el señor de casa, muy alegre, me mandó llevar, y él mismo por sus manos me llevó a su sala, y puesta la mesa, me mandó poner en ella todo género de manjares enteros, sin que nadie hubiese tocado en ellos. Yo, como quiera que ya estaba algún tanto harto de lo que había comido, pero deseando hacerme gracioso al señor y que él me tuviese en algo, comía de aquellos manjares como si estuviera muy hambriento. Ellos, por informarse bien si yo era manso, aquello que creían que principalmente aborrecen los asnos, aquello ponían delante por ver si lo comería, así como carne adobada, gallinas y capones salpimentados, pescados en escabeche. Entre tanto que esto pasaba, había muy gran risa entre los convidados que allí estaban, y un truhán que allí estaba, dijo:

- Dad alguna otra cosa a este mi compañero.

A lo cual respondió el señor, diciendo:

- Pues tú, ladrón, no has hablado neciamente, que muy bien puede ser que este nuestro comensal desee beber de buena gana de este vino.

Y luego dijo a un paje:

- Saca aquella copa de oro, y diligentemente lavada, hínchala de vino y da de beber a mi truhán, y aunque dile cómo yo beba antes que él.

Los convidados que estaban a la mesa estuvieron muy atentos esperando lo que había de pasar. Entonces yo, no espantado por cosa alguna, muy a espacio y muy a mi placer, retorciendo el labio de abajo a manera de lengua, de un golpe me llevé aquella grandísima copa; y luego todos a una voz con gran clamor me dijeron:

- Dios te dé salud, que tan bien lo has hecho.

En fin, que aquel señor, lleno de gran placer y alegría, llamó a sus dos criados que me habían comprado y les mandó dar por mí cuatro veces tanto de lo que me habían comprado…

   

… Ya andaba públicamente gran rumor y fama cómo yo, con mis maravillosas artes y juegos, había hecho a mi señor muy afamado y acatado de todos. Cuando iba por la calle decían:

- Éste es el que tiene un asno que es compañero y convidado, que salta y lucha y entiende las hablas de los hombres, y expresa el sentido con señales que hace...

   

…  Thiaso, que por tal nombre se llamaba aquel mi señor, era natural de la ciudad de Corinto, que es cabeza de toda la provincia de Acaya; según que la dignidad de su nacimiento lo demandaba, y de grado en grado había tenido todos los oficios de honra de la ciudad, y ahora estaba nombrado para ser la quinta vez cónsul, y porque respondiese su nobleza al resplandor de tan gran oficio en que había de entrar, prometió de dar al pueblo tres días de fiestas y juegos de placer […]  venía con mucho amor cabalgando encima de mí, trayéndome muy ataviado con guarnición dorada y cubierto de tapetes de seda y púrpura, y con freno de plata, y las cinchas pintadas, y adornado de muchas campanillas y cascabeles que venían sonando, y mi señor me hablaba con palabras muy suaves y compañeras, y entre otras cosas decía que mucho se deleitaba por tener en mí un convidado y quien lo traía a cuestas. Después que hubimos caminado por la mar y por tierra, llegamos a Corinto, adonde nos salió a recibir gran compañía de la ciudad, los cuales, según que a mí me parecía, no salían tanto por hacer honra a Thiaso, cuanto deseando de verme a mí, porque tanta fama había allí de mí, que no poca ganancia hubo por mí aquel que me tenía a cargo. El cual, como veía que muchos tenían grande ansia deseando de ver mis juegos, cerraba las puertas y entraban uno a uno, y él, recibiendo los dineros, no poca suma rapaba cada día.

PasifaeEn aquel conventículo y ayuntamiento me fue a ver una matrona, mujer rica y honrada, la cual, como los otros, mercó mi vista por su dinero, y con las muchas maneras de juegos que yo hacía, ella se deleitó y maravilló tanto, que poco a poco se enamoró maravillosamente de mí, y no tomando medicina ni remedio alguno para su loco amor y deseo, ardientemente deseaba estar conmigo y ser otra Pasifae de asno, como fue la otra del toro. En fin, que ella concertó con aquel que me tenía a cargo que la dejase una noche conmigo y que le daría gran precio por ello; así que aquel bellaco, porque de mí le pudiese venir provecho, contento de su ganancia se lo prometió.

Ya que habíamos cenado partimos de la sala de mi señor y hallamos aquella dueña que me estaba esperando en mi cámara. ¡Oh Dios bueno!, ¡qué tal era aquel aparato, cuán rico y ataviado! Cuatro eunucos que allí tenía nos aparejaron luego la cama en el suelo, con muchos cojines llenos de pluma delicada y muelle, que parecía que estaban hinchados de viento, y encima ropas de brocado y de púrpura, y, encima de todo, otros cojines más pequeños que los otros, con los cuales las mujeres delicadas acostumbraban sostener sus rostros y cervices; y porque no impidiesen el placer y deseo de la señora con su luenga tardanza, cerradas las puertas de la cámara se fueron luego; pero dentro quedaron velas de cera ardiendo resplandecientes, que nos esclarecían las tinieblas obscuras de la noche. Entonces ella, desnuda de todas sus vestiduras, se quitó asimismo una faja con que se ligaba, y llegada cerca de la lumbre sacó un botecillo de estaño y se untó toda con bálsamo que allí traía, y a mí también me untó y fregó muy largamente, pero con mucha mayor diligencia me untó la boca y narices. Esto hecho, me besó muy apretadamente, no de la manera que suelen besar las mujeres que están en el burdel u otras rameras demandonas, o las que suelen recibir a los negociantes que vienen, sino pura y sinceramente, sin engaño, y me comenzó a hablar muy blandamente diciendo: «Yo te amo y te deseo, y a ti solo, y sin ti ya no puedo vivir», y semejantes cosas con que las mujeres atraen a otros y les declaran sus aficiones y amor que les tienen.

Así que me tomó por el cabestro, y como ya sabía la costumbre de aquel negocio, fácilmente me hizo bajar, mayormente que yo bien veía que en aquello ninguna cosa nueva ni difícil hacía, cuanto más al cabo de tanto tiempo que hubiese dicha de abrazar una mujer tan hermosa y que tanto me deseaba; además de esto, yo estaba litografiaharto de muy buen vino, y con aquel ungüento tan oloroso que me había untado, desperté mucho más el deseo y aparejo de la lujuria. Verdad es que me fatigaba entre mí, no con poco temor pensando en qué manera un asno como yo, con tantas y tan grandes piernas, podría subir encima de una dueña delicada, o cómo podría abrazar con mis duras uñas unos miembros tan blancos y tiernos, hechos de miel y leche, y también aquellos labios delgados colorados como rocío de púrpura había de tocar con una boca tan ancha y grande, y besarla con mis dientes disformes y grandes como de piedra. Finalmente, que aunque yo conocía que aquella dueña estaba encendida desde las uñas hasta los cabellos, pensaba en qué manera había de recibirme. ¡Guay de mí, que rompiendo una mujer hijadalgo como aquélla, yo había de ser echado a las bestias bravas que me comiesen y despedazasen, y haría fiesta a mi señor! Ella, entre tanto, tornaba a decir aquellas palabras blandas, besándome muchas veces y diciendo aquellos halagos dulces con los ojos amodorridos, diciendo en suma: «Te tengo, mi palomino, mi pajarito», y diciendo esto mostró que mi miedo y mi pensamiento era muy necio, porque me abrazó fuertemente; y cuantas veces yo, recelando de no hacer daño, me retraía, tantas veces ella, con aquel rabioso ímpetu me apretaba y se allegaba a mí, tanto, que por Dios, yo creía que me faltaba algo para suplir su deseo, por lo cual yo pensaba que no de balde la madre del Minotauro se deleitaba con el toro su enamorado.

Ya que la noche trabajosa y muy veladera era pasada, ella escondiose de la luz del día, partiose de mañana, dejando acordado otro tanto precio para la noche venidera, lo cual aquel mi maestro, concedió de su propia gana, sin mucha dificultad por dos cosas: lo uno, por la ganancia que a mi causa recibía; lo otro, por aparejar nueva fiesta para su señor. En fin, que sin tardanza ninguna, él le descubrió todo el aparato del negocio y en qué manera había pasado. Cuando él oyó esto, hizo mercedes magníficamente a aquel su criado, y mandó que me aparejase para hacer aquello en una fiesta pública.

Y porque aquella buena de mi mujer, por ser de linaje y honrada, ni tampoco otra alguna se pudo hallar para aquello, buscose una de baja condición por gran precio, la cual estaba condenada por sentencia de la justicia para echar a las bestias, para que públicamente, delante del pueblo, en el teatro, se echase conmigo, de la cual yo supe esta historia…

   

… Tal era la mujer con quien yo había de tener matrimonio públicamente; por lo cual, estando así suspenso, tenía conmigo muy gran pena y fatiga, esperando el día de aquella fiesta; y, cierto, muchas veces pensaba tomar la muerte con mis manos y matarme antes que ensuciarme juntándome yo con mujer tan maligna, o que hubiese yo de perder la vergüenza con infamia de tan público espectáculo. Pero privado yo de manos humanas, y privado de los dedos, con la uña redonda y maciza, no podía aprestar espada ni cuchillo para hacer lo que quería; en fin, yo consolaba estas mis extremas fatigas con una muy pequeña esperanza, y era que el verano comenzaba ya y que pintaba todas las cosas con hierbezuelas floridas y vestía los prados con flores de muchos colores, y que luego las rosas, echando de sí olores celestiales, salidas de su vestidura espinosa, resplandecerían y me tornarían a mi primer Lucio, como yo antes era.

En esto, he aquí do viene el día que era señalado para aquella fiesta, y con muy gran pompa y favor, acompañándome todo el pueblo, yo fui llevado al teatro, y en tanto que comenzaban a hacer para principio de la fiesta ciertas danzas y representaciones, yo estuve parado ante a puerta del teatro…

ManzanaDiscordia

... Ya las chirimías tañían dulcemente aquellos cantos y sones músicos y suaves, los cuales deleitaban suavemente los corazones de los que allí estaban mirando; pero muy más suavemente se conmovían con la vista de Venus, la cual, paso a paso, por medio de aquellos niños y de sus plumas y alas, moviendo poco a poco la cabeza, comenzó a andar y con su gesto y aire delicado responder al son y canto de los instrumentos. Una vez bajando los ojos, otra vez parecía que saltaba con los ojos. Ésta como llegó ante la presencia del juez, le echó los brazos encima, prometiéndole que si ella fuese preferida a las otras diosas, que le daría una mujer tan hermosa y semejante a sí misma. Entonces aquel mancebo troyano, de muy buena gana; le dio, en señal de victoria, aquella manzana de oro que tenía en la mano.  ¿De qué os maravilláis, hombres muy viles, y aun bestias letradas y abogados, y aun más digo, buitres de rapiña, vestidos como jueces, si ahora todos los jueces venden por dineros sus sentencias, pues que en el comienzo de todas las cosas del mundo la gracia y hermosura corrompió el juicio que se trataba entre los dioses y el hombre, y aquel pastor rústico, juez elegido por consejo del gran Júpiter, vendió la primera sentencia de aquel antiguo siglo, por ganancia de su lujuria, con destrucción y perdimiento de todo linaje? Por cierto, de esta manera aconteció otro juicio hecho y celebrado en aquellos famosos duques y capitanes de los griegos, cuando Palámides, poderoso en armas y claro en doctrina y sabiduría, fue condenado de traición con falsas acusaciones, o cuando Ulises pequeño fue preferido al grande Ayaces, poderoso en la virtud de las batallas. Pues ¿qué tal fue aquel otro juicio cerca los letrados y discretos de Atenas y los otros maestros de toda la ciencia? Por ventura, aquel viejo Sócrates, de divina prudencia, el cual fue preferido a todos los mortales en sabiduría por el dios Apolo, ¿no fue muerto con el zumo de la hierba mortal, acusado por engaño y envidia de malos hombres, diciendo que era corrompedor de la juventud, la cual él constreñía y apretaba con el freno de su doctrina, y murió dejando a los ciudadanos de Atenas mácula de perpetua ignominia? Mayormente que los filósofos de este tiempo desean y siguen su doctrina santísima, y con grandísimo estudio y afición de felicidad juran por su nombre. Mas por que alguno no reprenda el ímpetu de mi enojo, diciendo entre sí de esta manera: «¡Cómo!, ¿es ahora razón que suframos un asno que nos esté aquí diciendo filosofías?», tornaré otra vez a contar la fábula donde la dejé…

   

... En esto, he aquí do viene por medio de la plaza corriendo un caballero diciendo que sacasen de la cárcel pública aquella mujer, porque el pueblo así lo demandaba, la cual, según arriba dije, por la muchedumbre de sus maldades había sido  condenada a las bestias y destinada para mis honradas bodas; asímismo, con mucha diligencia se hacía la cama de nuestro matrimonio: el lecho era de marfil muy luciente y de colchones de pluma lleno y con una cobertura de seda adornado y florido.

ElAsnoDeOroMiloManara...Yo, además de la vergüenza que tenía de echarme públicamente con una mujer, y también haber de juntarme con una hembra tan sucia y malvada, me atormentaba gravemente el miedo de la muerte, diciendo entre mí en esta manera: Que estando nosotros juntos, cualquiera bestia que soltasen para matar a aquella mujer, no había de ser tan prudente en la discreción, ni tan enseñada por arte, ni templada por abstinencia, que despedazase y comiese a la mujer que estaba a mi lado y a mí me perdonase, como a quien no tuviese culpa ni fuese condenado. Así que, estando yo en este pensamiento, ya no tenía yo tanto cuidado de la vergüenza como de mi propia salud, y en tanto que mi maestro estaba muy atento en aparejar el lecho, y la otra gente que por allí andaba, los unos estaban ocupados en mirar la caza de las bestias, los otros, atónitos en aquel espectáculo y fiesta deleitosa, en tal manera que daban libre albedrío a mi pensamiento para pensar lo que había de hacer, y aun también nadie tenía pensamiento ni se curaba de guardar un asno tan manso, así, que poco a poco comencé a retraer los pies furtivamente, y cuando llegué a la puerta de la ciudad, que estaba cerca de allí, eché a correr cuanto pude muy apresuradamente, y andadas seis millas, en breve espacio llegué a Zencreas, que es una villa muy noble de los corintios, junta con ella el mar Egeo de una parte y de la otra el mar Sarónico

   

Del UNDÉCIMO LIBRO

... Así que, venido el tiempo según que el sacerdote decía, me llevó, acompañado de muchos religiosos, a unos baños que allí cerca estaban, y primeramente me hizo ElAsno Apuleyolavar como es costumbre, y después, rezando y suplicando a los dioses, rociándome todo de una parte y de otra, me limpió muy bien y me tornó al templo cuasi pasadas dos partes del día, y púsome ante los pies de su diosa diciéndome secretamente ciertos mandamientos que es mejor callar que decir; pero en presencia de todos me dijo estas cosas: conviene a saber: Que en aquellos diez días continuos me abstuviese de comer, ayunando, y que no comiese carne de ningún animal ni bebiese vino. Las cuales cosas por mí guardadas derechamente con venerable abstinencia, ya que era llegado el día señalado y prometido para mi recepción, cuasi a la tarde, cuando el Sol baja, he aquí dónde vienen muchos con paños vestidos al modo antiguo de vestiduras sagradas, y cada uno de ellos diversamente me daba su don. Entonces, apartados de allí todos los legos y vestido yo de una túnica de lino blanca, el sacerdote me tomó por la mano y me llevó a lo íntimo y secreto del sagrario. Por ventura tú, lector estudioso, podrás aquí con ansia preguntar qué es lo que después fue dicho o hecho que me aconteció; lo cual yo diría si fuese conveniente decirlo, y si no conociese que a ninguno conviene saberlo ni oírlo, porque en igual culpa incurrían las orejas y la lengua de aquella temeraria osadía. Pero con todo esto no quiero dar pena a tu deseo, por ventura religioso, teniéndote gran rato suspenso. Mas créelo que es verdad; sepas que yo llegué al término de la muerte, y hallado el palacio de Proserpina, anduve y fui traído por todos los elementos, y a media noche vi el Sol resplandeciente con muy hermosa claridad, y vi los dioses altos y bajos, y me llegué cerca y los adoré; he aquí, te he dicho, lo que vi, lo cual como quiera que has oído es necesario que no lo sepas; pero aquello que se puede manifestar y denunciar a las orejas de todos los legos, yo muy claramente lo diré…

...

 

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