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Fragmentos de libros. ENTREVISTAS BREVES CON HOMBRES REPULSIVOS de David Foster Wallace  Comienzo II:

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LA MUERTE NO ES EL FINAL

   El poeta americano de cincuenta y seis años, Premio Nobel, conocido en los círculos literarios americanos como «el poeta de poetas» o simplemente como «el Poeta», estaba tumbado fuera en la terraza, con el torso desnudo, haciendo gala de un ligero sobrepeso, en una hamaca parcialmente inclinada, bajo el sol, leyendo, haciendo gala de un sobrepeso moderado, aunque no grave, ganador de dos National BookAwardWinnerBook Awards, de un National Book Critics Circle Award, de un Lamont Prize, de dos subvenciones del National Endowment For the Arts, de un Prix de Rome, de una Beca de Investigación de la Fundación Lannan, de una Medalla McDowell y de un Premio Vitalicio Harold Strauss de la American Academy and Institute of Arts and Letters, presidente emérito del PEN Club, poeta al que dos generaciones distintas de americanos habían proclamado la voz de su generación, de cincuenta y seis años, ataviado con un bañador seco Speedo de la talla XL, tumbado en una hamaca de lona de inclinación graduable en la terraza embaldosada adyacente a la piscina de la casa, poeta que estuvo entre los diez primeros americanos que recibieron una «subvención para genios» de la prestigiosa Fundación John D. y Catherine McArthur, uno de los tres únicos americanos vivos que FMacArthurcuentan en su haber con un Premio Nobel de Literatura, de metro setenta y noventa kilos, pelo y ojos castaños, frente desigualmente despejada debido a la aceptación/rechazo inconsistente de diversos sistemas de regeneración del cabello/trasplantes capilares, sentado, o tumbado —o tal vez sería más preciso decir simplemente «reclinado»— con un bañador negro Speedo junto a la piscina en forma de riñón de la casa,(1) en la terraza embaldosada de la piscina, en una hamaca portátil cuyo respaldo estaba ahora inclinado cuatro muescas en un ángulo de 35 grados respecto al mosaico de baldosas de la terraza,a las 10,20 del 15 de mayo de 1995, el cuarto poeta más antologado de la historia de las belles lettres americanas, junto a un parasol pero no en la misma sombra del parasol, leyendo la revista NewsweekAbril95Newsweek,(2) usando la ligera curva de su abdomen como soporte inclinado para la revista, provisto también de unas chanclas, con una mano detrás de la cabeza y la otra colgando a un lado y rozando la decoración afiligranada pardusca y ocre del caro embaldosado de cerámica española de la terraza, humedeciendo ocasionalmente un dedo para pasar la página, con unas gafas de sol graduadas cuyas lentes habían sido tratadas químicamente de la luz a la que estuvieran expuestas, con un reloj de pulsera de calidad y precio medios en la mano colgante, con chanclas de imitación de goma en los pies, con las piernas cruzadas a la altura del tobillo y las rodillas ligeramente separadas, bajo el cielo sin nubes y cada vez más luminoso a medida que el sol matinal se elevaba hacia lo alto y hacia la derecha, humedeciendo un dedo no con saliva ni sudor sino con la condensación del esbelto vaso de té helado que ahora reposaba al borde de la sombra de su cuerpo en la parte superior izquierda de la silla y que pronto habría que mover para que continuara estando dentro de aquella sombra fresca, pasando ociosamente un dedo The Hot Zonepor el costado del vaso antes de llevar ese mismo dedo húmedo ociosamente hasta la página, pasando de vez en cuando las páginas del ejemplar del 19 de septiembre de 1994 de la revista Newsweek, leyendo sobre la reforma del sistema sanitario de Estados Unidos y sobre el trágico vuelo 427 de USAir, leyendo un sumario y una reseña favorable de los populares libros de no ficción Zona caliente de Richard Preston y La plaga que viene de Laurie Garrett, pasando eventualmente varias páginas de una vez, saltándose ciertos artículos y sumarios, eminente poeta americano a quien ahora le faltaban cuatro meses para su quincuagésimo séptimo cumpleaños, poeta a quien la principal competidora de Newsweek, la revista Time, una vez había calificado absurdamente de «lo más parecido a un inmortal literario que vive hoy en día», con las espinillas casi desprovistas de pelo, con la sombra elíptica del parasol haciéndose un poco más densa cada vez, con la goma de las chanclas provista de granitos por los dos lados, la frente llena de gotitas de sudor, el bronceado intenso y oscuro, la parte interior de los The-Coming-Plaguemuslos casi desprovista de pelo, con el pene enroscado sobre sí mismo en el interior del bañador ajustado, con la barba en punta casi al rape, con un cenicero sobre la mesa de hierro, sin beberse su té helado, carraspeando de vez en cuando, cambiando de postura a intervalos en la hamaca de color pastel para rascarse ociosamente el empeine de un pie con el dedo gordo enorme del otro pie sin sacarse las chanclas y sin mirarse los pies, aparentemente concentrado en la revista, con la piscina azul a su derecha y la gruesa puerta corredera de cristal de la casa en ángulo oblicuo a su izquierda, con una mesa redonda de barrotes blancos de hierro entrelazados entre él y la piscina, empalada en el centro por un enorme parasol de playa cuya sombra ahora ya no tocaba la piscina, poeta de talento indiscutible, leyendo su revista en su silla en su terraza junto a su piscina de detrás de su casa. La piscina y la terraza de la casa están rodeadas en tres de sus lados por árboles y arbustos. Los árboles y los arbustos, plantados años atrás, están densamente enmarañados y enredados y cumplen el mismo cometido esencial que un seto de secoyas o un muro de piedra. Ya está Brief Interviewsavanzada la primavera, y los árboles y arbustos tienen todas las hojas y hacen gala de un verde intenso y están inmóviles y dibujan sombras caprichosas; el cielo es azul intenso y está inmóvil, de manera que el retablo que forman la piscina, la terraza, el poeta, la silla, la mesa, los árboles y la fachada trasera de la casa permanece inmóvil y bien compuesto y casi por completo en silencio, siendo los únicos ruidos el suave zumbido de la bomba y el desagüe de la piscina y el ruido ocasional del poeta carraspeando o pasando las páginas del Newsweek; no hay un solo pájaro, no se oyen cortadoras de césped a lo lejos ni a nadie podando los setos ni máquinas de desbrozar hierbas ni aviones en lo alto ni el ruido lejano y amortiguado de las piscinas de las casas adyacentes a la del poeta; nada salvo la respiración de la piscina y la carraspera ocasional del poeta, todo inmóvil y bien compuesto y cerrado en sí mismo, sin ni siquiera un asomo de brisa para agitar las hojas de los árboles, los arbustos o la vegetación circundante viviente y silenciosa de un color verde inmóvil, nítido e inescapable al que nada en el mundo se puede comparar en apariencia o capacidad de sugestión.(3) 

(1) También era el primer poeta nacido en América en los noventa y cuatro años de historia de los prestigiosos Premios Nobel que recibía el codiciado Premio Nobel de Literatura.

(2) Sin embargo, nunca recibió una beca de la Fundación John Simon Guggenheim: después de ser tres veces rechazado al principio de su carrera, tuvo razones para creer que existía alguna campaña personal y/o política que involucraba al comité de las Becas Guggenheim, así que decidió que lo mandaba a tomar viento y que se dejaría morir de hambre antes que volver a contratar a un ayudante licenciado para rellenar por triplicado los agotadores formularios de las Becas de la Fundación Guggenheim y pasar de nuevo por aquella deleznable y agotadora farsa de la consideración «objetiva».

(3) Esto no es del todo cierto.

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Fragmentos de libros. ESPERANDO A GODOT de Samuel Beckett Comienzo II:

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   ... VLADIMIR   -(ofendido, con frialdad) - ¿Se puede saber dónde ha pasado la noche señor?

ESTRAGON  -  En un foso.

VLADIMIR   - (estupefacto) ¡Un foso! ¿Dónde?

ESTRAGON  - (sin gesticular) Por ahí.

VLADIMIR    - ¿Y no te han pegado?

ESTRAGON  - Sí... No demasiado.

VLADIMIR    - ¿Los de siempre?

ESTRAGON   - ¿Los de siempre? No sé.

 Silencio

EnAttendantGodot Avignon1978

VLADIMIR   -Cuando lo pienso... desde entonces... me pregunto... qué hubiera sido de ti... sin mí (Decidido) Sin duda, a estas horas, serías un montoncito de huesos.

ESTRAGON  -  (profundamente enojado) - ¿Algo más?

VLADIMIR  - (agobiado) Es demasiado para un hombre solo. (Pausa. Con vivacidad) Por otra parte, es lo que me digo, para qué desanimarse ahora. Hubiera sido necesario pensarlo hace una eternidad, hacia 1900.

ESTRAGON  - Basta. Ayúdame a quitarme esa porquería.

VLADIMIR   - Hubiéramos sido de los primeros en arrojarnos juntos, cogidos de la mano, desde la Torre Eiffel. Entonces valíamos algo. Ahora es demasiado tarde. Ni siquiera nos permitirían subir. (Estragon se encarniza con su calzado) ¿Qué haces?

EstragonSeDescalzaESTRAGON   - Descalzarme. ¿No lo has hecho nunca?

VLADIMIR   - Desde hace tiempo vengo diciéndote que hay que descalzarse todos los días. Más te valdría hacerme caso.

ESTRAGON  -  (débilmente) - ¡Ayúdame!

VLADIMIR    - ¿Te sientes mal?

ESTRAGON  - ¡Mal! ¡Me pregunta si me siento mal!

VLADIMIR    - (encorajinado) ¡Siempre eres el único que sufre! Yo no importo nada. Quisiera verte en mi lugar. Ya me lo harías saber.

ESTRAGON   - ¿Has estado mal?

VLADIMIR    - ¡Mal! ¡Me pregunta si he estado mal!                                                   

ESTRAGON  - (señalando con el índice) Esa no es razón para no abrocharte.

VLADIMIR  -  (Se inclina) Es cierto. (Se abrocha) No hay que descuidarse en las pequeñas cosas.

ESTRAGON  - Qué quieres que te diga, siempre esperas al último momento.

VLADIMIR  -   (soñadoramente) El último momento... (Medita) Tarda en llegar, pero vale la pena. ¿Quién lo decía?

ESTRAGON   - ¿No quieres ayudarme?

EGodot 1VLADIMIR    - A veces me digo que, a pesar de todo, llega. Entonces me siento muy raro. (Se quita el sombrero, mira dentro, pasa la mano por el interior, lo sacude y se lo encasqueta de nuevo) ¿Cómo decirlo? Aliviado y al mismo tiempo... (Busca)... aterrado. (Con énfasis) A-TE-RRA-DO. (Se vuelve a quitar el sombrero y mira el interior) ¡Vaya! (Golpea la copa como para hacer que algo caiga del interior, mira hacia dentro otra vez y se lo encasqueta de nuevo) En fin... (Estragon, como recompensa a su gran esfuerzo, logra descalzarse. Mira el interior de su zapato, pasa la mano por el interior, le da la vuelta, lo sacude, busca en el suelo por si ha caído algo, no encuentra nada, y vuelve a pasar la mano por el zapato, la mirada vaga) ¿Y?

ESTRAGON   - Nada.

VLADIMIR    - A ver.

ESTRAGON   - No hay nada que ver.

VLADIMIR    - Intenta ponértelo otra vez.

ESTRAGON   (después de examinarse el pie) Voy a dejar que se airee un poco.

EnAttendantVLADIMIR    - He aquí al hombre íntegro arremetiendo contra su calzado cuando el culpable es el pie. (Se quita el sombrero una vez más, mira hacia dentro, pasa la mano por el interior, lo sacude, golpea la copa, sopla hacia adentro y se lo encasqueta de nuevo) Esto empieza a resultar inquietante (Pausa. Estragon agita el pie, moviendo los dedos para que el aire circule mejor entre ellos) Uno de los dos ladrones se salvó. (Pausa) Es un porcentaje decente. (Pausa) Gogo...

ESTRAGON   - ¿Qué?

VLADIMIR    - ¿Y si nos arrepintiésemos?

ESTRAGON   - ¿De qué?

VLADIMIR  - Pues... (Piensa) No sería necesario entrar en detalles.

ESTRAGON   - ¿De haber nacido?

Vladimir empieza a reír a carcajadas pero se reprime y se lleva la mano al pubis, el rostro crispado.

VLADIMIR    - Ni siquiera se atreve uno a reír.

ESTRAGON   - Hablas de una privación.

VLADIMIR  - Sólo sonreír. (Su rostro se resquebraja en una sonrisa amplia que se estabiliza, subsiste un buen rato, después de pronto se extingue) No es lo mismo. En fin... (Pausa) Gogo...

ESTRAGON   (excitado) ¿Qué hay?

VLADIMIR    - ¿Has leído la Biblia?

ESTRAGON   - La Biblia... (Reflexiona) Le habré echado un vistazo.

VLADIMIR    (atónito)  - ¿En la escuela Sin Dios?

ESTRAGON   - No sé si sin o con.

VLADIMIR    - Debes confundirte con la Roquette.

TierraSanta

ESTRAGON   - Quizá. Recuerdo los mapas de Tierra Santa. En color. Muy bonitos. El mar Muerto era azul pálido. Sentía sed con sólo mirarlo. Me decía, iremos allí a pasar nuestra luna de miel. Nadaremos. Seremos felices.

VLADIMIR    - Debieras haber sido poeta.

ESTRAGON   - Lo he sido. (Señala sus harapos) ¿No se nota?

Silencio

VLADIMIR   - ¿Qué decía? ¿Cómo sigue tu pie

ESTRAGON  - Se hincha.

VLADIMIR   - Ah, sí, ya sé, la historia de los ladrones. ¿La recuerdas?

ESTRAGON  - No.

VLADIMIR    - ¿Quieres que te la cuente otra vez?

ESTRAGON   - No.

VLADIMIR    - Así matamos el tiempo. (pausa) Eran dos ladrones, crucificados al mismo tiempo que el Salvador. Se...

ESTRAGON   - ¿El qué?

VLADIMIR    - El Salvador. Dos ladrones. Se dice que uno fue salvado y el otro... (Busca lo contrario a salvado... condenado.

ESTRAGON   - ¿Salvado de qué?

VLADIMIR    - Del infierno.

ESTRAGON   - Me voy. (No se mueve)

VLADIMIR    - Y, sin embargo... (pausa) ¿Cómo es que... ? Supongo que no te aburro.

ESTRAGON   - No escucho.

VLADIMIR   - ¿Cómo se comprende que de los cuatro evangelistas sólo uno presente los hechos de ese modo? Los cuatro estaban allí presentes... bueno, no muy lejos. Y sólo uno habla de un ladrón salvado. (Pausa) Veamos, Gogo, tienes que devolverme la pelota de vez en cuando.

ESTRAGON   - Escucho.

EsperandoGodotTheatre

The Stage Waiting For Godot (Talawa Theatre Company)

VLADIMIR    - Uno de cuatro. De los tres restantes, dos ni lo mencionan, y el tercero dice que los otros dos lo insultaron.

ESTRAGON   - ¿Quién?

VLADIMIR    - ¿Cómo?

ESTRAGON   - No entiendo nada... (Pausa) ¿Insultado? ¿Quién?

VLADIMIR    - El Salvador.

ESTRAGON   - ¿Por qué?

EGodot 2VLADIMIR    - Porque no quiso salvarles.

ESTRAGON   - ¿Del infierno?

VLADIMIR    - ¡No! De la muerte.

ESTRAGON   - ¿Y entonces, qué?

VLADIMIR    - Entonces hubo que condenar a los dos.

ESTRAGON   - ¿Y después?

VLADIMIR    - Pero el otro dice que uno se salvó.

ESTRAGON   - ¿Y pues? No están de acuerdo, eso es todo.

VLADIMIR    - Se hallaban allí los cuatro. Y sólo uno habla de un ladrón salvado. ¿Por qué darle más crédito que a los otros?

ESTRAGON   - ¿Quién le cree?

VLADIMIR    - Pues todo el mundo. Sólo se conoce esta versión.

ESTRAGON   - La gente es estúpida.

   Se levanta penosamente, avanza cojeando hacia el lateral izquierdo, se detiene, mira a lo lejos, la mano en pantalla delante de sus ojos, se vuelve, se dirige hacia el lateral derecho, mira a los lejos. Vladimir le sigue con la mirada, después recoge el zapato, mira el interior, lo suelta rápidamente.

AllonsNousEn

VLADIMIR: ¡Bah! (Escupe al suelo)

Estragon regresa al centro del escenario, mira hacia el fondo

ESTRAGON   -  Delicioso lugar. (Se vuelve, avanza hasta la rampa, mira hacia el público)  Semblantes alegres. (Se vuelve hacia Vladimir) Vayámonos.

VLADIMIR    -  No podemos.

ESTRAGON   - ¿Por qué?

VLADIMIR    -  Esperamos a Godot.

ESTRAGÓN  - Es verdad. (Pausa.) ¿Estás seguro de que es aquí?

VLADIMIR    - ¿El qué?

ESTRAGÓN  - Donde hay que esperar.

VLADIMIR   - Dijo delante del árbol. (Miran el árbol.) ¿Ves algún otro?

ESTRAGÓN - ¿Qué es?

VLADIMIR - Yo diría que un sauce llorón.

NasjonalmuseetESTRAGÓN - ¿Dónde están las hojas?

 

VLADIMIR - Debe de estar muerto.

ESTRAGÓN - Se acabó su llanto.

VLADIMIR - A menos que no sea tiempo.

ESTRAGÓN - ¿Y no sería más bien un arbolillo?

VLADIMIR - Un arbusto.

ESTRAGÓN - Un arbolillo.

VLADIMIR - Un... (Se contiene.) ¿Qué quieres insinuar? ¿Que nos hemos equivocado de sitio?

ESTRAGÓN - Ya tendría que estar aquí.

VLADIMIR - No aseguró que viniera.

ESTRAGÓN - ¿Y si no viene?

VLADIMIR - Volveremos mañana.

ESTRAGÓN - Y, después, pasado mañana.

VLADIMIR - Quizá.

WaittingESTRAGÓN - Y así sucesivamente.

VLADIMIR - Es decir...

ESTRAGÓN - Hasta que venga.

VLADIMIR - Eres inhumano.

ESTRAGÓN - Ya vinimos ayer.

VLADIMIR - ¡Ah, no! en eso te equivocas.

ESTRAGÓN - ¿Qué hicimos ayer?

VLADIMIR - ¿Que qué hicimos ayer?

ESTRAGÓN - Sí.

VLADIMIR - Pues, pues... (Enojándose.) Nadie como tú para no entenderse.

ESTRAGÓN - Yo creo que estuvimos aquí.

VLADIMIR - (Mirando alrededor.) ¿Te resulta familiar el lugar?

ESTRAGÓN - Yo no he dicho eso.

VLADIMIR - ¿Entonces?

ESTRAGÓN - Eso no tiene nada que ver.

VLADIMIR - No obstante..., este árbol..., (al público.) esa turbera...

PagesStolafEDUESTRAGÓN - ¿Estás seguro de que era esta noche?

VLADIMIR - ¿El qué?

ESTRAGÓN - Que debíamos esperarle.

VLADIMIR - Dijo el sábado. (Pausa.) Según creo.

ESTRAGÓN - Después del trabajo.

VLADIMIR - Debí apuntarlo. (Revuelve en sus bolsillos, repletos de toda clase de porquerías.) 

ESTRAGÓN   - Pero ¿qué sábado? ¿Es hoy sábado? ¿No será más bien domingo? ¿O lunes? ¿O viernes?

VLADIMIR - (Mirando enloquecido alrededor suyo como si la fecha estuviese escrita en el paisaje.) No es posible.

ESTRAGÓN - O jueves.

VLADIMIR - ¿Qué hacemos?

ESTRAGÓN - Si anoche se molestó en balde, ya puedes estar seguro de que hoy no vendrá.

VLADIMIR - Pero dices tú que nosotros hemos venido anoche.

ESTRAGÓN - Puedo equivocarme. (Pausa.) ¿Quieres que nos callemos un poco?

TheatreOfTheAbsurdVLADIMIR - (Débilmente.) Bueno. (Estragón se sienta en el suelo. Vladimir recorre con pasos largo la escena agitadamente. De cuando en cuando se detiene para otear el horizonte. Estragón se duerme. Vladimiro se para ante Estragón.) Gogo... (Silencio.) Gogo... (Silencio.) ¡Gogo! (Estragón Se despierta sobresaltado.)

ESTRAGÓN - (Volviendo a todo el horror de su situación.) Dormía. (Con reproche.) ¿Por qué no me dejas dormir nunca?

VLADIMIR - Me sentía solo.

ESTRAGÓN - He tenido un sueño.

VLADIMIR - No me lo cuentes.

ESTRAGÓN - He soñado que...

VLADIMIR - ¡No me lo cuentes!

ESTRAGÓN - (Con un gesto hacia cuanto les rodea.) ¿Esto te basta? (Silencio.) Didi, no eres bueno. ¿A quién sino a ti quieres que cuente mis pesares íntimos?

VLADIMIR - Que sigan siendo íntimos. Ya sabes que no puedo soportarlo.

ESTRAGÓN - (Fríamente.) A veces me pregunto si no sería mejor que nos separáramos.

VLADIMIR - No irías muy lejos...

 ...

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Fragmentos de libros. EL BUSCÓN de Francisco de Quevedo   Comienzo II:

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   ... Tuvo muy buen parecer para letrado; mujer de amigas y cuadrilla, y de pocos enemigos, porque hasta los tres del alma no los tuvo por tales; persona de valor y conocida por quien era. Padeció grandes trabajos recién casada, y aun después, porque malas lenguas daban en decir que mi padre metía el dos de bastos para sacar el as de oros. Probósele que a todos los que hacía la barba a navaja, mientras les daba con el BarberoCirujanoagua levantándoles la cara para el lavatorio, un mi hermanico de siete años les sacaba muy a su salvo los tuétanos de las faldriqueras. Murió el angelico de unos azotes que le dieron en la cárcel. Sintiólo mucho mi madre, por ser tal que robaba a todos las voluntades. Por estas y otras niñerías estuvo preso, y rigores de justicia, de que hombre no se puede defender, le sacaron por las calles. En lo que toca de medio abajo tratáronle aquellos señores regaladamente. Iba a la brida en bestia segura y de buen paso, con mesura y buen día. Mas de medio arriba, etcétera, que no hay más que decir para quien sabe lo que hace un pintor de suela en unas costillas. Diéronle doscientos escogidos, que de allí a seis años se le contaban por encima de la ropilla. Más se movía el que se los daba que él, cosa que pareció muy bien; divirtióse algo con las alabanzas que iba oyendo de sus buenas carnes, que le estaba de perlas lo colorado.

  AldonzaMadreMi madre, pues, ¡no tuvo calamidades! Un día, alabándomela una vieja que me crió, decía que era tal su agrado que hechizaba a cuantos la trataban. Y decía, no sin sentimiento:

     - En su tiempo, hijo, eran los virgos como soles, unos amanecidos y otros puestos, y los más en un día mismo amanecidos y puestos.

  Hubo fama que reedificaba doncellas, resucitaba cabellos encubriendo canas, empreñaba piernas con pantorrillas postizas. Y con no tratarla nadie que se le cubriese pelo, solas las calvas se la cubría, porque hacía cabelleras; poblaba quijadas con dientes; al fin vivía de adornar hombres y era remendona de cuerpos. Unos la llamaban zurcidora de gustos, otros, algebrista de voluntades desconcertadas; otros, juntona; cuál la llamaba enflautadora de miembros y cuál tejedora de carnes y por mal nombre alcahueta. Para unos era tercera, primera para otros y flux para los dineros de todos. Ver, pues, con la cara de risa que ella oía esto de todos era para dar mil gracias a Dios. 

     Hubo grandes diferencias entre mis padres sobre a quién había de imitar en el oficio, mas yo, que siempre tuve pensamientos de caballero desde chiquito, nunca me apliqué a uno ni a otro. Decíame mi padre:

     - Hijo, esto de ser ladrón no es arte mecánica sino liberal.

     Y de allí a un rato, habiendo suspirado, decía de manos:

    Cubierta BuscónOld- Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los alguaciles y jueces nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras nos cuelgan..., no lo puedo decir sin lágrimas (lloraba como un niño el buen viejo, acordándose de las que le habían batanado las costillas). Porque no querrían que donde están hubiese otros ladrones sino ellos y sus ministros. Mas de todo nos libró la buena astucia. En mi mocedad siempre andaba por las iglesias, y no de puro buen cristiano. Muchas veces me hubieran llorado en el asno si hubiera cantado en el potro. Nunca confesé sino cuando lo mandaba la Santa Madre Iglesia. Preso estuve por pedigüeño en caminos y a pique de que me esteraran el tragar y de acabar todos mis negocios con diez y seis maravedís: diez de soga y seis de cáñamo. Mas de todo me ha sacado el punto en boca, el chitón y los nones. Y con esto y mi oficio, he sustentado a tu madre lo más honradamente que he podido.

   Maravedis FIV- ¿Cómo a mí sustentado? -dijo ella con grande cólera. Yo os he sustentado a vos, y sacádoos de las cárceles con industria y mantenídoos en ellas con dinero. Si no confesábades, ¿era por vuestro ánimo o por las bebidas que yo os daba? ¡Gracias a mis botes! Y si no temiera que me habían de oír en la calle, yo dijera lo de cuando entré por la chimenea y os saqué por el tejado. 

     Metílos en paz diciendo que yo quería aprender virtud resueltamente y ir con mis buenos pensamientos adelante, y que para esto me pusiesen a la escuela, pues sin leer ni escribir no se podía hacer nada. Parecióles bien lo que decía, aunque lo gruñeron un rato entre los dos. Mi madre se entró adentro y mi padre fue a rapar a uno (así lo dijo él) no sé si la barba o la bolsa; lo más ordinario era uno y otro. Yo me quedé solo, dando gracias a Dios porque me hizo hijo de padres tan celosos de mi bien.

   

Capítulo II

De cómo fue a la escuela y lo que en ella le sucedió

      A otro día ya estaba comprada la cartilla y hablado el maestro. Fui, señora, a la escuela; recibióme muy alegre diciendo que tenía cara de hombre agudo y de buen entendimiento. Yo, con esto, por no desmentirle di muy bien la lición aquella mañana. Sentábame el maestro junto a sí, ganaba la palmatoria los más días por venir antes y íbame el postrero por hacer algunos recados a la señora, que así llamábamos la mujer del Edicion1maestro. Teníalos a todos con semejantes caricias obligados; favorecíanme demasiado, y con esto creció la envidia en los demás niños. Llegábame de todos, a los hijos de caballeros y personas principales, y particularmente a un hijo de don Alonso Coronel de Zúñiga, con el cual juntaba meriendas. Íbame a su casa a jugar los días de fiesta y acompañábale cada día. Los otros, o que porque no les hablaba o que porque les parecía demasiado punto el mío, siempre andaban poniéndome nombres tocantes al oficio de mi padre. Unos me llamaban don Navaja, otros don Ventosa; cuál decía, por disculpar la invidia, que me quería mal porque mi madre le había chupado dos hermanitas pequeñas de noche; otro decía que a mi padre le habían llevado a su casa para que la limpiase de ratones (por llamarle gato). Unos me decían «zape» cuando pasaba y otros «miz». Cuál decía:

    - Yo la tiré dos berenjenas a su madre cuando fue obispa. 

  Al fin, con todo cuanto andaban royéndome los zancajos, nunca me faltaron, gloria a Dios. Y aunque yo me corría disimulaba; todo lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces hijo de una puta y hechicera; lo cual, como me lo dijo tan claro (que aun si lo dijera turbio no me diera por entendido) agarré una piedra y descalabréle. Fuime a mi madre corriendo que me escondiese; contéla el caso; díjome:

    - Muy bien hiciste; bien muestras quién eres; sólo anduviste errado en no preguntarle quién se lo dijo.

    Cuando yo oí esto, como siempre tuve altos pensamientos, volvíme a ella y roguéla me declarase si le podía desmentir con verdad o que me dijese si me había concebido a escote entre muchos o si era hijo de mi padre. Rióse y dijo:

    - ¡Ah, noramaza! ¿Eso sabes decir? No serás bobo; gracia tienes. Muy bien hiciste en quebrarle la cabeza, que esas cosas, aunque sean verdad, no se han de decir. 

     EB Caratula1Yo con esto quedé como muerto y dime por novillo de legítimo matrimonio, determinado de coger lo que pudiese en breves días y salirme de en casa de mi padre: tanto pudo conmigo la vergüenza. Disimulé, fue mi padre, curó al muchacho, apaciguólo y volvióme a la escuela, adonde el maestro me recibió con ira hasta que, oyendo la causa de la riña, se le aplacó el enojo considerando la razón que había tenido.

    En todo esto, siempre me visitaba aquel hijo de don Alonso de Zúñiga, que se llamaba don Diego, porque me quería bien naturalmente, que yo trocaba con él los peones si eran mejores los míos, dábale de lo que almorzaba y no le pedía de lo que él comía, comprábale estampas, enseñábale a luchar, jugaba con él al toro, y entreteníale siempre. Así que los más días, sus padres del caballerito, viendo cuánto le regocijaba mi compañía, rogaban a los míos que me dejasen con él a comer y cenar y aun a dormir los más días.

     Sucedió, pues, uno de los primeros que hubo escuela por Navidad, que viniendo por la calle un hombre que se llamaba Poncio de Aguirre, el cual tenía fama de confeso, que el don Dieguito me dijo:

     - Hola, llámale Poncio Pilato y echa a correr.

    Yo, por darle gusto a mi amigo, llaméle Poncio Pilato. Corrióse tanto el hombre que dio a correr tras mí con un cuchillo desnudo para matarme, de suerte que fue forzoso meterme huyendo en casa de mi maestro dando gritos. Entró el hombre tras mí y defendióme el maestro de que no me matase, asegurándole de castigarme. Y así luego (aunque la señora le rogó por mí, movida de lo que yo la servía, no aprovechó), mandóme desatacar y azotándome, decía tras cada azote:

      EB Escena- ¿Diréis más Poncio Pilato?

      Yo respondía:

      - No, señor.

      Y respondílo veinte veces a otros tantos azotes que me dio. Quedé tan escarmentado de decir Poncio Pilato y con tal miedo, que mandándome el día siguiente decir, como solía, las oraciones a los otros, llegando al Credo (advierta V. M. la inocente malicia), al tiempo de decir «padeció so el poder de Poncio Pilato», acordándome que no había de decir más Pilatos, dije: «padeció so el poder de Poncio de Aguirre». Dióle al maestro tanta risa de oír mi simplicidad y de ver el miedo que le había tenido, que me abrazó y dio una firma en que me perdonaba de azotes las dos primeras veces que los mereciese. Con esto fui yo muy contento.

     Panamericana trozo1En estas niñeces pasé algún tiempo aprendiendo a leer y escribir. Llegó (por no enfadar) el de unas Carnestolendas, y trazando el maestro de que se holgasen sus muchachos, ordenó que hubiese rey de gallos. Echamos suertes entre doce señalados por él y cúpome a mí. Avisé a mis padres que me buscasen galas.

     Llegó el día y salí en uno como caballo, mejor dijera en un cofre vivo, que no anduvo en peores pasos Roberto el diablo, según andaba él. Era rucio, y rodado el que iba encima por lo que caía en todo. La edad no hay que tratar, biznietos tenía en tahonas. De su raza no sé más de que sospecho era de judío según era medroso y desdichado. Iban tras mí los demás niños todos aderezados.

     Pasamos por la plaza (aun de acordarme tengo miedo), y llegando cerca de las mesas de las verduras (Dios nos libre), agarró mi caballo un repollo a una, y ni fue visto ni oído cuando lo despachó a las tripas, a las cuales, como iba rodando por el gaznate, no llegó en mucho tiempo. La bercera (que siempre son desvergonzadas) empezó a dar voces; llegáronse otras y con ellas pícaros, y alzando zanahorias, garrofales, nabos frisones, tronchos y otras legumbres, empiezan a dar tras el pobre rey. Yo, viendo que era Mercado XVIIbatalla nabal y que no se había de hacer a caballo, comencé a apearme; mas tal golpe me le dieron al caballo en la cara que, yendo a empinarse, cayó conmigo en una (hablando con perdón) privada. Púseme cual V. M. puede imaginar. Ya mis muchachos se habían armado de piedras y daban tras las revendederas y descalabraron dos.

    Yo, a todo esto, después que caí en la privada, era la persona más necesaria de la riña. Vino la justicia, comenzó a hacer información, prendió a berceras y muchachos mirando a todos qué armas tenían y quitándoselas, porque habían sacado algunos dagas de las que traían por gala y otros espadas pequeñas. Llegó a mí, y viendo que no tenía ningunas, porque me las habían quitado y metídolas en una casa a secar con la capa y sombrero, pidióme, como digo, las armas, al cual respondí, todo sucio, que si no eran ofensivas contra las narices, que yo no tenía otras. Quiero confesar a V. Md. que cuando me empezaron a tirar los tronchos, nabos, etcétera, que, como yo llevaba plumas en el sombrero, entendiendo que me habían tenido por mi madre y que la tiraban, como habían hecho otras veces, como necio y muchacho, empecé a decir: «Hermanas, aunque llevo plumas, no soy Aldonza de San Pedro, mi madre» (como si ellas no lo echaran de ver por el talle y rostro). El miedo me disculpó la ignorancia, y el sucederme la desgracia tan de repente.

     EB Caratula2Pero, volviendo al alguacil, quísome llevar a la cárcel, y no me llevó porque no hallaba por donde asirme (tal me había puesto del lodo). Unos se fueron por una parte y otros por otra, y yo me vine a mi casa desde la plaza martirizando cuantas narices topaba en el camino. Entré en ella, conté a mis padres el suceso, y corriéronse tanto de verme de la manera que venía que me quisieron maltratar. Yo echaba la culpa a las dos leguas de rocín exprimido que me dieron. Procuraba satisfacerlos, y, viendo que no bastaba, salíme de su casa y fuime a ver a mi amigo don Diego, al cual hallé en la suya descalabrado, y a sus padres resueltos por ello de no enviarle más a la escuela. Allí tuve nuevas de cómo mi rocín, viéndose en aprieto, se esforzó a tirar dos coces, y de puro flaco se le desgajaron las dos piernas y se quedó sembrado para otro año en el lodo, bien cerca de expirar.

     Viéndome, pues, con una fiesta revuelta, un pueblo escandalizado, los padres corridos, mi amigo descalabrado y el caballo muerto, determinéme de no volver más a la escuela ni a casa de mis padres, sino de quedarme a servir a don Diego o, por mejor decir, en su compañía, y esto con gran gusto de los suyos, por el que daba mi amistad al niño. Escribí a mi casa que yo no había menester más ir a la escuela porque, aunque no sabía bien escribir, para mi intento de ser caballero lo que se requería era escribir mal, y que así, desde luego renunciaba [a] la escuela por no darles gasto y [a] su casa para ahorrarlos de pesadumbre. Avisé de dónde y cómo quedaba y que hasta que me diesen licencia no los vería.

    ...

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Fragmentos de libros. EL BUSCÓN de Francisco de Quevedo   Comienzo I:

Nuestra portada:
UnivAlcalaPanel765 
TEXTO DE PORTADA:  La ciudad de Alcalá de Henares (la Complutum romana) y su importante patrimonio histórico no aviva el interés de buena parte de los madrileños por conocerla, lo que, a pesar de las razones aportadas, no deja de sorprender. Traemos Alcalá de Henares a nuestra portada porque, aparte del protagonismo de Cervantes -complutense por nacimiento y figura principal y atractivo turístico indudable de la ciudad-, fueron muchos los grandes y reconocidos hombres de letras los que estudiaron en su universidad -entonces Complutense, antes de que Madrid "heredara" la sede-, entre ellos el propio Francisco de Quevedo y, claro, también este autor llevó a su Buscón Don Pablos, ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, a estudiar y a trapichear en Alcalá de Henares.
Entre los rezagados que demoraban una incursión por Alcalá estuvo uno hasta hace muy pocos años. Mi amiga Beatriz me incitaba a realizarla con buenas razones, que si la historia de los niños Justo y Pastor, que si la sala de la entrega de los premios Cervantes, que si la universidad, que si no sé que reina estuvo en tal convento... Hasta que me instruyó: ¿Sabes que las calles principales del centro histórico de Alcalá de Henares aún conservan el trazado del Cardo y el Decumano de Complutum, la ciudad romana? Humm, me dije, quizás pueda captar algo genuino tras el "parque temático". Y fuimos. ¿Qué pasó? Lo que importa es lo que usted descubra.
  Mural-recreación de una escena cotidiana en la Alcalá de Henares del siglo XVII. Alcalá de Henares (Madrid).    © LCJ 2018

 Edit.:EDAF Biblioteca web editorial

Comienzos de libros 

Libro primero

Capítulo I

En que cuenta quién es el Buscón

      Yo, señor, soy de Segovia. Mi padre se llamó Clemente Pablo, natural del mismo pueblo; Dios le tenga en el cielo. Fue, tal como todos dicen, de oficio barbero, aunque eran tan altos sus pensamientos que se corría de que le llamasen así, diciendo que él era tundidor de mejillas y sastre de barbas. Dicen que era de muy buena cepa, y según él bebía es cosa para creer. Estuvo casado con Aldonza de San Pedro de Rebollo, hija de Octavio Rebollo Codillo y nieta de Lépido Ziuraconte.

   Sospechábase en el pueblo que no era cristiana vieja, aun viéndola con canas y rota, aunque ella, por los nombres y sobrenombres de sus pasados, quiso esforzar que era descendía de los triunviratos romano...

   ...

Continuar  COMIENZO  de "El Buscón" 

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Fragmentos de libros. EL GRAN GATSBY de F.Scott Fitzgerald   Comienzo  II:

Acceso/Volver al COMIENZO I de este libro: Arriba FraLib
Continúa...     (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas)

... La mayor parte de las veces, no iba a la caza de confidencias; en muchos casos, al advertir, por alguna inequívoca señal, que en el horizonte rondaba una revelación íntima he fingido sueño, preocupación o una hostil indiferencia; las revelaciones íntimas de la juventud, o al menos sus términos de expresión, suelen ser plagios y estar desfigurados por supresiones más que evidentes. Reservarse opiniones es asunto de infinito alcance. Aún hoy me parecería un grave descuido olvidarme de lo que mi padre jactanciosamente sugirió y yo jactanciosamente repito, referente a que el sentido de las cualidades fundamentales es 

GG Bookdesigualmente repartido al nacer. Y tras vanagloriarme, en esta forma, de mi amplia tolerancia, acabo por admitir que tiene también este principio su límite. La conducta puede fundarse en dura roca o en húmedos pantanos, pero hasta cierto punto, no importa en qué se funda. El último otoño, al regresar del Este, creía que lo que anhelaba era que el mundo estuviera siempre de uniforme y bajo una especia de marcial apostura; no quería seguir escudriñando las profundidades del corazón humano. Solo Gatsby, el hombre que da título a este libro, estuvo exento de mi reacción. Gatsby, que plasmaba todo aquello hacia lo que siento un tan irrefrenable desprecio. Si la personalidad está constituida por una serie ininterrumpida de actos afortunados, en tal caso puede decirse que había algo brillante en torno a él, una exquisita sensibilidad para captar las promesas de la vida, como si estuviera vinculado a una de esas complicadas máquinas que registran los terremotos a mil millas de distancia. Esta reacción tenía que ver con la blandengue impresionabilidad que ha sido dignificada bajo el nombre de «temperamento creador»; tenía un don extraordinario para saber esperar, una romántica presteza que jamás he hallado en otra persona, y que no es probable que vuelva a encontrar. No; en resumen, Gatsby resultó ser un hombre de una pieza; lo que le devoraba era el turbio polvo flotando en la estela de sus sueños, lo mismo que encerró temporalmente mi interés en las abortivas tristezas y cortas alegrías del género humano.

 

En esta ciudad del Medio Oeste, mi familia ha sido, durante tres generaciones, gente acomodada, de destacada posición social. Los Carraway formamos una Duke of Buccleuch armsespecie de «clan», y corre el rumor de que descendemos de los duques de Buccleuch, pero el verdadero fundador de mi familia fue un hermano de mi abuelo que llegó aquí el año 1851, envió un sustituto a la Guerra Civil e inició el negocio de ferretería la por mayor que mi padre dirige actualmente.

No conocí a este tío-abuelo, aunque se supone que me parezco a él, especialmente en el cuadro, más bien inexpresivo, que cuelga en el despacho de mi padre. Me gradué en New Haven en 1915, exactamente un cuarto de siglo después que mi padre, y, un poco más tarde, participé en esa aplazada emigración teutónica, conocida como la Gran Guerra. Disfruté tanto durante el contraataque, que regresé saturado de inquietud. En lugar del cálido centro del universo, el Medio Oeste me parecía ahora el andrajoso extremo del mundo, de modo que decidí marcharme al Este, con el afán de iniciarme en las actividades bolsísticas. Todos mis conocidos estaban metidos en la Bolsa, así es que supuse que los valores y las acciones serían capaces de mantener a un soltero más. Mis tíos discutieron sobre esto como si se tratara de elegirme un colegio preparatorio, y finalmente murmuraron: «Bueno… sí…», con rostro grave y titubeando ostensiblemente. Mi padre accedió a subvencionarme durante un año, y tras una serie de retrasos, en la primavera de 1921 me vine al Este, en la creencia de que mi estancia sería definitiva.

GLeMagnifiqueLo práctico hubiera sido buscar alojamiento en la ciudad, pero la estación era muy calurosa y yo acababa de abandonar una tierra de grandes céspedes y amistosos árboles, así que, cuando un chico de la oficina me sugirió que alquilásemos una casita en una ciudad suburbana, la idea me pareció estupenda. Encontró la casa, un bungalow de cartón en el que se evidenciaban las huellas del viento y el sol y cuyo alquiler ascendía a ochenta dólares al mes, pero a última hora la Dirección trasladó a mi amigo a Washington, y me fui solo al campo.  Tenía un perro –por lo menos lo tuve durante unos pocos días antes de que se me escapara-, un viejo coche Dodge, y una mujer finesa que me hacía la cama, preparaba el desayuno y murmuraba máxima en finés, encima del fogón eléctrico.

Al principio me sentí muy solo, pero una buena mañana, un hombre, aún más recién llegado que yo, me paró en la carretera:

- Por favor, señor, ¿por dónde se va a la aldea de West Egg?- me preguntó con aire desvalido.

Se lo indiqué; y al verle seguir su camino, ya no me sentí solo: era un guía, un explorador, unos de los primeros colonos. Aquel hombre me había conferido, fortuitamente, la tranquilidad de pertenecer a la comunidad.

ReyMidasY así fue como, contemplando el sol y los grandes brotes de hojas que crecían en los árboles con la misma rapidez con que crecen todas las cosas en las películas, experimenté la familiar convicción de que, con el verano, la vida empezaba de nuevo.

Por otra parte, tenía mucho que leer y una inquebrantable salud que requería vigorizantes influencias de las expansiones naturales de la juventud. Me compré una docena de volúmenes sobre Banca, crédito e inversiones, que se alinearon en mi biblioteca en rojo y oro, semejantes a dinero recién fabricado por la Casa de la Moneda, prometiéndome revelarme los radiantes secretos conocidos por Midas, Morgan y Mecenas. Además, tenía la elevada intención de leer otros muchos libros; en la Universidad me incliné hacia lo intelectual; un año escribí una serie de solemnísimos y expresivos editoriales para el Yale News. Y ahora llevaría de nuevo a mi vida todas aquellas cosas, convirtiéndome, otra vez, en le más limitados de todos los especialistas «el hombre muy cultivado». Esto no pretende ser un epigrama; al fin y al cabo, desde una sola ventana se contempla la vida.

Por casualidad alquilé una casita en una de las más extrañas comunidades de Norteamérica. Fue en aquella esbelta y bulliciosa isla que se extiende exactamente al este de Nueva York, donde, entre otras curiosidades naturales, existen dos extrañas elevaciones de terreno. A veinte millas de la ciudad, un par de enormes huevos, idénticos en contorno, y solamente separados por una curvada bahía, sobresalen de la más domesticada masa de agua salada del hemisferio occidental: la enorme balsa de Long Island Sound. No es que sean perfectamente ovalados, sino que, como en el caso del huevo de Colón, ambos se hallan aplastados por la cumbre; sin embargo, su similitud material debe ser una fuente de perpetuo asombro para las gaviotas que vuelan por encima de ellos. Para los que carecen de alas, resulta más interesante el fenómeno de su total disparidad, forma y tamaño aparte.

Long Island EggsWest Egg estaba situado en el…, bueno, en el menos elegante de los dos, aunque ésta es una expresión demasiado superficial para describir el bizarro y no poco siniestro contraste entre ambos. Mi casa se hallaba en la misma punta del huevo, solo a cincuenta yardas de Sound, y encogida entre dos enormes mansiones que se alquilaban a doce o quince mil dólares por temporada. La de mi derecha era un colosal armatoste, cualquiera que fuese el punto de vista bajo el que se le considerase; una auténtica imitación de un Ayuntamiento de Normandía, con una torre a un lado, que brillaba, nuevecita, festoneada con una ligera barba de hiedra joven, complementado todo por una piscina de mármol y más de cuarenta acres de prado y piscina. Era el palacete de Gatsby, o, mejor dicho, como no conocía aún a Mr. Gatsby, era un palacete habitado por un caballero de ese nombre. Mi casa afeaba la perspectiva, pero tratándose de una pequeña birria, había sido pasada por alto, de manera que gozaba de vista al mar, vista parcial del prado de mi vecino, y la de la consoladora proximidad de millonarios, todo por ochenta dólares mensuales. los blancos palacetes del elegante East Egg brillaban a través de la bahía, alienados a lo largo de la orilla. La crónica de aquel verano se inicia la tarde en que fue a cenar con los Buchanan. Daisy era prima mía en segundo grado; a Tom le conocí en la Universidad; luego, al acabar la guerra, pasé un par de días con ellos en Chicago.

GLeMagnifique2El marido de Daisy, entre diversas proezas físi­cas, había llegado a ser uno de los más vigorosos extremos que jugaran a fútbol en New Haven, una figura nacional en cierto modo, uno de esos hombres que a los veintiún años alcanzan una preponderancia tan ilimitada, que, a fin de cuentas, para ellos todo tiene un sabor de vacío. Su familia era enormemente rica; incluso en la Universidad, su prodigalidad con el dinero era algo que llamaba la atención, pero se marchó de Chicago y se dirigió al Este en un abrir y cerrar de ojos; de Lake Forest se trajo una serie de ponies para jugar al polo, y se me hacía difícil como un hombre de mi propia generación fuera lo suficientemente rico para hacer semejante exhibición.

Ignoro por qué vinieron al Este, Sin ninguna razón particular, estuvieron un año en Francia, luego flotaron de aquí para allá, desasosegadamente, por donde se jugaba al polo y todos eran ricos. Daisy me dijo telefónicamente que ahora se trataba de una estancia permanente, pero no lo creí; no lo podía leer en el corazón de Daisy; sin embargo, sabía que Tom iría siempre flotando, buscando, con algo de triste anhelo, la dramática turbulencia de un irrecuperable partido de fútbol.

Así fue como, una cálida y ventosa tarde, me dirigí a East Egg, a visitar a dos viejos amigos a quienes apenas conocía…

...

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