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Fragmentos de libros. LOLITA de Vladimir Nabokov  Final II:

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... En general, quería olvidar todo aquello; y, cuando supe que estaba muerto, la única satisfacción que me dio la noticia fue el alivio de saber que no necesitaba acompañar mentalmente, y durante meses, una convalecencia penosa y repugnante, interrumpida por toda clase de operaciones inimaginables y recaídas, y quizá rematada por una visita suya, con la consiguiente molestia de para mí de tener que racionalizarlo como un ser concreto, y no como espectro. Tomás el Dídimo no andaba Aniversario50descaminado. Es extraño que el sentido del tacto, tan infinitamente menos precioso para los hombres que el de la vista, se convierta en ciertos momentos críticos en nuestro principal –si no único– asidero de la realidad. Me sentía completamente cubierto por Quilty, por la sensación del peso de su cuerpo sobre el mío durante nuestra pelea, antes de que lo matara. La carretera se extendía ahora por campo abierto. Se me ocurrió –no como protesta, no como símbolo ni nada por el estilo, sino tan sólo como experiencia inédita– que habiendo violado todas las leyes de la humanidad, podía violar también las normas de circulación. De modo que me deslicé hacia la izquierda de la carretera, a ver qué sentía y la sensación era buena. Era una placentera fusión diafragmática, con elementos de vaga tangibilidad, aumentada, si cabe, por la idea de que nada podía estar más cerca de una eliminación de las leyes físicas esenciales que conducir deliberadamente por el lado prohibido de la carretera. En cierto modo, era una comezón muy espiritual. Suavemente, como en sueños, seguí avanzando por aquel Carat Rusolado insólito sin pasar de los cuarenta kilómetros por hora. El tránsito era escaso. Los automóviles que, de cuando en cuando, pasaban por el lado que les había dejado solo para ellos, hacían sonar brutalmente sus bocinas. Los coches que venían hacia mí vacilaban, me regateaban y tocaban el claxon de un modo plañidero. Al fin me encontré en la cercanía de los lugares poblados. Saltarme un semáforo en rojo fue como beber un sorbo de prohibido borgoña durante mi niñez. Mientras tanto, fueron surgiendo complicaciones. Era seguido y escoltado. Al fin vi frente a mí dos automóviles situados de tal manera que interceptaban por completo mi camino. Con un gracioso movimiento salí de la carretera y después de dos o tres bandazos, subí por una pendiente cubierta de hierba, entre vacas perplejas, hasta que el coche se detuvo y tembló suavemente unos instantes. Una especie de meditabunda síntesis hegeliana entre dos mujeres muertas.

  _  

Pronto me sacarían del automóvil. ¡Adiós Melmoth! ¡Muchas gracias, viejo amigo!). Anticipé mi entrega a muchas manos; no haría nada para cooperar mientras esas manos se movieran y me llevaran, perezosamente abandonado, cómodo, como Lajumateun paciente, y mientras disfrutara del extraño goce de mi inmovilidad y de la absoluta seguridad de que policías y los enfermeros no me dejarían caer. Y en tanto que aguardaba que se arrojaran sobre mí en la empinada cuesta, evoqué un último espejismo de asombro y desamparo. Un día, poco después de la desaparición de Lo, un acceso de abominables náuseas me obligó a detenerme en el espectro de una vieja carretera de montaña que unas veces acompañaba y otras cruzaba una carretera reciente construcción con su población de asteres que se bañaban en la  tibieza indiferente de un pálido atardecer azul, a fines del verano. Después de arrojar hasta las entrañas, o eso me pareció, descansé un rato sentado en una roca, y luego, pensando que el agradable airecillo me sentaría bien, anduve el corto trecho que me separaba del bajo pretil colocado en el lado del precicipio de aquella carretera.

Pequeños saltamontes surgían entre la maleza agostada, a ambos lados de la carretera. Una nube muy leve abría sus brazos y se movía hacia otra ligeramente mayor que pertenecía a un sistema más lento y que parecía más cargado de humedad. A medida que me acercaba al amistoso abismo, adquiría cada vez más grasshopper Juzaphotoconciencia de una melodiosa unidad de sonidos que subía, como vapor, de una pequeña ciudad minera tendida a mis pies, en un pliegue del valle. Se divisaba la geometría de las calles, entre manzanas de tejados grises y rojos, y los verdes penachos de los árboles, y un arroyo sinuoso y el rico centelleo mineral del vertedero de la ciudad, y más allá de ésta, caminos que se entrecruzaban sobre la absurda manta formada por campos pálidos y oscuros, y todavía más allá de todo eso, grandes montañas arboladas. Pero aún más luminosa que todos aquellos colores apaciblemente alegres –pues hay colores y sombras que parecen divertirse en buena compañía–, más brillante y soñadoras para el oído que para los ojos, era aquella vaporosa vibración de sonidos acumulados que no se elevaba sin cesar ni por un instante hasta el saliente de granito junto al cual me secaba la boca manchada. Y pronto comprendí que todos aquellos sonidos tenían una misma naturaleza, que eran los únicos sonidos provenientes de las LolitaRejascalles de la ciudad transparente, donde las mujeres estaban en casa y los hombres trabajando en la mina. ¡Lector! Lo que oía no era sino la melodía de los niños que jugaban, solo eso. Y tan límpido era el aire, que dentro de aquel vapor de voces mezcladas, majestuosas y minúsculas, remotas y mágicamente cercanas, francas y divinamente enigmáticas, podía oír de cuándo en cuando, como liberado, un estallido de risa viviente casi articulado, o el bote de una pelota, o el traqueteo de un carro de juguete, pero, en realidad, todo estaba demasiado lejos para distinguir un movimiento determinado en las calles apenas esbozadas. Me quedé de pie durante un rato escuchando desde mi elevado saliente aquella vibración musical, aquellos estallidos de gritos aislados, con una especie de tímido murmullo como fondo. Y entonces comprendí que lo más dolorosamente lacerante no era que Lolita no estuviera a mi lado, sino que su voz no formara parte de aquel concierto.

Lol BookReviewÉsta es, pues, mi historia. La he releído. Se le han pegado pedazos de médula, y costras de sangre, y hermosas moscas de fulgor verde. En tal o cual recodo del relato siento que mi yo evasivo se me escapa, que se zambulle en aguas más oscuras y profundas que no me atrevo a sondear. He camuflado cuanto he podido, para no herir a las gentes. Y he jugueteado con muchos seudónimos antes de dar con uno que se me adaptara convenientemente. En mis notas figuran «Otto Otto», «Mesmer Mesmer», y «Lambert Lambert», pero, no sé por qué, creo que el escogido es el que mejor expresa todo lo malo que hay en mí.

 Hace cincuenta y seis días, cuando empecé a escribir Lolita, primero en la sala de observación para psicópatas, después en esta reclusión bien caldeada, aunque sepulcral, pensé que emplearía estas nota sin toto durante mi juicio, no para salvar mi cabeza, desde luego, sino mi alma. En plena tarea, sin embargo, comprendí que no podía mostrar en público las interioridades de Lolita mientras ésta viviera. Quizá use partes de este recuerdo en sesiones herméticas, pero su publicación ha de diferirse.

  _  

Por motivos que quizá parezcan más evidentes de lo que son en realidad, me opongo a la pena capital y confío que el juez que me sentencie comparta tal actitud. De haber comparecido ante mí, de ser yo quien me juzgara, habría condenado a Humbert a treinta y cinco años por violación y habría desechado el resto de las acusaciones. Pero aun así, Dolly Schiller me sobrevivirá, sin duda, muchos años. He tomado la siguiente resolución, con todo el sostén y el impacto legal de un testamento firmado: deseo que estos recuerdos no se publiquen hasta que Lolita ya no viva.

JeremyIrons DominiqueSwainNinguno de los dos vivirá, pues, cuando el lector abra este libro. Pero mientras palpite la sangre en mi mano que escribe, tú y yo seguiremos siendo parte de la bendita materia y me será posible hablarte desde aquí, aunque estés en Alaska. Sé fiel a tu Dick. No dejes que otros hombres te toquen. No hables con desconocidos. Espero que quieras a tu hijo. Espero que sea varón. Ojalá que tu marido te trate siempre bien, porque, de lo contrario, mi espectro se le aparecerá como negro humo, como un gigante demente, y le arrancará nervio tras nervio. Y no tengas lástima de Clare Quilty. Tenía que elegir entre él y Humbert Humberty quería que éste viviera, al menos, un par de meses más, para que tú vivieras después en la mente de generaciones venideras. Pienso en bisontes y ángeles, en el secreto de los pigmentos perdurables, en los sonetos proféticos, en el refugio del arte. Y ésta es la única inmortalidad que tú y yo podemos compartir, Lolita mía.

***

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Fragmentos de libros.  LOS DETECTIVES SALVAJES de Roberto Bolaño   Final II :

Acceso/Volver al FINAL I de este libro: GirasolesCarretera177
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... Llegar hasta Cesárea no fue difícil. Preguntamos por ella y nos indicaron que fuéramos a los lavaderos, en la parte oriental del pueblo. Las artesas allí son de piedra y están puestas de tal manera que un chorrito de agua, que sale a la altura de la primera y que baja por un canalito de madera, basta para la colada de diez mujeres. Cuando llegamos solo habían tres lavanderas. Cesárea estaba en en medio  y la reconocimos de inmediato. Vista de espaldas, inclinada sore la artesa. Cesárea no tenía nada de poética. Parecía una roca o un elefante. Sus nalgas eran enormes y se movían al ritmo que sus brazos, dos NexosCOM Polifoniatroncos de roble, imprimían al restregado y enjuagado de la ropa. Llevaba el pelo largo hasta casi la cintura. Iba descalza. Cuando la llamamos se volvió y nos enfrento con naturalidad. Las otras dos lavanderas también se volvieron. Durante un instante Cesárea y sus acompañantes nos miraron si decir nada: la que estaba a su derecha tendría unos treinta años, pero igual podía tener cuarenta o cincuenta, la que estaba a su izquierda no debía pasar de los veinte. Los ojos de Cesárea eran negros y parecían absorber todo el sol del patio. Miré a Lima, había dejado de sonreír. Belano parpadeaba como si un grano de arena le estorbara la visión. En algún momento que no sé precisar nos pusimos a caminar rumbo a la casa de Cesárea Tinajero. Recuerdoque Belano, mientras atravesábamos callejuelas desiertas bajo un sol implacable, intentó uno o varias explicaciones, recuerdo su posterior silencio. Después sé que alguien me guió a una habitación oscura y fresca y que me arrojé sobre un colchón y me dormí. Cuando desperté Lupe estaba a mi lado, dormida, sus brazos y piernas enlazando mi cuerpo. Tardé en comprender donde me hallaba. Oí voces y me levanté. En la habitación contigua Cesárea y mis amigos hablaban. Cuando aparecí nadie me miró. Recuerdo que me senté en el suelo y que encendí un cigarrillo. De las paredes del cuarto colgaban matojos de hierbas atados con pita. Belano y Lima fumaban, pero el olor que percibí no era el del tabaco.

CesareaT ObrasCesárea estaba sentada cerca de la única ventana y de vez en cuando miraba hacia fuera, miraba el cielo, y entonces yo también, no se por qué, me hubiera puesto a llora, aunque no lo hice. Estuvimos así mucho tiempo. En algún momento lupe apareció por la habitación y sin decir nada se sentó a mi lado. Después los cinco nos levantamos de nuestros asientos y salimos a la calle amarilla, casi blanca. Debía de estar atardeciendo aunque el calor aún llegaba en oleadas. Caminamos hasta donde habíamos dejado el coche. Durante el trayecto solo nos cruzamos con dos personas: uni viejo que llevaba una radio a pilas en una mano y un niño de unos diez años que iba fumando. El interior del Impala estaba ardiendo. Belano y Lima se subieron delante. Yo quedé emparedado entre Lupe y la inmensa humanidad de Cesárea Tinajero. Después el coche salió profiriendo quejidos por las calles de tierra de Villaviciosa, hasta alcanzar la carretera.

  _  

Estábamos fuera del pueblo cuando vimos un coche que venía en sentido contrario. Probablemente aquél y el nuestro eran los dos únicos automóviles en muchos kilómetros a la redonda. Por un segundo pensé que no íbamos a estrellar pero Lima se echó a un lado y frenó. Una nube de polvo cubrió nuestro precozmente envejecido Impala. Alguien maldijo. Puede que fuera Cesárea. Sentí que el cuerpo de Lupe se pegaba a mi cuerpo. Cuando la nube de polvo se deshizo, del otro coche se habían apeado Alberto y el policía y nos apuntaban con sus pistolas.

Me sentí enfermo: no podía oír lo que decían, pero los vi mover las bocas y supuse que nos ordenaban que bajáramos. Nos están insultando, escuché que decía Belano con incredulidad. Hijos de la chingada, dijo Lima.

  _  

1 de febrero

            Esto es lo que pasó. Belano abrió la puerta de su lado y se bajó. Lima abrió la puerta de su lado y se bajó. Cesárea Tinajero nos miró a Lupe y a mí y nos dijo que no nos moviéramos. Que pasara lo que pasara no nos bajáramos. No empleó estas palabras, pero eso fue lo que quiso decir. Lo sé porque fue la primera y la última vez que me habló. No te muevas, dijo, y luego abrió la puerta de su lado y se bajó.

      LDS RomuloGA través de la ventana vi a Belano que avanzaba fumando y con la otra mano en el bolsillo. Junto a él vi a Ulises Lima y un poco más atrás, balanceándose como un buque de guerra fantasma, vi la espalda acorazada de Cesárea Tinajero. Lo que sucedió a continuación fue confuso. Supongo que Alberto los insultó y les pidió que le entregaran a Lupe, supongo que Belano le dijo que la fuera a buscar, que era toda suya. Tal vez en ese momento Cesárea dijo que nos iban a matar. El policía se rió y dijo que no, que solo querían a la putita. Belano se encogió de hombros. Lima miraba el suelo. Entonces Alberto dirigió su mirada de halcón hacia el Impala y nos buscó infructuosamente. Supongo que el sol que se ponía evitaba, con sus reflejos, que el padrote nos viera con claridad. Con la mano que sujetaba el cigarrillo Belano nos señaló. Lupe tembló como si la brasa del cigarrillo fuera un sol en miniatura. Ahí están, buey, son todos tuyos. De acuerdo, voy a ver cómo está mi mujer, dijo Alberto. El cuerpo de Lupe se pegó a mi cuerpo y aunque su cuerpo y mi cuerpo eran elásticos todo empezó a crujir. Su antiguo chulo solo alcanzó a dar dos pasos. Al pasar junto a Belano, éste se le arrojó encima.

             CaborcaSonoraCon una mano retuvo el brazo de Alberto que cargaba la pistola, la otra salío disparada del bolsillo empuñando el cuchillo que había comprado en Caborca. Antes de que ambos rodaran por el suelo, Belano ya había conseguido enterrarle el cuchillo en el pecho. Recuerdo que el policía abrió la boca, muy grande, como si de pronto todo el oxígeno hubiera desaparecido del desierto, como si no creyera que unos estudiantes se les estuvieran resistiendo. Luego vi a Ulises Lima abalanzarse sobre él. Sentí un disparo y me agaché. Cuando volví a asomar la cabeza del asiento trasero vi al policía y a Lima que daban vueltas por el suelo hasta quedar detenidos en el borde del camino, el policía encima de Ulises, la pistola en la mano del policía apuntando a la cabeza de Ulises y vi a Cesárea, vi la mole de Cesárea Tinajero que apenas podía correr pero que corría, derrumbándose sobre ellos, y oí dos balazos más y bajé del coche. Me costó apartar el cuerpo de Cesárea de los cuerpos del policía y de mi amigo.

            Los tres estaban manchados de sangre, pero solo Cesárea estaba muerta. Tenía un agujero de bala en el pecho. El policía sangraba de una herida en el abdomen y Lima tenía un rasguño en el brazo derecho. Cogí la pistola que había Divoci detektivovematado a Cesárea y herido a los otros dos y me la guardé bajo el cinturón. Mientras ayudaba a Ulises a ponerse de pie, vi a Lupe que sollozaba junto al cuerpo de Cesárea. Ulises me dijo que no podía mover el brazo izquierdo. Creo que lo tengo roto, dijo. Le pregunté si le dolía. No me duele, dijo. Entonces no está roto. ¿Dónde chingados está Arturo?, dijo Lima. Lupe dejó de sollozar instantáneamente y miró hacia atrás: a unos diez metros de nosotros, montado a horcajadas sobre el cuerpo inmóvil del cholo, vimos a Belano. ¿Estás bien?, gimió Lima. Belano se levantó sin contestar. Se sacudió el polvo y dio unos pasos inseguros. Tenía el pelo pegado a la cara por efecto del sudor y constantemente se restregaba los párpados pues las gotas que caían de su frente y de las cejas se le metían en los ojos. Cuando se inclinó al lado del cadáver de Cesárea me di cuenta que le sangraban la nariz y los labios. ¿Qué vamos a hacer ahora?, pensé, pero no dije nada, en lugar de eso me puse a caminar para desentumecer mi cuerpo helado (¿pero helado por qué?) y durnaete un rato estuve contemplado el cuerpo de Alberto y la solitaria carretera que llevaba a Villaviciosa. De vez en cuando escuchaba los gemidos del policía que pedía que lo lleváramos a un hospital.

  _  

            Cuando me volví vi a Lima y a Belano que hablaban apoyados en el Camaro. Oí que Belano decía que la habíamos cagado, que habíamos encontrado a Cesárea solo para traerle la muerte. Después ya no oí nada hasta que alguien me tocó ImpalaDibujo250en el hombro y me dijo que subiera al carro. El impala y el Camaro salieron de la carretera y entraron en el desierto. Poco antes de que cayera la noche volvieron a detenerse y bajamos. El cielo estaba cubierto de estrellas y no se veía nada. Oí conversar a Belano y a Lima. Oí los gemidos del policía que se estaba muriendo. Luego ya no oí nada. Sé que cerré los ojos. Más tarde Belano me llamó y entre los dos pusimos los cadáveres de Alberto y del policía en el maletero del Camaro y el cadáver de Cesárea en el asiento trasero. Hacer esto último nos costó una eternidad. Después nos pusimos a fumar o a dormir en el interior del Impala o a pensar hasta que finalmente amaneció.

            Entonces Belano y Lima nos dijeron que era mejor que nos separásemos. No dejaban el Impala de Quim. Ellos se quedaban con el Camaro y con los cadáveres. Belano se rió por primera vez: un trato justo, dijo. ¿Ahora volverás a DF?, le preguntó a Lupe. No lo sé, dijo Lupe. Todo nos ha salido mal, perdona, dijo Belano. Creo que no se lo dijo a Lupe sino a mí. Camaro68 drawing250Pero ahora intentaremos arreglarlo, dijo Lima. También él se reía. Les pregunté qué pensaban hacer con Cesárea. Belano se encogió de hombros. No había más remedio que enterrarla junto con Alberto y el policía, dijo. A menos que quisiéramos pasar una temporada en la cárcel. No, no, dijo Lupe. Por descontado que no, dije yo. Nos dimos un abrazo y Lupe y yo nos montamos en el Impala. Vi que Lima intentaba subir por la puerta del conductor pero Belano se lo impedía. Los vi hablar un rato. Vi a Lima instalarse después en el asiento del copiloto y a Belano coger el volante. Durante un rato interminable no pasó nada. Dos coches detenidos en medio del desierto. ¿Podrá volver a la carretera, García Madero?, dijo Belano. Naturalmente, dijo yo. Luego vi que el Camaro se ponía en marcha, vacilante y durante un trecho los dos automóviles rodaron juntos por el desierto. Después nos separamos. Yo enfilé buscando la carretera y Belano giró hacia el oeste.

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2 de febrero

            No sé si hoy es el 2 de febrero o el 3. Puede que sea el 4 de febrero, tal vez incluso el 5 o el 6. Pero para mis propósitos lo mismo da. Éste es nuestro treno.

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3 de febrero

            Lupe me ha dicho que somos los últimos real visceralistas que quedan en México. Yo estaba tirado en el suelo, fumando, y me la quedé mirando y le dije no jales.

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4 de febrero

            A veces me pongo a pensar e imagino a Belano y a Lima cavando durante horas una fosa en el desierto. Después, al caer la noche, los veo alejarse de allí y perderse por LDS DeBolsilloHermosillo, en donde abandonan el Camaro en una calle cualquiera. A partir de ese momento ya no hay imágenes. Sé que ellos pensaban seguir viaje en autobús hacia el DF, sé que ellos esperaban reunirse allí con nosotros. Pero ni Lupe ni yo tenemos ganas de volver. Nos veremos en el DF, dijeron. Nos veremos en el DF, dije yo antes de que los coches se separaran en el desierto. Nos dieron la mitad del dinero que les quedaba. Después, cuando estuvimos solos, yo le di la mitad a Lupe. Por si acaso. Ayer por la noche volvimos a Villaviciosa y dormimos en casa de Cesárea Tinajero. Busqué sus cuadernos. Estaban en un lugar bien visible, en la misma habitación en donde dormí la primera vez que estuve allí. La casa no tiene luz eléctrica. Hoy desayunamos en uno de los bares. La gente nos miraba y no nos decía nada. Según Lupe, podríamos quedarnos a vivir aquí todo el tiempo que quisiéramos.

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5 de febrero

            LDS GrupoEsta noche soñé que Belano y Lima dejan el Camaro de Alberto abandonado en una playa de Bahía Kino y luego se internaban en el mar y nadaban hasta Baja California. Yo les preguntaba para qué querían ir a Baja California y ellos me contestaban: para escapar, y entonces una gran ola los ocultaba de mi vista. Cuando le conté el sueño, Lupe dijo que era una tontería, que no me preocupara, que Lima y Belano seguramente estaban bien. Por la tarde nos fuimos a comer al otro bar. Los parroquianos eran los mismos. Nadie nos ha dicho nada por estar ocupando la casa de Cesárea. A nadie parece importarle nuestra presencia en el pueblo.

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6 de febrero

            A veces pienso en la pelea como si fuera un sueño. Vuelvo a ver la espalda de Cesárea Tinajero como la popa de un buque que emerge de un naufragio de hace cientos de años. La vuelvo a ver arrojándose contra el policía y contra Ulises Lima. La veo recibiendo un balazo en el pecho. Finalmente la veo disparándole al policía o desviando la trayectoria del último BolañoInfradisparo. La veo morir y siento el peso de su cuerpo. Después pienso. Pienso que tal vez Cesárea no tuvo nada que ver en la muerte del policía. Entonces pienso en Belano y en Lima, uno cavando una tumba para tres personas, el otro contemplando el trabajo con el brazo derecho vendado, y pienso entonces que fue Lima el que hirió al policía, que el policía se distrajo cuando Cesárea lo atacó y que Ulises aprovechó ese momento para desviar la trayectoria del arma y dirigirla contra el abdomen del policía. A veces, para variar, intento pensar en la muerte de Alberto, pero no puedo. Espero que los hayan enterrado junto con sus pistolas. O que hayan enterrado éstas en otro agujero del desierto. ¡Pero que en cualquier caso las hayan abandonado! Recuerdo que cuando metí el cuerpo de Alberto en el maletero revisé sus bolsillos. Buscaba el cuchillo que el que se medía el pene. No lo encontré. A veces, para variar, pienso en Quim y en su Impala, que probablemente nunca más verá. A veces me da risa. Otras veces no.

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7 de febrero

            La comida es barata. Pero aquí no hay trabajo.

  _  

8 de febrero

      SonoraPoliceHe leído los cuadernos de Cesárea. Cuando los encontré pensé que tarde o temprano los remitiría por correo a DF, a casa de Lima o de Belano. Ahora sé que no lo haré. No tiene ningún sentido hacerlo. Toda la policía de Sonora debe de ir tras las huellas de mis amigos.

  

9 de febrero

            Volvemos al Impala, volvemos al desierto. En este pueblo he sido feliz. Antes de irnos Lupe dijo que podíamos regresar a Villaviciosa cuando quisiéramos. ¿Por qué?, le dije. Porque la gente nos acepta. Son asesinos, igual que nosotros. Nosotros no somos asesinos, le digo. Los de Villaviciosa tampoco, es una manera de hablar, dice Lupe. Algún día la policía atrapará a Belano y a Lima, pero a nosotros nunca nos encontrará. Ay, Lupe, cómo te quiero, pero qué equivocada estás.

SonoraMapa10 de febrero

       Cucurpe, Tuape, Meresichic, Opodepe.

11 de febrero

     Carbó, El Oasis, Félix Gómez, El Cuatro, Trincheras, La Ciénaga.

12 de febrero

    Bamuri, Pitiquito, Caborca, San Juan, Las Maravillas, Las Calenturas.

  

13 de febrero

 ¿Qué hay detrás de la ventana?

          UnaEstrella

            Una estrella

  

14 de febrero

      ¿Qué hay detrás de la ventana?

       UnaSabana

   Una sábana extendida.

  

15 de febrero

       ¿Qué hay detrás de la ventana?

          QueHayDetras

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Fragmentos de libros. LA HERMANDAD DE LA UVA de John Fante   Final I

Nuestra portada:
Bar Tapones Novillo800
TEXTO DE PORTADA:  Matices, algunos muy contrastados, de los vinos y sus prosélitos, que forman la Gran Hermandad de la Uva; desclasada, universal, atemporal  y generalmente jocosa
  © LCJ 

  Editorial: Anagrama   www.anagrama.es/

Finales de libros

28

Fueron diez minutos de viaje por la autopista 80 hasta el desvío, y luego medio kilómetro colina arriba hasta las bodegas de Angelo. Al dar la vuelta al edificio vi la furgoneta Datsun de Zarlingo. No me sorprendió. (Luego supe que tras telefonear a Zarlingo por la mañana, mi padre había salido tranquilamente del hospital, había pasado por delante de recepción, cruzado la puerta principal y esperado en la escalera de la entrada a que Joe y sus amigos pasaran a recogerlo.)

El calor tórrido de mediodía me asfixió en cuanto salí del Chevy y mientras me dirigía al grupo de hombres cobijados bajo la parra. Los seis estaban sentados en torno a la mesa del porche, Angelo en un extremo y mi padre en el otro. 

Mi padre estaba repantigado majestuosamente en una butaca de mimbre, borracho, con cara de nostalgia, con los brazos apoyados en los brazos de la butaca. Parecía un patricio de la antigua Roma esperando a que le saliese la sangre de las muñecas recién cortadas. También estaban allí los cuatro zánganos del Café Roma, sentados en bancos enfrentados: Zarlingo, Cavallaro, Antrilli y Benedetti. Estaban como cubas, pero bajo control, libando mosto en anchos vasos de vidrio. En la larga mesa había garrafas de Chianti y platos con comida: salchichón, salchichas, jamón, pan y pastas de anís. Habían comido mucho y bien a la sombra de la caliente parra, y lo mismo cabía decir de los enjambres de aturdidas abejas que revoloteaban en torno a la comida y chapoteaban en los charquitos de vino, zumbando quejumbrosamente a centenares entre los maduros racimos que colgaban de los sarmientos...

...

Continuar  FINAL  de "La hermandad de la uva

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Fragmentos de libros. LEÓN EL AFRICANO de Amin Maalouf.   Final II:

Acceso/Volver al FINAL I de este libro: SalonDeThe177
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...Clemente VII estaba aún en su oratorio, ignorante del peligro. Un obispo vino a tirarle, sin contemplaciones, de la manga:

- ¡Santidad! ¡Santidad! ¡Ya llegan! ¡Os matarán!

El papa estaba de rodillas. Se levantó y se apresuró hacia el corredor que conduce a Sant' Angelo, mientras el obispo le llevaba el bajo de la sotana para que no tropezara. Pasó corriendo delante de una ventana y un soldado imperial le disparó una salva, pero sin alcanzarlo.

- ¡Santidad, vuestra sotana blanca se ve demasiado! -le dijo su acompañante, apresurándose a taparlo con su propio manto malva, menos llamativo.

ClementeVIILuteroCarlosI

El Santo Padre llegó al castillo sano y salvo pero agotado, cubierto de polvo, desencajado, con el rostro descompuesto. Ordenó que bajaran los rastrillos para impedir el acceso a ha fortaleza y se encerró a continuación solo en sus habitaciones para rezar, quizá también para llorar.

  _  

En la ciudad, abandonada a los lansquenetes, el saqueo prosiguió durante largos días. Pero se hostigó poco al castillo de Sant' Angelo. Los Imperiales lo rodearon por todas partes sin atreverse a atacarlo. Tenía una sólida muralla y piezas de artillería abundantes y variadas: sacres, falconetes y culebrinas; sus defensores estaban decididos a morir todos antes que sufrir la suerte de los infortunados habitantes de la ciudad.

  _  

Los primeros días aún esperábamos refuerzos. Sabíamos que los italianos que pertenecían a la Santa Liga, a las órdenes de Francesco della Royere, duque de Urbino, no estaban lejos de Roma. Un obispo francés vino a susurrarme al oído que el Gran Turco había cruzado los Alpescon sesenta mil hombres y que iba a coger a los Imperiales por la espalda. La noticia no se confirmó y el ejército de la Liga no se atrevió a intervenir, siendo así que habría podido liberar Roma sin dificultad alguna y diezmar a los lansquenetes, entregados por completo al saqueo, a las orgías y a las borracheras. Desmoralizado por la cobardía y la indecisión de sus aliados, el papa se resignó a negociar. Ese mismo día 21 de mayo recibió a un enviado de los Imperiales.

lansquenetes-durante-el-saqueo-de-roma

Lo siguió otro emisario, dos días después, para una breve visita. Mientras subía la rampa del castillo, oi pronunciar su nombre acompañado de algunos adjetivos bastante poco halagueños. Cierto es que se trataba de uno de los jefes de la familia Coloma, primo del cardenal Pompeo. Un sacerdote florentino comenzó a lanzarle invectivas, pero los presentes le impusieron silencio. Muchos sabían, en efecto, y yo también, que aquel hombre, muy recto de carácter, no podía alegrarse del desastre que había caído sobre su ciudad, que lamentaba con toda seguridad la felonía de la que era culpable su familia y que haría cuanto pudiera por reparar aquella falta intentando salvar lo que de Roma y de la dignidad pontificia pudiera aún salvarse.

  _  

No me sorprendía, pues, la llegada de aquel Coloma. No sospechaba, en cambio, ni poco ni mucho, que durante su conversación con el papa, el emisario iba a hablar de mí. Nunca había coincidido con él antes de ahora y cuando un miliciano vino a llamarme para que acudiera urgentemente a las habitaciones pontificias, no tenía ni la más remota idea de lo que se pretendía de mi.

Ambos hombres estaban sentados en la biblioteca, en sillones próximos. El papa Clemente no se había afeitado desde hacía quince días, señal de duelo y de protesta contra la suerte que se le infligía. Me pidió que me sentara y me dijo que su visitante era «un hijo muy querido, un amigo valioso y abnegado». Colomatenía un mensaje para mí que me transmitió con cierta condescendencia.

- El capellán de los lansquenetes de Sajonia me ha pedido que os haga partícipe de su inquebrantable amistad y de su agradecido recuerdo.

HasanELOuazzanNo había más que un sajón que pudiera conocer a León el Africano. Su nombre se me escapó como un grito de victoria un poco indecente en aquellas circunstancias:

- ¡Hans!

- Uno de vuestros antiguos alumnos, si he comprendido bien. Quiere agradeceros cuanto le enseñasteis con tanta paciencia y demostraros su gratitud ayudándoos a salir de aquí con vuestra mujer y vuestro hijo.

Antes de que yo hubiera podido reaccionar, el papa intervino:

- No me opondré, por supuesto, en modo alguno a vuestra decisión, sea cual sea. Pero no puedo por menos de avisaros que vuestra partida no será posible sin graves riesgos para vos y para los vuestros.

Coloma me explicó:

LeonLAfricain3- Entre las tropas que rodean el castillo, hay muchos fanáticos que quieren apurar la humillación de la sede apostólica. Se trata ante todo de alemanes fanatizados por Lutero. ¡Dios lo persiga con su cólera hasta el fin de los tiempos! Otros, en cambio, querrían concluir el asedio y hallar una solución que ponga fin a la humillación de la cristiandad. Si Su Santidad intentase salir hoy, sé que hay regimientos que no vacilarían en apoderarse de su persona y en hacerle sufrir el peor de los suplicios.

Clemente se puso lívido mientras su visitante proseguía:

- Esto, ni yo ni el emperador Carlos podríamos evitarlo. Habrá que negociar mucho aún, recurrir a la persuasión, a la astucia, no descartar ningún medio. Sería particularmente útil un ejemplo. Tenemos hoy la inesperada suerte de poder hacer salir a uno de los sitiados por petición expresa de un predicador luterano. Os está esperando con un destacamento de sajones, todos ellos herejes como él, y dice estar dispuesto a escoltaros personalmente muy lejos de aquí. Si todo sale bien, si todo el ejército se entera mañana que el capellán de los lansquenetes de Sajoniaha liberado a uno de los sitiados de Sant' Angelo, nos resultará más fácil proponer, dentro de unos días o de unas semanas, la liberación de otras personas, quizás incluso de Su Santidad, en condiciones dignas y seguras.

Clemente VIIintervino de nuevo:

- Repito que no hay que ignorar los peligros. Su Eminencia me dice que algunos soldados fanatizados podrían haceros pedazos y también a vuestra familia y a vuestra escolta, sin que se salvara ni siquiera el capellán. La decisión que se os pide no es fácil. No tenéis, además, tiempo de pensarlo. El cardenal está ya a punto de partir y deberíais acompañarlo.

  _  

Dado mi temperamento, prefería correr un riesgo inmediato pero de corta duración antes que eternizarme en una cárcel sitiada donde, a cada instante, podían entrar a sangre y fuego. Sólo vacilaba al pensar en Maddalena y en Giuseppe. No me resultaba fácil conducirlos por propia voluntad entre hordas de asesinos y saqueadores. Dicho esto, si se quedaban en Sant' Angelo, conmigo o sin mí, no quedaba su seguridad garantizada en absoluto.

Coloma me apremió: -¿Qué habéis decidido?

- Me pongo en manos de Dios. Voy a decirle a mi mujer que recoja las pocas cosas que tenemos aquí.

- No os llevaréis nada. El menor hatillo, el menor capacho podría excitar a los lansquenetes como el olor de la sangre a las fieras. Partiréis como estáis, con ropa ligera y sin nada en las manos.

No intenté discutir. Estaba escrito que pasaría de una patria a otra como se pasa de la vida a la muerte, sin oro, sin adornos, sin más fortuna que mi resignación ante la voluntad del Altísimo.

LeonLAfricain2Cuando le hube explicado, en pocas palabras, de qué se trataba, Maddalena se puso de pie. Despacio, como solía, pero sin la menor vacilación, como si supiera desde siempre que vendría a llamarla para tomar el camino del destierro. Cogió a Giuseppe de la mano y me siguió para ir a los aposentos del papa, que nos bendijo, alabó nuestro valor y nos encomendó a la protección de Dios. Le besé la mano y le confié todos mis escritos, salvo esta crónica, inacabada entonces, que había enrollado y me había metido en el cinturón.

Hans nos esperaba con los brazos abiertos a la entrada del barrio de Regola por el que habíamos deambulado juntos en el pasado y que no era ya más que una sucesión de ruinas calcinadas. Llevaba una túnica corta, sandalias descoloridas y, en la cabeza, un casco que se quitó apresuradamente antes de abrazarme. La guerra lo había encanecido prematuramente y tenía el rostro más anguloso que nunca. Lo rodeaban una docena de lansquenetes con casacas de frunces y penachos leprosos que me presentó como sus hermanos.

  _  

Apenas habíamos dado unos pasos cuando un oficial castellano y sus hombres nos cortaron el camino. Haciéndome señas de que no me moviera, Hans le dirigió la palabra al militar con tono firme pero no provocador. Luego se sacó del bolsillo una carta cuya vista despejó en el acto la calzada. ¿Cuántas veces nos pararon de esta forma antes de llegar a nuestro destino? Veinte, sin duda, quizá hasta treinta. Pero en ningún momento le faltaron a Hans recursos. Había organizado de forma admirable aquella expedición y obtenido todo un fajo de salvoconductos firmados por el virrey de Nápoles, por el cardenal Coloma así como por diversos jefes militares. Lo rodeaban además sus «hermanos» sajones, unos mocetones dispuestos a apuntar con sus armas a los numerosos soldados borrachos que merodeaban por los caminos al acecho de alguna rapiña.

Cuando hubo comprobado la eficacia de sus disposiciones, Hans se puso a hablarme de la guerra. Curiosamente, sus palabras no casaban con el recuerdo que había guardado de él. Se lamentaba del giro que habían tomado los acontecimientos, recordaba el saqueo de la ciudad. Al principio, hablaba con rodeos, pero, al tercer día, cuando nos estábamos acercando a Nápoles, se puso a cabalgar a mi lado tan cerca que nuestros pies se rozaban.

Sack of Rome 1527- Es la segunda vez que hemos desencadenado unas fuerzas que no hemos podido contener. Primero, la rebelión de los campesinos en Sajonia, que nació de las enseñanzas de Lutero y que hubo que condenar y reprimir. Y ahora la destrucción de Roma. Había pronunciado las primeras palabras en árabe y luego había seguido en hebreo, lengua que hablaba con más soltura. Una cosa era cierta: no quería que los soldados que lo acompañaban se dieran cuenta de sus dudas y sus remordimientos. Me parecía, incluso, tan a disgusto en su papel de predicador luterano que, cuando hubimos llegado a Nápoles, me sentí en la obligación de proponerle que me acompañara a Túnez. Sonrió con amargura:

- Esta guerra es mi guerra. La deseé, arrastré a ella a mis hermanos, a mis primos, a los jóvenes de mi obispado. No puedo huir de ella, aunque hubiera de conducirme a la condenación eterna. En lo que a ti se refiere, sólo te has visto mezclado en ella por un capricho de la Providencia.

  _  

En Nápoles, un chiquillo nos condujo a la villa de Abbad y hasta que no vino éste a abrimos la verja no se separó Hans de nosotros. Estuve a punto de manifestarle mi deseo de volver a verlo algún día, en algún lugar del ancho mundo, pero no quería estropear con falaces fórmulas el sincero agradecimiento que sentía hacia aquel hombre. Me contenté, pues, con estrecharlo con fuerza contra mi pecho y con mirarlo luego marchar, no sin paternal afecto. Le tocó al susí entonces darme un vehemente abrazo. Desde hacía meses, esperaba todos los días que llegáramos. Había anulado todos sus viajes, aquel año, jurando que no marcharía sin nosotros. Ya no le detenía nada. En cuanto hubimos tomado un baño, participado en un festin y echado un sueño, nos encontramos todos en el puerto, perfumados y vestidos con ropas nuevas. La más hermosa de las galeras de Abbad nos esperaba, lista para poner rumbo a Túnez.

 Gammarth Cartago Roma

 ElCairo Tombuctú Granada

(Gammarth, Cartago, Roma El Cairo, Tombuctú, Granada)

 

Trazo la última palabra en la última página y ya se divisa la costa africana. 

Blancos minaretes de Gamarth, nobles ruinas de Cartago, a su sombra me espera el olvido, hacia ellos deriva mi vida tras tantos naufragios. El saqueo de Roma tras el castigo de El Cairo, el fuego de Tombuctú tras la caída de Granada: ¿me atrae la desgracia o la atraigo yo a ella?

Una vez más, hijo mío, me lleva este mar, testigo de mis erráticos pasos y que, ahora, te conduce hacia tu primer exilio. En Roma, eras «el hijo del Africano»; en África, serás «el hijo de Rumí». Estés donde estés, querrán hurgar en tu piel y en tus plegarias. ¡Guárdate de halagar sus instintos, hijo mío, y guárdate de doblegarte a la muchedumbre! Musulmán, judío o cristiano, que te tomen como eres o que prescindan de ti. Cuando la mente de los hombres te parezca estrecha, piensa que la tierra de Dios es ancha y anchos Sus manos y Su corazón. No vaciles nunca en alejarte allende todos los mares, allende todas las fronteras, todas las patrias, todas las creencias.

En cuanto a mí, he llegado al final de mi periplo. Cuarenta años de aventuras me han vuelto torpes el paso y el aliento. No tengo ya más deseo que vivir, entre los míos, luengos días apacibles y ser, de entre todos los que amo, el primero en marchar. Hacia ese Lugar postrero donde nadie es extraño ante los ojos del Creador.

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Fragmentos de libros.   LAS CIUDADES INVISIBLES de Italo Calvino   Final I

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LAS CIUDADES ESCONDIDAS. 5

Berenice-acquerelloAntes que hablarte de Berenice, ciudad injusta que corona con triglifos ábacos metopas los engranajes de sus maquinarias trituradoras de carne (los encargados del servicio de lustrado cuando asoman la barbilla sobre las balaustradas y contemplan los atrios, las escalinatas, las pronaos, se sienten todavía mas prisioneros y menguados de estatura), debería hablarte de la Berenice oculta, la ciudad de los justos, que trajinan con material de fortuna en la sombra de las trastiendas y debajo de las escaleras, anudando una red de hilos y caños y poleas y pistones y contrapesos que se infiltra como una planta trepadora entre las grandes ruedas dentadas (cuando éstas se paren, un repiqueteo suave advertirá que un nuevo exacto mecanismo gobierna la ciudad); antes que representarte las piscinas perfumadas de las termas, tendidos a cuyo borde los injustos de Berenice urden con rotunda elocuencia sus intrigas y observan con ojo de propietario las rotundas carnes de las odaliscas que se bañan, tendría que decirte cómo los justos, siempre cautos para sustraerse al espionaje de los sicofantes y a las redadas de los jenízaros, se reconocen por el modo de hablar, especialmente por la pronunciación de las comas y de los paréntesis; por las costumbres que mantienen austeras e inocentes eludiendo los estados de ánimo complicados y recelosos; por la cocina sobria pero sabrosa, que evoca una antigua edad de oro: sopa de arroz y apio, habas hervidas, flores de calabacín fritas.

TrignacGerard SanTitre-1-2De estos datos es posible deducir una imagen de la Berenice futura, que te aproximará al conocimiento de la verdad más que cualquier noticia sobre la ciudad tal como hoy se muestra. Siempre que tengas en cuenta esto que voy a decirte: en la semilla de la ciudad de los justos está oculta a su vez una simiente maligna; la certeza y el orgullo de estar en lo justo —y de estarlo más que tantos otros que se dicen justos más de lo justo-, fermentan en rencores rivalidades despechos, y el natural deseo de desquite sobre los injustos se tiñe de la manía de ocupar su sitio haciendo lo mismo que ellos. Otra ciudad injusta, aunque siempre diferente de la primera, está pues excavando su espacio dentro de la doble envoltura de las Berenices injusta y justa.

  _  

Dicho esto, si no quiero que tus ojos perciban una imagen deformada, debo señalar a tu atención una cualidad intrínseca de esta ciudad injusta que germina secretamente en la secreta ciudad justa: y es el posible despertar —como un concitado abrirse de ventanas— de un latente amor por lo justo, no sometido todavía a reglas, capaz de recomponer una ciudad más justa aún de lo que había sido antes de convertirse en recipiente de la injusticia. Pero si se explora aún más en el interior de ese nuevo germen de lo justo, se descubre una manchita que se extiende como la creciente inclinación a imponer lo que es justo a través de lo que es injusto, y quizá éste es el germen de una inmensa metrópoli...

  _  

De mi discurso habrás sacado la conclusión de que la verdadera Berenice es una sucesión en el tiempo de ciudades diferentes, alternativamente justas e injustas. Pero lo que quería advertirte era otra cosa: que todas las Berenices futuras están ya presentes en este instante, envueltas una dentro de la otra, comprimidad, apretadas, inextricables.

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MarcoPolo Before KublaiKhanMarco Polo (1254-1324) before Kublai Khan. Pintura de Tranquillo Cremona1st-art-gallery    https://www.1st-art-gallery.com

 

El atlas del Gran Kan contiene también los mapas de las tierras prometidas visitadas con el pensamiento pero todavía no descubiertas o fundadas; la Nueva Atlántida, Utopía, la Ciudad del Sol, Océana, Tamoé, Armonía, New-Lanark, Icaria.

Pregunta Kublai a Marco:

—Tú que exploras en torno y ves los signos, sabrás decirme hacia cuál de estos futuros nos impulsan los vientos propicios.

—Para llegar a esos puertos no sabría trazar la ruta en la carta ni fijar la fecha de llegada. A veces me basta un escorzo abierto en mitad mismo de un paisaje incongruente, un aflorar de luces en la niebla, el diálogo de dos transeúntes que se encuentran en medio del trajín, para pensar que partiendo de allí juntaré pedazo a pedazo la ciudad perfecta, hecha de fragmentos mezclados con el resto, de instantes separados por intervalos, de señales que uno manda y no sabe quién las recibe. Si te digo que la ciudad a la cual tiende mi viaje es discontinua en el espacio y en el tiempo, ya más rala, ya más densa, no has de creer que se puede dejar de buscarla. Quizá mientras nosotros hablamos esta aflorando desparramada dentro de los confines de su imperio; puedo rastrearla, pero de la manera que te he dicho.

MarcoPoloYKublaiKhanEl Gran Kan estaba hojeando ya en su atlas los mapas de las ciudades que amenazan en las pesadillas y en las maldiciones: Enoch, Babilonia, Yahoo, Butua, Brave New World.

Dice:

—Todo es inútil si el último fondeadero no puede ser sino la entrada infernal, y allí en el fondo es donde, en una espiral cada vez más estrecha, nos sorbe la corriente.

Y Polo:

—El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar, y darle espacio.

 

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