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Fragmentos de libros. PIES DE BARRO de  Terry Pratchett  Fragmentos 

Acceso/Volver a los FRAGMENTOS I de este libro: YoPiesEspejoSuelo177<
Continúa...     (Se muestra alguna información de las imágenes al sobreponer el ratón sobre ellas)
(Las imágenes con las que ilustramos estos fragmentos han sido obtenidas de webs anglosajonas de entre los centanares de dibujos, ilustraciones, pinturas, ediciones de todo tipo (cd,s, audiolibros, libros, ebook, juegos de mesa...), caricaturas... que abundan en la red sobre la enorme saga de Discworld de Pratchett. Básicamente nos es imposible poder consignar los autores originales de muchas imágenes porque abundan las "fusiladas" en diferentes sitios.  En aquellas de las sí que creemos conocer su origen, consignamos la fuente)

... Comparado con el Tambor Remendado, el Cubo de la calle del Brillo era un oasis de calma glacial. La Guardia lo había adoptado para sí, como templo silencioso consagrado al arte de emborracharse. No es que vendiera una cerveza particularmente buena, pues no era el caso. Pero la servía deprisa y en silencio, y fiaba. Era un sitio donde la guardia no tenía que ver cosas y donde nadie los molestaba. Nadie podía absorber alcohol en silencio como un agente de la Guardia que acababa el servicio después de ocho horas en la calle. Era una protección tan buena como el casco y la coraza. El mundo no dolía tanto. 

EnElCuboBarY el señor Queso, el propietario, sabía escuchar. Escuchaba cosas como «que sea doble» y «ve trayendo sin que te lo pida». También decía las cosas correctas, como «¿Que si le fío? Por supuesto, agente». Y los guardias pagaban la cuenta o se ganaban un sermón del capitán Zanahoria

Vimes estaba sentado con aire lúgubre frente a un vaso de limonada. Lo que quería era una copa, y entendía exactamente por qué no se la iba a tomar. Una copa acababa llegando en una docena de vasos. Pero saberlo no mejoraba las cosas.

En aquellos momentos estaba allí la mayor parte del turno de día, más un par dehombres que tenían el día libre. Por mugriento que fuera el lugar, a él le gustaba. Con el murmullo de la gente asu alrededor, Vimes no tenía la sensación de interponerse en sus propios pensamientos. Una razón de que el señor Queso hubiera permitido que su pub se convirtiera prácticamente en la quinta Casa de la Guardia de la Ciudad era la protección que aquello le reportaba. Los guardias eran bebedores tranquilos, por lo general. Se limitaban a pasar de vertical a horizontal con el mínimo revuelo, sin empezar peleas serias y sin dañar demasiado el mobiliario. Y nadie intentaba robarle jamás. 

Es por eso que se sorprendió cuando se abrió la puerta de golpe y entraron en tromba tres hombres, blandiendo ballestas.—¡Que nadie se mueva o es hombre muerto! Los atracadores se detuvieron frente a la barra. Para su propia sorpresa, no parecía que su llegada hubiera causado demasiado revuelo.

 — Oh, por todos los cielos, ¿quiere alguien cerrar esa puerta? —gruñó Vimes.

 Un guardia que estaba cerca de la puerta lo hizo.

  — Y con cerrojo —añadió Vimes

  feet of clay CDLos tres ladrones miraron a su alrededor. A medida que se les acostumbraba la vista a la oscuridad, iban recibiendo una impresión general de acorazamiento, con fuertes matices de yelmeza. Pero nada de aquello se movía. Todos los estaban mirando.

 — ¿Sois nuevos en la ciudad? —preguntó el señor Queso, sacándole brillo a un vaso.

El más atrevido de los tres movió su ballesta por debajo de la nariz del barman.

— ¡Todo el dinero ahora mismo! —gritó—. Si no —se dirigió a toda la concurrencia—, tendréis un barman muerto.

— Hay muchos otros bares en la ciudad, chaval —dijo una voz.

El señor Queso no levantó la vista del vaso que estaba abrillantando.—Sé que ha sido usted,  —dijo con calma—. Tiene dos dólares y treinta peniques apuntados, muchísimas gracias.

Los ladrones se apiñaron. Los bares no deberían funcionar así. Y les parecía oír susurros suaves de diversas armas al ser desenfundadas de distintas vainas.

— ¿No os he visto antes? —preguntó Zanahoria.

— Oh, dioses, es él —gimió uno de los hombres—. ¡El lanzapanes!

— Creía que el señor Cortezadehierro se os había llevado al Gremio de Ladrones—continuó Zanahoria.

— Hubo una pequeña discusión sobre impuestos…

— ¡No se lo digas!

Zanahoria se dio una palmadita en la cabeza.

—¡Los impresos fiscales! —dijo—. ¡Seguro que el señor Cortezadehierro está preocupado por si me he olvidado de ellos!

Ahora los ladrones estaban tan apiñados que parecían un hombre gordo con seis brazos y una factura enorme del sombrerero.—Esto… a la Guardia no se le permite matar a nadie, ¿verdad? —dijo uno de ellos.

— Cuando estamos de servicio no —dijo Vimes.

El más atrevido de los tres se movió de repente, agarró a Angua (una mujer loba) y la obligó aponerse de pie.

SergeantAngua ChrisHoward— Vamos a salir ilesos de aquí o se la cargará la chica, ¿vale? —gruñó.

Alguien soltó una risita.

— Espero que no vayas a matar a nadie —dijo Zanahoria.

— ¡Eso lo decidimos nosotros!

— Perdona, ¿estaba hablando contigo? —preguntó Zanahoria.

— No te preocupes, estaré bien —dijo  . Echó un vistazo a su alrededor paraasegurarse de que Jovial no estaba por allí y luego suspiró—. Vamos, caballeros,acabemos con esto.

— ¡No juegues con la comida! —dijo una voz de entre la clientela. Se oyeron un par de risitas hasta que Zanahoria se giró en su asiento, instante que todo el mundo eligió para interesarse intensamente en sus bebidas.

— No pasa nada —dijo Angua en voz baja. Conscientes de que faltaba alguna pieza en el puzzle, pero no del todo seguros de cuál era, los ladrones retrocedieron hacia la puerta. Nadie se movió mientras abrían el cerrojo y, sin soltar a Angua, salían a la niebla y cerraban la puerta detrás de ellos.

— ¿No tendríamos que haber ayudado? —preguntó un agente que era nuevo en la Guardia.

— No merecen nuestra ayuda —dijo Vimes.

Se oyó un tañido de armadura y luego un gruñido largo y profundo, justo al otro lado de la puerta...

    

 163

FeetOfClay Vela2... Jovial Culopequeño se apoyó en la pared del pasillo que daba a su excusado y resolló.

Era algo que los alquimistas aprendían a hacer al principio de su carrera. Tal como le habían dicho sus tutores, los buenos alquimistas eran de dos tipos: el atlético y el intelectual. Un buen alquimista de la primera clase era alguien capaz de saltar por encima de la mesa de trabajo y estar al otro lado de una pared gruesa y segura en tres segundos, y un buen alquimista de la segunda clase era alguien que alguien que sabía exactamente cuándo tenía que hacerlo.

   

291

Se llamaba la Cámara de las Ratas. En teoría el nombre venía de la decoración. A algún antiguo residente del palacio se le había ocurrido que un fresco de ratas bailando sería un verdadero golpe de estado decorativo. La alfombra tenía dibujos de ratas tejidos. Y en el techo las ratas bailaban en círculo con las colas entrelazadas en el centro. Después de media hora en aquella sala, a la mayoría de la gente le venía ganas de lavarse...

... El doctor Downey sonrió. 

TheHouseOfRats— Puedo asegurarles una vez más, caballeros… y damas… que no tengo conocimiento de ningún acuerdo concerniente a lord Vetinari. En cualquier caso, no me puedo imaginar que un asesino usara veneno en este caso. Su señoría pasó un tiempo en la escuela de asesinos. Sabe actuar con cautela. No hay duda de que se recuperará.

— ¿Y si no? —preguntó la señora Palma.

— Nadie vive para siempre —dijo el doctor Downey, con la voz tranquila de alguien que sabía personalmente que aquello era cierto—. Entonces, sin duda, tendremos un nuevo gobernante. 

La sala se quedó muy silenciosa.

La palabra «¿Quién?» flotó en silencio por encima de todas las cabezas.

— Lo que pasa… lo que pasa… —dijo Gerhardt Calcetín, jefe del Gremio de Carniceros—… Ha sido… Tienen que admitir… Que ha sido… Bueno, piensen en algunos de los anteriores…

Las palabras «Por ejemplo, lord Espasmo… Por lo menos este de ahora no es un demente de los buenos» parpadearon en la conciencia colectiva.

HavelockVetinari2— Tengo que admitir —dijo la señora Palma—, que ciertamente con Vetinari ha sido más seguro andar por la calle…

—Quién lo sabe mejor que usted, madame —dijo el señor Calcetín. La señora Palma le lanzó una mirada gélida. Hubo unas cuantas risitas.

— Me refería a que un pequeño pago al Gremio de Ladrones es lo único que hace falta para estar perfectamente a salvo —terminó de decir.

— Y ciertamente, todo el mundo puede visitar una casa de mala…

— De hospitalidad negociable —se apresuró a decir la señora Palma.

— Por supuesto, y confiar en no despertarse totalmente desnudo y lleno de golpes y moratones —dijo Calcetín.

— A menos que esos sean sus gustos —dijo la señora Palma—. Nuestra meta es proporcionar satisfacción. De forma muy precisa, si así se requiere. 

— Está claro que la vida ha sido más tranquila con Vetinari —dijo el señor Ollas del Gremio de Panaderos.

SeñorBoggis GLadrones— Ha enviado a todos los mimos y actores de teatro callejeros al foso de los escorpiones, eso es verdad —dijo el señor Boggis del Gremio de Ladrones.

— Cierto. Pero no olvidemos que también tiene sus puntos malos. Es un hombre caprichoso.

— ¿Eso cree? Comparado con los que tuvimos antes, este es tan sólido como una roca.

— Espasmo era sólido —dijo el señor Calcetín en tono lúgubre—. ¿Se acuerdan de cuando hizo concejal a su caballo?

—Tiene usted que admitir que tampoco fue un mal concejal. Comparado con algunos de los demás.

— Por lo que yo recuerdo, los demás en aquel momento eran un jarrón de flores, un montón de arena y tres personas que habían sido decapitadas. 

— ¿Se acuerdan de todas aquellas peleas? ¿De todas las pequeñas bandas de ladrones que se peleaban todo el tiempo? Llegó un punto en que apenas si quedaba algo de energía para robar cosas —dijo el señor Boggis.

— Ahora las cosas son mucho más… estables.

Volvió a hacerse el silencio. Se trataba de eso, ¿no? Ahora las cosas eran estables.

GremioAsesinosPese a todo lo que se pudiera decir del viejo Vetinari, se aseguraba de que al día de hoy siempre le siguiera el de mañana. Si te asesinaban en la cama, al menos sería por acuerdo previo.

— Con lord Espasmo todo era más emocionante —se aventuró a decir alguien.

— Sí, justo hasta el momento en que se te caía la cabeza.

— El problema es —dijo el señor Boggis— que el cargo vuelve loca a la gente. Pon a cualquier tipo que no sea peor que cualquiera de nosotros y al cabo de unos meses estará hablando con el musgo y desollando viva a la gente.

Vetinari no está loco.

— Depende de cómo lo mires. Nadie puede estar tan cuerdo como él sin estar loco.

—Yo no soy más que una débil mujer —dijo la señora Palma, ante el escepticismo personal de varios de los presentes—, pero me parece que aquí se nos presenta una oportunidad. O bien hay una larga lucha para elegir a un sucesor o bien lo resolvemos ahora. ¿Sí?

    

Los líderes gremiales intentaron mirarse entre ellos al mismo tiempo que eludían las miradas de los demás. ¿Quién iba a ser el siguiente patricio? En el pasado se había librado una enorme lucha por el poder con múltiples bandos, pero ahora…

Cab DiscworldStampCatalogue

Con el poder venían los problemas. Las cosas habían cambiado. Hoy en día había que negociar y hacer malabarismos con todos los intereses en conflicto. Hacía años que nadie en su sano juicio intentaba matar a Vetinari, porque simplemente el mundo con él era preferible al mundo sin él.

Además… Vetinari había domesticado Ankh-Morpork. La había domesticado como a un perro. Había cogido a un carroñero de poca monta y le había alargado los dientes y le había reforzado las mandíbulas y le había puesto un collar de pinchos y lo había alimentado con bistec magro y luego lo había lanzado a la garganta del mundo.

Había cogido a todas las bandas y grupos en riña y les había hecho ver que una pequeña porción del pastel de forma regular era mucho mejor que una porción más grande con una daga dentro. Les había hecho ver que era mejor llevarse una porción pequeña pero hacer crecer la tarta.

Ankh Morpork puzzleDe entre todas las ciudades de las llanuras, Ankh-Morpork era la única que había abierto sus puertas a los enanos y los trolls (las aleaciones eran más fuertes, había dicho Vetinari). Y había funcionado. Se creaban cosas. A menudo se creaban problemas, pero sobre todo se creaba riqueza. Y en consecuencia, aunque Ankh-Morpork seguía teniendo muchos enemigos, aquellos enemigos tenían que financiar sus ejércitos con dinero prestado. La mayoría del cual se lo prestaba Ankh-Morpork a un interés leonino. Hacía años que no se libraba ninguna guerra importante. Ankh-Morpork había causado que no fueran provechosas.

Miles de años atrás el viejo imperio había impuesto la Pax Morporkiana, que le había dicho al mundo: «No luchéis u os mataremos». La Pax había regresado una vez más, pero en esta ocasión decía: «Si lucháis, exigiremos el pago inmediato de vuestras hipotecas. Y por cierto, esa lanza con la que me estás apuntando es mía. Ese escudo que aguantas lo pagué yo. Y quítate mi casco cuando hables conmigo, pequeño deudor espantoso».

Y ahora toda la maquinaria, que zumbaba por lo bajo de forma tan sutil que la gente se olvidaba por completo de que era una maquinaria y creía que no era más que la forma en que funcionaba el mundo, acababa de dar una sacudida...

    

P202
     FeetOfClay Buho… Giró la esquina y se detuvo.

No había cambiado gran cosa. Aquello era lo asombroso. Después de… oh, demasiados años… las cosas no tenían ningún derecho a no haber cambiado.

Pero las cuerdas de tender la ropa seguían cruzando la calle entre los edificios antiguos y grises. La pintura antigua se seguía desconchando de la forma en que se desconchaba la pintura barata al aplicarla sobre una madera demasiado vieja y podrida para aceptar pintura. La gente de la calle Cockbill solía ser demasiado pobre para permitirse pintura decente, pero siempre demasiado orgullosa para usar cal.

Y el lugar era un poco más pequeño de lo que él recordaba. Eso era todo.

¿Cuándo había ido allí por última vez? No se acordaba. La calle estaba más allá de las Sombras, y hasta hacía poco la Guardia había tendido a dejar que aquella zona se encargara de sus propios e inenarrables asuntos.

A diferencia de las Sombras, sin embargo, la calle Cockbill estaba limpia, con esa limpieza vacía e inquietante que se da cuando la gente no se puede permitir desperdiciar ni el polvo. Porque la calle Cockbill era donde vivía la gente que era peor que pobre, puesto que no sabían lo pobres que eran. Si alguien les preguntaba probablemente dirían algo del tipo «no me puedo quejar» o «hay gente que está peor que nosotros» o «siempre nos hemos mantenido a flote y no le debemos nada a nadie».

SamVimesRecordaba las palabras de su abuela: «Nadie es demasiado pobre para comprar jabón». Por supuesto, mucha gente sí lo era. Pero en la calle Cockbill compraban jabón de todas maneras. Puede que no hubiera comida en la mesa, pero por los dioses, estaba bien limpia. Aquello era la calle Cockbill, donde lo que la gente comía principalmente era su orgullo.

El mundo se había convertido en un buen desastre, reflexionó Vimes. El agente Visita le había dicho que los mansos lo heredarían, ¿y qué habían hecho los pobres diablos para merecer algo así?

La gente de la calle Cockbill se apartaría a un lado para dejar pasar a los mansos. Porque lo que los retenía en la calle Cockbill, mental y físicamente, era su vago entendimiento del hecho de que había unas normas. Y pasaban por la vida llenos de un temor silencioso y trastornado a no estar obedeciéndolas del todo.

La gente decía que había una ley para los ricos y otra para los pobres, pero no era cierto. No había ley para quienes hacían la ley, ni ley para los incorregiblemente ilegales. Todas las leyes y normas eran para la gente lo bastante estúpida como para pensar igual que la gente de la calle Cockbill...

     

241
       SamVimes pratchet ptEra asombroso que pudiera lloviznar y haber niebla a la vez. El viento se dedicaba a meter ambas cosas por la ventana abierta, y Vimes se vio obligado a cerrarla. Encendió las velas que tenía junto a la mesa y abrió su cuaderno.

Probablemente debería usar el organizador demoníaco, pero le gustaba ver las cosas escritas bien claras y llanas. Pensaba mejor cuando apuntaba las cosas.

Escribió «Arsénico» y rodeó la palabra con un círculo. Alrededor del círculo escribió: «Uñas del padre Tubelcek» y «Ratas» y «Vetinari» y «Señora Fácil». Más abajo escribió: «Gólems» y trazó un segundo círculo. Alrededor de este escribió: «¿Padre Tubelcek?» y «¿Señor Hopkinson?». Después de pensarlo un poco añadió: «Arcilla robada» y «Grog».

Y luego: «¿Por qué un gólem confesaría algo que no hizo?».

Miró un momento la luz de la vela y luego escribió: «Las ratas comen cosas».

Pasó más tiempo.

«¿Qué tiene el sacerdote que todo el mundo quiere?». Del piso de abajo vino un ruido de armaduras cuando entró una patrulla. Un cabo gritó…

        

… Había habido arsénico debajo de las uñas del viejo sacerdote. ¿Tal vez había echado veneno para las ratas? El arsénico se usaba para muchas cosas. Era algo que se podía comprar a peso en cualquier alquimista.

Escribió «Monstruo de Arsénico» y fijó allí la mirada. Debajo de las uñas se encontraba suciedad. Si alguien había ofrecido resistencia se podía encontrar sangre o piel. No se encontraban grasa y arsénico.

Volvió a mirar la página y, después de pensar todavía más, escribió: «Los gólems no están vivos. Pero creen que sí. ¿Qué hacen las cosas que están vivas?. Resp.: Respiran, comen, cagan». Hizo una pausa, contemplando la niebla, y luego escribió con mucha cautela: «Y crean más cosas».

Algo le produjo un cosquilleo en la nuca…

        

Grog. Arcilla vieja cocida, machacada bien fina.

GolemDorfHabían añadido un poco de su propia arcilla. Dorfl tenía un pie nuevo, ¿verdad? No se lo había fabricado bien del todo. Habían puesto partes de sí mismos para hacer un gólem nuevo.

Todo aquello sonaba… bueno, Nobby diría que era una ascosidad. Vimes no sabía qué decir. Le sonaba como el estilo de cosa que haría una sociedad secreta. «Barro de mi barro». Mi propia carne y sangre…

Malditos gigantones. ¡Imitando a sus dueños!

Vimes bostezó. Sueño. Mejor que se fuera a dormir un poco. O algo.

Se quedó mirando la página. Su mano descendió con gesto automático al último cajón de su mesa, como siempre que estaba preocupado y trataba de pensar. No es que últimamente hubiera jamás una botella allí, pero las viejas costumbres costaban de…

Se oyó un suave ching de cristal y el ruidito seductor del líquido al agitarse.

La mano de Vimes reapareció con una gruesa botella. La etiqueta decía: «Destilerías Abrazodeoso: El MacAbro, hecho con la mejor malta».

El líquido de dentro casi trepaba de emoción por las paredes de cristal.

Vimes la miró fijamente. Había metido la mano en el cajón para coger la botella de whisky y allí estaba.

Pero no tendría que estar. Sabía que Zanahoria y Fred Colon mantenían un ojo puesto en él, pero no había comprado ni una botella desde que se casó porque se lo había prometido a Sybil, ¿verdad…?

Pero aquel no era un matarratas cualquiera. Aquello era El MacAbro

Lo había probado una vez. Ahora no se acordaba de cómo, ya que en aquella época todo el licor que bebía solía tener la sutileza de un mazazo en el oído interno. Debió de conseguir el dinero de alguna manera. Solamente olerlo había sido como la Noche de la vigilia de los cerdos. Solamente olerlo…

   

     SargentoColon… El sargento Colon abrió los ojos y gimió. Le dolía la cabeza. Le habían golpeado con algo. Debía de haber sido una pared.

También lo habían atado. Estaba amarrado de manos y pies.

Parecía estar tumbado a oscuras en un suelo de madera. El aire olía a grasa, lo cual resultaba familiar y al mismo tiempo molestamente irreconocible.

Mientras se le acostumbraban los ojos a la oscuridad pudo distinguir unas líneas muy tenues de luz, como las que podían perfilar una puerta. También oyó voces.

Intentó ponerse de rodillas y gimió mientras le crepitaba más dolor en la cabeza.

Cuando la gente te ataba era mala señal. Por supuesto, era mucho mejor señal que cuando te mataban, pero también podía significar que te estaban guardando para matarte más tarde.

Antes aquellas cosas no pasaban nunca, se dijo. En los viejos tiempos, si pillabas a alguien robando, prácticamente le dejabas la puerta abierta para que se escapara. Así era como volvías a casa de una pieza.

Ayudándose del ángulo que quedaba entre una pared y una caja enorme consiguió ponerse de pie. No era una gran mejora respecto a su posición inicial, pero tras esperar a que se desvaneciese el trueno de su cabeza pudo ir dando saltitos torpes hacia la puerta. Seguía habiendo voces al otro lado.

El sargento Colon no era el único que tenía problemas.

—¡… payaso! ¿Para esto me traes aquí? ¡En la Guardia hay una mujer loba! A-já. No una de esas abominaciones. ¡Una bimórfica completa! ¡Si tiraras una moneda, podría oler de qué lado cae!

—¿Y si lo matamos y nos llevamos su cuerpo?

—¿Crees que ella no podría oler la diferencia entre un cadáver y un cuerpo vivo?

El sargento Colon dejó escapar un débil gemido.

—Esto, podríamos llevarlo a otra parte aprovechando la niebla…

—Y también pueden oler el miedo, idiota. A-já. ¿Por qué no podías dejarle que echara un vistazo? ¿Qué iba a encontrar? Conozco a ese poli. Es un cobarde viejo y gordo con el cerebro de, a-já, un cerdo. Apesta a miedo todo el tiempo.

El sargento Colon confió en no empezar a apestar a otra cosa en cualquier momento...

   

308
   Nobby MarcViñas... Había cuadrillas de hombres que intentaban rodear a los animales. Pero como estaban cansados y trabajando en varias cosas a la vez, y como los animales estaba hambrientos y confusos, lo único que pasaba era que las calles se estaban enfangando mucho más.

Nobby fue consciente de que no estaba solo en el portal.

Bajó la vista. 

En las sombras también acechaba una cabra. Estaba descuidada y olía mal, pero giró la cabeza y le dirigió a Nobby la mirada más sabia que hubiera visto nunca en la cara de un animal. Inesperadamente, y de forma nada característica, a Nobby lo acometió una oleada de compañerismo.

Apagó la colilla de un pellizco y se la pasó a la cabra, que se la comió.

—Tú y yo somos iguales —dijo Nobby.

P354
     …
     — ¿Qué está pasando, señor Escurridizo? —dijo Zanahoria.

— Ah, hola, capi. Tienen a un gólem.

— ¿Quién lo tiene?

—Ah, unos tipos. Acaban de traer los martillos.

FeetOfClay MascaraZanahoria tenía delante un embotellamiento de cuerpos. Juntó las dos manos, las embutió entre dos personas y luego las separó. Gruñendo y forcejeando, la multitud se abrió como una corriente de agua ante un profeta de primera clase.

Dorfl estaba acorralado al final del callejón. Tres hombres armados con martillos se estaban acercando al gólem con cautela, al estilo de las turbas, todos ellos reacios a asestar el primer golpe en caso de que el segundo golpe les cayera encima a uno de ellos.

El gólem retrocedió, protegiéndose con su pizarra, en la que tenía escrito:

      VALGO 530 DÓLARES.

—¿Dinero? —dijo uno de los hombres—. ¡Es lo único en lo que pensáis, cacharros!

Un martillazo hizo añicos la pizarra.

Luego el hombre intentó volver a levantar el martillo. Cuando notó que este no se movía, a punto estuvo de dar un salto mortal hacia atrás.

— El dinero es lo único en que se puede pensar cuando todo lo que se tiene es un precio —dijo Zanahoria en tono tranquilo, retorciendo el martillo hasta quedárselo—. ¿Qué cree que está haciendo, amigo?

—¡No puede impedírnoslo! —balbuceó el hombre—. ¡Todo el mundo sabe que no están vivos!

—Pero sí puedo arrestarlo por daños intencionados a la propiedad privada —dijo Zanahoria.

—¡Uno de estos mató al viejo sacerdote!

—¿Perdón? —dijo Zanahoria—. Si solamente es una cosa, ¿cómo puede cometer asesinato? Una espada es una cosa. —Desenvainó su espada con un sonido casi sedoso—. Y por supuesto, no puede usted echar la culpa a una espada si alguien la blande contra usted, señor.

El hombre se puso bizco mientras intentaba fijar la vista en la espada.

Y nuevamente, Angua sintió aquel toque de perplejidad. Zanahoria no estaba amenazando al hombre. No estaba amenazando al hombre. Simplemente se estaba valiendo de la espada para demostrar un… bueno, una idea. Y aquello era todo. Se quedaría bastante asombrado si se enterara de que no todo el mundo lo vería así.

Una parte de ella dijo: «Hay que ser alguien complejo de verdad para ser tan simple como Zanahoria».

FeetOfClay AzulEl hombre tragó saliva.

—Me ha convencido —dijo.

—Sí, pero… no se puede confiar en ellos —dijo otro de los portadores de martillos—. Andan con sigilo y nunca dicen nada. ¿Qué están tramando, eh?

Le dio una patada a Dorfl. El gólem se balanceó un poquito.

—Pues bueno —dijo Zanahoria—. Eso es lo que estoy intentando descubrir. Entretanto, tengo que pedirles que vuelvan a sus asuntos…

El tercer operario de derribos había llegado hacía muy poco a la ciudad y solamente se había apuntado a la idea porque hay gente que es así.

Levantó su martillo en gesto desafiante y abrió la boca para decir: «¿Ah, sí?», pero se detuvo al oír un gruñido junto a la oreja. Era bastante suave y débil, pero tenía una diminuta y compleja forma de onda que fue directa a una pequeña parte nudosa de su columna vertebral, donde pulsó un antiquísimo botón llamado Terror Primordial.

Se giró. Una atractiva guardia de la ciudad que estaba detrás de él le dedicó una sonrisa amigable. O lo que es lo mismo, su boca se dobló por las comisuras y todos sus dientes quedaron al descubierto.

El hombre se dejó caer el martillo en el pie.

Zanahoria se volvió hacia el gólem, que se había dejado caer de rodillas al suelo y estaba intentando recomponer su pizarra.

—Vamos, señor Dorfl —dijo—. Lo acompañaremos el resto del camino.

...

 

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